Susan Mallery - El amor del jeque

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¿Podría una niñera convertirse en princesa?
Kayleen James estaba decidida a asegurar el futuro de aquellas huérfanas, aunque eso implicara desafiar al mismísimo príncipe Asad de El Deharia. Pero el seductor gobernante la sorprendió cuando le ofreció adoptar a las tres pequeñas.
Asad necesitaba desesperadamente una niñera, y Kayleen era la única candidata para el puesto. Pronto, el palacio se llenó de alboroto; y todo por una pelirroja con mucho carácter.
Aunque enamorarse no formaba parte del acuerdo fue algo inevitable. ¿Pero lograría Asad convencerla de que aquel reino exótico era su hogar y de que ella debía ser su princesa y esposa?

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– No, no lo es.

– Si yo digo que lo es, lo es.

Kayleen no estaba de acuerdo. Ella sólo era una empleada, y como tal, perfectamente reemplazable. Pero prefirió no discutir.

– Gracias.

Ya se alejaba hacia la puerta cuando Asad dijo:

– Le enviaré la información pertinente sobre su sueldo y el seguro médico. Debería haberme encargado antes del asunto.

Ella sonrió.

– Usted es un príncipe, Asad. Es normal que no se encargue de esos detalles.

– Le agradezco que sea tan comprensiva. Gracias.

– De nada.

La oscura mirada de Asad la mantuvo clavada en el sitio. Ya habían terminado de hablar y debía marcharse del despacho, pero no podía. Sentía la irresistible necesidad de acercarse a él y hacer algo. No sabía exactamente qué, pero algo.

El teléfono sonó en ese momento. Asad miró hacia la mesa y ella recobró el control. Todavía quería quedarse, pero abrió la puerta y se marchó.

– Estamos haciendo progresos -dijo Lina.

La princesa estaba tumbada en la cama, con el teléfono pegado a la oreja.

– ¿Estamos? Querrás decir que estás -puntualizó Hassan-. Eso es cosa tuya.

– No es verdad. La idea la tuviste tú y estás tan metido en el asunto como yo.

– Eres una mujer muy difícil…

– Lo sé -dijo, sonriendo-. Forma parte de mi encanto.

– Sí, nadie puede negar que eres encantadora -ironizó.

Lina apretó los ojos y tuvo que contenerse para no gritar. En primer lugar, porque los gritos no eran apropiados en una princesa; y en segundo, porque una mujer de cuarenta y tres años ya era mayorcita como para ponerse a gritar de entusiasmo cuando un hombre coqueteaba con ella por teléfono. Aunque ese hombre fuera el mismísimo rey de Bahania.

– A Kayleen le gusta mucho Asad -continuó ella-. Aun no se ha acostumbrado a vivir en Palacio, pero lo está haciendo bastante bien. Mi sobrino me ha comentado que debía tener un salario y un seguro médico. Quiere ser generoso con ella. No es mal principio…

– Eso no significa que pretenda llegar más lejos.

– Espero que sí. Kayleen es perfecta para él. Además, ten en cuenta que Asad tiende a guardarse sus emociones. La culpa la tiene su padre.

– Qué refrescante -dijo Hassan-. Normalmente se echa la culpa a la madre.

Lina se rió.

– Pero como yo soy mujer, culpo a tu sexo.

– Esta es la parte que más me gusta de nuestras conversaciones. El sonido de tu risa -comentó el rey.

El corazón de Lina se aceleró durante un par de segundos. Fue una suerte que estuviera tumbada en la cama, porque de otro modo se habría caído.

– Tu risa es tan bella como el resto de ti -continuó.

Como Lina no decía nada, el rey añadió:

– ¿Te he asustado?

– No, no, ni mucho menos…

Él suspiró.

– Dime una cosa, Lina. ¿Tu extrañeza se debe a que soy rey? ¿O a que tengo más años que tú?

– No es porque seas rey -respondió sin pensarlo-, ni tampoco es por tu edad. Es que no estaba segura de que… bueno, nunca hemos hablado de lo nuestro. Pensaba que sólo éramos amigos.

– Y lo somos. ¿Te gustaría que fuéramos algo más?

Lina apretó el auricular con fuerza y contuvo la respiración. Tenía miedo de decir la verdad, de admitir que le gustaba mucho.

– A mí me encantaría que fuéramos algo más -intervino él-. ¿Esa información te facilita las cosas o te las complica?

Ella suspiró.

– Me las facilita, por supuesto… a mí también me gustaría.

– Me alegro, Lina. Nunca pensé que encontraría a una mujer como tú. Eres un regalo y siempre estaré agradecido por ello.

