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Rachel Gibson: Daisy Vuelve A Casa

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Rachel Gibson Daisy Vuelve A Casa

Daisy Vuelve A Casa: краткое содержание, описание и аннотация

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Daisy Lee creía haberse sacudido de sus zapatos de tacón alto el polvo de Lorett, Texas, hacía muchos años. Sin embargo, cuando regresa a casa, se da cuenta de que todo allí continúa más o menos igual. Su hermana sigue estando loca de remate, su madre sigue teniendo los flamencos rosas de plástico en el jardin y Jackson Lamott Parrish, el chico malo que dejó atrás cuando se marchó, sigue siendo tan sexy como antes. Nada le gustaría más que poder evitar cualquier contacto con Jackson, pero Daisy ha vuelto para contarle algo, y no se irá de Lovett hasta que él escuche lo que tiene que decirle. …NO ME QUIERE Jackson aprendió la lección de manos de Daisy de la forma más dura posible, y lo único que le interesa de ella es oír de sus rojos labios un adiós. Pero se está encontrando con ella en todas las partes y no cree que sea pura coincidencia. Parece que la única forma de conservar la tranquilidad que tanto ansía es besándola, pero eso supondría una rendición. ¿Será lo suficientemente fuerte como para resistirse?, ¿lo suficientemente fuerte para ver como vuelve a salir otra vez de su vida?… ¿lo suficientemente fuerte para conseguir que se quede?

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Se habría disculpado de todos modos. Su madre podía tocarle las narices, pero la quería. Le dolía mucho ver cuánto le afectaba que le gritara de ese modo. Se sentía como si se le abriese un agujero en el pecho, pero nunca se daba cuenta de lo que había hecho hasta que era demasiado tarde.

Nathan atravesó el campo hasta alcanzar la puerta de la valla metálica. Era sábado y no tenía que ir a trabajar. Tal vez podría echarse un rato o jugar con la XBOX que su madre le había traído de Seattle.

Aminoró la marcha cuando vio que Brandy Jo se le acercaba. Llevaba puesto un vestido rojo con finos tirantes y unas chancletas de suela gruesa.

– Hola, Nathan. Hacía mucho tiempo que no te veía. ¿Qué haces aquí?

– Voy a clases de conducir. -Nathan se puso bien derecho y se metió las manos en los bolsillos. Brandy Jo era la chica más guapa que jamás había visto. Incluso encaramada en la gruesa suela de esas chancletas, Brandy Jo apenas le llegaba al mentón. Nathan sintió que se le abría un agujero en el pecho, aunque ahora nada tenía que ver con su madre-. Y tú, ¿qué haces aquí un sábado?

– Me olvidé el jersey en la escuela -le explicó ella.

El sol se reflejaba en su cabello oscuro, y cuando se humedeció los labios Nathan sintió un nudo en el estómago.

– ¿Necesitas ayuda? -le preguntó Nathan, y casi dejó escapar un gruñido.

«¿Por qué iba a necesitar ayuda?»

– No, pero estaré encantada de que me acompañes.

Nathan tragó saliva con dificultad e intentó no sonreír. Asintió y dijo:

– Estupendo.

– ¿Cuándo tendrás el carné de conducir? -le preguntó ella mientras paseaban por el camino que bordeaba la escuela.

– Me falta muy poco para el examen. -El brazo desnudo de Brandy Jo le rozó ligeramente el suyo, justo por debajo de la manga de su camiseta, y Nathan sintió un cosquilleo en el hombro.

– Yo me lo saqué el mes pasado -dijo ella.

– ¿Tienes coche?

Brandy Jo negó con la cabeza y el pelo le acarició los hombros.

– ¿Y tú?

– Jack va a dejarme el suyo -respondió Nathan acercando un poco más su brazo al de Brandy para ver qué pasaba: un cosquilleo le recorrió el pecho.

– ¿Quién es Jack?

– Es… como si fuese mi padre.

Brandy levantó la cabeza y le observó con los ojos muy abiertos.

– ¿Qué quieres decir con «como si fuera mi padre»? ¿Es tu padrastro?

– No. Es mi verdadero padre, pero sólo le conozco desde hace un mes.

Brandy Jo se detuvo en seco.

– ¿Acabas de conocerle? -le preguntó con ese marcado acento tejano que Nathan estaba empezando a encontrar delicioso.

– Sí -respondió-. Siempre he sabido quién era, pero cuando mi padre murió… Cuando mi primer padre… mi otro padre… -Suspiró-. Es un poco complicado.

– Mi madre se ha casado tres veces -le dijo ella cuando echaron a andar de nuevo-. Mi padre murió, pero el padre de mi hermano pequeño vive en Fort Worth. Ahora tengo otro padrastro, pero no promete mucho. Todas las familias son complicadas por una cosa o por otra.

