Rachel Gibson - Daisy Vuelve A Casa

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Daisy Lee creía haberse sacudido de sus zapatos de tacón alto el polvo de Lorett, Texas, hacía muchos años. Sin embargo, cuando regresa a casa, se da cuenta de que todo allí continúa más o menos igual. Su hermana sigue estando loca de remate, su madre sigue teniendo los flamencos rosas de plástico en el jardin y Jackson Lamott Parrish, el chico malo que dejó atrás cuando se marchó, sigue siendo tan sexy como antes. Nada le gustaría más que poder evitar cualquier contacto con Jackson, pero Daisy ha vuelto para contarle algo, y no se irá de Lovett hasta que él escuche lo que tiene que decirle.
…NO ME QUIERE
Jackson aprendió la lección de manos de Daisy de la forma más dura posible, y lo único que le interesa de ella es oír de sus rojos labios un adiós. Pero se está encontrando con ella en todas las partes y no cree que sea pura coincidencia. Parece que la única forma de conservar la tranquilidad que tanto ansía es besándola, pero eso supondría una rendición. ¿Será lo suficientemente fuerte como para resistirse?, ¿lo suficientemente fuerte para ver como vuelve a salir otra vez de su vida?… ¿lo suficientemente fuerte para conseguir que se quede?

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A Daisy le costó tragar saliva. Bajó la vista hasta la boca de Jack, y siguió descendiendo por la fina línea de vello de su pecho hasta llegar a su vientre. Recordaba a la perfección el tacto de su piel.

– Mamá, ¡adivina cómo ha ido! -exclamó Nathan.

Daisy miró a Jack con una llamarada de deseo en los ojos, el mismo deseo que expresaban los suyos.

– ¿Cómo ha ido? -le preguntó a su hijo.

– He pescado uno grande. -Nathan saltó del bote y aterrizó junto a Jack.

– Un ejemplar estupendo -confirmó Jack mirándola a los labios.

Ella centró la atención en su hijo. Fuera lo que fuese lo que había entre ellos dos, lo mejor era dejarlo de lado.

– Déjame verlo -le pidió Daisy.

Nathan volvió a subir al bote y fue hacia la popa. Daisy pasó junto a Jack y se fue metiendo en el agua hasta que le llegó a la cintura. Se quedó junto a uno de los costados del bote mientras Nathan abría la cubeta y sacaba un pescado.

Jack observó a su hijo con el ejemplar en alto para que lo viese su madre. Lo meneó frente a su cara y ella dio un respingo.

– Sigues siendo una niña -dijo Nathan entre risas.

Jack se volvió y echó a andar hacia la tienda. Nathan y él habían pasado un buen rato pescando. Se sentía más cerca de su hijo de lo que estaba antes. Mientras tiraban las cañas, su hijo le había hablado de su vida, en la que Steven había tenido un considerable protagonismo.

– Antes de dejar de jugar fui el quarterback del equipo de fútbol americano de mi escuela -le dijo a Jack-. Mi padre me explicó que habíais jugado juntos cuando estabais en el instituto.

«Su padre.» Jack se cuidó mucho de no mostrar la más mínima emoción.

– Así es -le dijo con un regusto amargo en la boca-. Yo jugaba de quarterback hasta que lo dejé un curso antes de graduarme.

Nathan asintió.

– Eso fue lo que me dijo papá, que tuviste que dejarlo para trabajar con tu padre, y que por eso él pudo ser el quarterback los dos últimos años y llamar la atención de todas las chicas bonitas.

– Tu padre era muy modesto. Jamás tuvo problemas con las chicas -reconoció Jack, y cuanto más hablaba de Steven más fácil le resultaba hacerlo. Podía sobrellevar la amargura con mayor facilidad. Jack recordaba a la perfección lo que suponía perder a un padre, la confusión y la soledad que entrañaba. Durante unas cuantas horas fue capaz de dejar de lado la rabia y la sensación de saberse traicionado y pudo contarle a Nathan cómo había sido crecer junto a Steven Monroe.

Hasta el punto de que le sorprendió descubrir que cuanto más hablaba de Steven más iba conociendo a Nathan. Y cuanto más sabía de su hijo, más deseaba saber. Todavía no se sentía su padre, pero tampoco tenía muy claro qué era lo que debía sentir un padre.

Jack vertió un poco de agua en una palangana y se lavó las manos con jabón líquido. Vio que Nathan se quitaba las zapatillas de deporte y la camiseta y se lanzaba al lago cerca de donde se encontraba su madre. Ella gritó su nombre cuando le salpicó.

Para Jack estaba muy claro lo que Nathan sentía por su madre. Tal vez se quejase de que le trataba como a un niño, pero la quería con locura. Podía llevar el pelo de punta y un piercing en el labio, pero Billy tenía razón. Daisy y Steven le habían educado bien, y se notaba. Era un buen chico.

