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Rachel Gibson: Daisy Vuelve A Casa

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Rachel Gibson Daisy Vuelve A Casa

Daisy Vuelve A Casa: краткое содержание, описание и аннотация

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Daisy Lee creía haberse sacudido de sus zapatos de tacón alto el polvo de Lorett, Texas, hacía muchos años. Sin embargo, cuando regresa a casa, se da cuenta de que todo allí continúa más o menos igual. Su hermana sigue estando loca de remate, su madre sigue teniendo los flamencos rosas de plástico en el jardin y Jackson Lamott Parrish, el chico malo que dejó atrás cuando se marchó, sigue siendo tan sexy como antes. Nada le gustaría más que poder evitar cualquier contacto con Jackson, pero Daisy ha vuelto para contarle algo, y no se irá de Lovett hasta que él escuche lo que tiene que decirle. …NO ME QUIERE Jackson aprendió la lección de manos de Daisy de la forma más dura posible, y lo único que le interesa de ella es oír de sus rojos labios un adiós. Pero se está encontrando con ella en todas las partes y no cree que sea pura coincidencia. Parece que la única forma de conservar la tranquilidad que tanto ansía es besándola, pero eso supondría una rendición. ¿Será lo suficientemente fuerte como para resistirse?, ¿lo suficientemente fuerte para ver como vuelve a salir otra vez de su vida?… ¿lo suficientemente fuerte para conseguir que se quede?

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En el primer cuarto, Jack le envió un pase en corto a Nathan, y éste lo pescó y corrió con el balón en las manos unas diez yardas antes de que le placaran. Daisy sostuvo la respiración hasta que vio que su hijo se ponía en pie y se limitaba los restos de césped del casco. En el segundo cuarto, Jimmy Calhoun consiguió un touchdown para el equipo rojo. Por desgracia, le hicieron un placaje en la zona de tanteo y cayó al suelo de mala manera. Cuando logró volver a ponerse en pie fue cojeando hasta su coche y Shay tuvo que llevarlo al hospital. Todo el mundo coincidió en que probablemente se había lesionado la rodilla. Buddy tan sólo esperaba que no se tratase de algo más permanente.

– El deseo de Shay es formar una familia numerosa -dijo mientras observaba cómo se llevaban a su hermano-. Espero que Jimmy no haya sufrido daños irreparables en alguna zona vital.

Durante el descanso, Daisy ayudó a Rhonda y a Gina a abastecer de botellas de agua a los miembros de ambos equipos. Los jugadores parecían bastante hechos polvo, y todavía les quedaba la mitad del encuentro. En el equipo azul, Leon Kribs tenía un ojo a la funerala y Marvin Ferrell, el labio muy hinchado. Por su parte, Tucker Gooch tuvo que vendarse el tobillo, y aprovechó el momento para pedirle el teléfono a Daisy.

No se lo dio.

Le dio alguna absurda excusa y se fue a hablar con Nathan para asegurarse de que estaba bien. Billy le pasó a Nathan el brazo por los hombros y le revolvió el pelo con la otra mano. En lugar de enfadarse, como esperaba Daisy, Nathan se rió y le dio suavemente con el puño en la barriga.

– A Billy le gustaría tener un hijo -le dijo Rhonda-. Pero tendrá que conformarse con jugar con Nathan.

Billy sólo iba a disponer de tres semanas más antes de que Nathan y ella regresasen a Seattle. Daisy se preguntó cómo afrontaría Nathan la partida: ¿todavía tendría las mimas ganas de volver a casa?

¿Y ella? Al pensar en ello la inquietud que sentía se transformó en verdadera ansiedad, pues le asustaba enormemente que la respuesta fuese negativa. Justo el día anterior, ella y Nathan habían pasado por el centro de Lovett en coche y Daisy se había fijado en un local vacío junto a la tienda de regalos Donna’s, en la Quinta. Sin ni siquiera proponérselo, se vio a sí misma allí. Un cartel colgaría encima de la puerta: DAISY MONROE, FOTÓGRAFA. O tal vez llamaría a su estudio «Florecita» o…

Su corazón y su cabeza estaban librando una batalla, y lo mejor sería que aclarase las cosas lo antes posible antes de firmar un contrato de alquiler en Seattle.

Le pasó una botella de agua a Eddy Dean, que tenía sangre en los nudillos, y otra a Cal Turner, que ya cojeaba al andar. La cojera, sin embargo, no le impidió pedirle a Daisy que quedasen en el Slim esa misma noche. Ella le echó una mirada a Jack, que estaba a unos cuantos metros de distancia, muy concentrado en su conversación con Gina. Jack tenía las manos apoyadas en la cintura y de un hombro le colgaba una toalla blanca. Gina señaló hacia la izquierda, pero Jack puso entonces sus ojos en Daisy, que se acercaba con las botellas.

– Luego hablamos -dijo Gina encaminándose hacia la banda.

