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Susan Mallery: El amor del jeque

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Susan Mallery El amor del jeque

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¿Podría una niñera convertirse en princesa? Kayleen James estaba decidida a asegurar el futuro de aquellas huérfanas, aunque eso implicara desafiar al mismísimo príncipe Asad de El Deharia. Pero el seductor gobernante la sorprendió cuando le ofreció adoptar a las tres pequeñas. Asad necesitaba desesperadamente una niñera, y Kayleen era la única candidata para el puesto. Pronto, el palacio se llenó de alboroto; y todo por una pelirroja con mucho carácter. Aunque enamorarse no formaba parte del acuerdo fue algo inevitable. ¿Pero lograría Asad convencerla de que aquel reino exótico era su hogar y de que ella debía ser su princesa y esposa?

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– Aún no he dicho que esté de acuerdo…

– ¿No es usted quien se ha empeñado en que permanezcan juntas? -preguntó el príncipe.

– Es la solución perfecta -intervino Lina-. Piénsalo. Las niñas crecerían en un palacio y se les abriría un mundo nuevo… Dana podría estudiar en la mejor de las universidades. Nadine tendría los profesores de baile más competentes y la pequeña Pepper no estaría condenada a llorar sola todas las noches.

Kayleen se mordió el labio inferior.

– Suena bien -dijo, volviéndose hacia Asad-. Pero quiero que me dé su palabra de que no se convertirán en criadas ni las casarán con quien sea por motivos políticos.

– Su desconfianza me ofende -le advirtió.

– No lo conozco de nada -se defendió ella.

– Soy el príncipe Asad de El Deharia. Eso es todo lo que necesita saber.

Lina la miró.

– Asad es un buen hombre, Kayleen.

A Asad no le gustó que su tía se sintiera en la necesidad de defender su carácter y pensó que las mujeres no eran más que una molestia.

– Tienes que dar tu palabra de que serás un buen padre, de que cuidarás de ellas, de que las querrás y de que no las casarás con nadie de quien no estén enamoradas -continuó su tía.

– Seré un buen padre -dijo él-. Cuidaré de ellas y me encargaré de que las críen con todos los privilegios que merecen las hijas de un príncipe.

Kayleen frunció el ceño.

– Eso no es lo que he pedido -afirmó.

– Pero es lo que ofrezco.

Kayleen dudó.

– Debe prometer que no las condenará a un matrimonio de conveniencia.

Él asintió, molesto.

– Está bien. Podrán elegir a sus maridos.

– E irán a la universidad y no serán criadas.

– Ya he dicho que serán mis hijas, señorita James. Está poniendo a prueba mi paciencia.

Kayleen lo miró y declaró:

– No le tengo miedo.

– Ya me había dado cuenta. En cualquier caso, recuerde que usted será la única responsable del bienestar de las niñas -dijo antes de girarse hacia su tía-. ¿Ya hemos terminado aquí, Lina?

Lina sonrió y sus ojos brillaron de un modo tan misterioso que Asad pensó que se traía algo entre manos.

– No estoy segura, sobrino. En cierta forma, creo que este asunto acaba de empezar.

Capítulo 2

Kayleen nunca habría creído que su vida pudiera cambiar tanto y tan deprisa. Por la mañana se había despertado en su diminuta habitación del colegio, que tenía una ventana igualmente pequeña y vistas a un muro de ladrillo; pero ahora, seguía a la princesa Lina al interior de una suite enorme de un palacio que daba al Mar Arábigo.

– Debo de estar soñando. Las habitaciones son preciosas…

Se giró lentamente sobre sí misma y contempló los tres sofás, la mesa del comedor, la elegante decoración, los balcones que daban a la terraza y el mar al fondo.

Lina sonrió.

– Es un palacio, querida. ¿Pensabas que vivíamos en cuartuchos?

– No, obviamente no -respondió, mirando a las tres niñas-. Pero es mucho más bonito de lo que esperaba… sólo temo que las niñas puedan romper algún mueble.

– Te aseguro que esos muebles se han llevado más golpes de los que puedas imaginar. Sobrevivirán a esto -declaró-. Pero ahora, sígueme. Tengo una sorpresa maravillosa para ti…

Kayleen dudó de que pudiera ofrecerle una sorpresa mayor que vivir en el Palacio Real de El Deharia, pero deseó equivocarse. Empujó un poco a las niñas para que siguieran adelante y avanzaron por el pasillo.

Lina se detuvo delante de una puerta enorme, que abrió.

