– Sin duda alguna.
– Excelente. -Lady Gaddlestone asintió, claramente satisfecha de que sus órdenes fueran a ser obedecidas-. Bien, según creo, la duquesa está a punto de dar a luz. ¿Ha llegado ya el bebé?
– Hasta ahora, no. -Una risa apagada resonó en la garganta de Robert-. Pero Austin ha hecho un surco en el salón de tanto pasear de arriba abajo.
– Bueno, espero que se me informe cuando el bebé nazca, para poder programar una visita. Adoro comprar regalos para los bebés. -Inspeccionó a Robert de arriba abajo-. Tiene muy buen aspecto, joven -proclamó con un gesto de aprobación-. Cuesta creerlo, pero me atrevería a decir que resulta aún más apuesto que la última vez que lo vi. Tiene un aspecto parecido a su padre. Y el mismo brillo malicioso en los ojos.
– Gracias, milady. Yo…
– Quizá pueda animar un poco a la señora Brown -continuó imparable la baronesa-. La pobre sigue de capa caída por la pérdida de su amado David. Lo que necesita es reírse. Le he dicho docenas de veces que es demasiado seria, ¿no es cierto, señora Brown?
La señora Brown no tuvo oportunidad de responder, porque la haronesa siguió hablando.
– Pero, como mínimo, ha disfrutado con los chicos. Han conseguido incluso que sonriera un par de veces. Es una mujer muy hermosa cuando sonríe, con lo que no intento insinuar que no lo sea cuando no sonríe, lo que desgraciadamente ocurre casi todo el tiempo, pero cuando sonríe es muy hermosa. Dígame, querido joven, ¿tienen un perro el duque y la duquesa?
– Sí. Tienen…
– Excelente. La compañía canina le ira muy bien a la señora Brown. Y ahora, querido joven dígame, ¿está casado?
– No.
– ¿Prometido?
– Me terno que no.
La baronesa enarcó las cejas y apretó los labios, y Robert casi podía oír los engranajes funcionando en la cabeza de la mujer.
– Excelente -exclamó finalmente, y Robert no estuvo muy seguro de querer saber qué pretendía decir con eso. La baronesa miró más allá de Robert y agitó la mano enguantada-. Mi carruaje está listo para partir.
Extendió la mano y Robert, con cortesía, se inclinó y rozó la punta de los dedos con los labios.
– Siempre es un placer verla, lady Gaddlestone. Bienvenida a casa.
– Gracias. Debo decir que es un alivio tener los pies de nuevo sobre suelo inglés. -Se volvió hacia la señora Brown-. Nos volveremos a ver antes de que regreses a América, querida.
– Eso espero -repuso la señora Brown.
– Puedes contar con ello. -Dando un ligero tirón a las correas, puso a su jauría en movimiento y estuvo a punto de que ésta la tirara al suelo-. Adiós -resopló mientras se alejaba a trompicones.
En cuanto calculó que la baronesa no podía oírte, Robert se volvió hacia la señora Brown y le ofreció una sonrisa tímida.
– Me siento como si me hubiera pasado por encima un carruaje desbocado.
La señora Brown lo miró; estudió su atractivo semblante, su media sonrisa y sus maliciosos ojos, y sintió que se le hacía un nudo en la garganta. Con el pelo de ébano y los ojos azul oscuro, no se parecía nada al rubio David con sus ojos marrones, pero la expresión burlona, la sunrisa fácil… le resultaban dolorosamente familiares.
– Lady Gaddlestone es muy amable -dijo después de aclararse la garganta.
– No he pretendido decir otra cosa. Sin embargo, sería capaz de hablar hasta hacer oír a un sordo. -Su mirada recorrió el rostro de la señora Brown; se veía preocupación en sus ojos-. ¿Está segura de que se encuentra bien después del accidente?
«¡Accidente!»
– Sí, gracias.
– Ahora que la baronesa se ha marchado, quizá me dirá lo que estaba a punto de decirme antes de que apareciera. -Una luz juguetona le iluminó los ojos-. ¿Algo que me quería susurrar al oído?
