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Rachel Gibson: Daisy Vuelve A Casa

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Rachel Gibson Daisy Vuelve A Casa

Daisy Vuelve A Casa: краткое содержание, описание и аннотация

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Daisy Lee creía haberse sacudido de sus zapatos de tacón alto el polvo de Lorett, Texas, hacía muchos años. Sin embargo, cuando regresa a casa, se da cuenta de que todo allí continúa más o menos igual. Su hermana sigue estando loca de remate, su madre sigue teniendo los flamencos rosas de plástico en el jardin y Jackson Lamott Parrish, el chico malo que dejó atrás cuando se marchó, sigue siendo tan sexy como antes. Nada le gustaría más que poder evitar cualquier contacto con Jackson, pero Daisy ha vuelto para contarle algo, y no se irá de Lovett hasta que él escuche lo que tiene que decirle. …NO ME QUIERE Jackson aprendió la lección de manos de Daisy de la forma más dura posible, y lo único que le interesa de ella es oír de sus rojos labios un adiós. Pero se está encontrando con ella en todas las partes y no cree que sea pura coincidencia. Parece que la única forma de conservar la tranquilidad que tanto ansía es besándola, pero eso supondría una rendición. ¿Será lo suficientemente fuerte como para resistirse?, ¿lo suficientemente fuerte para ver como vuelve a salir otra vez de su vida?… ¿lo suficientemente fuerte para conseguir que se quede?

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Jack no era de esos hombres que lloraban, él se lo guardaba todo dentro hasta hacerlo desaparecer. Pero ciertas cosas no desaparecían. Daisy tenía razón. No podrían estar juntos si él no era capaz de dejar atrás su rabia. Sí, tenía derecho a estar enfadado, pero mantener la rabia le obligaba a estar solo.

Jack cerró el diario y le echó un vistazo al jardín. Tenía dos posibilidades. Podía pasarse el resto de su vida concentrado en su rabia y su amargura. Solo. O podía dejar atrás el pasado. Como Daisy le había dicho. En el momento en que se lo dijo, le pareció del todo imposible. Ahora sentía el destello de una pequeña luz de esperanza en lo más hondo de su alma.

Sí, Daisy y Steven le habían mantenido en secreto lo de Nathan. Sí, eso era una putada de las gordas, pero no podía permitir que la rabia siguiese consumiéndolo durante más tiempo. Tenía que dejar atrás el pasado o muy posiblemente moriría solo y amargado. No había compartido con Nathan sus primeros quince años de vida, pero Jack calculó que le quedaban por delante los próximos cincuenta, como mínimo. Lo único que tenía que decidir era cómo quería pasarlos.

Se puso en pie y volvió a meter todas las cosas en la caja de metal. Entró en la casa y fue a buscar la carta de Steven. La volvió a leer, y en esta ocasión se dio cuenta de todo lo que se le había pasado por alto la primera vez. Steven había escrito sobre su amistad y sobre lo mucho que le había echado de menos todos esos años. Hablaba del amor que les profesaba a Daisy y a Nathan. Acababa pidiendo su perdón. Le pedía que dejase atrás la amargura y que siguiese adelante con su vida. Por primera vez en quince años, Jack tenía intención de hacerlo.

No tenía un plan concreto. Simplemente pensó en su vida, sin evitar los recueros, ya fuesen buenos o malos. No quería enterrarlos de nuevo.

Y se permitió sentir lo que conllevaban todos y cada uno de ellos.

El viernes por la tarde le pidió a Nathan que fuese con él a la oficina. Se quedaron de pie, uno frente al otro, y Jack sacó la caja de metal y le pasó a Nathan el peine plegable.

– Esto era de tu padre cuando íbamos a sexto -dijo Jack sin rabia alguna-. Pensé que a lo mejor te gustaría tenerlo.

Nathan apretó el botón que había en la empuñadura y, sorprendentemente, el peine se abrió. Se pasó el peine por el pelo.

– ¡Genial! -exclamó el chico.

Nathan cogió una de las figuras de La guerra de las galaxias , pero acabó decidiéndose por los soldaditos de color verde.

– El lunes te dan el carné, ¿verdad? -le preguntó Jack.

– Sí. Mamá dice que podré conducir su furgoneta de vez en cuando. -Nathan frunció el ceño y añadió-: Le dije que ni hablar.

– Uno no puede fardar mucho en una furgoneta -dijo Jack intentando no sonreír; sin embargo, no pudo evitarlo y añadió-: No hay modo de quemar neumático.

Nathan sacudió la cabeza.

– Pero mi madre no pilla el asunto.

Jack agarró la caja de metal y le pasó el brazo por encima de los hombros a Nathan. Salieron juntos de la oficina.

– Y no lo pillará nunca -le dijo al muchacho.

– Claro, porque es una chica.

– No, hijo. Porque no es una Parrish -aclaró Jack. Al menos, no todavía.

– ¡Mamá! ¿Sabes una cosa? -dijo Nathan en cuanto cruzó la puerta de casa-. ¡Jack me ha dejado conducir el Shelby! ¡Ha sido genial!

