Soñó con Erin.
A pesar de las emociones del día, Erin durmió profundamente. Incluso más profundamente de lo habitual. Seguramente porque Matt estaba allí, pensó al enpezar a dormirse. En los hogares casi nunca podía dormir ocho horas seguidas, ya que siempre había algún niño que la necesitaba. Y antes de eso…
Su madre había muerto cuando ella tenía catorce años y Erin era la mayor de sus hermanos. Su padre se había tomado muy mal la muerte de su madre, así que había sido ella quien había tenido que hacerse cargo de sus hermanos. Y lo había hecho, tenía que admitirlo, con placer. Más tarde, cuando el último de los hermanos se marchó, empezó a trabjar para el orfanato.
Así que nunca había podido compartir su carga con nadie. Pero en esos momentos, al otro lado de la casa, estaba durmiendo Matt. La sensación era nueva y no podía dejarse llevar por ella totalmente, pero de todos modos le resultaba maravillosa.
No sabía que Matt no paraba de dar vueltas en la cama porque no podía dejar de pensar en ella.
Erin se despertó cuando Matt entró en la habitación de al lado.
Abrió los ojos y se incorporó, preguntándose qué pasaba.
Cuando salió, vio a Matt, totalmente vestido y andando de puntillas.
– ¿Qué pasa?.
– Siento haberte despertado, Erin. Vuelve a dormirte. Voy a despertar a los niños.
– ¿Para qué?.
– Como los niños hirieron a mi perra, les dije anoche que tenía que atenerse a las consecuencias. Sadie necesita hacer reposo toda la semana, así que ellos tendrán que hacer su trabajo- se acercó a los niños y les tocó en el hombro. Vamos, chicos, despertaos. Son las seis de la mañana. Ya sabéis lo que hay que hacer.
Sorprendentemente, ellos lo obedecieron. Abrieron los ojos, sonrieron tímidamente a Matt y se levantaron.
– ¿Qué vais a hacer?- pregunto Erin.
– Decídselo, chicos.
Matt parecía estar divirtiéndose con todo aquello, pero al mirar de arriba abajo a Erin, se quedó muy serio. Al ver la camisa de hombre que llevaba puesta, su cabello despeinado y sus ojos enormes, sintió algo en su interior tan fuerte, que decidió mirar hacia otro lado.
– Vamos a preparar a Cecil.
– Os podéis poner ropa nueva- le sugirió Erin. ¿A preparar a Cecil?
– No necesitan ponerse ropa nueva para hacer lo que tienen que hacer. Es más, sería una pena. Cecil es el mejor de mis toros y lo voy a llevar mañana a la feria de ganado de Lassendale.
– ¿Lassendale?
– estás todavía dormida- comentó Matt. William, ponte la cazadora. Seguro que, siendo hija de un granjero, has oído hablar de la feria de ganado de Lassendale, ¿no Erin?
Claro que había oído hablar de ella, pero nunca había ido. Era una feria donde se exhibía el ganado de más calidad del país y había un concurso para premiar a la mejor res. Por supuesto, Matt llevaba siempre allí a sus animales.
– ¿Vas a llevar a Cecil al concurso?+
– Sí.
Entonces Matt ayudó a vestirse a William, y Erin también empezó a sentirse extraña. Como para defenderse, se cerró bien el cuello de la camisa.
– ¿Y los niños?
– No puedo encerrar un toro sin un buen perro. Y si no hay perro, necesitaré dos niños obediente. Que es lo que tengo, ¿verdad, chicos?+
– Sí-respondió William.
Henry asintió solemnemente.
– Pero tú no tienes por qué levantarte. Yo le daré a los niños el desayuno.
– ¡No!
– No te necesitamos- insistió Matt con un tono de voz severo. A que o ¿chicos?. Sacar toros de la manada es tarea de hombres.
– Pero Matt, un toro…
– Cecil no es peligroso-aseguró el hombre, dándose cuenta de la preocupación de ella. No te asustes. Ya sabes que no pondría en peligro a los niños. Si lo hago con ellos dos, volveremos en seguida. Luego le limpiaremos para que esté presentable y te lo enseñaremos.
