– No puedo dejarte marchar -le dijo-. Lo he intentado una y otra vez, pero no dejo de pensar en ti, en lo mucho que te deseo y te necesito en mi vida. Eres increíblemente fuerte y valiente y te mereces a alguien mucho mejor que yo, lo sé. Pero también sé que nadie te amará más que yo -le apretó las manos con fuerza-. Te amo, Molly. Me encanta cómo reímos juntos, lo inteligente que eres, cómo estás al levantarte por las mañanas. Me encanta tenerte en mis brazos y en mi cama. Quiero estar siempre contigo. Quiero casarme contigo y que tengamos hijos juntos. Quiero que mi vida sea una aventura… junto a ti.
Molly estaba demasiado perpleja para moverse o hablar. Las palabras se filtraron lentamente en su cerebro. La amaba. Quería casarse con ella. ¡Con ella!
Dylan soltó una de sus manos y sacó algo del bolsillo de su pantalón. Al ver el anillo, Molly se quedó sin aliento. Aquél no era el simple anillo de oro que había comprado para su hermana hacía diez años. Aquél era un hermoso diamante redondo que centelleaba a la luz de la tarde. Le tomó la mano izquierda y se lo colocó en el dedo.
– Molly Anderson, ¿quieres casarte conmigo?
Entonces volvió a sentir y a respirar. El amor y la necesidad y una felicidad indescriptible la invadieron, se arrojó a sus brazos y lo estrechó.
– Sí, Dylan. Te amo. Quiero estar siempre contigo.
Sintió las lágrimas en su rostro. Lágrimas de alegría. Era tan maravilloso estar con él. Dylan la besó y permanecieron abrazados. Los dos murmuraron palabras de amor y felicidad.
– Me alegro tanto de que hayas vuelto – le dijo, preguntándose si alguna vez saciaría la necesidad de estar junto a él.
– Me estaba volviendo loco -reconoció-. Pensaba que habías vuelto con Grant y que eras feliz.
– Imposible -dijo Molly, haciendo una mueca.
– Me alegro -siguió abrazándola, luego fueron al sofá y se acurrucaron allí-. Explícame lo de las cajas -le dijo, señalándolas.
– Voy a vender el apartamento -lo miró a los ojos y sonrió-. Tampoco acepté la oferta de trabajo. Decidí que quería volver a la universidad y hacer un master.
– La Universidad de California en Riverside no está muy lejos de donde vivo.
– Bien -Molly se apretó contra él-. Estoy dispuesta a confesar que realmente me gustaba tu casa. No me importaría vivir allí contigo.
– ¿Y qué te parecería trabajar para una empresa pequeña pero con futuro? El jefe puede ser duro a veces, pero tengo entendido que es justo. También está buscando con quien asociarse.
– ¿Lo dices en serio?
– Me gustaría mucho que fueras parte de Relámpago Black. Si estás interesada. Detesto la parte burocrática del negocio, quiero volver a diseñar.
Era demasiado perfecto, pensó Molly, y lo besó.
– ¡Sí, me encantaría trabajar contigo! Supongo que puedo conseguir el master en dos años. Mientras tanto, podré aprender sobre la industria, y tal vez trabajar a tiempo parcial.
– Hasta que empiecen a llegar los niños.
Molly se llevó la mano al vientre. Niños.
– Me estás dando todo lo que siempre había deseado.
– Tú también eres una bendición para mí -le dijo, y miró en torno suyo-. Tengo la moto. ¿Quieres venir conmigo ahora? Luego podemos alquilar un camión y venir a por tus cosas.
– Me parece perfecto. Quiero hacer el amor en tu cama.
Dylan se estremeció y sus ojos se oscurecieron de deseo.
– ¿Sabes lo excitado que voy a estar de camino allí?
Molly se rió. Claro que lo sabía. Rápidamente metió algunas cosas en una bolsa y se dispuso a salir por la puerta. Dylan se detuvo.
– Tengo que hacer una llamada rápida -le dijo.
– Adelante.
Se acercó al teléfono y marcó un número. Pasado un minuto dijo:
– Evie, soy yo. Llama a mi abogado y dile que cancele el trato. No voy a vender -sonrió y apartó el auricular de la oreja-. Evie siempre se pone a gritar cuando se emociona -le dijo a Molly. Luego volvió a hablar por teléfono-. Te contaré los detalles cuando vuelva a la oficina. No me esperes hasta dentro de tres días.
Molly sonrió y se sonrojó. Se sentía embriagada de felicidad. Hacía seis semanas, todo su mundo se había venido abajo, pero en aquellos momentos, tenía todo con lo que siempre había soñado y más.
Contempló el anillo de diamantes que centelleaba en su mano izquierda. Era el símbolo perfecto de su amor. Sabía que unidos superarían todos los baches de la vida. Ya habían aprendido mucho, y juntos se hacían cada vez más fuertes. Y estaban enamorados. Dylan era la clase de hombre en que siempre podría confiar, pero ante todo, conocerlo había sido el auténtico milagro de su vida.
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