Susan Mallery - Pasión En El Desierto

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Pasión En El Desierto: краткое содержание, описание и аннотация

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Él era el atrevido desconocido que se había propuesto acompañar a la bella e inocente Phoebe Carson en su visita a su tierra natal. Pero ¿qué haría Phoebe cuando descubriera que su guía no era otro que el príncipe Nasri Mazin… y que estaba decidido a seducirla?

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Ya estaba duro.

– Oh, Mazin… -lo abrazó de la cintura.

– Sí. Pronuncia mi nombre -murmuró contra sus labios-. Sólo el mío.

La desvistió lentamente hasta que quedó completamente desnuda, sobre la manta que había traído consigo. La luz del sol se filtraba a través de las hojas de los árboles, veteando de sombras sus muslos, sus senos. Mazin también se desnudó y se tumbó a su lado.

Phoebe no tardó en derretirse de deseo bajo sus besos. Estaba ardiendo por dentro, la humedad de su sexo atestiguaba su disposición. Cuando Mazin empezó a acariciarla íntimamente, se estremeció a la espera del inminente orgasmo.

Mazin la fue arrastrando hasta el clímax, y justo cuando Phoebe estaba a punto de entrar en el paraíso, se tumbó de espaldas y la sentó encima de él. Aquella postura poco familiar le resultó algo incómoda al principio, pero pronto descubrió su ventaja, que no era otra que llevar la iniciativa y controlar el ritmo.

Mientras Phoebe se alzaba y bajaba, deslizándose a lo largo de su miembro, él introdujo una mano entre sus cuerpos y empezó a frotarle el clítoris. La tensión la hizo estremecerse, temblar, gritar.

Perdió el control allí mismo, a plena luz del día, con el estruendo de las cascadas como fondo. Mazin se estremeció bajó su cuerpo, tan desquiciado como ella, gritando su nombre.

– Tenemos que hablar -le dijo algo más tarde, cuando acababan de vestirse y se dirigían de vuelta al coche-. Hay algo que no te he dicho.

A Phoebe no le gustó aquello. Sintió un escalofrío, como si el sol hubiera desaparecido de repente detrás de una nube. ¿Iba a decirle que su relación había terminado?

– Yo no quiero hablar -le dijo apresurada-. Me marcharé dentro de unos días. ¿Por qué no podemos atesorar estos recuerdos tan felices hasta entonces?

Mazin suspiró.

– Phoebe, no quiero asustarte. No pretendo acabar nuestra relación… simplemente lo que quiero es cambiarla. Pero antes de hacerlo, debo contarte la verdad sobre mi persona.

Phoebe subió al coche. Si antes se había estremecido de expectación, en ese momento estaba temblando de frío. Quiso envolverse en la manta que había traído Mazin. El problema era que estaba impregnada de la dulce fragancia de su amor, y sabía que si la olía, se echaría a llorar.

Y estaba decidida a no llorar, le dijera lo que le dijera Mazin. Si no a él, se lo debía a sí misma. Esperó a que estuviera sentado al volante.

– Estás casado.

Se volvió para mirarla.

– Ya te lo dije, mi mujer murió hace seis años. No he vuelto a casarme desde entonces. Durante un tiempo pensé en hacerlo, pero encontrar a alguien se reveló una tarea imposible, así que renuncié a la idea -encendió el motor-. No lo estoy haciendo muy bien. Quizá, en vez de decírtelo, debería enseñártelo. Quiero… -vaciló-. La mayor parte de las mujeres estarían encantadas de saberlo, pero no estoy muy seguro de cuál será tu reacción…

Si lo que pretendía era hacer que se sintiera mejor, estaba haciendo un pésimo trabajo. Phoebe se mordió el labio mientras se dirigían hacia el norte. Por un parte ansiaba escuchar lo que tuviera que decirle, porque si le decía a la cara que su relación se había acabado, entonces, con el tiempo, quizá podría dejar de amarlo. Pero si huía, si se negaba a escucharlo… entonces jamás podría superar su recuerdo.

Aunque, ciertamente, la idea de encerrarse en su hotel y no volver a salir hasta la hora de salida del avión no dejaba de resultarle atractiva.

Tan absorta estaba en esos pensamientos que no se dio cuenta de que se hallaban en la carretera que llevaba al palacio. Un nudo le cerró la garganta.

– Mazin, ¿por qué estamos aquí?

