– Será mejor que os vayáis a vuestra habitación-dijo, tratando de olvidarse de la rabia de Charlotte y pensar con claridad. Oh, Matt, lo siento mucho.
– No tienes por qué disculparte.
Matt seguía serio, pero en sus ojos había un destello de comprensión. Después de que los niños hubieran expuesto sus motivos, los entendía y casi le hacía gracia. Entendía por qué los niños no querían que se fuera. El no había pensado que fuera importante ausentarse dos días. Se quedarían con Erin mientras él se iba. Pero si lo pensaba desde el punto de vista de los niños, la cosa cambiaba.
Por otra parte, no sabía qué hacer. Si se quedaba en casa, ellos se saldrían con la suya. También se podía quedar trabajando hasta media noche para preparar de nuevo al animal y luego marcharse, dejando a los niños enfadados por su ausencia. Pero entonces Erin se sentiría culpable y los niños se sentirían también mal.
– Es una verdadera pena- dijo Matt, mirando a los gemelos, en vez de a Erin.
Ella les seguía teniendo agarrados de la mano y los sacudió para que lo miraran.
– No me puedo creer que hayáis hecho esto. Justo cuando había hecho las reservas.
– ¿Las reservas?
– Sí, para pasar la noche en Lassendale. Como me habíais ayudado con Cecil y como él necesita que se le cepille durante el concurso, había pensado que teníais que venir conmigo. Así que había reservado habitación para que fuéramos todos.
Erin lo miró con los ojos abiertos de par en par. ¿Sería cierto?
No, no lo era, pensó Erin. Pero era una gran idea. Los niños se pusieron muy serios.
– ¿Nos ibas a llevar contigo?- le susurró Henry a Matt.
– Sí, pero ahora da igual. El toro está asqueroso.
– No será cierto…-exclamó Charlotte.
– Calla, Charlotte- le ordenó Matt.
Con que Bradley Moore, ¿eh?, pensó Matt. Brad era un hombre soltero que vivía en una granja cercana. Estaba loco y tenía el cerebro de un mosquito. Pero Matt no quería pensar en ello en ese momento.
– Así que creo que no vamos a ir ninguno.
Erin lo miró sorprendida. A ella no se le hubiera ocurrido un castigo mejor. Incluso ella sintió una punzada de tristeza y tuvo que recordarse que solo era un truco para castigar a los niños.
– ¿Y si lo limpiamos otra vez?- preguntó Henry.-Podemos hacerlo
Matt miró su reloj. Eran las cuatro y media.
– Tengo muchas cosas que hacer.
– Si está solo, podemos agarrarlo nosotros- sugirió William. Si nos das una cuerda…
– Y podemos lavarlo. Ya sabemos.
– Te hemos ayudado antes y ahora sabemos hacerlo solos.
Erin trató de no reírse. ¿Qué iba a pasar?. ¿Qué podía hacer Matt?
– Yo no tengo tiempo de vigilaros. Pero si Erin quiere ir con vosotros y queréis intentarlo…
– No podrán hacerlo- protestó Charlotte.
Pero Matt sonrió.
– Pueden intentarlo. NO querría perderme el concurso. Cecil es un buen animal, pero no puede ganar si no va.
– ¿Podemos intentarlo entonces?- preguntaron los gemelos, mirando a Erin.
– ¿Has reservado de verdad habitaciones?- preguntó Erin.
Porque si permitía que los niños hicieran un esfuerzo así, no quería que luego Matt los dejara sin ir.
– Sí, de verdad- contestó Matt.
Cuando ambos se miraron, algo ocurrió entre ambos. Algo que no tenía nada que ver con aquel concurso.
– ¿A qué estamos esperando?-dijo finalmente Erin. ¡Vamos, chicos!
Y cuatro horas después, Cecil estaba de nuevo reluciente. Después de cepillarlo concienzudamente, los tres estaban agotados. Y Cecil también, imaginaba Erin, después de haber aguantado aquello dos veces en un solo día.
Los niños habían trabajado hasta la extenuación para dejarlo impecable. Se pararon un rato a cenar y luego continuaron hasta que terminaron. A las ocho, estaban dándole los últimos retoques, justo cuando llegó Matt.