Y Jack no tenía nada que decir a eso. Agarró una toalla y se secó las manos. Intentó impedir que la amargura que le había estado ocultando a Nathan surgiese e hiciese mella en él. Logró mantenerla bajo control, justo debajo del irreprimible deseo que sentía por Daisy y que amenazaba con volverle loco.

¿Cómo era posible que siguiese deseándola? ¿Por qué quería tocarla y besarla? ¿Por qué deseaba enredar los dedos en su cabello dorado y sentir el calor de su piel bajo sus manos? ¿Por qué quería adueñarse del aroma de su cuello y sumergirse en sus ojos castaños? ¿Cómo era posible que, al mismo tiempo, sintiese el impulso de hacerle el mismo daño que ella le había hecho a él? No le encontraba el más mínimo sentido.

Jack se colgó la toalla del hombro y vio cómo Nathan buceaba hasta donde se encontraba Daisy. Ella gritó cuando Nathan tiró de ella hacia abajo. Jack no pudo evitar sonreír. Daisy siempre se las ingeniaba para hacerle reír incluso contra su voluntad, para hacerle recordar cosas que dibujaban una sonrisa en sus labios incluso sin darse cuenta. Le recordaba una y otra vez los buenos ratos que habían pasado juntos en el pasado, antes de que todo se fuese al traste.

Si cerraba los ojos, podía rememorar lo que sentía cuando la tenía entre sus brazos. El peso de su cuerpo cuando se inclinaba hacia él. La textura de su cabello cuando Jack dejaba descansar el mentón sobre su cabeza. El sonido de su voz al pronunciar su nombre, ya fuese con rabia o con deseo. Los sabores y las texturas de Daisy Lee. Lo recordaba todo con absoluta precisión, aunque había deseado olvidarlo.

Jack colocó el carbón en el hoyo para fuegos, lo prendió y sacó una cazuela. Colocó un CD de Jimmy Buffet en el aparato de música y mezcló harina, sal y pimienta para el pescado. Mientras en su canción Jimmy hablaba de aletas que corrían en círculos, Jack no podía apartar la vista de cierto bañador blanco que corría por el lago. Mojado era casi transparente, pero sólo casi.

Cuando regresaron de pescar Nathan y él, Jack se colocó en la proa y vio a Daisy caminar hacia el agua. Hacia él, con el aspecto de una modelo de ropa interior con uno de esos picardías de una pieza que muestran la pierna hasta la cadera. Estaba sexy a más no poder. Era como un sueño hecho realidad. Durante unos segundos, Jack se preguntó cómo serían las horas si lo que estaba viviendo fuese su vida cotidiana, su auténtica vida. Regresar de una jornada de pesca con su hijo para encontrar a Daisy esperándolos. Rodearla con los brazos y estrecharla con fuerza. Tocarla todo cuanto quisiese. Siempre que quisiese. Allí donde quisiese. Durante un breve instante, al pensar en semejante tipo de vida casi se le aflojaron las rodillas.

Pero ésa no era su vida. No era su auténtica vida, y no tenía ningún sentido siquiera planteárselo.

Jack rebozó el pescado con harina y empezó a hacer el arroz en la cazuela. Daisy y Nathan salieron del agua y fueron a vestirse a la tienda. Cuando Daisy surgió del interior llevaba una ligera camisa de color azul con las letras GAP en la parte de delante, a juego con unos pantalones también azules y unas zapatillas Nike de lona azul. Se había recogido el pelo en la nuca con uno de sus típicos pasadores. Puso la mesa mientras Jack freía el pescado en una parrilla encima del carbón. Cenaron juntos, como una familia. Charlaron y rieron. Y Jack tuvo que volver a recordarse que ésa no era su auténtica vida.

Después de cenar jugaron a póquer con cerillas de madera. Cuando oscureció, Jack sacó las lámparas y siguieron jugando hasta que Nathan empezó a bostezar y decidió irse a la cama.

– Todavía es temprano -señaló Jack mientras recogía las cartas.

– Estoy hecho polvo -dijo Nathan camino de la tienda.

– A veces hace eso. El otro día se fue a acostar justo después de cenar y no se despertó hasta la hora del desayuno -le informó Daisy mientras Jack iba metiendo las cartas en una cajita-. Supongo que está creciendo tan deprisa que se le cansa todo el cuerpo.

Jack se puso en pie y se acercó a su camioneta. Cogió su chaqueta tejana y regresó junto al fuego. Las estrellas brillaban en el ancho cielo de Tejas mientras él avivaba las brasas. Echó un par de troncos y se sentó en una de las sillas plegables que había colocado junto al fuego. Estiró las piernas y se quedó mirando el fuego. Empezó a pensar en cómo iban a organizarse para dormir y se preguntó si tendría que haberse traído otra de las tiendas de Billy. Dormir juntos en la misma tienda no iba a resultar sencillo. Jack nunca había dormido tan cerca de una mujer. Sería la primera vez y, gracias a Dios, Nathan dormiría entre los dos. Porque cada vez que pensaba en Daisy acababa pensando en sexo, y le inquietaba enormemente la idea de quedarse dormido y despertar con la nariz pegada a sus pechos.

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