Susan Mallery - El amor del jeque

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¿Podría una niñera convertirse en princesa?
Kayleen James estaba decidida a asegurar el futuro de aquellas huérfanas, aunque eso implicara desafiar al mismísimo príncipe Asad de El Deharia. Pero el seductor gobernante la sorprendió cuando le ofreció adoptar a las tres pequeñas.
Asad necesitaba desesperadamente una niñera, y Kayleen era la única candidata para el puesto. Pronto, el palacio se llenó de alboroto; y todo por una pelirroja con mucho carácter.
Aunque enamorarse no formaba parte del acuerdo fue algo inevitable. ¿Pero lograría Asad convencerla de que aquel reino exótico era su hogar y de que ella debía ser su princesa y esposa?

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– Sí, lo estoy.

– Es un lugar magnífico. Grande, moderno y muy eficaz desde un punto de vista académico. No se parece nada a nuestro colegio, aunque si tuviéramos más fondos… supongo que pedirle algo así sería inapropiado.

– Tal vez. ¿Pero dejaría de pedirlo por ello?

– Entonces, veré si es posible que su antiguo colegio reciba una buena contribución económica.

Kayleen lo miró con sorpresa.

– ¿En serio? ¿Así como así?

– No puedo prometerle nada, pero estoy seguro de que encontraremos unos cuantos dólares en alguna parte.

– Eso sería genial. Nuestro presupuesto es tan pequeño que cualquier cosa sería de ayuda. La mayoría de los profesores viven allí, lo que significa que los salarios tampoco son muy altos.

– ¿Por qué quiso ser profesora?

– Porque no pude ser monja.

La respuesta de Kayleen sorprendió al príncipe. \

– ¿Quería ser monja?

– Sí. El orfanato donde mi abuela me dejó estaba dirigido por monjas. Se portaron bien conmigo y pensé que quería ser como ellas, pero no tengo el tipo de carácter necesario -explicó.

– ¿Demasiado respondona?

– Demasiado… todo. Tengo mal genio, no soy capaz de callarme las opiniones y de vez en cuando incumplo las normas. La madre superiora sugirió que me dedicara a la enseñanza -dijo ella-. Y fue una gran idea, porque adoro a los niños y me gusta enseñar… quise dar clases allí, pero ella insistió en que antes me marchara y viera un poco de mundo. Sin embargo, tengo intención de volver.

– ¿A un convento?

Ella asintió.

– ¿Es que no quiere tener marido y una familia?

Kayleen inclinó la cabeza, pero no antes de que Asad notara su rubor.

– No creo que vaya a tener esa oportunidad -confesó-. No salgo con nadie. Los hombres… bueno, los hombres no se interesan por mí en ese sentido.

– Creo que se equivoca -declaró, imaginándosela desnuda.

– No, no me equivoco.

– ¿Y nunca ha estado con nadie que fuera… especial?

– ¿Se refiere a un novio? No -dijo, sacudiendo la cabeza.

Kayleen no dejaba de sorprenderlo. Tenía alrededor de veinticinco años y no había salido con nadie. O estaba ante la mujer más pura del mundo o mentía, pero no tenía motivos para mentir.

De repente, se sintió en la necesidad de enseñarle lo que se estaba perdiendo. Pero le pareció una idea ridícula. Kayleen sólo era la niñera de sus hijas adoptivas.

Capítulo 3

Kayleen salió de la cocina caminando hacia atrás y con las manos en alto.

– No, lo digo en serio… la comida es magnífica, me encanta. He engordado más de un kilo…

Cuando ya no podía ver la expresión de furia del chef, se giró, corrió hacia la escalera más cercana y huyó a un lugar más seguro. Sólo había querido ser de utilidad al cocinero, pero el hombre se lo había tomado como un insulto.

Como las niñas estaban todo el día fuera, ella no tenía nada que hacer. Además, en el colegio nuevo le habían dicho que no podía dar clase porque resultaría extraño ahora que estaba bajo la protección del príncipe. Y necesitaba hacer algo porque se aburría.

Caminó por el corredor principal y se detuvo para intentar averiguar dónde se encontraba. Vio una puerta grande que le resultó familiar, y poco después, al dar la vuelta a una esquina, reconoció la oficina del príncipe. No tardó nada en plantarse delante de su secretario, Neil.

– Necesito verlo-dijo.

– No tiene cita.

