– No tiene ningún derecho -la interrumpió, seco-. Quizá en el antiguo testamento de la señorita Newbold no habría quedado en mala situación, pero…
– ¿Cambió su testamento? -Farran estaba azorada ante la mera idea. Georgia contaba con que…
– Me temo que sí -repuso el extraño, más con el aspecto de estar complacido por confirmarlo que de estar triste de tener que ser él quien le diera la noticia-. En su nuevo testamento, su último testamento, me parece que la han excluido. Parece que usted -sonrió-, no hereda nada en absoluto.
– Yo… -jadeó Farran y de pronto odió a ese arrogante portador de noticias-. No… le creo -recobró la compostura para salir en defensa de Georgia-. Sé a ciencia cierta que la señorita Newbold heredó sus propiedades a…
– A una persona -intervino el hombre de nuevo-. A Stallard Beauchamp -mientras Farran estaba atónita por eso, le entregó el pergamino, con el aspecto de quien se divierte mucho con toda la situación.
Farran tomó el papel y fue al dormitorio a leerlo. Esperando una y otra vez que él mintiera, abrió el documento y empezó a leerlo con rapidez.
Minutos después, incapaz de creer que el hombre tenía razón, lo ley de nuevo, con mayor lentitud esa vez. Parecía que la señorita Newbold dejaba todo lo que poseía a un hombre de quien ella, y estaba segura de que también era el caso de Georgia, nunca había oído hablar en su vida. Después de leerlo una segunda vez, notando que el nombre de Stallard Beauchamp aparecía en todas partes y que nunca se mencionaba el nombre de Henry Presten ni el de Georgia, Farran entubo tan tensa que apenas le quedó sensatez, suficiente para revisar la fecha del documento. Estaba fechado hacía menos de un mes.
Farran pensaba en lo que esto significaría para los planes de Georgia, cuando alzó la vista para encontrarse con la mirada socarrona del extraño. Eso la enfureció.
– ¿Quién es Stallard Beauchamp? -inquirió, irritada.
– ¡Ja! -el hombre la miró de nuevo con desprecio-. Su acto de duelo no duró mucho en la iglesia, ¿verdad? -mientras Farran se percataba de que el desprecio de que fue objeto, era motivado porque él creía que sólo fingió estar triste durante la misa, cuando en realidad estuvo más concentrada en su asunto con Russell que con la pobre tía Hetty, el desconocido prosiguió-: Permítame presentarme.
Farran se percató de que, de no estar tan impresionada por el nuevo giro que tomaban los acontecimientos, ella misma habría podido deducir quién era el hombre. Como sintió que necesitaba más tiempo para pensar qué hacer, le entregó el documento y preguntó con frialdad:
– ¿Usted es Stallard Beauchamp?
– El mismo -respondió con sarcasmo-. ¿Qué familiar entristecido es usted… Georgia Presten o Farran Henderson?
Farran de nuevo recibió una fuerte sacudida. ¿Cómo sabía ese hombre su nombre?
– Soy Farran Henderson -le aclaró-. ¿Cómo es que usted sabe de mí, mientras que yo nunca he oído hablar de usted?
No pareció preocuparle el tono de voz exigente.
– Los nombres de Georgia Preston, Henry Presten y Farran Henderson aparecían en el testamento anterior de la señorita Newbold -explicó.
– Ya… veo -Farran veía poco, salvo el hecho de que ahora Georgia podía despedirse de su sueño de comprar la verdulería y de que, al parecer, la tía Hetty debió añadir una cláusula en su anterior testamento para dejarle a ella misma alguna pequeña herencia.
Sin embargo, Farran intentó no mostrar azoro al enterarse, por medio de Stallard Beauchamp, de que la señorita Newbold le dejó más que una pequeña herencia.
– La fortuna, señorita Henderson, sería dividida en partes iguales entre ustedes tres. Qué lástima que la caja de documentos personales que la señora Allsopp me entregó, también contuviera este testamento -se burló-. Este testamento -lo blandió con arrogancia frente a la chica-, hace que los demás no sean efectivos. Lo cual significa -le aclaró por si acaso la chica no pudiera percatarse de ello sola-, que ni usted ni sus parientes políticos tienen derecho a nada.