– De acuerdo; gracias -respondió Jack al coger dos botellas de agua; abrió una. Tenía una herida sanguinolenta en el codo izquierdo y los pantalones blancos machados de verde. Se bebió media botella de un trago y vertió el resto sobre su cabeza.

– ¿Vas a salir con Cal esta noche? -le preguntó a Daisy mientras se secaba la cara con la toalla.

Ella se preguntó si habría oído a Cal.

– ¿Te molestaría? -le preguntó ella.

La miró por encima de la toalla y después se la colgó alrededor del cuello.

– ¿Te importaría si así fuese? -preguntó él a su vez.

Daisy se volvió hacia la banda, hacia donde estaba Gina, y dijo:

– Sí.

Jack apoyó las puntas de los dedos en la mejilla de Daisy para obligarla a que le mirase y reconoció:

– Sí, me molestaría. No salgas ni con Cal ni con el Bicho ni con nadie.

– No voy a salir con Cal ni con nadie. -Daisy bajó la vista y se miró un instante los pies; después fue levantando la mirada paseándola por los pantalones y el jersey rojo de Jack y la fijó finalmente en sus ojos verdes-. ¿Y Gina?

Jack se acercó tanto a ella que casi se rozaron y le pasó el pelo tras la oreja.

– No he estado con nadie -dijo él en un susurro-. No desde lo del Custom Lancer.

Daisy se preguntó si estaba hablando del coche. Conociendo a Jack, podía ser.

– ¿En serio?

– Sí. -Deslizó los dedos por el cuello de Daisy-. ¿Y tú?

Daisy no pudo evitar sonreír.

– Por supuesto que no.

Él también sonrió.

– Estupendo. -Le dio un fugaz beso en los labios y regresó junto al resto de su equipo. Aquel beso no contaba como tal. Apenas podía recibir la denominación de beso, pero había sido lo bastante húmedo para dejarle en los labios su sabor. Lo bastante cálido para encender fuego en su corazón.

Durante el desarrollo del tercer cuarto del partido, el equipo azul anotó un touchdown , pero lo cierto es que Daisy no estaba prestando mucha atención al juego. Otras cosas mucho más importantes le preocupaban en esos instantes. Se había enamorado de Jack. Ya no podía pasarlo por alto. Había acudido a Lovett para hablarle a Jack de Nathan. No albergaba la menor intención de volver a enamorarse de él, pero así había sido, y ahora tenía que decidir qué pasos iba a dar a partir de ese momento. Quince años atrás había huido del dolor que suponía no sentirse amada por Jack. En esta ocasión no iba a salir corriendo. Si huía no tendría ninguna posibilidad de saber lo que Jack sentía por ella.

Cuando llevaban jugados cuatro minutos del último cuarto, Marvin Ferrell, que pesaba unos cuantos kilos más que Jack, se le tiró encima. Cayó al suelo con una exclamación de dolor y a Daisy le dio un vuelco el corazón. Permaneció tumbado de espaldas durante un buen rato, hasta que Marvin le ayudó a ponerse en pie. Jack movió la cabeza a un lado y a otro para comprobar que seguía en su sitio y, después, regresó muy despacio junto al resto del equipo. Su siguiente lanzamiento fue un pase espectacular de veinte metros para Nathan, quien, tras recibirlo, corrió como una bala hasta la zona de anotación. Nathan se sacó el casco y lo lanzó contra el suelo. Empezó a dar saltos y a recibir las felicitaciones de sus compañeros. Jack le pasó el brazo por encima de los hombros. Padre e hijo caminaron con las cabezas unidas hacia la banda, ambos sonriendo como si acabasen de ganar millones en la lotería.

Después del partido, Nathan seguía tan alterado que se dejó llevar y le dio tal abrazo a su madre que la alzó en vilo.

– ¿Has visto el touchdown ? -le preguntó antes de soltarla.

– Por supuesto. Ha sido precioso.

Nathan se sacó las protecciones de los hombros mientras Brandy Jo y un grupo de amigos y amigas adolescentes se aproximaba. Todos parecían muy impresionados por el hecho de que los mayores hubiesen invitado a jugar a un chico de quince años.

– He jugado porque Jack y Billy estaban en el equipo rojo -dijo.

Un muchacho con una camiseta del grupo Weezer le preguntó:

– ¿Quiénes son Jack y Billy?

– Billy es mi tío. -Nathan se detuvo y miró hacia Daisy-. Y Jack es mi padre.

Daisy sintió la presencia de Jack a su espalda segundos antes de que la agarrase por los hombros. Le miró a los ojos y se dejó apresar por su agradable sonrisa; después volvió a mirar a su hijo. Los dos hombres de su vida se estaban mirando a los ojos y parecían entenderse sin palabras. No había gimoteos, ni lloros, ni abrazos. Era un reconocimiento parecido a un apretón de manos o un saludo deportivo.

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