Susan Mallery - El amor del jeque

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¿Podría una niñera convertirse en princesa?
Kayleen James estaba decidida a asegurar el futuro de aquellas huérfanas, aunque eso implicara desafiar al mismísimo príncipe Asad de El Deharia. Pero el seductor gobernante la sorprendió cuando le ofreció adoptar a las tres pequeñas.
Asad necesitaba desesperadamente una niñera, y Kayleen era la única candidata para el puesto. Pronto, el palacio se llenó de alboroto; y todo por una pelirroja con mucho carácter.
Aunque enamorarse no formaba parte del acuerdo fue algo inevitable. ¿Pero lograría Asad convencerla de que aquel reino exótico era su hogar y de que ella debía ser su princesa y esposa?

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– Tengo una idea -dijo Kayleen mientras le daba su plato a Dana-. Ahora que estamos sentados, hablaremos por turnos y todos diremos cómo nos ha ido el día. Será divertido…

Asad miró la extraña mezcla de lasaña, macarrones, ensalada y queso que tenía delante y comentó:

– Habría sido mejor un menú más tradicional.

– Lo sé. Pero las niñas se empeñaron en mezclar cosas y no quise llevarles la contraria -explicó ella.

Dana habló de su día en el colegio y dijo que había descubierto una colección interesante de textos de medicina en la biblioteca principal de Palacio. Nadine mencionó su clase de baile y lo bien que le había ido. Sólo quedaba Pepper, que dijo:

– Yo le he pegado a un chico. Es muy grande, aunque no le tengo miedo… se estaba burlando de unas niñas y le di una patada. A la profesora no le gustó nada y dijo que la próxima vez me castigaría. Pero luego oí a otras profesoras y decían que ese niño se lo tenía bien empleado-Asad lo encontró tan divertido que echó un trago de vino para disimular su sonrisa. Pepper le gustaba. Tenía el carácter de una leona.

– Bueno, no creo que pegar a los niños sea buena idea -dijo el príncipe unos segundos después-. Si lo haces, es posible que te la devuelvan en el futuro.

– No me importa. Soy fuerte.

– Eso da igual. La violencia es una estrategia poco recomendable.

– ¿Es que hay otra?

Asad dudó, sin saber qué decir.

– Adelante, príncipe Asad -intervino Kayleen-. Nos gustaría escuchar su propuesta.

– Si quiere hacer alguna sugerencia… -dijo, incómodo.

– No, no se me ocurre ninguna. Le escuchamos.

Como Asad tardaba en responder, Kayleen decidió dejar de tomarle el pelo y salir en su ayuda.

– Bueno, ya hablaremos de eso más tarde. Sé que pegar a un abusón parece una idea buena, pero no queremos que te busques problemas, Pepper. Ni a Asad ni a mí nos gustaría que te hicieran daño.

– Está bien -dijo la pequeña-. Es que los chicos son muy tontos a veces…

Dana miró a Asad y preguntó:

– ¿Y a ti? ¿Te ha pasado algo bueno hoy?

– He tomado una decisión sobre el puente nuevo del río. Tenía varios proyectos y he elegido el que me ha parecido más conveniente, así que estoy contento.

– ¿Vas a construir un puente? -preguntó Nadine.

– No, yo no. He dado mi aprobación al proyecto y he ordenado a otros que lo construyan.

– Guau… -dijo Dana-. ¿Y qué más órdenes puedes dar a la gente?

– ¿Puedes encerrarlos en mazmorras? -preguntó Pepper-. ¿Puedo ver las mazmorras?

– Algún día…

– Entonces, ¿hay? ¿El palacio tiene mazmorras?

– Sí, por supuesto. Y a veces encerramos en ellas a las niñas que no se portan bien -respondió Asad.

Todas se quedaron en silencio.

El príncipe rió.

– Bueno, Kayleen, sólo falta usted por hablar. ¿Su día ha sido interesante?

Kayleen intentó no mirar al hombre que presidía la mesa. Las niñas se estaban divirtiendo, Asad se comportaba como si fueran una familia de verdad y la situación no podía ser más placentera.

– Cuando salí a pasear, descubrí que cerca hay unos establos -comentó a las niñas.

– ¿Con caballos? ¿Tienes caballos, Asad? -preguntó Dana.

– Los caballos nos encantan… -dijo Nadine.

– Y yo sé montar -intervino Pepper-. Me han dado clases de equitación.

– ¿En el colegio donde estabais? -preguntó Asad, extrañado.