Allie notó que le ardía el rostro. ¿Podría ser que ese hombre no se tomara nada en serio? ¡No sólo había tenido la temeridad de besarla sino que se atrevía a bromear sobre ello! Se aferro a su vestido para evitar tocarse los labios, donde la había besado. ¿Como era posible que un roce tan ligero, que había durado menos de un segundo, la hubiera afectado tanto?
«Me sorprendió, eso es todo. Estos latidos acelerados… son simplemente el resultado de lo inesperado. Y lo indeseado.»
Echó una mirada por el bullicioso puerto y otro estremecimiento le recorrió la espalda. Alguien la estaba observando. Estaba segura.
– Sólo pretendía preguntarle discretamente si podíamos marcharnos cuanto antes -dijo, intentado contener su inquietud-. Había notado que lady Gaddlestone venía hacia nosotros y…
– Ah. No me diga más. Lo entiendo perfectamente. Incluso la gente que nos gusta puede resultar agotadora en ciertas ocasiones. Partiremos inmediatamente. -Le dedicó una sonrisa y le ofreció el brazo, inclinando la cabeza en otro gesto tan similar a los de David que Allie tuvo que apretar los dientes-. Mi carruaje está aquí cerca.
Como ella no se decidía a tomarlo del brazo, él cogió su mano con naturalidad y la colocó sobre el codo que mantenía doblado.
– ¿Lo ve? -comentó-. No me como a nadie. Casi nunca.
Allie comenzó a caminar a su lado, intentando reconciliar el impulso de apartar la mano y el innegable alivio que la seguridad de su presencia le ofrecía. Sentía el brazo firme y musculoso, más que el de David, bajo la mano. Y aunque lord Robert era varios centímetros más alto que David, acomodó sus largas zancadas a sus pasos más cortos, a diferencia de David. Allie siempre había sentido que tenía que correr para mantenerse al lado de su marido.
Cuando llegaron junto a un elegante carruaje lacado en negro, lord Robert dio instrucciones al lacayo que les esperaba para que fuera a recoger el baúl de Allie. Luego la ayudó a subir al vehículo y se sentó en el asiento de terciopelo gris frente a ella. La joven decidió que había llegado el momento de explicarse y se aclaró la garganta.
– Me temo que le debo una disculpa, lord Robert. Ha recorrido todo el camino desde Bradford Hall para acompañarme a ver a Elizabeth, pero lo cierto es que debo permanecer en Londres al menos un día o dos. Tengo algunos negocios de los que ocuparme. -Obligó a sus manos a estarse quietas y no tirar de la tela de su vestido-. Hay varios asuntos en relación con las posesiones de mi difunto marido que debo solucionar. Se instaló en América, pero era inglés, ¿sabe? De Liverpool.
– No, no lo sabía. -Lord Robert miró el vestido de luto. La compasión que se veía en su mirada era inconfundible-. Lamento mucho su pérdida.
Allie bajó los ojos para que él no pudiera leer en ellos.
– Gracias.
– Aunque no es exactamente el momento adecuado para hablar de ello, sé lo que es perder a alguien a quien se quiere. Mi padre murió hace unos años. Lo echo de menos todos los días.
Parecía querer decir algo más, pero permaneció en silencio.
– Lo entiendo -repuso Allie-. Yo también pienso en David todos los días. -Respiró hondo y añadió-: Estoy segura de que está ansioso por regresar a Bradford Hall a esperar el nacimiento de su sobrina o sobrino, y no deseo causarle más molestias. Si me recomienda una pensión de confianza, yo misma organizaré mi traslado a la propiedad cuando haya terminado con mis asuntos.
Robert estaba claramente sorprendido, pero no le hizo ninguna pregunta. Al contrario.
– No será necesaria una pensión, señora Brown. Elizabeth y Austin insistirán en que se aloje en su mansión de Londres.
– Oh, pero no puedo…
– Claro que puede. Elizabeth pedirá mi cabeza si le permito alojarse en una pensión. Y como hay varios asuntos que podrían requerir mi atención, no tengo ningún inconveniente en permanecer en Londres hasta que esté lista para ir a Bradford Hall. Tengo unas habitaciones en Chesterfield que están a poca distancia de la mansión.
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