Como no quiso molestar a su padrastro, Farran esperó a que sólo faltaran cuarenta minutos para que partieran al pueblo de High Monkton, antes de decirle que se preparara.
Al acercarse a la puerta del taller, olió algo raro. El olor se intensificó y, al entrar, vio que su padrastro tardaría varias horas en quedar limpio.
– He tenido un ligero accidente con el aceite -alzó la vista para explicar lo sucedido. A Farran le pareció que tuvo intenciones de inundar el piso con aceite y, a juzgar por su rostro y cabello, también se dio un baño con él-. Acaba de suceder, pero será mejor que limpie este desastre.
Farran lo miró a él y al piso, que parecía necesitar varios kilos de detergente, y tomó una decisión.
– ¿Puedo tomar tu coche prestado?
– ¿Irás?-inquirió con alegría.
Farran condujo sola a High Monkton y, con cada kilómetro recorrido, se deprimió más. De pronto, le parecía que su vida no tenía sentido ni dirección.
Tuvo que pararse en un embotellamiento y decidió que, como ya estaba casi en High Monkton, no tenía caso ir primero a Selborne y luego a la iglesia, casi de inmediato. Desconsolada, se dirigió a la iglesia.
Su tristeza se ahondó cuando vio cómo los sepultureros entraban con el ataúd de la señorita Newbold. Rezó una oración por ella, pero al empezar la misa, se desconcentró. Cuando la misa terminó. Farran se sintió peor que nunca en su vida.
Salió de la iglesia con el deseo desesperado de no pensar más en Russell Ottley. Este no tenía lugar en el sitio en donde se oraba por la memoria de la tía Hetty.
Tragó saliva y trató de recobrar la compostura pero, de pronto, sintió que alguien la miraba. Miró hacia su izquierda y casi apartó la vista de nuevo.
Mas no la apartó. Aunque no estuvo consciente de si hubo diez personas o cien en la iglesia, de pronto estuvo muy consciente del hombre alto que la miraba. No sólo la miraba, sino que la observaba con fijeza y frialdad. Sin poder creerlo, pues estaba más acostumbrada a que los hombres la admiraran, Farran se percató de que no había admiración en los ojos de ese hombre. ¡Sólo un profundo desprecio!
Sorprendida de que alguien pudiera mirarla con desprecio, Farran se aseguró de no haber interpretado mal la mirada. No era así, puesto que estaba a menos de tres metros de distancia y lo suficientemente cerca para que la chica pudiera ver su nariz recta y arrogante y su barbilla firme.
La siguió mirando por debajo de la nariz y Farran decidió que le devolvería la misma mirada. Pero antes de poder hacerlo, una mujer de aspecto muy desagradable, anciana, que se colgaba del brazo del hombre, le dijo algo para atraer su atención.
Farran alzó la barbilla una fracción más alto y se dirigió a su auto. ¡Cerdo arrogante!, nombró en su mente al extraño. ¿Quién demonios creía que era, para observarla de ese modo?
De cualquier manera, no le importaba ni un comino, se dijo a sí misma al abrir la puerta del auto. A menos de que él se dirigiera también a la casa, y hubo algo en su apariencia que sugirió que no sería así, la chica no lo volvería a ver nunca más.
De alguna manera, nunca se le ocurrió que, de sentirse deprimida y casi obsesionada por Russell Ottley, a quien no podía sacarse de los pensamientos, ahora se sentía muy enojada y no había pensado en Russell Ottley durante, unos cuantos minutos.
Para fastidio de Farran, volvió a ver al extraño. No quiso ir a Selborne sino regresar a Banford, pero como Georgia quería mostrar el testamento a los abogados al día siguiente, tuvo que ir a la casa de la tía Hetty.
Cuando Farran entró en la casa, no reconoció a nadie. Había menos de doce personas reunidas en la sala de estar y, aparte de él, todas parecían ser matronas ancianas. Farran lo vio a él de inmediato, aunque fingió no hacerlo. Estaba parado cerca de la mujer de aspecto desagradable, a quien vio antes, la cual estaba sentada y dando órdenes, con malos modos, a una mujer cincuentona y atareada.
