Daisy bajó la mano por su vientre hasta alcanzar la toalla que llevaba en la cintura. Lo liberó de la toalla, alargó la mano y se apropió de su erección. Estaba tan excitado que se le había acelerado el pulso. Incuso le costaba respirar. Clavó sus ojos en los de Daisy y dejó caer su mirada en el rosado de sus pezones para pasearla a continuación por su ombligo, hasta llegar a sus bragas blancas. Daisy tenía en la mano su duro miembro. Le acarició el glande con el pulgar. Todos los músculos del estómago de Jack se tensaron llevados por la excitación; el aire apenas le llegaba a los pulmones. Colocó la mano sobre la de Daisy y la hizo ascender y descender con suavidad. Ella se inclinó hacia delante y le besó en la garganta. Su cálida y húmeda lengua dejó un rastro de fuego a su paso.
Jack le levantó la cara y apreció el ansia en sus labios. La besó con auténtica pasión; no había ternura ni suavidad en esos besos. En cuanto sus labios se tocaron, fue como una lucha, una búsqueda. Sus lenguas avanzaban y retrocedían. Daisy arqueó la espalda hacia Jack, presionando su pecho con los pezones y rozando su erección con la entrepierna.
Era justo lo que él deseaba. Era lo único que había estado deseando durante toda su vida. Quería sentir la lengua de Daisy dentro de su boca, el peso de su cuerpo al abrazarla, el roce de sus pechos mientras la miraba a los ojos o la besaba en el cuello.
La deseaba. La deseaba por completo. La amaba. Siempre la había amado.
Jack se puso en pie y la toalla cayó al suelo. Colocó a Daisy sobre la mesa de la cocina, frente a él, y la miró fijamente.
– Túmbate, florecita.
Ella se tumbó apoyándose en los codos y observó cómo le besaba los pechos y se metía sus erectos pezones en la boca. Jack no paró hasta que la respiración de Daisy empezó a agitarse; entonces, poco a poco, fue descendiendo, lamiendo su cuerpo camino del ombligo y, una vez allí, Jack se dispuso a bajar todavía un poco más. Alargó la mano para acercar una silla. Le quitó las bragas a Daisy y se sentó entre sus muslos.
– Jack -dijo ella con un hilo de voz-. ¿Qué estás haciendo?
Colocó los pies de Daisy sobre sus hombros y le besó los tobillos.
– Voy a seguir hacia abajo -le dijo Jack en un susurro.
Le mordisqueó la parte interna de los muslos al tiempo que frotaba suavemente su clítoris con el pulgar e introducía un dedo en lo más profundo de su ser. Colocó una mano bajo su trasero y la elevó hasta que su sexo le quedó a la altura de la boca.
Era el sabor de Daisy. Delicioso. Era sexo y deseo y todo lo que él anhelaba en estado puro.
Daisy pronunció el nombre de Jack entre gemidos echando la cabeza hacia atrás. La besó entre las piernas. Justo en el mismo punto que había besado quince años atrás; aunque ahora todo era mucho mejor. Era mejor porque sabía cómo utilizar su lengua. Abrió y chupó hasta que ella le apartó de sí empujándole con los pies.
Daisy se levantó de la mesa y se colocó delante de Jack. Temblando ligeramente, le miró a los ojos para decirle:
– Te deseo, Jack.
Él recogió la toalla del suelo y se enjugó los labios.
– Tengo que ir en busca de un condón.
Daisy le miró como si no supiese de qué le estaba hablando. Entonces ella dijo en tono apasionado:
– ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que hiciste el amor sin condón?
Hacía tanto tiempo que no lograba recordarlo.
– Probablemente la última vez fue hace quince años -respondió Jack.
Ella sonrió, le arrebató la toalla de las manos y la arrojó a un lado. Se aferró a sus hombros y apoyó en un pie la silla. Él le pasó el brazo por la cintura y la besó en el vientre.
– Tuve la regla la semana pasada -dijo mientras se sentaba en su regazo-. Esta vez no quiero quedarme embarazada.
