Kate Hoffmann - Una Mujer En Apuros

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¿Las cosas buenas llegan de tres en tres?
Para la profesora de universidad Jillian Marshall la organización era la base de la felicidad. Por eso pensó que no sería tan difícil cuidar de sus tres sobrinos… hasta que descubrió por qué todo el mundo los llamaba diablillos. Afortunadamente, allí estaba el guapísimo Nick Callahan, amigo de su cuñado, para ayudarla. Y, por muy ocupada que estuviera con los tres niños, iba a tener algo de tiempo para dedicarle a aquel encanto de hombre…

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Andy señaló la puerta cerrada del baño.

– Está ahí. Sam está ahí.

– ¿En el baño?-preguntó Jillian sorprendida-. ¿Cómo ha podido entrar?

Andy señaló a su hermano.

– Ha sido Zach.

Jillian se llevó la mano al corazón que le latía muy deprisa.

– ¿Cómo has conseguido abrir la puerta?

Intentó girar el picaporte, pero estaba bloqueado. El estómago se le encogió. Estaba cerrado por dentro.

– Sam, abre la puerta-le dijo a su sobrino.

No obtuvo respuesta.

– Sam, ¿estás bien?

Silencio.

Todo tipo de imágenes macabras asaltaron la mente de Jillian. Quizás el niño se hubiera golpeado la cabeza con el lavabo o se hubiera atiborrado de aspirinas.

Decidió salir de la casa y tratar de mirar por la ventana.

Pero, una vez allí, comprobó que estaba demasiado alta. Sacó una silla, la colocó entre los matorrales y se asomó. Pudo ver que Sam estaba en el suelo jugando con unos coches. Jillian lo llamó y el pequeño se volvió con una amplia sonrisa y agitó la mano.

Jillian contempló la idea de romper el cristal y entrar a por su sobrino. Nick podría arreglar la ventana y, después de todo, tenía un par de horas aún para pensar en alguna excusa razonable sobre la rotura del cristal.

En un acto de desesperación, golpeó el cristal con la mano. Pero el efecto del golpe la lanzó hacia atrás con tal fuerza que no tuvo tiempo para sujetarse y cayó de mala forma entre la maleza.

Se torció el tobillo y se raspó la cara y, durante un rato, no pudo moverse. Pero, al oír la voz de Sam llamándola desde la ventana, se levantó como pudo.

– Te sacaré de ahí-le dijo.

Con gran dificultad entró de nuevo en la casa dispuesta a liberar a su sobrino. Quitó el picaporte, pero no logró nada. Luego lo intentó con una tarjeta de crédito y, finalmente, comenzó a quitar el marco de la puerta, pero pronto comprobó que sus esfuerzos eran vanos.

Angustiada y desesperada, optó por llamar a urgencias.

En cuestión de pocos minutos, la sirena de los bomberos resonó en el vecindario.

Los niños corrieron a la ventana a mirar.

Muy pronto, la casa se vio invadida por aguerridos bomberos cargados de cuerdas y hachas.

Jillian les explicó el problema y ellos actuaron con rapidez y eficacia, liberando a Sam. Mientras tanto, Zach no dejaba de saltar sobre los bomberos, ansioso por contactar con los héroes. Duke, por su parte, aprovecho la ocasión para demostrar sus dotes caninas y no hacía sino ladrar cansadamente y aullar.

– ¿Jillian? ¿Dónde estás?

Estaba sentada en una silla del salón y una enfermera le vendaba el tobillo dañado.

Al levantar la vista, vio a Nick ataviado con un imponente traje. Un pequeño quejido se escapó de su boca.

La enfermera se detuvo.

– ¿Le he hecho daño?

Jillian le sonrió avergonzada y negó con la cabeza.

En aquel instante lo que habría deseado era poder desaparecer. ¿Cómo iba a explicar aquel despliegue de personal de urgencias sólo por una puerta cerrada y un ventana rota?

Su orgullo estaba más herido que su tobillo.

Un policía le murmuró algo a Nick y luego la señaló a ella. Él se aproximó a toda prisa, se arrodilló a su lado y le tomó la mano, provocando una intensa corriente eléctrica. La miraba con verdadera preocupación.

Tendió la mano y le tocó con cuidado las heridas de la cara.

– ¿Estás bien?

– Sí-dijo Jillian-. Sólo me he torcido el tobillo.

El calor de su mano le aceleró el corazón.

