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Jennifer Greene: Ola de Calor

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Jennifer Greene Ola de Calor

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Para Mick, era perfecta: inteligente, atractiva, apasionada. Desde el momento en que entró en su vida, sólo tuvo ojos para ella. Kat era un mujer preparada para el amor, pero había una parte de ella que no podía alcanzar… El conocer a Mick era lo más maravillosos que le hubiera sucedido. Pero comprendía que las mujeres como ella no podían pensar en el matrimonio. Y a pesar de que lo amaba, Kat sabía que cuando le dijera la verdad, lo perdería para siempre.

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Pero Kat no había terminado aún.

– He soñado contigo -susurró-. Durante toda esta ola de calor, he soñado una y otra vez contigo… y el calor…en una tormenta -tuvo que incorporarse para quitarle los pantalones.

Al volverse a recostar, sus dedos le rozaron las rodillas y los muslos. Cuando llegaron a los calzoncillos, lo miró de forma sensual y desinhibida. A Mick le gustó esa mirada. Se excitó y ella tuvo que proseguir:

– No eran sueños agradables, Mick. Eran oscuros, eróticos, salvajes. Soñaba con que hacía el amor contigo en medio de una tormenta, con la lluvia cayendo en una noche cálida y tú estabas desnudo. Tan desnudo como lo estás ahora y yo sufría en ese sueño. Sufría de deseo. Entonces me hacías tuya hasta volverme loca. La lluvia seguía cayendo y tu cuerpo estaba caliente, mojado y resbaladizo…

– Espero que ya hayas terminado de hablar, amor mío, porque si no serás testigo de una de esas reacciones incontroladas tan comunes en los adolescentes ansiosos.

Kat notó un asomo de exasperación en su voz. Sonrió y tiró el calzoncillo al otro lado de la cama.

Mick susurró algo y luego alargó los brazos hacia ella. A lo lejos, se oyó un trueno. Las cortinas se agitaron cuando entró una brusca corriente de aire fresco, pero Kat apenas lo notó. De improviso se encontró entre sábanas perfumadas con Mick.

Se dio cuenta de que él ya no sentía ansiedad. Mick también había perdido todo interés en charlar. Besó a Kat en el estómago… y más abajo, luego su lengua reclamó la de ella, para probar su dulzura. Se apoyó en un codo y le tomó con la mano un seno, le frotó la punta hasta que se hinchó.

Kat había querido que él se sintiera tan deseado que se olvidara de temer que algo saliera mal. La luz de la lámpara bañaba de oro sus facciones firmes. Mick la besaba por todas partes, hasta que la joven gritó de placer. Las manos del naviero eran mágicas, su boca peligrosa.

¡Oh, Dios, cuánto lo quería!

Fuera, un relámpago iluminó el cielo. Un gigantesco retumbo hizo parpadear la luz de la lámpara, antes de apagarse para sumergirlos en una oscuridad aterciopelada. Con la oscuridad llegó la lluvia, pero a Mick no le importó. Kat se estaba entregando a él. Había mostrado pasión por él antes, pero nunca esa necesidad en la que resultaban inseparables el amor y el deseo.

El le acarició con infinita suavidad el centró mismo de su femineidad. Cuanto más profunda era la caricia, más apasionados se volvían los besos… Mick movió una mano buscando su pantalón.

– No -dijo Kat con vehemencia-. No lo necesitamos.

Le mordió el hombro con suavidad y luego le deslizó las manos a lo largo de las caderas.

– ¿No te gustaría tener un hijo, Mick?

El la miró enternecido.

– Te quiero -susurró Kat.

Mick lo sabía.

Y luego Kat musitó:

– Ven aquí.

Abrió los brazos, para acogerlo. Lo besó en la cara, la garganta, la boca. Le dio docenas de besos impacientes, mientras él se colocaba encima de ella. Mick le levantó las caderas y la hizo suya. Kat experimentó la maravillosa sensación de recibir en su propia carne una parte del hombre al que quería. Mick no se movió entonces, no se atrevía ni a respirar.

En la oscuridad vio cómo se elevaban las pestañas de Kat. Sus ojos brillantes se encontraron con los de él. Al mismo tiempo apretó los brazos y las piernas.

– No te atrevas a preguntarme si estoy disfrutando -murmuró.