– No he tenido tiempo para encargarme de todo, así que aún no está terminada. Pero es un principio.

El principio al que Lina se refería era una habitación del tamaño de un aeródromo con techos y balcones altos, tres camas con edredones, varios armarios y mesas, montones de muñecos de peluche y batas, camisones y zapatillas. Hasta habían llevado las mochilas que las niñas llevaban al colegio; las habían dejado al pie de sus camas.

– He ordenado que todas tengan un ordenador -explicó Lina-. En el comedor hay una televisión y varias películas adecuadas para ellas, pero traerán más. En su momento, les daremos una habitación individual a cada una; pero he pensado que por ahora es mejor que sigan juntas.

Kayleen no lo podía creer. La habitación era perfecta. Luminosa, muy grande y llena de colores.

– ¿De verdad? -preguntó Dana-. ¿Es para nosotras?

Kayleen se rió.

– Sí, y será mejor que os la quedéis. Porque si no os gusta, me la quedaré yo.

La declaración de Kayleen fue todo lo que las niñas necesitaron para salir corriendo y empezar a examinar hasta el último de los rincones de la habitación. Estaban muy contentas.

– Eres increíble -dijo Kayleen a la princesa.

– Tengo mis recursos y no me importa usarlos -dijo su amiga-. Además, es muy divertido… no todos los días tengo ocasión de comportarme como una dictadora y dar órdenes a los criados para que cumplan todos mis antojos. Pero todavía no hemos terminado. Sígueme y te enseñaré el lugar donde dormirás.

Kayleen siguió a Lina a través de un cuarto de baño gigantesco, con una bañera donde se podía nadar; salieron a un pasillo corto que terminaba en una habitación preciosa, decorada con tonos verdes y amarillo pálido. Los muebles eran delicados y femeninos, y la habitación contigua, más lujosa que ninguna de las que había visto hasta entonces.

– Son de seda -dijo, acariciando las cortinas-. ¿Y si las mancho con algo?

– Entonces, llamaremos a la tintorería -declaró Tina-. Relájate, ya te acostumbrarás. Éste es tu hogar y ahora formas parte de la vida de Asad.

– No una parte muy feliz -comentó-. Tu sobrino no quería ayudarnos.

– Pero lo ha hecho y eso es lo que importa.

Kayleen asintió aunque estaba muy confundida.

– ¡Las maletas! ¡Kayleen, corre…! ¡Nuestras maletas ya están aquí!

Kayleen y Lina volvieron a la habitación principal y vieron que ya habían llevado las maletas. En el colegio les habían parecido enormes, pero allí parecían pequeñas y gastadas.

Lina la tocó en el brazo.

– Acomódate. Me encargaré de que os traigan la cena… las cosas te parecerán más sencillas por la mañana.

– Ya me parecen bien -dijo Kayleen-. Vivimos en un palacio… ¿qué más podría desear?

Lina se rió.

– No te vendría mal una actitud positiva, por ejemplo -respondió-. Pero bueno, será mejor que me marche. Bienvenidas a Palacio…

Lina abrazó a las niñas y desapareció, cerrando la puerta a sus espaldas. Kayleen se sintió terriblemente incómoda ante la perspectiva de vivir allí, pero miró a las niñas, notó su temor y pensó que ya lo habían pasado bastante mal y que merecían que hiciera un esfuerzo por ellas.

– ¿Qué os parece si probamos la televisión? Os propongo un trato: la primera que saque sus cosas de sus maletas y las guarde convenientemente en su armario, tendrá derecho a elegir la película. Venga… empezamos en tres, dos, uno… ¡Adelante!

Las tres niñas salieron corriendo hacia su habitación.

– Yo terminaré primero -gritó Pepper.

– No, seré yo porque tú has traído demasiadas cosas -dijo Dana.

Kayleen dejó a las pequeñas y se dirigió a su dormitorio para guardar sus pertenencias. Todavía estaba preocupada con la situación; Lina había prometido que el príncipe Asad cumpliría su palabra y no dudaba de ello, pero las niñas habían sufrido mucho y tardarían en volver a la normalidad.

La noche pasó rápidamente. Les sirvieron la cena, comieron tranquilamente y luego vieron una película, Princesa por sorpresa, y se dedicaron a comparar el castillo que salía en la pantalla con el palacio en el que se encontraban. A las nueve, las tres niñas ya se habían quedado dormidas. Kayleen se quedó sola y se dedicó a pasear por la preciosa suite.

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