– Un antiguo alumno nos donó unos caballos y el dinero necesario para mantenerlos -respondió Kayleen-. Muchos niños saben montar.

– ¿Usted también?

– Me temo que no -admitió-. Los caballos y yo no nos entendemos.

– Eso es porque los caballos no hablan -dijo Pepper-. Kayleen se cae un montón… intento no reírme porque sé que se hace daño, pero es gracioso.

– Sí, gracioso para ti -murmuró su profesora.

En ese instante se abrió la puerta principal de la suite y apareció un hombre alto y de cabello canoso.

– Ah, Asad, estás aquí. Y veo que cenando con tu familia…

Asad se levantó.

– Padre…

Kayleen se estremeció. Era su padre, el rey. Automáticamente, se levantó de la silla e indicó a las pequeñas que la imitaran.

– Padre, te presento a Kayleen, la niñera de mis hijas adoptivas. Señoritas… os presento a mi padre, el rey Mujtar.

Las niñas se quedaron boquiabiertas. Kayleen, en cambio, apretó los labios sin saber qué decir ni cómo comportarse. El rey asintió graciosamente.

– Me alegro mucho de conoceros. Bienvenidas al Palacio Real de El Deharia. Espero que viváis muchos años y que sean años felices y llenos de salud. Que estos fuertes muros os protejan siempre y os ofrezcan solaz.

– Gracias por su hospitalidad -acertó a decir Kayleen.

Todavía no podía creer que estuviera en presencia de un rey de verdad. Y por primera vez, entendió lo que significaba el título de príncipe; aunque ella no le diera demasiada importancia a su poder, era el heredero de un reino. \

El rey señaló la mesa.

– ¿Puedo?

Kayleen lo miró con los ojos como platos.

– Por supuesto, alteza. Por favor, siéntese. Pero me temo que no esperábamos su visita y la comida es poco… tradicional.

El rey se sentó y Asad les indicó que se acomodaran. Mujtar echó un vistazo a las distintas posibilidades y se sirvió unos macarrones.

– No los tomaba desde hace años…

– Los he elegido yo -dijo Pepper-. Es la pasta que más me gusta, y aquí la hacen muy bien… A veces, cuando estábamos en el colegio, Kayleen nos llevaba a la cocina y nos los preparaba. También estaban buenos.

– Vaya, así que a mi chef le ha salido una competidora… -comentó el rey

– No lo creo -dijo Kayleen-. La comida de su chef es magnífica. Disfrutar de ella es todo un honor…

Asad miró a su padre y dijo:

– Kayleen se aburría y no se le ocurrió mejor cosa que bajar a la cocina y ofrecerle su ayuda. Al chef no le gustó nada en absoluto.

Kayleen se ruborizó.

– Sí, se sintió insultado. Y cuando me marché, oí que se rompía algo… supongo que me lanzó algún objeto.

– ¿Fue la noche en que mi suflé llegó quemado? -preguntó el rey.

– Espero que no… -contestó ella.

El rey sonrió.

– Bueno, ¿y qué conversación he interrumpido?

– Estábamos hablando de caballos -respondió Nadine-. En el colegio aprendimos a montar.

– Caballos. Creo recordar que tenemos establos, ¿verdad? -preguntó el rey, mirando a su hijo.

– Mi padre está bromeando -explicó Asad a las niñas-. Los establos de Palacio son famosos en todo el mundo.

– ¿Y los caballos corren mucho? -preguntó Dana.

– Más de lo adecuado para una principiante.

Dana se frotó la nariz.

– Pero si nos dieran más clases de equitación, podríamos llegar a ser expertas…

– Exactamente -dijo Asad.

– Estoy de acuerdo. Todas las princesas deberían aprender a montar. Hablaré con el encargado de las cuadras para que les dé lecciones -dijo el rey, mirando a Kayleen-. A todas.

– Gracias -murmuró ella.

– No parece muy entusiasmada -le susurró Asad.

– Es que Pepper no bromeaba al decir que me caigo. Me pasa constantemente…

– Entonces, debería recibir clases personales.

Kayleen lo miró a los ojos y se sintió perdida en la mirada. Era como si tuviera un campo de energía que la atrajera. Tuvo la extraña sensación de que el príncipe la iba a tocar y de que a ella le iba a gustar.

– Montar es una forma divertida de hacer ejercicio -observó el rey.

– ¿Eso se lo han preguntado a los caballos?

Kayleen lo dijo sin pensar, una fea costumbre que ya le había causado muchos problemas en el convento. Pero tras un instante de silencio, el rey rompió a reír.

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