Mick no tuvo que preguntarlo. Podía verlo. Podía sentirlo. La llevó en un viaje fantástico en el que hacían el amor arrastrados por el viento tempestuoso mientras la lluvia caía a raudales. Alcanzaron el éxtasis juntos. Mick le proporcionó un placer que ella sólo había soñado… y ella hizo el amor con espontaneidad y naturalidad.

– ¡Ya he vuelto!

– Ya lo veo -murmuró Mick con humor.

Kat había estado acurrucada en sus brazos durante media hora. Conociendo a Kat como la conocía, Mick debió saber que esa placidez no duraría mucho. Ella se había levantado de un salto con energía. La tormenta no había cesado. Kat había saltado de la cama para ir a cerrar las ventanas y luego había bajado para buscar unas velas en la cocina.

Por fin volvió a estar donde él quería, tendida a su lado, con las piernas alrededor de él. Las velas parpadeantes iluminaban los ojos de la dichosa joven. Sus hombros eran provocativos. Su boca una curva atrevida. Eran los gestos, la actitud de una mujer que acaba de descubrir la plenitud del amor en todas sus facetas.

Mick nunca le había visto tan feliz y exaltada. Tenía muchos planes para ella los siguientes sesenta años.

– ¿Te estoy cortando la circulación?

– Sólo cuando te retuerces -cosa que, se daba perfecta cuenta él, hacía Kat con deliberación. Mick no podía dejar de sonreír. Apartó de la sien de su amante un mechón de pelo.

– Mick…

– ¿Um?

– Soy increíblemente feliz.

– Sólo crees serlo. No eres ni la mitad de feliz de lo que soy yo -le pareció que la frente de Kat necesitaba un beso-. Las chicas van a pensar que me casaré contigo. En especial si las llamo a las seis de la mañana para decírselo.

– Dios santo. ¿Es esa una proposición?

Mick negó con la cabeza.

– De ninguna manera. Esta noche quizá aparecerá un duendecillo con camelias. Cenaremos, beberemos champaña. Entonces, quizá, te pediré que te cases conmigo. No lo prometo. Tendrás que preocuparte hasta entonces sobre si mis intenciones son honorables.

Kat movió las piernas de una manera que le hizo gruñir de satisfacción, y a ella sonreír. Ella tenía aviesas intenciones.

– Te gustó la idea de tener un hijo.

– ¿Nuestro hijo? Sí, amor mío.

– Sin duda será una niña.

– Estoy preparado para eso. Las probabilidades ya están en mi contra. Una hembra más no podría hacer mi vida más difícil.

– Mick… -Kat le alisó las cejas con los pulgares, pero de repente se puso seria-. Desde el momento en que entré en tu patio, has hecho mi vida terriblemente difícil. Tanto que no sé lo que me habría sucedido… si no hubieras sido tú. Sólo tú. ¿Has estado alguna vez desesperado?

Mick murmuró con suavidad:

– Oh, querida, sé que tú lo estabas.

– Pensé que tenías un problema y que era irremediable. Me había rendido.

Mick le pasó las dos manos por el pelo y le sostuvo la cabeza. Sus miradas se encontraron. Ninguno trató de mirar a otra parte.

– Te rendiste, cariño, porque nunca habías querido a nadie antes. No como es debido. Cuando se quiere de verdad la sinceridad se vuelve algo natural, y si uno se siente vulnerable no debe asustarse porque las dos personas están dispuestas a ayudarse mutuamente. Además…

– ¿Además?

– Tú no eras la única que necesitaba ayuda -dijo él con suavidad-. Yo necesitaba saber, tanto como tú, que podía confiarte mis temores. Mis temores de hombre. Mis temores de amante.

Ella lo besó. Su beso era una recompensa por reconocer que había tenido miedo. Quería convencerlo de que siempre que él la necesitara ella estaría a su lado. Lo sabía en ese momento, pero lo sabría mejor después de que llevaran cincuenta o sesenta años juntos. Lo volvió a besar. Con vehemencia.

– Caramba, otra vez tienes ganas -comentó él.

– Sí.

– ¿Cuánto puede esperarse que aguante un hombre?

– No sé la mayoría de los hombres -lo besó una vez más-. Sólo sé lo que puedes aguantar tú. No hay límite para ti, Mick. Y no te falta nada. ¡No por lo que a mí respecta!

– Son más de las dos…

– Pobrecito mío -murmuró ella.

– Te estás volviendo cada vez más audaz, más atrevida y descarada.

– Sí.

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