– Parece que no te puedo dejar sola ni un segundo-dijo él dulcemente.

Ella le sonrió desganada.

– No lo había hecho tan mal, hasta que surgió un pequeño problema. Sam se encerró en el baño y, poco a poco, las cosas se fueron complicando, hasta que se convirtió en otro desastre.

La casa se fue vaciando y pronto se quedaron solos. Nick la tomó del brazo y la ayudó a levantarse, pero ella gimió de dolor al posar ligeramente el pie.

– Deberías tumbarte y elevar el pie. Has tenido un día muy duro.

La tomó de la cintura y acercó su cuerpo para que pudiera apoyar su peso sobre él. Aquella era la única ventaja de haberse torcido el pie: podía tenerlo cerca.

– No sirvo para esto-murmuró Jillian-. Cuanta más práctica tengo, peor lo hago.

Al pasar por el baño, Nick vio una tostada en el suelo.

– ¿Qué hace esa tostada ahí?

– Como Sam estaba llorando pensé que podría tener hambre y se la pasé por debajo de la puerta.

– Lo ves. Estás usando tu instinto.

Sin duda, Nick estaba haciendo todo lo que estaba en su mano para hacer que se sintiera bien.

Ella lo miró con el corazón enternecido.

– Estás muy guapo con ese traje. Cuando te ví entrar, pensé que eras un agente del FBI.

Nick se rió mientras la ayudaba a subir las escaleras.

– Prométeme que no harás nada tan terrible como para que el FBI tenga que intervenir.

– Cuando la teoría del caos está en marcha, nada es previsible.

Dicho aquello, la tomó en brazos y la llevó hasta el dormitorio. Una vez allí, la posó suavemente sobre la cama.

– No se te ocurra irte a ningún lado-le dijo él.

Ella se hundió en las almohadas, reprimiendo su deseo de rogarle que se quedara con ella.

Se preguntó cuánto tiempo tardaría un tobillo en curarse. Después de todo, cualquier excusa era buena si eso suponía poder retener a Nick Callahan a su lado.

Capítulo 4

AL cabo de unas horas, cuando Nick subió de nuevo a ver a Jillian, se la encontró con el ordenador portátil en el regazo y un montón de papeles a su alrededor.

En cuanto lo vio aparecer, ella se quitó rápidamente las gafas y las ocultó bajo la almohada.

– A los hombres no les gustan las chicas con gafas-bromeó Nick, y ella se ruborizó.

Nick dejó la bandeja sobre la mesilla y se sentó junto a ella.

– Los niños ya están dormidos. He estado mirando los desperfectos del baño y no creo que me cueste mucha arreglarlos.

– Te pagaré lo que sea necesario para que Greg y Roxy no se enteren de todo esto.

– Jillian, esta es una ciudad pequeña y todos los vecinos han salido a la calle cuando han visto llegar a los bomberos y a la policía-el gesto mortificado de su rostro lo instó a consolarla-. Le podría haber ocurrido a cualquiera.

– Puede ser. Pero, ¿por qué siempre me sucede a mí?-volvió el portátil hacia él y le mostró la pantalla-. Mira. He estado elaborando un modelo de mi desastre. Le he asignado un valor numérico a cada factor de cada catástrofe acaecida: la importancia del problema, la frecuencia, el coste de las reparaciones. Lejos de mejorar, la situación empeora. Si sigo así, acabaré por provocar el mayor terremoto de la historia de New Hapshire.

Lo decía todo con total solemnidad y seriedad y resultaba increíblemente sexy.

Allí, en el dormitorio, no podía evitar algunas fantasías excitantes sobre todo lo que podría hacer con ella en aquella cama.

Se preguntó qué tacto tendrían sus senos, cómo se acoplarían a su mano.

– Y, ¿qué pasa si me metes a mí como otro factor?

– Bueno, en ese caso los riesgos se reducen a la mitad. Pero se incrementa el coste.

– De acuerdo, entonces no te cobraré.

– ¡No puede ser! Tú tienes que vivir de algo. Tu tiempo tiene un precio.

Si ese era el único modo de pasar más tiempo en su compañía, tendría que aceptar.

– De acuerdo, pero te cobraré sólo un sueldo por todas las actividades: niñera, carpintero, fontanero, cocinero-dicho aquello, le acercó la bandeja para que empezara a comer.

– ¡Esto tiene un aspecto delicioso!-admitió Jillian, y se lanzó a comer una de las tostadas con queso.

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