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Susan Mallery: Sin miedo a la vida

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Susan Mallery Sin miedo a la vida

Sin miedo a la vida: краткое содержание, описание и аннотация

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Durante la adolescencia, Molly Anderson se había enamorado platónicamente del atractivo Dylan Black, a pesar de que era un joven demasiado rebelde y sólo tenía ojos para su hermana Janet. Pero antes de marcharse de su ciudad natal con el corazón roto, Dylan le había dado a Molly el anillo de compromiso rechazado por Janet y le había prometido llevarla a correr una aventura algún día. Bueno, como todo su mundo se había venido abajo de repente, Molly decidió buscar a Dylan y aceptar su ofrecimiento. Dylan siempre había sentido debilidad por Molly. Entonces, ¿por qué no pasar unos días con ella y divertirse sin lazos emocionales de por medio? Después, los dos habían prometido seguir su camino. Pero eso fue antes de que Molly despertara su deseo y conmoviera su alma cínica con su valor callado. Tal vez algunas promesas estaban destinadas a romperse…

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– Te comprendo -dijo Janet lentamente-. Excepto en una cosa.

– ¿Cuál?

– ¿Por qué no me dijiste que te habías enamorado de Dylan?

Molly se incorporó. No debía sorprenderse, Janet siempre había sido capaz de leer sus pensamientos.

– ¿Cómo lo has adivinado?

– Cuando hablamos mientras estabas fuera, no hacías más que decir su nombre. Lo amable que era, lo mucho que os estabais divirtiendo. Entonces, dejaste de hablar de él. No creí que hubiese dejado de ser maravilloso, así que llegué a la conclusión evidente. Que había pasado algo entre los dos.

– No fue lo que estás pensando -Molly agarró con fuerza el teléfono-. Nosotros… -se quedó sin voz-. ¿Te enfadarás?

– Molly, no te preocupes por eso. Lo nuestro terminó hace mucho tiempo. No pienso en él y estoy segura de que él tampoco piensa en mí. Soy muy feliz con mi vida.

Molly sabía que era cierto, pero era agradable oír su confirmación.

– No planeé que ocurriera nada de esto, pero pasó. Fue tan bueno conmigo y siempre lo había considerado mi amor platónico. Una cosa llevó a otra y comprendí que lo amaba.

– ¿Qué siente él por ti?

Molly sonrió con tristeza.

– Le gusto mucho. Cree que soy especial. Por razones que todavía no comprendo, piensa que soy muy bonita.

– Eso es porque eres muy bonita.

– Sí, claro. Tú eres mi hermana, tienes que hablar bien de mí. Pero Dylan no, así que supongo que decía la verdad. Es tan bueno y amable. No sé por qué aceptó a venir conmigo, pero le estaré agradecida el resto de mi vida.

– No se lo dijiste, ¿verdad?

Molly cerró los ojos. Allí estaba, la verdad de la que había estado intentando esconderse. Le había dicho a Dylan que lo amaba. Suponía que en el fondo había confiado en que iría a buscarla. Que se presentaría en su motocicleta y la llevaría con él.

Pero esas cosas no ocurrían en la vida real. Dylan no era la clase de hombre que se comprometía con una mujer, y probablemente se alegraba de sentirse libre otra vez.

– Prometí que no me arrepentiría de nada, así que, sí, se lo dije. No se ha puesto en contacto conmigo desde entonces. No importa – dijo enseguida, y luego miró por la ventana a los árboles que había en el jardín-. Me ayudó a pasar unos momentos muy duros para mí. Tengo los recuerdos y la fuerza. Es suficiente.

– ¿Lo es? -preguntó su hermana.

– Tiene que serlo. Así que de momento, estoy pensando en lo que quiero hacer. Durante la próxima semana tomaré algunas decisiones. Tal vez acepte la oferta de trabajo o tal vez encuentre otro. He estado pensando en volver a estudiar y hacer un master.

– Tienes razón -suspiró Janet-. Tienes que decidirte. Siento haberte presionado.

– Yo no lo siento. Me recuerda que te preocupas por mí y te lo agradezco.

– Llámame en un par de días y hazme saber lo que haces, ¿de acuerdo?

– Te lo prometo.

Se despidieron y colgaron el teléfono. Molly agradecía que su hermana estuviera preocupada, pero ella no lo estaba. La respuesta le vendría pronto. Tenía fe y paciencia. También tenía la satisfacción de saber que no lamentaba nada de lo que había pasado con Dylan. Sí, habría sido maravilloso que él hubiese querido quedarse, pero eso no podía controlarlo. Había hecho lo posible. Conocía la diferencia entre no renunciar sin luchar y darse de cabezazos contra una pared. Si la deseaba, sabía dónde encontrarla. Al menos, por el momento.

