Sabía lo que su viejo había visto en aquella joven esposa. Katherine Danvers era probablemente la mujer más sexy que Zachary había visto en toda su vida. A sus diecisiete años ya sabía lo que era el deseo sexual irrefrenable. Caliente y abrasador, podía estallar en el cuerpo de un hombre y convertir su cerebro en picadillo.
– ¡Ven aquí! -dijo Katherine, agachándose para coger a su hija. La seda de su vestido se ajustó a su trasero y sus pechos parecían a punto de saltar fuera de la pronunciada abertura de su escote.
– Yo la llevaré a la cama -se ofreció otra mujer, la niñera de London, Ginny no sé qué.
Era una mujer bajita y poco agraciada, que vestía un uniforme de color verde oliva y unos zapatos de cordones. Al lado de Katherine, aquella mujer parecía una anticuada matrona, vieja y desaliñada, a pesar de que probablemente no tendría más de treinta años, o sea que no era mucho mayor que Kat.
– No quiero irme a la cama -protestó London.
– Te estás portando muy mal. -Katherine se dio cuenta de que uno de los camareros le hacía un gesto. Suspirando, se dio la vuelta hacia su hija-. Mira, cariño, ya es casi la hora de que saquen el pastel de cumpleaños. Puedes quedarte hasta que papá apague las velas, pero luego tendrás que irte a la cama.
– ¿Podré comer un trozo de pastel?
– Por supuesto, cariño -dijo Kat, arqueando ligeramente los extremos de su boca-. Pero luego te irás con Ginny. Te hemos preparado una habitación especial para ti, al lado de la de papá y mamá, y dentro de un momento estaremos arriba contigo.
Algo más ablandada, London volvió a la fiesta y Katherine se puso de pie estirándose el vestido por las caderas, mientras Ginny seguía a la traviesa niña.
Zach imaginaba que Katherine se acercaría a la orquesta y les pediría que tocaran Cumpleaños feliz, pero ella alzó la barbilla una fracción de segundo y se quedó mirando a su hijastro. Zach era unos centímetros más alto que Kat; aun así, ella sabía cómo hacer para que él se sintiera más bajo.
– Mantente alejado de la bebida -dijo sacando la copa de champán medio enterrada y dándole vueltas con sus largos y delgados dedos.
Incluso cuando le reñía, Kat era endiabladamente sexy. Y como si fuera consciente del poder que ejercía sobre él, y sobre cualquier hombre que no estuviera ciego, arrugó dulcemente los labios a la vez que se colocaba la copa bajo la nariz.
– No queremos que nada estropee la fiesta de tu padre, ¿no es así? Si te pillan con una de estas copas en la mano, vamos a tener un problema.
– No me pillarán.
– No te creas tan listo, Zach. Te he visto bebiendo champán a hurtadillas y me imagino que no era yo la única persona que miraba en esta dirección. Cualquier otra persona podría haberte visto, incluido Jack Logan. Recuerda que trabaja en el departamento de policía. Me parece que ya os habéis encontrado antes.
Zach apretó los dientes. Un sofoco de vergüenza le subió por el cuello.
– Como te he dicho, no me van a pillar.
– Será mejor que así sea, porque si tu comportamiento te lleva de nuevo a pasar unos días en comisaría o en un reformatorio juvenil, Witt no volverá a sacarte de allí. De modo que utiliza la cabeza -concluyó ella, sonriéndole con dulzura.
Cuando Kat se alejó de allí, mezclándose con los diversos grupos de invitados, Zach se sintió furioso. Le hervía la sangre en las venas y fantaseó con echarle las manos al cuello y darle un buen escarmiento, pero no podía apartar la mirada de su culo y de la manera en que se balanceaba a través de la negra tela de seda de su vestido. Ella se movía lentamente, como si cada uno de sus pasos fuera un gesto deliberadamente sensual dirigido a hacerle sufrir. Sus tacones aplastaban los pétalos de rosa. Observando su espalda tersa, visible hasta la curva de la parte baja de su columna, suave e inmaculada, imaginó que encajaría perfectamente en el hombre adecuado.