Entraron en el edificio el uno junto al otro, dejando que sus brazos se rozaran y fingiendo que se trataba de algo accidental. Brandy Jo encontró su jersey en la clase de arte y, cuando salieron, Nathan la tomó de la mano. Tenía un nudo en la garganta, y cuando ella le miró a los ojos y sonrió casi se le detuvo el corazón. Creía que se le iba a salir por la boca y que moriría allí mismo, junto a la gran roca donde se había grabado la ridícula inscripción «Sementales de Lovett»; bajo el abrasador sol te Tejas; delante de la chica más guapa que jamás había conocido. Y no le apetecía en absoluto.

Nathan no apartó los ojos del rostro de Brandy Jo mientras ésta le hablaba de su familia. Le apretó la mano y ella se le acercó hasta que sus brazos se rozaron. El pulso le iba a mil por hora: era una sensación agradable, dolorosa y sobrecogedora al mismo tiempo. Nunca había estado enamorado. Bueno, había estado enamorado de Nicole Kidman, pero eso no contaba. Esa tarde, sin embargo, bajo el infinito cielo azul que se extendía sobre sus cabezas, Nathan Monroe supo que se había enamorado por primera vez en su vida.

Daisy colocó el pulgar en la boca de la manguera del jardín y el chorro de agua se abrió sobre el Cadillac de su madre formando un abanico. Después metió una esponja dentro de un cubo que había llenado de agua con jabón y empezó a lavar el coche. Notaba el calor del sol en su piel, cómo le bronceaba los hombros, el pecho y la parte de la espalda que dejaba al descubierto su camiseta de tirantes.

Había pasado gran parte del día en casa de Lily, limpiando y haciendo la colada mientras su hermana permanecía en el sofá con el tobillo escayolado en alto. El divorcio de Lily finalmente se había resuelto. Su abogado había hecho bien su trabajo; le había enseñado al juez los extractos de la cuenta bancaria antes de que Ronnie la vaciase y el juez resolvió que Ronnie debía pagarle a Lily diez mil dólares, pasarle una pensión mensual para el niño y hacerse cargo de los gastos del seguro médico de Pippen.

Su madre se había quedado trasteando en casa de Lily. Daisy sabía que, desde que había salido del hospital, a su hermana le resultaban difíciles hasta las labores más sencillas. No le importaba ayudarla, pero la caótica vida de Lily le había puesto un poco de mal humor.

De hecho, era algo más que mal humor. Se sentía desubicada; pero, a decir verdad, su hermana no tenía la culpa de eso. El estado de ánimo de Daisy se debía a la suma de todos los problemas de su vida más que a un solo aspecto en concreto. Estaba deseando empezar su nueva vida, pero también se sentía asustada e insegura. Todavía no había vendido la casa de Washington, claro que sólo llevaba un mes a la venta. Estaba dispuesta a sacar adelante lo del estudio fotográfico, y, sin embargo, le producía cierta ansiedad pensar en que tendría que irse de Tejas. A menudo creía saber con total claridad lo que quería pero, al cabo de un instante, quedaba sumida en un mar de dudas.

Había salido en un par de ocasiones con Matt y lo había pasado bien. Más cuando la besó supo al momento que no habría una tercera vez. Estaba enamorada de otra persona, y no habría sido justo para Matt.

Daisy se inclinó todo lo posible sobre el Cadillac para limpiar una mancha que se le había pasado por alto y vio que una de las principales causas de su confusión aparcaba su Mustang frente a la casa de su madre.

Jack salió del coche, atravesó el jardín y se acercó a Daisy. Un oscuro mechón de pelo le colgaba sobre la frente, y por una vez no llevaba sombrero. La luz del sol se reflejaba en los cristales azules de sus gafas. Vestía una camisa verde abotonada hasta arriba y unos Levi’s algo gastados. Era sábado y no se había afeitado: la sombra de la barba incipiente resaltaba todavía más el sensual perfil de sus labios. Cada vez que lo veía a Daisy le daba un brinco el corazón, mientras que su cabeza le pedía agritos que echase a correr en dirección contraria.

– Hola -dijo Daisy tras erguirse y limpiar el jabón sobrante del capó-. ¿Qué te trae por aquí?

– Estoy buscando a Nathan. Creí que pasaría por casa cuando saliese de clase, pero no ha venido.

– Aquí no está -dijo ella; a pesar de que los ojos de Jack quedaban escondidos tras los cristales azules de sus gafas, Daisy notaba el peso de su mirada-. Si quieres puedes esperarle; estoy segura de que no tardará.

– Sí, esperaré un rato -contestó Jack echándole un vistazo a la calle. Había hecho lo mismo unas cuantas veces desde que regresaron de su excursión al lago hacía cosa de un mes. Desnudaba a Daisy con la mirada y luego apartaba la vista. Cabía la posibilidad de que no la mirase con especial interés. Muy posiblemente sólo fuesen imaginaciones suyas, fruto de su propio deseo. Y ese pensamiento no sólo la entristecía sino que le mostraba una Daisy patética, fantasiosa y, sobre todo, tan loca como el resto de miembros de su familia. Una imagen estremecedora.

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