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Rachel Gibson: Daisy Vuelve A Casa

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Rachel Gibson Daisy Vuelve A Casa

Daisy Vuelve A Casa: краткое содержание, описание и аннотация

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Daisy Lee creía haberse sacudido de sus zapatos de tacón alto el polvo de Lorett, Texas, hacía muchos años. Sin embargo, cuando regresa a casa, se da cuenta de que todo allí continúa más o menos igual. Su hermana sigue estando loca de remate, su madre sigue teniendo los flamencos rosas de plástico en el jardin y Jackson Lamott Parrish, el chico malo que dejó atrás cuando se marchó, sigue siendo tan sexy como antes. Nada le gustaría más que poder evitar cualquier contacto con Jackson, pero Daisy ha vuelto para contarle algo, y no se irá de Lovett hasta que él escuche lo que tiene que decirle. …NO ME QUIERE Jackson aprendió la lección de manos de Daisy de la forma más dura posible, y lo único que le interesa de ella es oír de sus rojos labios un adiós. Pero se está encontrando con ella en todas las partes y no cree que sea pura coincidencia. Parece que la única forma de conservar la tranquilidad que tanto ansía es besándola, pero eso supondría una rendición. ¿Será lo suficientemente fuerte como para resistirse?, ¿lo suficientemente fuerte para ver como vuelve a salir otra vez de su vida?… ¿lo suficientemente fuerte para conseguir que se quede?

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Daisy agarró la manguera y el cubo y se fue al otro lado del coche.

– Mañana por la noche, Billy y algunos de los chicos van a jugar un partido de fútbol americano en el parque Horizon View -dijo Jack dejando caer todo le peso del cuerpo en un pie; la miró de nuevo a los ojos y añadió-: Hable de ello con Nathan hace unos días y quedamos en que me diría si podría ir o no.

– No tenemos nada planeado, así que por mí puede ir si quiere. -Daisy dejó el cubo en el suelo y subió la manguera hasta el capó del coche-. ¿Jugareis a flag o trackle football?

– El flag football es para mariquitas -dijo Jack mientras se colocaba justo frente a Daisy-. Y para chicas.

Daisy optó por no hacer caso de la provocación.

– No quiero que Nathan juegue sin casco ni protecciones.

– Nos aseguraremos de que lleve el equipamiento adecuado -la tranquilizó Jack inclinando la cabeza como si estuviese tomándole las medidas-. ¿Por qué no vienes tú también con uno de aquellos vestiditos tuyos de animadora? Podrías hacer unas cuantas volteretas, como cuando ibas al instituto. -En su rostro se dibujó una sonrisa inequívocamente carnal-. O uno de aquellos saltos. Ofrecían una buena panorámica de tus intimidades.

Daisy colocó de nuevo el pulgar en la boca de la manguera y el agua se esparció sobre el techo del coche, y acabó en el pecho, los hombros y también los cristales de las gafas de sol de Jack.

– Vaya -dijo, y quitó el pulgar.

Jack frunció el ceño y sus cejas desaparecieron detrás de las gafas.

– Lo has hecho a propósito -le espetó.

Ella bufó, escandalizada:

– No, en absoluto.

– Sí -dijo Jack muy lentamente-, lo has hecho a propósito.

– Te equivocas -aseguró Daisy negando con la cabeza; colocó entonces el pulgar en la boca de la manguera y apuntó el chorro de agua hacia el pecho de Jack. El agua le empapó la camisa-. ¿Lo ves? -añadió retirando el pulgar-. Ahora sí lo he hecho a propósito.

– No tienes ni la más remota idea de lo que voy a hacerte -dijo Jack mientras se quitaba las gafas y se las guardaba en el bolsillo de su empapada camisa.

– No vas a hacerme nada -respondió Daisy.

Sus ojos verdes hablaban de venganza a medida que iba acercándose cada vez más a Daisy.

– Te equivocas -dijo Jack en un tono burlón.

Ella dio un paso atrás.

– Quieto ahí.

– ¿Tienes miedo?

– No. -Daisy retrocedió un paso más.

– Pues deberías tenerlo, muñeca.

– ¿Qué vas a hacer?

– Deja de moverte y lo descubrirás.

Daisy se detuvo, levantó la manguera y un potente chorro de agua salió disparado hacia la cabeza de Jack. Lo esquivó, y antes de que ella pudiese echar a correr Jack se le echó encima, la empujó contra la portezuela del copiloto y le arrancó la manguera de las manos.

– ¡No, Jack! -Daisy se echó a reír-. No lo volveré a hacer. Te lo juro.

Bajó la vista y la miró fijamente a los ojos mientras el pelo que le colgaba sobre la frente iba goteando encima de su mejilla. Tenía las pestañas mojadas.

– Sé que no volverás a hacerlo -dijo Jack tirando del escote de la camiseta de Daisy y metiéndole la manguera dentro.

