El camarero llegó en aquel momento, así que las dos mujeres interrumpieron su conversación para pedir la cena. Pero no tardaron mucho: todas las semanas pedían lo mismo.
– Bueno, ¿cómo va el resto de las cosas? ¿Qué tal tu vida social? -preguntó Kate.
– ¿Además de nuestras cenas de los viernes? No existe, no tengo vida social. ¿Y tú? A juzgar por la cara de felicidad que tienes, las cosas te van bien con Ben…
– Oh, sí, me van muy bien. Los planes de la boda siguen adelante… La verdad es que yo le recomendaría el amor a cualquiera.
– No me extraña. A fin de cuentas, has conseguido encontrar al último hombre decente de toda Nueva York, honesto, soltero, heterosexual, estable emocionalmente hablando y hasta con dinero.
– Bueno, lo encontré porque lo estaba buscando…
– Mentirosa, no estabas buscando nada. Si no recuerdo mal, estabas totalmente centrada en tu trabajo.
– Sólo al noventa por ciento -puntualizó-. El diez por ciento restante se dedicaba a buscar al hombre adecuado, a diferencia de ti. Tú te dedicas al cien por cien al trabajo.
– Eso no es cierto. He mantenido más relaciones de las que puedo recordar. Y en todos los casos han sido un desastre.
– Oh, vamos… ¿Y cuándo fue la última vez?
Jillian pensó que su amiga tenía razón. Habían transcurrido nueve meses, tres semanas y diecisiete días desde la última vez.
– Bueno, es verdad que ha pasado bastante tiempo, pero puedo resumir mi actual falta de interés en dos palabras: Aaron Winston.
– Eso ya es historia. Además, que te fuera mal con él no quiere decir que siempre te vaya a ir mal con todo el mundo.
¿Y qué me dices de los anteriores, de Carl, Mike, Kevin, Rob…? Al parecer, todos los hombres que conozco son unos idiotas. Es como si sólo consiguiera atraer a individuos que quieren controlarme… y a homosexuales. Y por desgracia, ninguna de las dos categorías me atrae.
– No exageres.
– Es posible que me haya vuelto un poco paranoica, pero ¿cómo puedes culparme después de semejante experiencia?
Kate suspiró.
– Sí, supongo que es comprensible.
– Créeme, a mí me encantaría mantener una relación como la que tienes con Ben.
– ¿Y si aparece el tipo adecuado?
– Entonces, me aferraré a él. Pero tampoco estoy loca por encontrarlo. Tengo demasiado trabajo como para perder el tiempo con sueños sin fundamento.
– Excelente, porque eso quiere decir que lo encontrarás pronto. Los hombres perfectos siempre aparecen cuando no se está mirando.
– Ya. Si tú lo dices…
Confía en mí. Cuando menos te lo esperes, pasará algo inesperado y tu vida cambiará por completo.
El camarero les sirvió entonces la comida y Jilly se abalanzó sobre su plato de gambas y brécol con los palillos.
– Me gustaría que en mi oficina hubiera alguien que te pudiera presentar, pero todos están casados, son homosexuales, están a punto de jubilarse o son tan maduros como un adolescente -comentó Kate.
– Mmm. Yo diría que todos los hombres encajan en esas categorías.
Kate rió.
– Sólo al noventa y nueve por ciento. El secreto consiste en buscar al uno por ciento restante. Y Ben es la prueba viva de que existe.
– Bueno, pero no tengo tiempo para andar buscando la única manzana sana en un barril de manzanas podridas. Los hombres exigen mucha atención. Además, ¿dónde están todos esos tipos que salen en las revistas y que dicen que quieren mujeres independientes y no sumisas? Todavía no he conocido a ninguno. Al principio, todos dicen que te quieren así. Pero luego, intentan controlarte. Y se enfadan terriblemente si alguna vez tengo que cancelar una cita por motivos de trabajo.
– Te entiendo perfectamente. La mayoría de los hombres a los que conocí antes de encontrar a Ben eran tal y como los describes.
