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Susan Mallery: Sin miedo a la vida

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Susan Mallery Sin miedo a la vida

Sin miedo a la vida: краткое содержание, описание и аннотация

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Durante la adolescencia, Molly Anderson se había enamorado platónicamente del atractivo Dylan Black, a pesar de que era un joven demasiado rebelde y sólo tenía ojos para su hermana Janet. Pero antes de marcharse de su ciudad natal con el corazón roto, Dylan le había dado a Molly el anillo de compromiso rechazado por Janet y le había prometido llevarla a correr una aventura algún día. Bueno, como todo su mundo se había venido abajo de repente, Molly decidió buscar a Dylan y aceptar su ofrecimiento. Dylan siempre había sentido debilidad por Molly. Entonces, ¿por qué no pasar unos días con ella y divertirse sin lazos emocionales de por medio? Después, los dos habían prometido seguir su camino. Pero eso fue antes de que Molly despertara su deseo y conmoviera su alma cínica con su valor callado. Tal vez algunas promesas estaban destinadas a romperse…

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Molly tuvo que resistir la urgencia de poner los ojos en blanco. Sin duda, el pobre estaba aterrorizado de que fuera a arrojarse a sus brazos en cuanto se quedaran solos. Suspiró. Tenía sentido. Después de todo, había estado seriamente enamorada de él hacía diez años y seguía siendo increíblemente atractivo, pero haría lo posible para controlarse en su presencia.

Por un momento, quiso creer que había especificado que dormirían en habitaciones separadas para que se sintiera segura. Ojalá fuera cierto. Ojalá Dylan pudiera mirarla y encontrarla atractiva. Pero sabía que era pedir la luna. Y no sólo por su aspecto. Su Dylan supiera la verdad sobre ella, saldría corriendo tan lejos y tan rápidamente, que dejaría marcas en la carretera.

– Me parece justo -accedió.

– Entonces, ya está. ¿Trato hecho?

– ¿Estás dispuesto a hacerlo? -preguntó Molly, y luego se sintió estúpida al instante. Pero quería estar segura-. ¿Vamos a irnos juntos de aventura?

– Yo estoy dispuesto si tú lo estás.

«Ten cuidado con lo que deseas», le susurró una voz en la cabeza. Molly la ignoró y sonrió.

– Mi equipaje ya está hecho.

– Estupendo -Dylan extendió el brazo. Démonos la mano para sellar el acuerdo.

Sus largos dedos envolvieron los suyos y el calor pasó de uno a otro. Molly sintió un ligero hormigueo por todo el cuerpo, y no le importó que sus reacciones fueran el resultado de tomar una copa con el estómago vacío, o tal vez las reminiscencias del enamoramiento que había tenido hacía años. No le importó ser ella la única que experimentaba todas las reacciones. Bastaba con que Dylan hubiese accedido. Cuando le soltó la mano, Dylan tomó su hamburguesa.

– Necesitaré el resto del día y parte de la mañana para poner mis asuntos en orden. Podríamos irnos mañana después del mediodía, si te parece bien.

Molly se sintió de repente muerta de hambre, así que extendió un poco más de mostaza en el panecillo.

– Perfecto. Estoy lista para partir en cualquier momento. Si me das tu número de teléfono, te llamaré y te diré dónde voy a alojarme esta noche.

– ¿Dónde vives?

– En Los Ángeles. Pero me refería a que buscaría un hotel para pasar la noche por aquí.

– No te preocupes, puedes alojarte conmigo -sonrió-. Tengo una casa enorme en una de esas colinas. Me enamoré de las vistas, pero el sitio es demasiado grande para mí. Hay cinco dormitorios, y un par de ellos están preparados para los invitados.

– No me gustaría molestar -vaciló Molly.

Lo cierto era que se sentía incómoda ante la idea de pasar la noche en su casa. Sería demasiado íntimo.

– Entiendo. ¿Quieres que hagamos un viaje juntos pero no quieres pasar la noche en mi casa? Tiene sentido.

– Vaya -Dylan tenía razón. Molly sintió cómo se ruborizaba-. Supongo que estás en lo cierto. Entonces, gracias, acepto tu invitación.

Al menos, echaría un vistazo a su mundo. ¿Qué aspecto tendría su casa? ¿Qué haría…? Estaba a punto de darle un mordisco a la hamburguesa cuando se detuvo bruscamente y la volvió a dejar sobre el plato. Se le quedó la boca seca al darse cuenta.

– No se me ha ocurrido preguntártelo -tartamudeó-. No estarás casado o algo por el estilo, ¿verdad? No es importante para el viaje, pero no quiero causarte problemas.