Se había mantenido toda la tarde alejado de ellos, aunque le había costado mucho hacerlo. Y en ese momento, al entrar en el cobertizo y ver a los tres orgullosos y al toro reluciente, decidió que había merecido la pena.
– ¿Qué te parece?- preguntó Erin con evidente ansiedad.
Matt se dio cuenta de que ella no terminaba de creerse que él fuera a mantener su palabra.
Pensaba que pondría una excusa o que diría que no estaba bien. Pero Matt era un hobmre de palabra, así que después de que Charlotte se hubiera ido, una hora antes, había hecho algunas llamadas y todo estaba arreglado. Excepto el mal humor de Charlotte, pensó. Esta se había ido dando un portazo y Matt sospechaba que se le avecinaban bastantes problemas.
Erin se había pasado con su amenaza. Aunque Matt sabía que Charlotte hab´ria sido capaz de pegar a los niños. Porque ella no entendía que pegar a los niños, cuando habían sufrido tanto en el pasado, habría sido como tirar a la basura todo el trabajo de Erin.
Así que Matt no podía culpar a Erin por lo que había hecho. ¿Y cómo iba a culparla?. Toda mojada y llena de barro, estaba más atractiva que nunca.
– ¿Qué te parece?- pregunto de nuevo.
– Creo que Cecil nunca ha estado tan limpio. Buen trabajo- afirmó, sonriendo a los tres.
– ¿Eso quiere decir que podemos ira al concurso?-le preguntó Henry.
Matt asintió.
– Caro, os lo prometí, ¿no?
William y Henry se miraron y Erin se dio cuenta de que Matt había ganado otro punto con ellos. Allí tenían a un adulto que mantenía su palabra y no habían conocido a muchos que lo hicieran. A sus ojos, Matt se estaba convirtiendo en un héroe.
¿Y para Erin?.
Acarició el lomo de Cecil. Prefería distraerse, antes que pensar en Matt. Era difícil, pero necesario. Matt estaba comprometido con Charlotte, y aunque no lo hubiera estado, para ella seguiría siendo inaccesible. Aunque su corazón estuviera empezando a pensar de otra manera.
Debía ser por el modo en que le sonreía, se dijo. Y por el modo en que la hacía sonreír a ella. Su amabilidad y su forma de tratar a los niños…
– Yo…pagaré nuestra habitación- dijo de pronto, tratando de dejar de pensar en él.
– No. Los niños han trabajado mucho y será su sueldo.
– Pero-…
– Nada de peros. Ahora, dadme las gracias y marchaos a dormir.
Erin sonrió.
– Dadle las gracias- les dijo Erin a los niños.
Estos se echaron a reír y Erin se quedó mirando sus caritas agotadas, pero felices. Entonces le entraron ganas de besar al hombre responsable de esa felicidad.
Estuvo a punto de hacerlo, pero recordaba demasiado bien lo que había pasado la última vez que le había dado un beso. Y con una vez había sido suficiente.
Una segunda podía ser desastrosa.
Así que a las nueve de la mañana siguiente, Erin iba en un coche, detrás del remolque que llevaba a Cecil. Tenían que ir en coches separados, ya que en la camioneta no cabían los cinco y el coche de Erin no era lo suficientemente potente como para arrastrar el remolque.
El BMW de Charlotte podría haber servido, ero Matt tuvo la suficiente inteligencia como par no sugerirle que los llevara. Charlotte ya estaba suficientemente enfadada y llevar a los gemelos sentados en su carrocería de piel habría sido el remate. Ella tampoco lo había sugerido, aunque Matt sabía que no le gustaba ir en la camioneta.
De ese modo, pensó Charlotte, iría sola con Matt, mientras Erin los seguía en su coche.
Pero a ella no le importaba en absoluto, pensó Erin mientras veía cómo la camioneta tomaba la primera curva. Iban muy rápido, pero le daba igual.
Oyó a los niños atrás, encendió la radio y se puso a cantar una melodía a pleno pulmón.
Los niños estaban locos de contentos de poder ir a la feria de Lassendale. Y ella también. Y ni siquiera Charlotte podía estropear su felicidad. Era difícil decir quién estaba más impresionado, si los niños o Erin.
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