Cuando la mujer atareada se alejo y el hombre alto se inclinó para hacerle un comentario a la mujer anciana, Farran tuvo la oportunidad de mirarlos bien. La nariz recta y barbilla firme eran como las recordaba, y además parecía pasar mucho tiempo al aire libre, ya que su cabello rubio estaba aclarado por el sol.
Adivinó qué tendría más de treinta años; ¿acaso era el hijo de la mujer de aspecto amargado? Si ésta era contemporánea de la tía Hetty, más bien sería el nieto que el hijo. Pero como también parecía estar amargado, por lo menos en la iglesia, debían estar emparentados entre sí.
Farran volvió la cabeza con rapidez cuando creyó que la miraría. Justo en ese momento, una mujer robusta trajo una bandeja y se paró frente a la chica.
– ¿Quiere una taza de té? -preguntó la mujer.
– Ahora no, gracias -declinó Farran con cortesía. Como era la representante de la familia, supuso que debía hallar a la señora King para agradecerle el haber hecho todos los preparativos del entierro-. ¿Es usted la señora King? -inquirió con suavidad.
– Soy la señora Allsopp -se presentó-. Hacía la limpieza para la señorita Newbold los lunes y los jueves -al percatarse de la pregunta hecha con voz baja por Farran, se dio cuenta de que la chica no quería atraer la atención y añadió con voz aún más baja-: No conozco a ninguna señora King, pero si quiere puedo preguntar quién es.
– No, todo está bien -Farran pensó que, como era martes, ninguna otra persona más que la señora King habría podido organizar que la señora Allsopp sirviera el té ese día.
La señora Allsopp se alejó y Farran recordó que la tía Hetty le mencionó el nombre de la señora de la limpieza, pero, como la chica sólo la visitaba los fines de semana, nunca tuvo oportunidad de conocerla.
Farran no tenía ganas de ir al piso superior para hurgar en las pertenencias de la tía Hetty, pero no podía regresar a Banford sin el testamento. A pesar de que lo que pensaba hacer no le parecía "muy correcto", decidió que, debido a su relación con Georgia y su padre, teñía más derecho que nadie a entrar en los cuartos de la casa.
Decidida a hallar después a la señora King para agradecerle lo que hizo, Farran tomó la resolución de ir en busca del testamento y de terminar de una vez por todas con el asunto.
En silencio, se repitió que tenía más derecho que nadie, aunque esperó que si alguien la veía salir de la sala de estar y dirigirse a la escalera, pensaría que iba al baño, que estaba situado en el piso superior.
Farran nunca pensó que tendría tantos problemas para llevar a cabo el pedido de su hermanastra y se dirigió al dormitorio de la señorita Newbold y de allí al vestidor. Con rapidez extrajo la caja de galletas que estaba en el sitio de siempre, en el armario.
Estaba lista para transferir el testamento de la caja a su bolso cuando descubrió que la caja estaba vacía.
Eso no fue todo. Afectada todavía por la impresión, de pronto se dio cuenta de que no estaba sola. Alguien la había seguido.
– ¿Es esto lo que busca? -inquirió una voz masculina, educada y arrogante.
Farran supo, sin lugar a dudas, a quién pertenecía esa voz. A pesar de estar atónita, se irguió con lentitud y se dio la vuelta. Como supuso, era el extraño alto, rubio y con el pelo desteñido por el sol. Sostenía en la mano un pergamino doblado.
– Si eso es el testamento de la señorita Hetty Newbold, entonces creo que tengo más derecho a él que usted -Farran intentó hablar con frialdad y extendió la mano para tomarlo.
Él no hizo ningún intento de entregárselo.
– Creo que no es así.
– ¿Qué quiere decir? -replicó acalorada-. Tengo más derecho que…
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