– ¡Está fría! -gritó Daisy agarrándolo de la mano e intentando sacarse la manguera de debajo de la camiseta.

– Ríete ahora, listilla -le dijo Jack apretando su cuerpo contra el suyo y empapándose tanto como ella.

– ¡Para! -gritó ella; el agua descendía entre sus pechos y le corría por el vientre. Los pezones se le erizaron por el frío-. Me estoy helando.

Con la cara pegada a la de Daisy, Jack dijo:

– Pídeme perdón.

Daisy se reía con tal frenesí que apenas lograba articular palabra.

– Lo siento muchísimo -logró decir mientras luchaba por zafarse de su abrazo. Pero él la tenía atrapada.

– No es suficiente. -Jack sacó la manguera y la tiró al suelo-. Demuéstramelo -añadió en tono desafiante.

Daisy dejó de reír y miró a Jack a los ojos. Detectó de inmediato el deseo que ardía en ellos. Estaba frente a ella, con las piernas ligeramente abiertas, a los lados de las suyas. Sus muslos, su cintura y el bajo vientre presionaban contra su cuerpo, y Daisy notó que unos cuantos centímetros de su cuerpo se alegraban de estar tan cerca de ella. Sintió una oleada de calor en el vientre. Su corazón le decía que permaneciese inmóvil, en tanto que su cerebro le gritaba que saliese corriendo.

– ¿Cómo? -preguntó ella.

– Ya sabes cómo. -Jack bajó la vista y la clavó en sus labios-. Y hazlo bien.

Daisy recorrió con las manos el húmedo pecho y los hombros de Jack, y después le pasó las manos por el pelo. Inclinó la cabeza y le pasó la mano por la nuca. Rozó la boca de Jack con sus labios y sintió que su corazón se expandía. Llenaba su pecho y casi no le dejaba respirar; no podía engañarse respecto a qué respondían esos síntomas. Los había sentido antes. Pero en esta ocasión la sensación era mucho más intensa, más definida, como si hubiese enfocado el objetivo de la cámara a la perfección.

Estaba enamorada de Jack Parrish. De nuevo. Su corazón había ganado la partida.

Un finísimo hilo de luz solar separaba sus bocas. Ambos mantuvieron el aliento; tenían los ojos clavados el uno en el otro. Los dos esperaban a que alguien diese el primer paso.

Entonces Daisy le besó muy suavemente.

– ¿Te parece bien así?

Jack negó con la cabeza, y al hacerlo sus labios rozaron los de Daisy.

– Inténtalo de nuevo.

– A ver qué te parece esto.

Entreabrió los labios y le tocó el paladar con a punta de la lengua.

Jack respiró hondo y dijo con voz profunda:

– ¿Es todo lo que sabes hacer?

– Ponme a prueba.

Daisy cerró los ojos y se acercó a él un poco más. Rozó con sus pechos la camisa de Jack y sus pezones e endurecieron por algo más que el frío. Un fogonazo de calor recorrió su cuerpo para instalarse entre sus muslos. Abrió los labios y los fundió con los de Jack. En un principio le besó de forma suave y ligera, para que Jack anhelase algo más. Un gruñido de frustración surgió de su garganta, inclinó la cabeza hacia un lado y aumentó unos cuantos grados más la temperatura ambiente. La obligó a abrir la boca por completo y se adentró en ella.

Con las bocas unidas, le pasó los brazos alrededor de la cintura y dio un paso atrás. Le aferró las nalgas con sus grandes manos y tiró de ellas hacia arriba hasta forzarla a ponerse de puntillas.

Retiró la cabeza y la miró a la cara.

– Qué bien sabes -susurró Jack; muy despacio, aflojó el apretón, pero acto seguido volvió a apretarla con fuerza-. Nadie me ha sabido nunca tan bien como tú. -Volvió a besarla. El agua fría que salía de la manguera le iba mojando a Daisy los dedos de los pies al tiempo que aquel beso se hacía cada vez más caliente.

Daisy oyó a alguien aclararse la garganta a su espalda. Un segundo después, la voz de Nathan se abrió paso en el laberinto de pasión y lujuria en que prácticamente se habían perdido.

– ¿Mamá?

Jack levantó la cabeza y Daisy apoyó los talones en el suelo y se volvió.

– ¡Nathan! -exclamó ella. Aún tardó unos segundos en darse cuenta de que su hijo no estaba solo. Le acompañaba una chica. Nathan miró a su madre y después a Jack y se puso colorado como un tomate.

– ¿Hace mucho rato que estáis ahí? -preguntó Jack en un tono sorprendentemente calmado teniendo en cuenta que sus manos estaban pegadas en las nalgas de una mujer.

– Os vimos desde la calle -respondió Nathan mirando de nuevo a Daisy. No dijo nada más, pero su madre sabía perfectamente lo que estaba pensando.

Daisy esbozó una sonrisa forzada y dijo:

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