En realidad, estaba mintiendo. Si Dylan estaba casado, no querría ir a ninguna parte con él, pero reconocerlo parecería extraño, como si tuviera un plan romántico secreto.

– Si estuviera casado, no habría accedido -le dijo-. Acabo de salir de una relación, así que no son necesarias las explicaciones. No tienes que preocuparte, jovencita… vivo en una casa normal. No encontrarás ningún monstruo en el armario.

Su sonrisa bromista fue como un directo en el estómago. Casi gritó de terror. No le aliviaba que no estuviera casado, y no iba a enamorarse de él. De ningún modo. Ya tenía bastantes cosas en qué pensar en su vida para añadir una más.

Aclarado aquello, terminaron de comer. Dylan robó una servilleta limpia del bolsillo de la camarera cuando pasó a su lado y dibujó un mapa.

– Ésta es la oficina -dijo, indicándole un pequeño recuadro que había dibujado en la servilleta-. El camino a la casa parece complicado, pero en cuanto estés en la carretera es bastante sencillo. La mayoría de las veces sólo se puede girar en un sentido -le explicó los detalles, sacó su llavero del bolsillo del pantalón y extrajo una de las llaves-. Ten. Confío en que no huyas con la vajilla de plata de la familia.

Molly cerró la mano alrededor del pequeño objeto de metal. Todavía estaba caliente del contacto con su cuerpo.

– Gracias, Dylan -le dijo-. Tanto por tu disposición a acompañarme como por la confianza. No te decepcionaré.

– Si pensara que fueras a hacerlo -repuso él, encogiéndose de hombros-, no te daría la oportunidad. Además, he visto ese pequeño coche que conduces. Podría alcanzarte en menos que canta un gallo.

– No lo dudo.

Molly contempló sus anchos hombros, que casi sobresalían por debajo de las costuras de su camisa. Era muy corpulento. ¿Cómo sería ser tan fuerte y no tener miedo de que alguien te hiriera? Era algo que los hombres daban por hecho.

– ¿Nos vamos? -le dijo, haciendo ademán de levantarse.

– Todavía no hemos pagado.

– Me lo cargan directamente a mi cuenta. La pago cada mes.

– ¿Y qué pasa con nuestro acuerdo? íbamos a pagarlo todo a medias.

– Jovencita, tienes razón -repuso Dylan-. Me debes diez dólares.

– Eso está mejor -rió Molly.

Sacó el billete de su cartera y se lo dio.

Fuera del restaurante, el cielo estaba despejado. En Los Ángeles había una combinación de nubes bajas y niebla. Más allá del restaurante, había espacios abiertos. La ciudad de Riverside era más bien rural y el condado se extendía hasta Arizona. Se sentía como si estuviera a miles de kilómetros de su casa, en lugar de a sólo noventa y cinco.

– Volveremos a la oficina para que puedas recoger tu coche -le dijo mientras le abría la puerta del Mercedes-. Así podrás ir a casa a descansar durante la tarde. Si eres una mujer típica, tendremos que tener una charla sobre el equipaje.

– Me ofende la insinuación -dijo Molly, tratando de no pensar en la enorme maleta que llenaba su maletero.

– Voy a darte una bolsa de tela y nada más.

– No irás a comportarte como un tirano, ¿verdad? -preguntó Molly, todavía sin saber a dónde quería llegar con todo aquello. ¿Qué le importaba cuántas maletas llevara y por qué quería que utilizara una de las suyas?

– Estoy siendo práctico -le tocó la punta de la nariz y sonrió-. No vamos a llevarnos el coche para nuestra aventura. Iremos en una de mis motos.

Molly recordó al instante que aquél era Dylan, y lo recordó salvaje y vestido de cuero negro sobre una motocicleta. Abrió los ojos con sorpresa, y la imagen fue tan poderosa que no pudo decir palabra. Lo único que pudo hacer fue reír de puro deleite.

Dylan observó cómo Molly se alejaba en su coche y luego se volvió hacia su oficina. Al oír cómo se alejaba el ruido del motor, se dijo que debía entrar, que necesitaba hacer miles de cosas, pero se quedó allí de pie, contemplando las colinas pardas y la tierra seca y desértica.

No podía creer que le hubiera dado a una desconocida la llave de su casa y le hubiese dejado ir allí ella sola. Hasta Molly se había sorprendido por su ciega confianza. ¿En qué había estado pensando?

Lo cierto era que no había estado pensando en absoluto. Su instinto le decía que podía fiarse de Molly, y eso había hecho. Resultaba extraño, considerando que no había confiado nunca en nadie. ¿Qué veía en ella? ¿Era el pasado en común, o tal vez la vulnerabilidad de su mirada? Algo había reclamado su consuelo o protección.

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