Este momento, Farran fue de la opinión de que Stallard Beauchamp debía ser el hombre más detestable sobre la tierra. Era obvio que pensaba que el único motivo de su presencia allí, era recoger el testamento de la señorita Newbold. Quiso aclararle que sólo fue a High Monkton por respeto a la anciana, pero, al abrir la boca para decírselo, se dio cuenta de que no era cierto. Claro que habría asistido al entierro, pero nunca hubiera ido a la casa y subido al cuarto de la tía Hetty, de no ser por el pedido de Georgia.
Como ya había abierto la boca para decir algo, recordó que él sabía cuál era su relación con Georgia y su padrastro. Pero, ¿y él?
– ¿Quién es usted? -inquirió la chica y cuando él la miró como para decirle que eso no era un asunto de su incumbencia, añadió-: Ni siquiera está emparentado con la señorita Newbold -habló también con cierta arrogancia-. Eso lo sé a ciencia cierta.
– No tengo ningún lazo de sangre -sus ojos se entrecerraron-. Sin embargo, no sentí que necesitaba tener un lazo de parentesco para saludar a la señora cada vez qué pasaba.
– ¿Se hizo la norma de visitarla?
– He estado en esta casa muchas veces durante el año pasado -replicó y su voz adquirió un matiz duro-. ¿En dónde estuvieron usted y sus parientes en los últimos doce meses? -quiso saber.
Farran deseó poder decirle que Georgia y su padrastro visitaron a la tía Hetty el año pasado, mas, como no era cierto, todo lo que pudo hacer fue hablar de sí misma.
– He estado trabajando en Hong Kong. Regresé tan sólo el viernes pasado -añadió, pero la añadidura fue un error.
– ¡Vaya, no pierde tiempo para nada! -exclamó Stallard Beauchamp de modo agresivo.
– ¿A qué se refiere con eso? -replicó Farran mientras sus ojos cafés, de costumbre apacibles, chispeaban.
– ¿Qué otra cosa puedo querer decir más que, como la señorita Newbold murió el jueves, usted debió tomar el primer vuelo disponible?
– No fue sino hasta que llegué que supe que había muerto -protestó Farran con furia.
– Claro que no -rezongó, sin creerle nada de lo que decía-. Y claro, sólo fue por accidente que usted entró aquí y luego al vestidor de la señorita Newbold. ¿Qué habría sido más natural que, al darse cuenta de que cometió un error, usted procedió a hurgar en cosas que no le pertenecen para poder asir, con sus avaras manos, el documento que creyó que le daba derecho a la tercera parte de las propiedades?
Farran lo miró con dureza y deseó que no fuera el tipo de hombre que, si le diera una patada, se la devolvería sin dudarlo. Pero no podía defenderse en contra de la acusación de haber entrado en el vestidor de la señorita Newbold para hurgar en cosas que no le pertenecían, aun cuando las pesquisas no las hizo en su favor sino en el de Georgia. Así, después de ser tratada como si fuera una mujer mezquina, sólo le quedaba el ataque para defenderse.
Hizo acopio de dignidad y se dirigió a la puerta.
– Ojalá y le aproveche su herencia -le dijo al pasar frente a él-. Es obvio que ha trabajado mucho estos últimos doce mes para conseguirla.
Pero, sus esperanzas de salir del cuarto con la última palabra se frustraron al oír el comentario de Stallard Beauchamp, quien parecía ser el ganador en lo que a últimas palabras se refería.
– Siendo el tipo de mujer que usted es -contestó antes de que Farran pudiera abrir la puerta-, habría sido imposible que pensara otra cosa.
Farran casi llegaba a Banford antes de poderse calmar. Desde su punto de vista, Stallard Beauchamp era un tipo execrable. Después de llamarlo con todos los adjetivos y sustantivos más horribles y desagradables que se le ocurrieron, se percató de que en vez de gastar sus energías en él, debía concentrarse en la manera menos difícil de contarle a Georgia lo sucedido.
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