Susan Mallery - Pasión En El Desierto
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– Tenemos archivos fotográficos. Tú me dijiste que tu tía había sido la favorita del príncipe. Pensé que tal vez se conservara alguna foto suya, y no me equivocaba. Esta imagen fue tomada en una fiesta de gala, en la residencia privada del príncipe. El original está depositado en los archivos, pero me permitieron hacer una copia.
Phoebe no sabía qué decir. No tenía palabras para agradecerle todas las molestias que se había tomado.
– Tenías razón. Es imposible que rechace este regalo. Significa demasiado para mí. Conservo unas cuantas fotos de Ayanna, pero ninguna tan buena como ésta. Gracias por haber tenido este detalle conmigo.
– Mi único motivo era hacerte sonreír.
A Phoebe no le importaba el motivo que pudiera haber tenido. No había otro regalo en el mundo que tuviera tanto significado para ella. No sabía cómo explicarle lo que estaba sintiendo en ese momento.
Quería abrazarlo, intentar demostrarle su gratitud, y que Mazin la besara hasta hacerle perder la conciencia… Le ardían los ojos por las lágrimas que no podía derramar. Le dolía el corazón, y al mismo tiempo sentía una especie de vacío que no conseguía explicar.
– No te entiendo -le dijo al fin.
– Tampoco creo que eso sea tan necesario -Mazin bebió un sorbo de vino y cambió de tema-. Dentro de dos noches será la fiesta nacional de Lucia-Serrat. Aunque vivimos en un paraíso tropical, nuestras raíces se hallan en el desierto de Bahania. Aparte de una cena especial, habrá diversas actividades: baile, música… El acontecimiento no figura en la lista de Ayanna, pero sospecho que te encantará. Si estás disponible para asistir, me sentiría honrado de que me acompañaras.
Como si tuviera otros planes… Como si prefiriera estar con alguien que no fuera él…
– Gracias, Mazin. El honor de acompañarte es mío.
Se la quedó mirando fijamente, con sus ojos oscuros traspasándole el alma.
– Probablemente es mejor que tú no puedas leerme el pensamiento -murmuró-. Lo único que se opone entre la muerte de tu inocencia y tú es un delgado hilo de honor que, incluso en este mismo momento, amenaza con romperse.
Una vez más la dejó sin habla. Pero antes de que pudiera intentar comprender lo que había querido decir, el camarero apareció con sus cartas de menú. La magia del momento se rompió. Mazin se ocupó de volver a guardar la foto y hablaron de lo que pedirían para comer.
Nadie volvió a hacer referencia a aquel último comentario. Pero Phoebe no lo olvidó.
Dos días después, le hicieron entrega de una gran caja en el hotel. Phoebe comprendió inmediatamente que era de Mazin, pero… ¿qué podría enviarle? Se apresuró a desatar el lazo y a retirar la tapa.
Debajo de varias capas de papel de gasa, descubrió un precioso vestido de noche azul marino, de reflejos tornasolados. Se quedó sin aliento. El escote del corpiño era especialmente atrevido, mientras que la falda se ceñía a sus muslos y caderas. No estaba muy segura de que pudiera reunir el coraje necesario para llevarlo.
Una nota cayó al suelo. Volvió a guardar el vestido en la caja y recogió el papel doblado. Enseguida reconoció la enérgica letra masculina. Además… ¿quién si no Mazin le habría enviado un vestido?
Sé que intentarás rechazar mi regalo. Puede que incluso me reproches mi atrevimiento. No quise arriesgarme a enfrentarme con tu furia, que ya sabes que siempre me deja temblando de miedo. Así que he preferido regalarte este vestido en secreto, como un ladrón al amparo de la noche.
Phoebe era consciente de que no podía aceptar un regalo tan extravagante. Sin embargo, la nota de Mazin le arrancó una sonrisa y hasta una carcajada. Como si ella pudiera inspirarle algún tipo de miedo…
Cometió el error de volver a sacar el vestido y acercarse a un espejo. Al final se lo probó.