– Exacto. Y el interés desaparece por ambas partes cuando se dan cuenta de que tienes otros intereses en la vida, de que no van a conseguir que cambies de opiniones políticas ni de corte de pelo ni de forma de vida. Mira, yo no necesito que nadie cuide de mí, y mucho menos, que me controle. No quiero que me pase lo que le pasó a mi madre ni quiero cometer el error que estuve a punto de cometer con Aaron. He trabajado mucho y puedo cuidar de mí misma. Emocional y económicamente.
– Estoy totalmente de acuerdo contigo – dijo Kate con una sonrisa maliciosa-, pero créeme: contar con alguien que cuide de ti físicamente puede ser muy placentero.
Jilly negó con la cabeza.
– Me vas a matar, ¿lo sabías? Destilas tanta felicidad que das asco. Si no te quisiera tanto, te daría unas cuantas bofetadas para quitarte esa estúpida sonrisa de mujer enamorada y sexualmente satisfecha.
Kate rió.
– No seas envidiosa. ¿Quién sabe? Es posible que conozcas al hombre que buscas este mismo fin de semana, en el Chateau Fontaine.
– Lo dudo. Será una reunión de negocios.
– Sea como sea, mantente atenta por si aparece -dijo, mientras alzaba su copa para brindar-. ¿Me lo prometes?
Jill miró al techo con desesperación, pero aceptó el brindis.
– Está bien, te lo prometo. Pero eres demasiado optimista. Como estás enamorada, crees que todo el mundo debería estarlo.
– Es que todo el mundo debería estarlo. Enamorarse no implica perder el control ni la independencia. Yo también pensaba como tú, pero cambié de opinión cuando conocí a Ben. Existe una gran diferencia entre renunciar a los sueños, a las ambiciones, y compartirlos con alguien. Lo entenderás cuando encuentres al hombre adecuado.
Jilly se estremeció, dominada por una sensación que no supo definir. Podía ser envidia. O simplemente, necesidad.
– Tal vez. Pero hasta ese momento, me concentraré en mi trabajo. Y conseguir el proyecto de ARC sería un gigantesco triunfo…
– Ahora que lo dices, me preguntó qué pensará Matt Davidson cuando lo sepa…
Jilly se estremeció por segunda vez. La mención de aquel nombre había estado a punto de provocarle una indigestión.
– Si lo consigo, dirá con esa petulancia suya que él lo habría hecho mejor y en menos tiempo. Ahora se comporta peor que nunca porque consiguió una campaña importante mientras yo estaba en cama con la gripe. Es el hombre más arrogante, ambicioso y egoísta que he tenido la desgracia de conocer.
El simple hecho de pensar en él bastaba para sacarla de sus casillas. Era su enemigo desde el principio, desde que había conseguido hacerse con la campaña de Strattford Furniture, una campaña en la que ella había estado trabajando durante varias semanas. Cuando se enfrentó a él para acusarlo de haberle robado el trabajo, él se defendió diciendo que no se lo había robado en absoluto y que Walter Strattford, un viejo amigo de su familia, le había pedido que se encargara personalmente del asunto.
Poco después, Jilly supo que la historia de Matt era cierta y quiso hacer las paces con él. Pero Matt no le hizo ningún caso y ella no estaba dispuesta a permitir que le robara su espacio en Maxximum.
Sin embargo, Jilly era una profesional y en el fondo de su corazón sabía que Matt Davidson era un excelente publicista y que sus trabajos eran, siempre, impresionantes. Pero eso sólo servía para irritarla aún más. Como la irritaba, y mucho, que además fuera atractivo: con su cabello oscuro y sus profundos ojos azules, era un hombre que le habría llamado la atención a cualquiera.
– Bueno, puede que sea tu peor rival e insoportable. Pero tuve ocasión de verlo una vez y no me negarás que también es muy atractivo…
– Sí, tan atractivo como una serpiente de cascabel. Tú lo viste a distancia. Y créeme cuanto más cerca estás de él, menos atractivo es.
Por supuesto, Jillian había mentido. Pero no quería pensar en eso.
Читать дальше