Dylan colgó el teléfono y miró con enojo aquel instrumento ofensivo. Su abogado lo estaba presionando para que tomara una decisión. La oferta de la multinacional de motociclismo era más que justa, era generosa. No había razón por la que decir que no. Ninguna, salvo que no le parecía bien.

Claro que en las dos últimas semanas nada le había parecido bien. Había aprendido lo sombrío y frío que podía ser el mundo cuando no tenía a Molly para que le aportara su luz y calor. La echaba de menos. La deseaba y la necesitaba. Se hallaba en un estado terrible, porque por mucho que lo intentara, no podía olvidar los días que habían pasado juntos. Los recuerdos lo acosaban, impidiéndole dormir, comer o trabajar. Evie le había dicho el día anterior que, si no cambiaba de actitud rápidamente, se iría. Ni siquiera podía echarle la culpa. Había estado desahogándose con todo el mundo.

No era sólo porque echase de menos a Molly, también lamentaba que la hubiese dejado sin decirle la verdad. Que la amaba. Sí, él, que nunca había amado a nadie antes.

No estaba seguro de cuándo había ocurrido. Todavía no estaba seguro de creer en el amor, excepto que no había otro modo de describir sus sentimientos por ella. Molly llenaba sus pensamientos. En diferentes momentos del día se preguntaba qué estaría haciendo. Quería estar con ella. Quería pasar el resto de su vida tratando de conocerla por completo. Quería aprender sus cambios de humor, descubrir los misterios que la convertían en una persona tan maravillosa. Quería tocarla y abrazarla. Quería hacer el amor con ella noche tras noche, hasta que la pasión fuera un amigo familiar que los mantuviera en calor hasta el amanecer.

Pero… siempre pero. No tenía derecho a inmiscuirse en su vida. Había tomado sus decisiones. Tenía un trabajo y tenía a Grant. No iba a presentarse y a perturbar todo aquello. No quería hacerle daño por nada del mundo.

Ojalá tuviera algo que ofrecerle, algo de valor. Pero sólo era un crío que había crecido en un remolque. No sabía cómo ser un padre o un marido. No sabía cómo amar, sólo sabía que la amaba. Prefería echarla de menos que lastimarla en ningún sentido. Así que no se ponía en contacto con ella, a pesar de que anhelaba oír su voz y ver su sonrisa. Él era el que había querido que no perdieran el contacto, pero no podía limitarse a ser amigo suyo. Era un cobarde.

Contempló su despacho y todo por lo que había luchado. Antes era una fuente de orgullo, pero ya no le veía el sentido. Sin Molly, no tenía nada. Se puso en pie y tomó su chaqueta, luego salió a la entrada del edificio. Evie le lanzó una mirada cautelosa.

– ¿Vas a alguna parte? -preguntó, tratando de no parecer esperanzadora. Con él fuera del edificio, todo el mundo recuperaría el buen humor.

– Estaré fuera el resto del día -asintió. Hizo un ademán en dirección al teléfono-. Llama a mi abogado y dile que firmaré.

– ¿Vas a vender la compañía? -dijo Evie con ojos muy abiertos.

Dylan sabía que no se preocupaba por su trabajo. Había hablado de la oferta con sus empleados y sabían que tenían asegurados sus puestos.

– Sí. No sé por qué, pero he perdido la motivación para llevarla a mi manera. Será lo mejor para todos.

Acto seguido, se fue. Tenía la moto aparcada delante del edificio. Había estado conduciéndola desde que volviera de pasar quince días con Molly. Arrancó el motor y se dirigió a la autovía. Tal vez no tenía derecho a ponerse en contacto con ella directamente, pero eso no quería decir que no pudiera preguntar por ella.

Una hora después entró en un aparcamiento subterráneo. Después de ponerle el candado a la moto, subió a la vigésimo primera planta para tener una breve charla con el prometido de Molly.

La recepcionista lanzó una mirada a su chaqueta negra de cuero y frunció el ceño. Cuando dijo que no tenía cita, su expresión se volvió aún más cautelosa. Dylan suspiró y sacó su tarjeta. La leyó dos veces y luego su rostro se suavizó y le dio una sonrisa de bienvenida.

– Señor Black, me alegro de conocerlo. Mi hermano participa en carreras de motociclismo y tiene dos de sus motos de encargo. Por favor, tome asiento mientras intento hacer hueco en la agenda para hacerle pasar.

Lo condujo a un cómodo sillón, le ofreció café y galletas y todas las publicaciones desde revistas de deportes hasta prensa del corazón. Ah, el precio de la fama.

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