Nick sonrió al ver su gesto complacido.
– ¿En qué estás trabajando?-le preguntó él, ansioso por continuar la conversación-. Aparte de en ese modelo de desastre.
– Un artículo sobre números perfectos-dijo Jillian.
– Cuéntamelo.
– ¿De verdad?
El asintió.
– Los números perfectos son aquellos cuyos factores sumados dan como total dicho número. Pongamos por ejemplo el seis. Los tres números por los que la división por seis da exacta, el uno, el dos y el tres, suman entre sí dicho número.
– ¿Es a eso a lo que te dedicas?
– Es sólo una parte de mi estudio. Mi área abarca toda la teoría numérica, números enteros, etc.
– ¿Siempre se te dieron bien las matemáticas?
Jillian asintió y dio otro bocado.
– Era un verdadero portento en el instituto. Ganaba todos los concursos del Estado, lo que no me hacía muy popular entre los chicos.
– Pero eso fue hace mucho tiempo. Ahora has crecido-dijo él fascinado por su voz sugerente. Podía hacer que el tema más arduo sonara increíblemente sensual-. Seguro que tienes a un montón de hombres en tu vida.
Jillian sonrió y se apoyó en la almohada.
– Cuando empecé a trabajar en los números perfectos llegué a concluir que el amor era algo similar. Cada persona aporta una serie de factores y, cuando se suman, pues son la pareja perfecta.
– ¿Sigues pensando así?
Ella frunció el ceño y negó con la cabeza.
– No. Ahora creo que el amor es más como un número irracional, o como un número trascendental. Como el número «pi». Es imposible llegar a conocer su valor exacto.
La percepción que Nick tenía del amor era muy similar. Después de su relación con Claire, había llegado a la misma conclusión.
– ¿Has estado enamorada alguna?
Ella negó con la cabeza.
– Al menos no ese amor «perfecto». ¿Y tú?
Nick pensó en Claire. Había creído estar enamorado de ella, pero empezaba a dudarlo. Su vida pasada con ella le resultaba extraña y ajena.
– No. Creo que no.
Se hizo un silencio y Jillian se centró en acabarse la cena.
Nick sintió unos irrefrenables deseos de besarla. ¿Cómo podía haber olvidado a Claire tan fácilmente? En lo único que podía pensar en aquel instante era en Jillian, en su dulces labios y su cuerpo tentador.
– Lo mejor será que me vaya y te deje descansar. Has tenido un día muy duro. Mañana me ocuparé del desayuno de los niños para que tú puedas dormir.
– Pero se supone que tú no tienes que ocuparte de ellos hasta las tres.
– Bueno, llámalo «favor».
Ella sonrió.
– Si fueras un número, sin duda serías un número perfecto.
Nick salió de la habitación con la bandeja en una mano y cerró la puerta. Al llegar a la soledad de la cocina, se quedó mirando por la ventana a la luna llena que se reflejaba en el lago. Salió de la casa y respiró profundamente.
Se había prometido a sí mismo que no volvería a complicarse la vida con mujeres. La ruptura con Claire lo había dejado dolorido y escarmentado. Además, una relación con Jillian, por muy corta y superficial que fuera, prometía ser complicada. Primero, era la hermana de Roxy y, segundo, no le gustaban los carpinteros. Trató de pensar en un tercero motivo, pero no lo encontró. Quizás, ¿lo mala madre que podría llegar a ser?
No, esa no era una razón. Nick sabía que, a pesar de la mala suerte de los últimos días, sería una madre amorosa.
Además, había algo en el modo en que lo necesitaba, en aquella vulnerabilidad, que la hacía irresistible.
Le resultaba curioso que una mujer tan brillante careciera, sin embargo, de sentido común. Lo extraño era cómo algo que debería haberle repelido, le parecía adorable.
Se acercó hasta el lago y, desde allí, miró a la casa y buscó su ventana. Todavía estaba iluminada. Se preguntó si estaría trabajando o se habría quedado dormida.