– Soy su niñera…

– Sé quién es, señorita James. Pero el príncipe Asad es muy particular con sus horarios de trabajo -afirmó el secretario con un fuerte acento inglés.

– Neil, necesito saber si…

En ese momento se abrió la puerta del despacho de Asad y el príncipe se asomó.

– Oh, vaya… justo la persona a quien buscaba.

– ¿Es por lo del chef? -preguntó ella, ruborizándose-. No pretendía insultarlo. Sólo quería ayudar…

– ¿Se puede saber qué ha hecho?

– Nada, nada…

– ¿Y por qué será que no la creo? Pase a mi despacho, Kayleen. Empiece por el principio y no olvide ningún detalle.

Ella dudó un momento, pero finalmente lo siguió al despacho. Cuando los dos se habían sentado, el príncipe la miró de forma expectante.

– Fui a la cocina porque pensé que podía ayudar. No pretendía molestar al cocinero… es que me aburro. Necesito hacer algo -confesó.

– ¿Hacer algo? Ya tiene tres niñas a su cargo. La mayoría de la gente pensaría que es trabajo de sobra.

– Oh, vamos… se pasan todo el día en el colegio. En cuanto a la cocina y la limpieza, ya hay personas que se ocupan de ello. ¿Qué puedo hacer con mi tiempo libre?

– ¿Ir de compras?

– ¿Con qué? ¿Es que me va a pagar? No hemos hablado de mi salario ni del seguro médico ni de ninguna otra cosa por el estilo. Yo estaba tranquilamente en mi colegio, haciendo mi trabajo y sin meterme en los asuntos de nadie, y de repente me trajeron aquí. No es un cambio tan fácil.

– Si no recuerdo mal, atacó a Tahir. Yo diría que eso no es estar tranquilamente y sin meterse en los asuntos de nadie -se burló el príncipe.

– Bueno, ya sabe lo que quiero decir…

– Sí, lo sé. Pero dígame, Kayleen, ¿de qué daba clases en el colegio?

– De Matemáticas.

Kayleen se levantó del sofá y se acercó a la ventana. El despacho daba a un jardín precioso y se preguntó si podría echar una mano al jardinero. No sabía nada de flores y plantas, pero podía aprender.

– ¿Qué tal se le dan los análisis estadísticos?

– Supongo que bien -respondió, sin dejar de mirar las flores.

– Entonces, tengo un proyecto para usted.

Kayleen se giró.

– ¿Quiere que me encargue de sus impuestos?

– No. Quiero que trabaje con el ministro de Educación. Hemos conseguido que muchas jóvenes de las zonas rurales terminen los estudios de secundaria y vayan a la universidad, pero siguen siendo menos de las que nos gustaría. Para que El Deharia sea un país próspero, necesitamos ciudadanos educados y productivos -respondió.

– ¿Y en qué consistiría exactamente el trabajo?

– Quiero que vaya a los pueblos de donde proceden la mayoría de las chicas y averigüe qué es lo que están haciendo bien, para aplicar la misma política en los demás. ¿Le interesa? -preguntó.

Ella volvió al sofá…

– ¿Lo dice en serio? ¿No me lo ofrece sólo para que me mantenga ocupada?

– Tiene mi palabra. Esto es muy importante y confío en que lo hará bien.

Asad habló con una voz tan firme y baja que se sintió atraída hacia él. Había algo en sus ojos que la empujaba a creerlo. Y cuando volvió a pensar en la oferta, se entusiasmó tanto que se echó hacia delante y tuvo que contenerse para no acabar entre sus brazos.

– Me encantaría… Muchas gracias, príncipe.

Asad se levantó del sofá y se dirigió a su mesa con normalidad. O no había notado el impulso de Kayleen o prefería hacer caso omiso.

Asad abrió un cajón de la mesa y sacó una tarjeta de crédito.

– Tenga, úsela para comprar cosas para usted y las niñas.

– No necesitamos nada.

– Lo necesitarán. Ropa, por ejemplo… no sé mucho de niños, pero me consta que crecen y que necesitan cambiar de ropa.

– Eso es cierto -dijo, mirando la tarjeta-. Es muy amable…

– Mis hijas adoptivas merecen lo mejor. No en vano, su padre es un príncipe -dijo.

– Y un hombre sin problemas de inseguridad -comentó ella, entre divertida y envidiosa.

– Por supuesto que no. Soy consciente de mi lugar en el mundo.

– Ya lo veo.

– Pero mi mundo también es el suyo, Kayleen.

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