Tal y como había temido, la sensual tela se adaptaba a cada curva de su cuerpo. Curiosamente, sus senos parecían más llenos, su cintura más fina. De repente se imaginó a sí misma bien maquillada, con la melena cayéndole en una cascada de rizos sobre la espalda. Aunque nunca había creído parecerse a Ayanna, con un poco de ayuda bien podía acercarse…
Todavía con el vestido puesto, descolgó el teléfono y llamó al salón de belleza del hotel. Afortunadamente, habían tenido una cancelación de última hora y estarían encantados de ayudarla en su proceso de transformación. Le preguntaron si le importaría bajar en media hora…
Phoebe aceptó y colgó. Luego volvió a concentrarse en su imagen en el espejo. Esa noche se esforzaría por presentar la mejor imagen posible. ¿Sería suficiente?
Phoebe llegó la primera al restaurante. Mazin la había telefoneado en el último momento para decirle que se retrasaría un poco por un pequeño problema de trabajo. Le había enviado un coche para recogerla, después de prometerle que estaría con ella a las siete.
La llevaron a una mesa privada, en la primera planta del local. Allí estaba protegida por biombos de madera, a la vez que disfrutaba de una vista perfecta del escenario. En una esquina había una pequeña orquesta, tocando para los invitados.
El camarero se entretuvo unos minutos más de los necesarios en su mesa, haciendo conversación. Por su manera de hablar y por el brillo de sus ojos, Phoebe se dio cuenta de que la consideraba atractiva. Nunca antes había cautivado la atención de ningún hombre, por lo que no pudo menos que sorprenderse.
El camarero desapareció para volver enseguida con una botella de champán. Mientras bebía un sorbo, Phoebe reflexionó sobre lo que acababa de suceder: si aquel joven se había fijado en ella, evidentemente debía de ser por el vestido y por el maquillaje. Pero sospechaba que había también otra razón: que ella misma se había convertido en una mujer distinta, durante las pocas semanas que llevaba en aquella isla.
Estar con Mazin la había cambiado.
Se recostó en su silla. Excepto alguna que otra tarde, Mazin había pasado casi todos los días con ella. Habían hablado de todo, de historia y de literatura, de películas, de los planes que tenía para cuando volviera a Florida. Habían compartido excursiones, comidas y risas, y en las pocas ocasiones en que Phoebe se había permitido llorar, Mazin había sido más que amable con ella. Habían ido a todos los lugares de la lista de Ayanna. A todos menos a uno: la Punta Lucia.
Phoebe respiró hondo en un intento por calmar los nervios. Le quedaba poco tiempo de estancia en la isla: pronto volvería a su pequeño y solitario mundo. Sabía que estar con Mazin sería una experiencia única e irrepetible en su vida, pero cuando volviera a casa, todo continuaría siendo como antes. Se matricularía en la universidad y se licenciaría como enfermera. Quizá se desenvolvería mejor que hasta el momento a la hora de hacer amigos, quizá incluso tuviera la suerte de conocer a algún joven. Pero nadie podría igualarse nunca a Mazin. Adondequiera que fuera, e hiciera lo que hiciera, él estaría siempre con ella.
Sabía que el tiempo que habían pasado juntos no había significado lo mismo para él que para ella, y eso era algo que podía aceptar. Pero le gustaba pensar que le había importado por lo menos un poco. Mazin había dado indicios de que la consideraba atractiva, que había disfrutado besándola. De modo que tenía que preguntárselo.
Quizá se riera de ella. Quizá incluso sintiera algo de vergüenza y terminara rechazándola sutilmente, Quizá ella había malinterpretado completamente su interés. Pero por muchas que fueran las posibilidades de rechazo, ella no se arrepentiría nunca de habérselo dicho.
Unas voces en el pasillo la distrajeron. Se volvió para descubrir a Mazin caminando entre los biombos. Tan alto y tan guapo como siempre. El esmoquin negro no hacía sino acentuar su atractivo.
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