Jacquie D’Alessandro
Un Romance Imposible
Serie Regencia Histórica, 04
Este libro está dedicado con amor a mi hijo, Christopher. Gracias por llenar mi vida de música, hacerme reír y convertir cada día en una gran aventura, incluso esos días sin paseos en Zodiac ni ATV. Te quiero.
Y, como siempre, a mi maravilloso marido Joe, que no deja de animarme. Si existiese un premio para el Hombre Más Paciente, no cabe duda de que lo ganarías tú. Gracias por brindarme siempre tu apoyo y tu cariño. ¿Te he dicho hoy cuánto te quiero?
Querría dar las gracias a las personas que cito a continuación por su inestimable ayuda y apoyo.
A mi editoras, Erica Tsang, y a todas las personas maravillosas que trabajan en Avon/Harper Collins por su amabilidad y aliento, y por contribuir a hacer realidad mis sueños.
A mi agente Damaris Rowland, por su fe y sabiduría.
A Jenni Grizzle y a Wendy Etherington por mantenerme con viday estar siempre dispuestas a compartir una botella de champán y un trozo de pastel de queso
Tambien deseo dar las gracias a Sue Grimshaw, Kathy Baker, Kay y Jim Johnson, Kathy y Dick Guse, Lea y Art D'Alessandro, y a Michelle, Steve y Lindsey Grossman.
Un ciberabrazo a mis amigas Connie Brockway, Marsha Canham, Virginia Henley, Jill Gregory, Sandy Hingston, Julia London, Kathleen Givens, Sherri Browning y Julie Ortolon, así como a la autoras de la serie Temptation.
Un agradecimiento muy especial a los miembros del Georgia Romance Writers.
Y por último, gracias a todos/as los/as lectores/as maravillosos/as que se han tomado la molestia de escribirme. ¡Me encanta tener noticias vuestras!
La fiesta anual de lord y lady Malloran promete ser este año más emocionante que nunca, ya que se han contratado los entretenidos servicios de la misteriosa y solicitada echadora de cartas madame Larchmont. Dado que las provocativas predicciones de madame son extrañamente precisas, su presencia en cualquier fiesta garantiza el éxito de la misma. También estará presente el vizconde Sutton, un buen partido, que acaba de regresar a Londres tras una prolongada estancia en su propiedad de Cornualles y quien, según se rumorea, busca esposa. ¿No resultaría delicioso que madame Larchmont le dijese con quién vaticinan las cartas que va a casarse?
De la página de sociedad del London Times.
Alexandra Larchmont clavó en lady Miranda una mirada intensa que aportaba mayor credibilidad a sus predicciones. Dado que lady Miranda era prima segunda de la anfitriona de Alex, lady Malloran, quería asegurarse de que la joven quedase contenta con la tirada de sus cartas.
– Aunque adivino por sus cartas y su aura que sufrió dolor en el pasado, su presente está lleno de grandes promesas, fiestas, joyas y fabulosos vestidos.
Los ojos de lady Miranda brillaron de alegría.
– Excelente. ¿Y mi futuro? -susurró, inclinándose hacia Alex.
La muchacha estaba a punto de bajar la mirada para consultar las cartas cuando la apiñada multitud de invitados a la fiesta se separó un poco y su atención se vio atraída por la visión de un hombre alto y moreno.
El pánico recorrió sus terminaciones nerviosas, y sus músculos se tensaron, porque pese a los cuatro años transcurridos desde la última vez que lo vio, lo reconoció al instante. En las mejores circunstancias no sería un hombre fácil de olvidar, y las circunstancias de su último encuentro jamás podrían describirse como «mejores». Aunque ignoraba su nombre, su imagen estaba grabada a fuego en su memoria.
Deseó con todas sus fuerzas que hubiese permanecido allí y no a cuatro metros de distancia. Si él la reconocía, quedaría destruido todo aquello por lo que tanto había trabajado.
