– Tú sí lo eres. Y no quiero que te gastes dinero en nosotros ahora. Acabas de comprarte un coche.
– Pero he cobrado también del seguro por el accidente. Casi he salido ganando.
No era cierto del todo, pero Joanna no iba a enterarse.
– Hablando de colisiones… no me has contado qué tal te fue con el sheriff. ¿Vas a volver a verlo?
– Sí. Esta tarde hemos quedado para hacer esquí de fondo.
Cuando su hermana dejó otra camisa por el precio, Maggie la escamoteó bajo las cosas que llevaba en los brazos.
– Linda me ha dicho que todas las casamenteras de la ciudad han intentado buscarle pareja desde que se divorció.
– ¿Linda la peluquera, o Linda la que trabaja en el banco?
– La peluquera, por supuesto. Sabe todo lo que pasa en White Branch. La ex mujer del sheriff se llamaba Dianne. Era preciosa, según dicen.
– ¿Ah, sí? ¿Crees que le gustaría esta a Rog? -preguntó, mostrándole una camiseta de los Broncos de Denver?
– ¿Cómo no? Se conocieron en un viaje de esquí, y estuvieron casados cinco años. Parece ser que ella lo conquistó con el típico numerito, le decía que le gustaba todo lo que le gustaba a él y esas cosas… Se casaron, y resultó que todos los deportes al aire libre que le gustaban a él, ella los odiaba. Le había dicho que le encantaban las ciudades pequeñas, y cuando se vino a vivir aquí no dejaba de quejarse de que era un aburrimiento. Linda me dijo que cuando ella lo dejó, empezó a beber un poco.
– Si la historia es como la cuentas, ya habría empezado a beber cuando ella aún estaba aquí -replicó Maggie.
– Pero lo dejó pronto. Empezó a salir. Dice Linda que ha debido salir con todas las mujeres en un radio de diez kilómetros a la redonda.
– ¿Hay alguna razón por la que Linda te ofreciera toda esa información así, de pronto?
Maggie añadió calcetines y camisetas a la pila que cada vez crecía más en sus brazos.
– Claro, que yo se lo pregunté. Si estás pensando en tener algo serio con ese hombre, quiero tener toda la información posible. Nadie ha conseguido cazarlo, Mags, y lo han intentado muchas. Puede que sea alérgico al compromiso después de su primer matrimonio.
– Puede. Quizás yo también lo sería después de una experiencia como esa. De todas formas, odio eso de cazar, y tal y como tú lo cuentas, su mujer no fue sincera con él. Bueno, ni con él, ni consigo misma. No me extraña que terminara en desastre. ¿Por qué las parejas no son sinceras?
– Porque eso va contra todas las leyes de la civilización -replicó, e hizo un gesto de disgusto al ver lo que su hermana llevaba en los brazos-. Será mejor que nos vayamos antes de que compremos toda la tienda.
– Vale, pero los chicos necesitarán cazadoras, ¿no?
– Sí, pero las que tienen pueden aguantar un invierno más.
De camino a la caja, Maggie vio un perchero con cazadoras de cuero cortas. Colin mataría por una de ellas…, y apenas esa idea se formó en su cabeza, la ansiedad se apoderó de ella y sintió húmedas las palmas de las manos. Tenía que controlar aquellas estupideces.
– ¿Joanna?
– ¿Qué?
– ¿Ocurrió algo raro el día de Acción de Gracias?
– ¿Aún sigues preocupada por eso? Es una tontería, Maggie. Estoy segura de que no lo recuerdas precisamente por lo preocupada que estás por no recordarlo.
– Seguramente. Pero de todas formas… ¿ocurrió algo diferente en aquella cena?
Maggie colocó la pila de ropa en brazos de su hermana para poder sacar la tarjeta de crédito del bolso.
– Nada. Cenamos pavo, como siempre, y la ensalada de naranja de mamá. Los rollitos se me quemaron… en fin, nada nuevo, excepto que esa noche fue la que mi hijo mayor empezó a parecer un ángel. De hecho, tú misma estuviste hablando un buen rato con él en el porche.