Sintió el comienzo de una erección y se dio la vuelta para no seguir viendo aquella imagen. La mitad de las veces que la veía se decía que ella actuaba de manera intencionadamente sexual para él. La otra mitad se decía que eran cosas de su imaginación y que le parecían sexuales unos gestos completamente inocentes. Para enfriarse la sangre, apoyó la cabeza contra la ventana. El vaho nubló la parte interior del vidrio. Hacía tanto calor en la sala que se sentía sofocado y la sangre todavía se le subía a la cabeza. A los diecisiete años aún era virgen, lo cual no era un gran problema, excepto cuando tenía que pasar un rato cerca de Kat, algo que trataba de evitar.
Metiendo una mano en el bolsillo para esconder la hinchazón que crecía bajo sus pantalones, se acercó a la mesa que tenía más cerca, cogió una copa y se la bebió rápidamente sin dejar de observar a su madrastra. No parecía haberle visto. Armado con su recién hallada forma de rebeldía, se acercó hasta otra de las mesas vacías, cogió otra copa y se la bebió de un trago. Unas cuantas gotas le salpicaron la barbilla, pero no se molestó en limpiarse.
Cada vez hacía más calor en la sala y se aflojó el ¡nudo de la pajarita. Se le empezaron a sonrojar las mejillas y sintió un ligero calor en la cara. Estaba empezando a disfrutar de aquella fiesta. Perfecto. De todas maneras, él no quería estar allí, así que hacía bien en divertirse. Mientras bebía la siguiente copa sintió que una mano le agarraba del brazo. Se sobresaltó y el champán le salpicó la pechera de la camisa y la chaqueta. Los largos dedos de Kat le apretaban los músculos a través de la manga. Sus ojos estabas llenos de ira y sus gruesos labios apretados de rabia.
– Veo que no sabes cuándo debes parar, ¿no es así?
– Tú no tienes por qué decirme lo que debo hacer -respondió él, soltándose el brazo.
– ¿No? -añadió ella arqueando la cejas en un gesto sexual que le dejó sin aliento-. Bueno, eso vamos a verlo.
Se acabó la copa en un gesto de desafío, pero a ella no pareció importarle. De hecho, su semblante esbozó una suave sonrisa y en sus ojos se reflejó la luz de los candelabros, deslumbrándole.
– Baila conmigo, Zach.
– Yo… yo no sé bailar -tartamudeó Zach, tratando de despejar las telarañas de su mente.
– Seguro que sabes. Es muy fácil.
– Pero yo no puedo…
– La gente nos está mirando. Vamos -le dijo ella, acercándose a él y rozándole la oreja con los labios.
Su garganta se convirtió de repente en un desierto de arena.
– Katherine, la verdad es que no quiero…
Pero ella tenía razón. Podía sentir el peso ardiente de las curiosas miradas de los invitados. Quería morirse. Por el rabillo del ojo vio que Jason les estaba observando con una expresión indescifrable. Trisha estaba tomando champán y solo Dios sabe qué más. Les dirigió una ebria sonrisa para desconcierto de Zach. Witt, su padre, todavía estaba demasiado ocupado bailando con la pequeña London como para darse cuenta de la trampa en la que había caído Zach.
– De verdad, Katherine, no quisiera…
– ¡Oh!, claro que quieres, Zach -dijo ella, acercándose más a él y apretando la cadera contra su ingle-. Te lo puedo asegurar. Y además, si no bailas, le haré saber a tu padre que no has querido concederme ni un solo baile.
Sintiéndose culpable, Zach miró a Witt, pero el viejo no parecía darse cuenta de que su hijo, el mismo que le había causado siempre tantos problemas, estaba siendo arrastrado a la pista de baile como un cordero llevado al matadero. No podía imaginarse a sí mismo bailando con Katherine, sintiendo aquel cuerpo pegado al suyo. Notó que la sangre le empezaba a hervir en las venas. Cuando llegaron a la pista de baile, ella se dio media vuelta, apretando su torso contra el de Zach, mientras empezaba a evolucionar al ritmo de la música.
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