– Gracias -susurró, sin saben qué decir-. Me siento… intrigada.

– Intrigada -repitió él-. Has elegido una palabra muy interesante… tal vez deberíamos explorar todas las posibilidades de nuestra relación.

Asad entró en la suite a primera hora de la tarde, como de costumbre; pero en lugar de encontrar un montón de habitaciones silenciosas y oscuras, encontró un lugar animado y lleno de luz. Dana y Pepper estaban sentadas en el suelo del salón, viendo una película. Nadine giraba y bailaba junto al balcón y Kayleen estaba colocando un florero en la mesa del comedor.

Al verlo entrar, ella dijo:

– Ah, magnífico… Llamé a su secretario para preguntarle cuándo vendría a vernos, pero no quiso decírmelo. Creo que no le caigo bien.

– Puede que quiera protegerme…

– ¿Protegerlo? ¿De nosotras? -preguntó con una sonrisa, como si lo considerara una posibilidad ridícula-. Bueno, no importa… necesitaba saberlo por la cena, porque nos gustaría que se quedara a cenar con nosotras. Y por cierto, lo de la cocina es muy divertido. Eso de poder bajar y pedir lo que más nos apetezca a cada una es todo un privilegio. Hemos elegido un menú bastante ecléctico.

El príncipe la miró con atención. Llevaba un vestido tan feo que resultaba molesto a la vista. La tela gris la hacía parecer más pálida; y naturalmente, ocultaba todas y cada una de las curvas de su cuerpo. Pero Kayleen tenía una sonrisa tan bonita que Asad se animó de inmediato y deseó abrazarla y descubrir sus secretos.

– En tal caso, iré a buscar una botella de vino.

Asad se acercó a un armario y sacó una botella. Necesitaba tomar algo fuerte. Normalmente no bebía alcohol en Palacio, pero las cosas habían cambiado hasta el extremo de que ahora tenía que enfrentarse a una mujer y a tres niñas.

Nadine se acercó y bailó a su alrededor, sonriendo.

– Hola, Asad… ¿Has tenido un buen día? Hoy he sacado un notable en Lengua. La profesora dice que leo muy bien… soy buena en todas las asignaturas menos en Matemáticas. Pero Kayleen me va a ayudar.

Pepper corrió hacia ellos y se interpuso a su hermana.

– ¡Hola! ¡Yo también estoy en el colegio! Y se me dan bien las Matemáticas… He hecho un dibujo y te lo he traído, pero no sé dónde ponerlo. Como aquí no hay ningún frigorífico…

Dana se unió a las demás.

– El príncipe no quiere tu dibujo -declaró con suficiencia de hermana mayor-. Además, no dibujas bien.

Pepper le pegó un pisotón.

– Soy una artista -dijo la pequeña-. No como tú, que eres una burra.

Dana gimió, Nadine miró a su alrededor con preocupación y Pepper se tapó la boca con una mano. Por lo visto, Kayleen no permitía que las niñas se insultaran.

Asad se frotó la sien y Kayleen miró a Pepper con cara de pocos amigos.

– Sabes que eso está mal…

La niña asintió.

– Pídele disculpas a Dana.

Pepper, toda rizos dorados, se giró hacia su hermana mayor.

– Siento haberte llamado eso -dijo.

Dana puso los brazos en jarras.

– Tus disculpas no bastan. Te pasas la vida insultando a…

Kayleen carraspeó y Dana bajó la cabeza.

– Gracias por disculparte -dijo al fin.

– Muy bien, Pepper -intervino Kayleen-, ahora tendremos que encontrar un castigo adecuado para lo que has hecho. ¿Alguna idea al respecto?

Los ojos de Pepper se llenaron de lágrimas.

– ¿Quedarme sin cuento esta noche? -preguntó.

– Hum. No, creo que eso sería demasiado… ¿qué te parece si renuncias a elegir película esta noche? La elegirá Dana.

Pepper asintió con la cabeza.

– Bueno, pues no se hable más -declaró su profesora-. ¿Qué os parece si cenamos?

Asad abrió la botella de vino y se sentó a la mesa. Después, llenó dos copas y le dio una a Kayleen mientras ella servía la comida.

– No suelo beber casi nunca -advirtió Kayleen.

– Ni yo.

Asad pensó que aquella situación era excesiva. Estaba sentado a una mesa con sus tres niñas adoptivas y una mujer a la que apenas conocía y con quien no podía acostarse, aunque el sexo era la única razón que podía explicar su presencia allí.

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