– Tengo otra sorpresa para ti. Ven. -La cogió de la mano y, con la lámpara en la otra la condujo, escaleras arriba, hasta el dormitorio. Cuando llegaron a la puerta se hizo a un lado para dejarla pasar primero. En un rincón, un bonito abeto se elevaba en un cubo lleno de arena, adornado con figuras de cartón y velas de cera rojas sujetas con pinzas de hojalata.
– Oh, Noah -dijo encantada-. ¿Cuándo lo has hecho?
Ella había ido a la casa poco antes de la ceremonia para dejar parte de sus pertenencias, y en aquel rincón, desde luego, no había un abeto.
– Esta tarde, cuando te fuiste. Debo confesar que contraté a Josh para que fuera a buscarlo.
– Tiene un olor delicioso. ¿Podemos encender las velas?
– Desde luego. Pero será mejor que antes suba un poco de agua, por si acaso.-Dejó la lámpara sobre la cómoda, cogió la jarra de la palangana y añadió-: Enseguida vuelvo.
A solas, Sarah se llevó las manos a las mejillas y miró la cama, tratando de conservar la calma.
Noah volvió a los pocos minutos con la jarra llena y algunas cerillas. Encendió una en la suela de su bota y prendió las mechas de diez velas diminutas. Las sombras de las agujas del pino se proyectaban en el techo y en las paredes. Observaron las llamas en silencio, hasta que él giró la cabeza hacia ella y le susurró al oído:
– Feliz Navidad, señora Campbell.
Sarah lo miró a los ojos y respondió:
– Feliz Navidad, señor Campbell. -El pulgar de él acarició el de ella… una, dos veces… después concentraron la atención otra vez en el árbol. La cera roja se derretía y caía sobre las ramas inmediatamente inferiores, así hasta llegar al suelo.
– Me temo que tendremos que apagarlas.
– Fue bonito mientras duró.
Sarah apagó las velas soplando y se quedó entre el aroma del humo que salía de las mechas quemadas.
– Nos has proporcionado un bonito recuerdo, Noah. Gracias.
Él se apartó un poco de Sarah y ella sintió el movimiento a sus espaldas. Se volvió para descubrir que Noah se había quitado la chaqueta y se estaba desaflojando el nudo de la corbata.
– Necesitarás ayuda con los botones -dijo él.
– Oh… sí. -Apartó el rostro ruborizado y le dio la espalda.
Él se aproximó a ella para hacerle los honores.
– Gracias -susurró cuando el último botón estuvo desabrochado.
Noah carraspeó y dijo:
– Tengo que salir a por leña para la estufa. -Al escuchar los pasos alejándose hacia la puerta, Sarah miró por encima de su hombro en aquélla dirección. Noah se detuvo en el marco y añadió-: El agua de la jarra está tibia. -Y desapareció sin ni siquiera llevarse la lámpara.
Se sintió tan aliviada que expulsó aire hinchando con fuerza los mofletes. Él le había dicho que, en alguna ocasión, se había imaginado desvistiéndola y besándola por todas partes; Sarah había supuesto que así empezaría ese interludio, y a pesar del episodio en la mecedora, en que su ropa había permanecido intacta, hasta el último momento había temido echarse atrás y estropear su noche de bodas. En cambio, Noah se mostraba romántico y considerado como ella jamás hubiera imaginado.
Le concedió más tiempo del necesario. Cuando regresó, Sarah tenía el camisón abotonado y cerrado en la garganta, se había lavado la cara y se estaba cepillando el pelo frente al espejo de la cómoda.
Se giró hacia la puerta cuando él se detuvo allí y trató de ocultar la sonrisa que se dibujaba en sus labios: Noah llevaba un pijama a rayas rojas y blancas.
– Muy bien, puedes reírte -dijo levantando los brazos y bajando la vista-. Es la primera vez que uso pijama. Pensé que te gustaría, pero me siento un maldito afeminado.
Con la parte posterior del cepillo tapando su boca, Sarah soltó una gran carcajada y flexionó el cuerpo hacia delante. Ni en la más extravagante de sus fantasías sobre la noche de bodas se había imaginado riendo. Cuando se enderezó, vio que Noah también reía, estudiando sus pies desnudos y sus tobillos más bien flacos.
