– ¿Cómo puedo ir yo? -Georgia intentó darle otra justificación-. Linda y Christy siguen enfermas. Sabes que trabajo mucho en el salón. Si tú estuvieras trabajando o estuvieras ocupada…
– ¿Qué le digo? -Farran mordió de inmediato el anzuelo-. ¿Cómo empiezo? ¿Qué?…
– Ya se te ocurrirá algo -sonrió Georgia, y antes de que la otra pudiera cambiar de opinión, hurgó en su bolso-. Anoté el numero de teléfono de su oficina -le entregó a Farran un pedazo de papel-. Supongo que si lo llamas como a las nueve y media…
Farran no estuvo nada contenta después de que Georgia se fue a trabajar. Al llegar las nueve y media se percató de que si no llamaba a las oficinas de Deverill Group, Georgia la llamaría para averiguar cómo le había ido.
Farran se armó de valor y, aunque tenía la sensación de que Georgia la forzó a hacerlo, llamó al número de la oficina.
– Un momento, por favor -dijo la recepcionista de Deverill Group cuando Farran pidió hablar con el señor Beauchamp. En ese momento, la mente de Farran quedó vacía.
Cuando el tono de llamar terminó se aferró al teléfono y oyó la voz serena de una mujer.
– Diana King.
– Ah… -Farran no logró pensar en nada que emitir más que ese sonido ridículo.
– Soy la secretaria del señor Beauchamp -la voz serena intentó obtener más información que sólo "Ah".
Un minuto después, luego de decirle que no podía hablar con Stallard Beauchamp, la secretaria anotó el número y nombre de Farran para que el señor Beauchamp le hablara cuando estuviera "disponible". Farran colgó el auricular. Una cosa estaba clara para la chica. Si Diana King estaba casada, entonces debió ser la señora King quien, siguiendo las órdenes de Stallard Beauchamp, se hizo cargo de todos los preparativos del funeral de la señorita Newbold.
¡Qué hombre tan descarado! ¡Haberle ordenado a su secretaria hacer algo parecido! Quizá entonces ya sabía que sería el único beneficiario en el testamento de la tía Hetty, pero, ¿qué derecho le daba eso para hacerse cargo de un funeral, en vez de que fuera la propia familia la encargada del asunto?
Segundos después, Farran recobró su sentido de la justicia. Como ningún familiar de la tía Hetty estuvo a su lado en el último año, quizá él pensó que, al no mostrar interés en ella cuando vivía, tampoco lo mostrarían ahora que estaba muerta.
En ese momento, el teléfono sonó. Nerviosa, consciente de que no sabía cómo empezar su conversación con Stallard Beauchamp, Farran descolgó.
– Hola -dijo.
– ¿Cómo te fue? -inquirió Georgia con ansiedad.
– No puede hablar con él. Me llamará luego -explicó Farran.
Por la tarde, el teléfono seguía sin sonar y Farran ya empezaba a dudar de que llamara. ¡Cerdo!, lo maldijo de nuevo. De seguro la señora King ya le habría dado el recado de que deseaba comunicarse con él.
Pobre Georgia, pensó Farran cuando dieron las cuatro. Georgia también debía estar muy tensa, pero no volvió a llamar, puesto que Farran le prometió, en la primera llamada, que se comunicaría de inmediato al salón cuando tuviera noticias de él.
A las cuatro y media, Farran se hartó de mirar su reloj. A las cinco, todavía no sonaba el teléfono. Como sabía que Georgia insistiría esa noche para que lo llamara de nuevo mañana, Farran empezó a odiar a Stallard Beauchamp. No quiso llamarlo hoy y tampoco querría llamarlo mañana… y de todos modos estaba muy endeudada con Georgia y su padre por su bondad con ella.
A las cinco y media, Farran supo que ya no la llamaría. Cuando el teléfono sonó a las seis, supuso que se trataba de Georgia, quien sin duda ya no soportaba más la espera.
– Hola -dijo al levantar el auricular.
– ¿Qué quería? -preguntó una voz dura que no le costó ningún trabajo reconocer a la chica.