– Pero…
– Deja de protestar y vuelve a la cama.
– Matt…
– ¿Vete a dormir!
Erin volvió a la cama y escuchó el ruido que hacían los niños en la cocina. Oyó que Matt hablaba con ellos y ellos se echaban a reír.
Eso era lo que hacían siempre que estaban planeando algo, pensó Erin. Pero la diferencia era que quien estaba planeando algo con ellos era Matt…
Desde luego era evidente que sabía cómo tratarlos.
El día anterior, los niños le habían hecho daño a Sadie y ese día tenía que hacer el trabajo de Sadie.
Erin tenía unas ganas tremendas de ir a desayunar con ellos, pero sabía que sería un error. Ese era un trabajo de hombres, comió Matt le había dicho. Así que hizo un esfuerzo y se quedó en la cama.
Poco tiempo después, oyó que se abría la puerta de su habitación y apareció William con una taza de té.
– Matt ha dicho que te apetecería.
Detrás de él iba Henry con un plato en el que llevaba una tostada de mermelada de naranja. Erin parpadeó para ver si no le estaban engañando sus ojos.
¡Los gemelos le estaban llevando el desayuno a la cama!
Y Matt iba con ellos, viendo con orgullo cómo los niños dejaban los platos sobre la mesilla sin derramar nada.
– Muy bien, chicos. De acuerdo, señorita. Tómese el desayuno y luego vuélvase a dormir tranquilamente mientras los hombres vamos a trabajar. De acuerdo, hombrecitos, vamos a ver ese ganado.
No estaba acostumbrada a quedarse en la cama sin hacer nada. Se tomó el desayuno, se metió de nuevo entre las sábanas y se quedó mirando al techo durante una media hora. Luego se le acercó a la cama Sadie y ella le acarició las orejas.
– Nos han dejado fuera, amiga. ¿Cómo te sientes?
Sadie se tumbó sobre la alfombra que había debajo de la cama y dio un suspiro.
– Sé cómo te sientes, pero aunque no te apetezca, tienes que aguantarte.
Pero Erin no iba a aguantarse. Si se quedaba en la cama más tiempo, estallaría.
Si había aprendido algo viviendo en una granja con siete hermanos, había sido a esconderse.
Era toda una maestra. Se levantó, se lavó y se visitó a toda velocidad. Luego se fue hacia los pastos con cuidado de que no la vieran, aprovechando un grupo de árboles y matorrales.
En seguida vio al grupo. Los niños estaban armando un ruido increíble y Erin entendió rápidamente por qué. Matt los estaba utilizando como se utiliza a un perro: esto es, para separar a los animales y poder aislar al pequeño grupo donde estaba Cecil. Cuando tuvieron acorralado a ese grupo contra una esquina de la zona vallada, los gemelos volvieron a intervenir para que ese grupos e dividiera a su vez.
Y finalmente, solo quedó Cecil, con una mirada confusa. Era un animal impresionante. Mientras Erin los observaba a una distancia prudencial, Matt pasó una cuerda por el hocico del animal. El toro lo miró con resignación y se dejó arrastrar hacia la casa.
Matt debía haber hecho aquello muchas veces, a juzgar por la seguridad de sus movimientos. Y aunque el animal podría haber intentado escapar, parecía que efectivamente era bastante manso. Lo que más sorprendió a Erin fue cuando Matt le pasó la cuerda a Henry para que este tirara de ella. Seguidamente, subió a William en su lomo y el toro apenas pareció que notaba la carga.
– Irás montado la mitad del camino y luego te cambiarán con Henry- le dijo Matt.
Era evidente que los niños estaban orgullosos por poder acompañar a Matt. Iban totalmente concentrados en Cecil. Henry arrastrándolo con gran solemnidad y William atento a cualquier movimiento, pero si el animal se enfadaba.
En un momento dado, Matt se giró hacia el grupo de árboles donde estaba erin y le hizo un gesto con la mano.
¡La había visto!
Erin dudó unos segundos, pero en seguida reaccionó y le saludó a su vez. Pero no se acercó. Sabia que no tenía que hacerlo y, en lugar de ellos, se fue hacia la casa.
Читать дальше