– Ay Dios -masculló apuntando con un pulgar la cama-. ¿Te importaría meterte dentro, así me meto yo también y dejas de reírte?
Sarah cedió al deseo de Noah, todavía sonriendo, eligiendo el punto más cercano a la pared. Él se acostó a su lado, dejando la lámpara encendida y tirando de las sábanas hasta la cintura de ambos.
Boca arriba, Sarah pensaba: «es maravilloso. Sabe que estoy nerviosa y hace todo lo posible por ponérmelo fácil».
Noah se puso de lado, apoyó la cabeza en una mano y encontró enseguida la de Sarah; entrelazaron los dedos y le besó los nudillos.
– Sé que estás asustada, pero no hay motivo.
– Pero… no sé qué hacer.
– No necesitas saberlo. Yo sé.
Y sabía, vaya si sabía. Utilizó todo tipo de técnicas, una tras otra, empezando con un beso tierno, dulce y húmedo, al tiempo que encontraba su pie desnudo bajo las sábanas y lo acariciaba con uno de los suyos. Ladeó la cabeza y la planta de su pie se restregó por el tobillo de Sarah, después le enganchó la pierna por detrás y la mantuvo cautiva. Separaron sus labios y Noah acarició la mandíbula y el cuello de Sarah con su nariz.
– ¿Cómo puedes oler a rosas en pleno invierno? -preguntó.
– Me puse un poco de agua de rosas cuando bajaste a por leña.
– ¿Lo hiciste? -Se echó hacia atrás y sonrió, a centímetros de la cara de ella, mientras le acariciaba la mejilla con el puño cerrado.
– ¿También te has puesto agua de rosas aquí?
Sarah se sonrojó más.
– ¿Es normal que los hombres se burlen de las mujeres cuando están en la cama?
– No lo sé. Este sí lo hace. ¿Te molesta?
– No lo esperaba, es… yo… no suelo ruborizarme.
– Te sienta muy bien. Creo que intentaré que ocurra a menudo.
– Oh, Noah… -Bajó la cabeza con timidez.
Él le levantó la barbilla y la besó tan fugazmente que su sombra no llegó a cubrir por completo sus labios. Luego otra vez, en una comisura de la boca… y en la otra… después en el mentón… y en el cuello.
– Mmm… recuerdo este aroma. Olías así hace exactamente un año.
– Y tú olías así cada mañana, después de afeitarte, sentado a la mesa del desayuno en la pensión de la señora Roundtree. -Noah la miró sorprendido y sonriente.
– No sabía que lo notaras.
– Notaba muchas cosas tuyas. Memoricé todas tus camisas, tus platos favoritos y algunos gestos que solías hacer. Pero, por encima de todo, me gustaba tu pelo… tienes un pelo precioso, Noah.
Noah estaba absolutamente inmóvil, apoyado en un codo, sus ojos grises clavados en aquellos hermosos ojos azules.
– Tócalo -susurró.
Sarah levantó ambas manos y las hundió en las tupidas y brillantes greñas de Noah, despeinándolas, desordenándolas, viviendo una fantasía al tiempo que él deslizaba su cabeza hacia los botones del entrepecho de Sarah. Mientras las manos femeninas seguían moviéndose entre su pelo su aliento la calentaba; sus labios se entreabrieron y dibujaron las curvas de sus senos dentro del camisón.
Sarah cerró los ojos y sus dedos se relajaron en el voluminoso pelo castaño hasta paralizarse cuando Noah encontró y cubrió con su lengua la parte más prominente de su pecho. «Ohh», suspiró sorprendida por la sensación y por su propia reacción. Agarró la cabeza de él y la atrajo hacia sí con fuerza, primero hacia un pecho, luego al otro, que él mordisqueó… ¡lo mordisqueó!… haciéndola estremecerse de la cabeza a los pies.
De pronto, Noah se apartó con brusquedad, como un nadador emergiendo de aguas profundas; llevó entonces sus labios a los de ella, acoplando sus cuerpos mientras todo se hacía apremiante. Entre sábanas, pijamas y camisones, acercaron sus cuerpos tanto como pudieron.
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