Su instinto le pedía a gritos que huyese, pero permaneció donde estaba. Como si estuviese atrapada en una horrible pesadilla que avanzase despacio, su mirada vagó por la silueta de él. Iba vestido de forma impecable, con traje negro de etiqueta, y su cabello oscuro brillaba al resplandor de las docenas de velas de vacilante llama de la araña que colgaba del techo. Llevaba en la mano una copa de champán, y la joven se estremeció; se pasó las palmas húmedas por los brazos mientras recordaba con todo detalle la fuerza de aquellas manos grandes que la agarraron y le impidieron escapar. Por necesidad, había aprendido de muy joven a dominar sus miedos, pero aquel hombre la había alarmado y acobardado como nadie lo había hecho jamás, ni antes ni después de su único encuentro.
Las cartas la habían avisado una y otra vez sobre él -el extraño moreno con los ojos de un intenso color verde que haría estragos en su existencia- años antes de que lo viese aquella primera vez. Las cartas también habían predicho que algún día volvería a verlo. Por desgracia, las cartas no la habían preparado para que algún día fuese aquel preciso momento.
Alzó la vista y observó con una tremenda sensación de alarma cómo la mirada de él recorría despacio la multitud. En cuestión de segundos esa mirada caería sobre ella.
– ¿Se encuentra bien, madame Larchmont? Se ha puesto pálida como la cera.
La voz de lady Miranda obligó a Alex a apartar su mirada del hombre. La joven la observaba con los ojos entornados.
Antes de responder, Alex buscó en su interior esa expresión inescrutable que tan buenos resultados le había dado siempre.
– Estoy un poco acalorada, cosa que por desgracia interrumpe mi energía psíquica -dijo con voz bien modulada, en un tono sereno perfeccionado tiempo atrás que no dejaba entrever su agitación interior-. Un poco de aire me sentará bien y me permitirá volver a comunicarme con los espíritus. Si me disculpa…
Su mirada regresó al hombre por un instante. Una joven de gran belleza, a la que reconoció como lady Margaret, hija de lord Ralstrom, se acercó a él, sonriendo con una inconfundible expresión de embeleso. Sin duda una mujer así mantendría su interés el tiempo suficiente para que ella pudiese escapar.
Envolvió las cartas rápidamente en una pieza de seda de color bronce, deslizó la baraja dentro del profundo bolsillo de su vestido y se levantó a toda prisa. Sintió un escalofrío de aprensión y el peso de una mirada sobre ella. Al alzar la vista, se quedó sin aliento.
Unos ojos de un intenso color verde la evaluaban con una penetrante intensidad que le produjo frío y calor a un tiempo. Y que la inmovilizó al igual que sus manos lo hicieran cuatro años atrás. El corazón le dio un vuelco, y por la mente de la muchacha cruzó el pensamiento de que sin duda habría docenas de mujeres que harían lo imposible con tal de recibir la atención de aquel hombre. Sin embargo, Alex no era una de ellas.
¿La reconocía? Alex no podía saberlo, pues su expresión no delataba nada. Pero no pensaba perder tiempo en averiguarlo.
– Los espíritus me llaman; tengo que irme -dijo a lady Miranda antes de dar un rápido giro y desaparecer entre la multitud con una habilidad que era fruto de años de práctica.
Por desgracia, no sabía adonde iba. Todo su ser estaba consumido por una sola idea: escapar. La misma idea que el extraño había inculcado en ella la última vez que se encontraron.
Se detuvo tras abrirse paso hasta un extremo de la habitación, consternada y frustrada. Maldición, llevada por el pánico, había huido en la dirección equivocada. La mesa para echar las cartas se hallaba instalada cerca de las puertas acristaladas que conducían al exterior, y por lo tanto en ese momento estaba al otro lado de la gran sala llena de gente. Además, había docenas de invitados entre ella y el corredor que llevaba a la puerta de la calle, una situación que resultaba aún más fastidiosa porque sucumbir al pánico no era propio de ella. Sin embargo, no podía negar la agitación que la dominaba.
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