– Ah, recibió mi recado -comentó, sin saber qué decirle después. Pero era obvio que Stallard Beauchamp no estaba de humor para este tipo de comentarios. No contestó nada y eso le dio la impresión a Farran de que pronto le colgaría-. De hecho -añadió con rapidez para impedir que se cortara la llamada, y se percató de que tenía que inventar algo para que no recibiera una réplica desfavorable-, no pude anotar la fecha del testamento de la señorita Newbold y… me preguntaba si usted podía dármela.
– ¿Qué no instruya a su abogado para que le entregara una copia? -fue una pregunta socarrona y a Farran ya no la sorprendió que algunos hombres fueran golpeados por algunas mujeres.
– No he visto a mi abogado -replicó con voz aguda.
– Para ser una mujer que nunca oyó hablar de mí, no le tomó mucho tiempo hallar a alguien para comunicarse conmigo, ¿verdad? -contestó, haciéndola rabiar.
– No fue necesario que consultara a un abogado para eso. Usted es más famoso de lo que cree -le informó Farran.
– Eso es obvio -murmuró él con sarcasmo.
– Bueno -Farran explotó esa vez-, ¿puede darme la fecha de ese testamento?
Para desgracia suya, Stallard Beauchamp parecía no haber oído hablar nunca de lo que era un subterfugio.
– Usted ya la sabe -señaló sin nada de burla-. Ahora, dígame usted el verdadero motivo de su llamada.
¡Maldito sea! Farran lo odió como nunca odió a nadie en su vida. Pero no podía darle la verdadera razón de la llamada.
– Tengo una propuesta que hacerle -eso fue lo mejor que se le ocurrió y casi colgó al oír el comentario de su interlocutor.
– Querida -la sorprendió al comentar-, apenas la conozco. ¿Acaso tiene la costumbre de hacerles propuestas a los hombres después de conocerlos con tanta brevedad?
Farran inhaló para calmarse y susurró entre dientes apretados:
– ¿Tiene caso que yo hable con usted?
– Si puede ser sincera, quizá lo tenga -replicó.
En ese instante, Farran oyó que Georgia estacionaba el auto frente a la casa y tuvo que aceptar la débil posibilidad de Stallard Beauchamp le ofrecía.
– Yo quiero…-empezó, pero fue interrumpida.
– Tengo que hacer otras llamadas -declaró, y le informó-: Tengo la intención de comer algo en mi club antes de ir a casa esta noche. Discutiremos lo que usted desea y lo que yo esté de acuerdo en ofrecerle, mientras cenamos -hizo una pausa para darle la dirección del club, y mientras Farran todavía jadeaba ante sus modales de señor feudal, añadió-: La veré allí en dos horas -y colgó.
Farran seguía sosteniendo el auricular cuando Georgia entró en la habitación.
– ¿Acaba de hablar? -al ver la expresión de Farran y el auricular, hizo la deducción correcta.
– Quiere que me encuentre con él… ¡en dos horas! -explotó Farran al colgar el teléfono.
– ¿En dónde? -Georgia mostró estar complacida.
– En Londres -Farran le contó cómo, después de muchas mentiras, acabó por decirle que tenía que hacerle una propuesta y que él no la creyó.
– Será mejor que te pongas algo especial -declaró Georgia cuando Farran terminó de hablar.
– No puedo ir -objetó la chica.
– Claro que sí puedes -afirmó Georgia-. Por el hecho de que Stallard Beauchamp ha estado de acuerdo en verte, es claro que está interesado.
En hacerme enojar, pensó Farran.
– Pero aun si tuviera una propuesta para él, lo cual no es el caso, nunca podré llegar en dos horas.
– No llegarás tarde si tomas mi auto -Georgia aplastó todas las protestas-. Mi auto es más rápido que el de papá. Vamos, ve a bañaría con rapidez mientras yo escojo algo en tu armario. Alégrate -prosiguió mientras subían por la escalera- de que no te sea necesaria media hora para maquillarte.
En menos tiempo del que creyó posible, Farran se bañó y se vistió con un vestido de lana negra. No se puso nada de joyas y pisó el acelerador por pedido de Georgia.
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