– ¿Sabes de qué hablamos?
– Pues supongo que sobre sus amigos. Ya sabes la clase de gente con la que ha estado saliendo últimamente. Todos beben y tienen demasiado dinero, y si faltaba a clase un solo día más, perdería el curso… -Joanna suspiró-. Le dijeras lo que le dijeses, sirvió para hacerle reaccionar. Desde que su padre murió, tú has hecho con ellos de padre y de madre mucho mejor que yo, y…
– ¡Eso no es verdad, Joanna! Tú eres una madre maravillosa.
– Eso pensaba yo antes -suspiró-, pero últimamente no es así. Estoy siempre preocupada, nerviosa… y termino gritando. Sé que no me escuchan, y que lo que hacen es… ¡eh!
– ¿Eh, qué?
Les había tocado el turno para pagar y Maggie había entregado ya su tarjeta de crédito.
– Pues que no quiero que pagues tus cosas y las mías! Hay que separar lo que…
– Hay un montón de gente esperando y así es más fácil. Ya haremos cuentas después.
Y después, ya se las arreglaría para olvidarse de hacerlo…, pero el problema era que ayudar económicamente a su hermana le parecía poco más que ponerle una tinta a una pierna rota. La creciente falta de confianza en sí misma de Joanna la estaba alarmando, además de hacerla sentirse impotente e inútil, ambas sensaciones extrañas para ella.
Al salir de la tienda, pensó en la tarde que la esperaba con Andy. Entre preocuparse por su hermana y aquellos dichosos ataques de ansiedad, no había vuelto a ser ella misma desde el accidente. Su vida parecía sumida en un lío permanente.
Menos con él, porque aunque Andy también estuviese contribuyendo a confundirla un poco, se debía sin duda a que él era lo único en su vida inesperada y completamente maravilloso.
Cuando Andy llamó a la puerta de Maggie, eran poco más de las cinco. Un poco tarde, teniendo en cuenta que debía haberla recogido a las tres.
Las luces del jardín estaban encendidas, lo cual no podía sorprenderlo porque el sol había desaparecido hacía ya rato y la luna aún no se había asomado, así que todo el paisaje estaba sumido en la más absoluta oscuridad. Maggie tardaba en abrir, así que volvió a llamar con los nudillos e hizo rotar los hombros para intentar deshacerse de la tensión de aquel horrible día. Tenía que estar en casa, porque el coche nuevo estaba allí, pero saber si estaba dispuesta o no a recibir a un acompañante que se presentaba con casi tres horas de retraso era imposible.
Fue a llamar una tercera vez, pero en el mismo instante, la puerta se abrió y apareció ella, como un rayo de sol. Andy la bebió de un solo vistazo, desde el jersey amarillo y los vaqueros ajustados hasta el pelo suelo y flotando sobre los hombros, y el corazón se le encogió incluso antes de ver su sonrisa. Esperaba que lo recibiera enfadada.
– Maggie, siento muchísimo…
– Ya lo has dicho dos veces en el contestador, así que no te preocupes, Andy, que no pasa nada -lo invitó a entrar-. No decías cuál era el problema en los mensajes, pero me imagino que algo de trabajo, ¿no?
– Sí.
No iba a explicarle cómo un simple problema de tráfico lo había llevado a descubrir un maletero con más armas que una milicia. Había tenido que llamar a los federales, pero las cosas no habían mejorado con su llegada, de modo que el día había resultado ser agotador.
– Pareces muy cansado -comentó Maggie.
Y así estaba, hasta que ella, dejándose llevar por un impulso, le rozó la mejilla con los labios cuando él se esperaba un recibimiento frío como el hielo. Su ex mujer habría fregado el suelo con él por llegar tan tarde y echar a perder los planes. Y eso mismo habrían hecho la mitad de las mujeres que conocía.
Andy sabía que el gesto no pretendía más que ser de simpatía y comprensión, pero maldición… aquella carga eléctrica debería haberse desvanecido ya, al igual que debería ser capaz de controlar su testosterona estando cerca de ella.
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