Jack podría haber protestado. Tal vez podría haberle hecho alguna que otra pregunta, pero la punta de su pene rozó la entrepierna de Daisy y no tardó en adentrarse en su húmedo y cálido cuerpo. De pronto, todas las preguntas y protestas se le fueron de la cabeza.
Un grave gemido resonó en el interior del pecho de Jack. La caliente piel de Daisy le rodeaba y un escalofrío iba abriéndose paso a lo largo de su espalda, hacia la nuca. Ella entreabrió los labios. Respiraba agitadamente y tenía las mejillas encendidas. El ardor que evidenciaban sus ojos se centraba por completo en él, como si se tratase del único hombre en el mundo que pudiese proporcionarle exactamente lo que necesitaba.
Tensó los músculos alrededor de Jack y él notó cada minúsculo rincón de su estrecho pasaje. Tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no correrse en ese mismo instante. Todas y cada una de las células de su cuerpo estaban concentradas en Daisy. En el modo en que su interior se manifestaba. En el calor de sus músculos al contraerse. En el dulce dolor que atenazaba sus ingles.
– Dios mío -exclamó Jack llevando las manos a la cintura de Daisy-. Es delicioso. -La alzó y volvió a bajarla. Era como si un líquido blanco y caliente le envolviese. Estaba convencido de que jamás había sentido algo así con nadie excepto con Daisy.
Ella le enmarcó la cara con las manos y le besó.
– Te amo, Jack -dijo sin dejar de moverse junto con él, manteniendo un lento y marcado ritmo que se convirtió en pura fiebre.
Él la aferró por el trasero atrayéndola hacia sí cada vez con más fuerza. Ella se alzaba una y otra vez, convirtiendo aquel vaivén en una locura. A medida que las embestidas se hacían más profundas sus respiraciones se hacían más agitadas. Ella se agarró a sus hombros y se colgó literalmente de él. No podían parar. Más rápido, más fuerte, penetrándola hasta dejarla sin aliento.
Daisy gimió y se apretó a Jack con todas sus fuerzas, contrayendo los músculos en torno a su miembro. Las poderosas contracciones de su orgasmo proporcionaron a Jack una relajación sin igual, haciendo que se corriese en lo más profundo de su interior. Incluso tras esa última embestida, Jack supo que quería más.
Quería tenerla para siempre.
Daisy no se echó a llorar en esa ocasión, aunque estuvo a punto de hacerlo en la siguiente. Jack la tomó de la mano y la llevó hasta su cama, donde volvieron a hacer el amor. Fue dulce y amoroso, y la llevó a alcanzar un orgasmo múltiple. El primero de su vida, lo cual casi la hizo llorar.
Daisy se tumbo boca abajo sobre las sábanas azules. El resto de la ropa de cama estaba hecha un revoltijo a sus pies. Jack todavía estaba tumbado encima de ella, rodeándole la cintura con un brazo. Una de sus piernas descansaba entre las de ella, que notaba la dulce pasión de su ingle en la parte trasera de la cadera. Una lámpara bañaba la estancia con una cálida luz amarilla, y lo único que se oía era el sonido de sus respiraciones cansadas. Sus pieles estaban todavía adheridas la una a la otra, y una cálida sensación de satisfacción colmaba sus cuerpos. Hacía mucho tiempo que Daisy no se sentía tan llena. Jack la amaba. Ella lo amaba a él. Esta vez todo iría bien.
Creía que Jack se había dormido hasta que le oyó decir entre gemidos:
– Dios mío, ha sido todavía mejor. Creía que nada podría superar lo de la silla.
Daisy sonrió.
– Dios, ¿te has corrido dos veces?
– Sí. Gracias.
– No hay de qué.
Jack tiró de ella por la cintura, como si desease levantarla, pero no tuvo fuerza suficiente para hacerlo. Con mucho cuidado, volvió a dejarla en la misma posición. Tenía el pelo pegado a la frente y los ojos cerrados.
– ¿Qué hora es? -le preguntó Daisy.
Abrió los ojos y alzó la mano. Jack observó el reloj y dijo:
– Temprano.
Ella le cogió la muñeca y echó un vistazo a la pantalla digital.
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