Daisy estaba enfrascada en la preparación del glaseado para un pastel. Iban a celebrar una fiesta para Pippen, que hacía tres días que no llevaba pañales.

– ¿Qué? ¿Quieres matarte? -dijo su madre.

– Ha sido muy prudente -la tranquilizó Jack desde la puerta-. Incluso me recordó que me abrochase el cinturón de seguridad.

Al verle allí con un par de pantalones color caqui y una camisa blanca con las mangas arremangadas, el corazón le dio un vuelco.

Sus miradas se cruzaron y algo cálido y vital destelló en los ojos de Jack. Al hablar, su voz sonó grave y sensual.

– Buenas tardes, Daisy Lee -dijo Jack, y su voz recorrió la distancia que les separaba y le acarició todo el cuerpo como si se tratase de terciopelo.

Sin duda había algo diferente en él esa tarde, pero antes de poder responder, Lily apareció en la cocina con sus muletas.

– Hola, Jack. ¿Cómo va todo? -preguntó Lily.

Se volvió hacia ella y toda la magia que había habido entre Daisy y Jack en esos pocos segundos se evaporó como lo haría un espejismo.

– Hola, Lily. Qué calor, ¿verdad? -dijo Jack.

– Y que lo digas. Hace más calor que en un hotel para recién casados. -Lily se acercó a la encimera y le echó un vistazo al cuenco donde su hermana estaba mezclando los ingredientes-. ¿Es para la fiesta de Pippen? -Lily metió el dedo en el cuenco y después se lo chupó.

– Sí, Jackson, tienes que quedarte -insistió Louella, que venía de su dormitorio-. Hemos comprado sombreritos para todo el mundo…

Nathan hizo una mueca para dar a entender sus temores y Jack le miró con total complicidad. Pero dijo:

– Acepto encantado, señora Brooks. Se lo agradezco. -Se acercó a Daisy y le rozó el brazo con la manga de la camisa cuando fue a probar el glaseado del pastel. Después la miró a los ojos-. Mmm. Está muy rico, florecita. -Se inclinó un poco y le susurró al oído-: No me importaría embadurnarte los muslos con esto.

– ¡Jack! -exclamó ella.

Él se carcajeó y agarró a Daisy por la mano.

– Si nos perdonáis un minuto, necesito hablar con Daisy.

Salió con ella de la mano por la puerta trasera. En cuanto la puerta se cerró a sus espaldas, la atrajo hacia sí y la besó. Fue un beso dulce y suave, pero también intenso, así que tuvo que apartarlo.

– Te he echado de menos, Daisy.

– No, Jack. Esto está siendo muy difícil para mí.

Jack le colocó un dedo sobre los labios.

– Déjame acabar. -Colocó suavemente las manos en el cuello de Daisy y la miró fijamente a los ojos-. Estoy enamorado de ti. Siento que lo he estado toda mi vida. Eres mía, Daisy. Siempre lo has sido. -Le pasó el pulgar por el mentón-. Durante años me he aferrado a la amargura y la rabia. Os culpé a Steven y a ti de todo, cuando lo cierto es que yo también tuve mi parte de culpa en lo que nos pasó. Sigue sin gustarme un pelo no haber estado presente durante la infancia de Nathan, pero no tengo más remedio que aceptar que las cosas sucedieron así por algún motivo. No puedo seguir aferrándome a luchar contra eso. Tengo que dejarlo atrás. Tal como dijiste.

– ¿Crees que podrás hacerlo?

– Estoy cansado de sentir rabia hacia ti -dijo Jack con obvia sinceridad-. Estoy cansado de sentir rabia hacia Steven. Cuando éramos niños adoraba a Steven. Éramos hermanos de sangre. En la carta que me escribió me preguntaba si alguna vez le había echado de menos. -Respiró hondo, se aclaró la garganta y añadió-: He echado de menos a aquel Steven, el que creció conmigo, todos los días. Ahora ya no está, y no puedo odiar a un hombre que ha muerto. -La miró a los ojos-. ¿Recuerdas la noche que viniste a mi casa y te dije que ibas a hacer que lo pasases mal?

Daisy sonrió. Le había roto el corazón y ahora intentaba repararlo.

– Sí.

– Quiero que olvides para siempre lo que dije, porque quiero pasar el resto de mi vida intentando hacerte feliz. -Jack se metió la mano en el bolsillo y sacó un anillo de baratija. El dorado se había saltado y el «diamante» había perdido el brillo. Jack alargó el brazo y dejó el anillo en la palma de la mano de Daisy-. Te regalé este anillo cuando estábamos en sexto. Si me aceptas, Daisy, te compraré uno de verdad.

Daisy abrió la boca de par en par.

– Éste es el anillo que metí en la caja…

– Sí, la desenterré el otro día. También tengo tu diario. -Jack le acarició la garganta con las puntas de los dedos-. Cásate conmigo, Daisy Lee.

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