Nick cerró los ojos y se imaginó tumbado junto a ella, disfrutando de su suave aroma. Se la imaginó ante él, quitándose lentamente el camisón.
Abrió los ojos y captó exactamente la misma imagen en la realidad. Pero fueron sólo unos breves segundos antes de que la luz se apagara.
Maldijo entre dientes su mala suerte y luego se maldijo a sí mismo. Si ese era el modo en que apartaba a las mujeres de su vida, realmente estaba haciéndolo muy mal.
El día siguiente amaneció húmedo y tremendamente caluroso.
Nick se levantó el primero y atendió a los niños, tal y como le había prometido a ella. Luego le subió el café.
Molesta con su tobillo hinchado y demasiado descompuesta por los tórridos sueños que la habían asaltado aquella noche, siempre con Nick escaso de ropa, Jillian ansiaba la soledad de su cuarto y el refugio de su trabajo.
Pero, después de preparar a los niños con sus bañadores, cremas solares y salvavidas, sin previo aviso, Nick la tomó en brazos y se los llevó a todos al lago.
Gratamente sorprendida por que requiriera su presencia, ella no protestó y decidió que el trabajo podía esperar.
Durante la mañana se dedicó a disfrutar de las vistas. Por un lado estaban los niños, jugando divertidamente con el agua. Por otro estaba Nick, vestido con un pantalón corto y mostrando sus hombros espectacularmente anchos y su pecho musculoso. Sin duda, cargar maderas era un gran ejercicio que fortalecía y formaba cuerpos impresionantes.
Continuó estudiando sus atributos corporales durante largo rato. Tenía el vientre plano y apretado, la cintura estrecha y unas piernas largas y bien formadas.
Su mente no hacía sino recordar el instante en el que se había despojado de la camiseta. Una inesperada excitación la había tomado por sorpresa. Al verlo salir del agua como un magnífico dios griego, Jillian agarró su camiseta y la escondió bajó su cabeza. Si quería cubrirse tendría que utilizar la toalla.
Jillian suspiró suavemente. ¿A qué se debía aquella repentina obsesión por lo físico? ¿Eso era lo que les sucedía a las mujeres cuando se cruzaban con un hombre como Nick? Jamás antes había reparado en la anatomía de los hombres. Se sentía como una niña a la que le hubieran prohibido los dulces y estuviera ansiosa por comer caramelos.
Minutos después, su objeto de deseo ya estaba de nuevo en el agua, disfrutando con los pequeños como si fuera uno de ellos.
– ¡El agua está estupenda!-le gritó él-. Deberías bañarte.
– ¡No me he traído el bañador!-dijo ella, contenta con haber olvidado aquella pequeña vestimenta.,
La verdad era que ni siquiera poseía uno. No se había puesto un bañador desde que había asistido a clases de natación en el instituto. Nunca después se había atrevido.
Él salió del agua y se acercó a ella.
– Seguro que Roxy tiene alguno que puedes usar-dijo Nick.
Jillian se rió.
– No creo que debamos exponer a los pequeños a la espantosa visión de su tía en traje de baño.
Nick se tumbó en la toalla.
– ¿Por qué dices eso? Tienes un cuerpo precioso. Seguro que el bañador te queda estupendamente.
Ella abrió la boca para desmentir lo que él decía, pero no lo hizo. Si Nick pensaba que tenía un cuerpo bonito, ¿por qué iba a convencerlo de lo contrario?
Le gustaba la idea de que la considerara sexualmente atractiva.
Nick se sentó y se quedó, mirando fijamente el agua.
– Me gustaría que este verano no acabara nunca. No quiero regresar a Providence.
– ¿Es allí donde sueles trabajar? El asintió.
– Allí es donde está mi oficina, pero trabajo en proyectos en toda la costa Este.
– Debe de haber mucha gente necesitaba de librerías.
Él se rió.
– Sí, mucha gente.
– La verdad es que las estanterías son algo muy importante. Las bibliotecas y las universidades no podrían existir sin ellas. Y qué sería de los libros sin un mueble tan adecuado.
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