Él no le dijo nada. El cerebro de Phoebe empezó a trabajar a toda velocidad. Varias posibilidades se le ocurrieron, sin que ninguna le gustara especialmente. En lugar de aparcar delante del palacio, Mazin continuó por una carretera lateral que llevaba a un gran edificio. Ya se lo había enseñado antes: la residencia privada del príncipe.

Fue como si el mundo entero cediera bajo sus pies. Se le paralizó el cerebro, el corazón dejó de latirle por un segundo, y luego empezó de nuevo, esa vez a un ritmo acelerado.

Pero antes de que cualquiera de los dos pudiera decir algo, un niño pequeño salió de un bosquecillo cercano y corrió hacia el coche.

Mazin aminoró la velocidad y aparcó en el arcén de la carretera. Dabir se acercó a la puerta de Phoebe y la abrió.

– ¿Se lo has pedido? ¿Te ha dicho que sí? -le preguntó a su padre.

– Dabir, aún no hemos hablado de nada -gruñó Mazin, aunque su hijo no se mostró nada impresionado por su mal humor-. Necesitamos más tiempo.

– Pero si habéis tenido toda la mañana -se quejó el niño-. ¿Le dijiste que me parece muy bonita? ¿Y lo de que se convertiría en princesa?

– ¡Dabir!

– Dígale que sí, señorita Carson… -le suplicó a Phoebe. Luego miró por última vez a su padre y se marchó por donde había venido.

Phoebe no sabía qué decir ni qué pensar. Se sentía como si acabara de caer en otra dimensión, en otro universo.

– ¿Ma-Mazin?

– No era esto lo que había planeado -suspiró-. Estamos sentados en el coche. No es nada romántico -desabrochándose el cinturón de seguridad, se volvió hacia ella-. Phoebe, lo que no te dije es que soy algo más que un alto funcionario del gobierno de Lucia-Serrat. Soy el príncipe Nasri Mazin. Gobierno esta isla. La casa que tienes delante es mi hogar. Mis hijos son príncipes.

Phoebe parpadeó varias veces.

– ¿El-el príncipe? No -susurró-. No puede ser.

– Me temo que sí -se encogió de hombros.

Phoebe se quedó mirando su rostro familiar, sus ojos oscuros, su boca de labios firmes. La boca que tanto había besado y que la había besado a ella en tantos y tantos íntimos lugares… Se le encendieron las mejillas.

– ¡Pero si te he visto desnudo!

– Y yo a ti -sonrió.

Pero ella no quería pensar en eso.

– No lo entiendo. Si de verdad eres un príncipe, ¿por qué no me lo dijiste? ¿Y por qué querías estar conmigo?

Mazin le apartó con delicadeza un mechón de cabello de la frente.

– Cuando te vi en el aeropuerto, acababa de volver de un largo viaje. Durante todo el tiempo había estado pensando en que debía buscar una esposa. No esperaba casarme por amor, pero confiaba en encontrar a una mujer con quien pudiera sentirme cómodo, disfrutar de la vida con ella. No tuve suerte. Las mujeres que conocí me aburrían. Me cansé de que solamente me quisieran por mi posición, o por mi dinero. Volví a casa cansado y descorazonado -se encogió de hombros-. Entonces vi a una preciosa jovencita entrar en una tienda del aeropuerto. Parecía fresca, espontánea, encantadora, y muy distinta de las otras mujeres que había conocido. La seguí por impulso. La misma impresión me causó al hablar con ella. No tenía la menor idea de quién era yo. Al principio pensé que aquella supuesta inocencia era un juego, una simulación, pero con el tiempo descubrí que era tan genuina como la mujer misma. Y me sentí intrigado.

Phoebe seguía sin poder pensar con coherencia.

– Pero Mazin… -tragó saliva-. Digo… príncipe Nasri… -cerró los ojos con fuerza. Aquello no podía estar sucediéndole. ¿Un príncipe? ¿Se había enamorado de un príncipe? Lo que quería decir que las pocas y débiles esperanzas que hubiera podido tener de un futuro para su relación acababan de desvanecerse como el humo.

– Phoebe, no te pongas tan triste…

Abrió los ojos y se lo quedó mirando fijamente.

– No estoy triste. Me siento como una estúpida, que es distinto. Debería haberlo adivinado.

– Yo me esforcé bastante para que no te dieras cuenta. Programaba nuestras salidas por adelantado, para que no pudiéramos encontrarnos con nadie.

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