Marion Lennox - Unos Invitados Muy Especiales

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Matt McKay creía tener la vida perfectamente planeada cuando decidió pedirle a su novia que se casara con él…, pero entonces se interpuso el destino. La irresistible Erin Douglas apareció en su camino…¡con dos preciosos gemelos de la mano! El impulso caballeroso de Matt tiró por la borda todo su futuro; de pronto, tenía una familia. Para su propia sorpresa, Matt no tardó en darse cuenta de que le gustaba la mujer que había provocado todo aquello…

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Por otra parte, estaba seguro de que a Erin no le gustaría el estilo de vestir de Charlotte.

Ella, sin duda, prefería llevar ropa más cómoda, como la que le habían comprado. Así que Charlotte había hecho lo que tenía que hace y criticarla sería injusto para la mujer con la que iba a casarse.

¿O sería mejor decir con la mujer que poco tiempo antes se había puesto su anillo en el dedo?

Porque él todavía no le había pedido que se casara con él.

En realidad, nunca le había prometido nada.

Pero aquello no importaba, se dijo. Charlotte llevaba su anillo y lo llevaría para siempre. Al día siguiente se lo diría a todo el mundo y él debería hacer lo mismo.

– Charlotte y yo nos hemos comprometido- le confesó a Erin.

La mujer lo miró y por un momento dudó, pero aquello duró muy poco. En seguida sonrió, dejó la ropa que llevaba en la mano y se acercó a él, tomándolo de las manos y besándolo en la frente.

– Matt, esos es maravilloso. Estoy muy contenta por ti- retrocedió y lo miró con expresión comprensiva.

Ya ibas a pedírselo anoche, cuando lo del incendio, ¿verdad?

– Sí-contestó, sorprendido.

Estuvo a punto de contarle el plan entero de Charlotte, pero se lo pensó mejor y decidió no hacerlo. Las bodas tardaban mucho tiempo en prepararse.

De hecho, esperaba que tardaran al menos seis meses en casarse.

Erin seguía pensando en Charlotte, sin darse cuanta de que el matrimonio entre ellos sería una amenaza para los niños.¡Charlotte madre!.

– Pobre Charlotte- comentó Erin. No me extraña que ayer tuviera tan mal aspecto. Matt, siento mucho que os fastidiáramos todo.

– Bueno, hoy me ha puesto langosta en vez de codornices- replicó Matt para quitarle importancia.

– Y pensar que te has perdido la pizza por comer langosta.¡Pobre!- soltó una carcajada deliciosa. Te aseguro que hemos comido la mejor pizza de Bay Beach.

Matt sonrió. La risa de Erin era contagiosa.

– Sí, es una pena.

– Mmm-fuera la respuesta de Erin, todavía sonriente.

Y de repente, Matt no supo qué otra cosa decir. Lo único que podía hacer era pensar en lo atractiva que era su sonrisa.

Era curioso que nunca se hubiera dado cuenta. Quizá era porque estaba prometido, se dijo. De manera que Erin era ya una fruta prohibida para él.

Así que debería irse en ese preciso momento. Debería irse a la cama, en vez de estar allí, mirando como un estúpido toda aquella ropa recién comprada.

– ¿Seguro que Charlotte os ha comprado todo lo que necesitáis?

– Sí.

– Te debería haber comprado algo bonito también-comentó sin pensar. No puedes llevar solo vaqueros y sudaderas.

– No te preocupes, me gusta vestir así.

– Pero supongo que saldrás a divertirte alguna vez.

– Solo cuando tengo algún día libre y no creo que vaya a tener ninguno en una buena temporada.

– Yo puedo quedarme algún día con los gemelos- se ofreció él, si quieres salir- tomó aire. Mañana, por ejemplo. Ha sobrado algo de dinero del cheque del seguro para la ropa. Vete y cómprate algo bonito.

– Mañana no necesito nada bonito.

– Nunca se sabe.

Matt miró hacia los vaqueros con desagrado y luego fijó la vista en un pijama. Se fijó mejor y vio que en varios, pero todos iguales. Charlotte había comprado tres pijamas rojos iguales. Dos pequeños y uno grande. Al darse cuanta, no pudo evitar una mueca de disgusto,.

– Y eso está mal. No sé cómo se le ha ocurrido a Charlotte comprar tres pijamas iguales. Vais a parecer presos o algo por el estilo.

– No digas eso. Están nuevos y limpios y los niños no se darán cuenta- respondió Erin, intentando defender a Charlotte.

– Pero yo sí me daré cuenta- respondió él.

Erin volvió a reírse.

– Oh, no, no los verás. Los pijamas solo se llevan para dormir, señor McKay. Así que no hace falta que los veas.

– No quiero verlos. Son horrorosos.

– Son prácticos.

– Además, deben dar mucho calor y estamos casi en verano. Así que no os los vais a poner.

– ¿Cómo que no?. Me lo pondré esta misma noche- aseguró ella, con expresión desafiante. O me pongo el pijama o nada. Y…no voy a acostarme sin nada.

Matt se la imaginó durmiendo desnuda e inmediatamente se preguntó por qué pensaría ese tipo de cosas. Erin con el vestido transparente, Erin desnuda…

¡Maldita fuera!. Tenía que salir cuanto antes de allí. Al fin y al cabo, era un hombre a punto de casarse.

– Ya hablaremos de ello mañana- prometió, agarrando el paquete con los pijamas. Mientras tanto, ponte la camiseta de ayer o lo que quienas. Esto lo devolveremos mañana mismo.

– Sí, seños- dijo ella en un tono ligeramente burlón.

Matt hizo una mueca. ¿Sabría Erin lo que había estado pensando?. ¿Sabría cómo se sentía él en ese momento?. De alguna manera, intuía que sí.

– Bien, me alegra que me des la razón.

– Pero eso no quiere decir que no esté agradecida a Charlotte por sus molestias.

En realidad, no lo estaba, pero no podía decirlo.

Erin se volvió para agarrar los montones de ropa y Matt se quedó mirándola unos segundos. Erin llevaba el vestido de la noche anterior, cuando el incendio. Era azul claro, con motitas amarillas y con dos machas negras que Erin no había podido quitar. Con manchas o sin ellas, le daba un aspecto…que hacía que las sudaderas y los vaqueros que le había comprado Charlotte parecieran totalmente inadecuados.

¿Erin?

– ¿Sí?

– Tom me enseñó el plano del hogar quemado y me dijo cuál era tu habitación. Así que entré acompañado de algunos bomberos e hicimos una buena inspección. Pudimos salvar algo.

– ¿No se quemó todo?

– No, porque el incendio no llegó a la parte baja del dormitorio. Así que encontramos esto.

Matt sacó del bolsillo del pantalón un collar de perlas.

Erin se quedó mirándolo y dio un paso inseguro, como si no creyera lo que estaba viendo.

– El collar de mi madre- susurró.

– Es lo único que vimos.¿Tenías muchas más joyas?

– no, era lo único que tenía. ¡Oh, Matt!-exclamó.

– Siento que no hayamos podido sacar nada más.

Erin agarró el collar y levantó los ojos hacia Matt.

Este se dio cuenta de que los tenía llenos de lágrimas. Luego, antes de que Matt se diera cuenta, Erin lo rodeó con sus brazos, se puso de puntillas y lo besó en los labios.

Fue un beso de gratitud…nada más. Entonces, ¿por qué Matt perdió toda sensación de realidad y la agarró por la cintura para besara él también?. ¿Por qué sintió que sumando se estaba desestabilizando por completo y para siempre?

Matt no podía explicarlo.

Solo podía sentir el cuerpo de Erin entre sus manos. El modo en que la boca de ella se unió a la suya. El cabello de Erin enredándose con el de él. Sus senos contra su pecho…su olor…

Matt no entendía que le estaba sucediendo, pero cuando ella se apartó, él sintió que se moría de ganas por volver a abrazarla.

– Oh, Matt, gracias- susurró ella con lágrimas en los ojos.

Y esas lágrimas, lágrimas verdaderas, amenazaban con derramarse por sus mejillas. Se las limpió, casi con rabia y luego agarró la ropa, que apretó contra su pecho como para defenderse.

– Buenas noches, Matt

cuando Erin se fue, llevando la ropa y el collar, Matt se la quedó mirando, preguntándose pro qué la había besado.

Él solo había devuelto un collar a su dueño.

Y en ese momento sentía que tenía que devolverle otra cosa, pero no era nada tangible. Se podía decir, incluso que Matt ni siquiera sabía lo que era.

Pero tardó mucho tiempo en dormirse aquella noche. Y cuando lo hizo, no soñó con la mujer con al que iba a casarse.

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