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Catherine Coulter: Los Gemelos Sherbrooke

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Catherine Coulter Los Gemelos Sherbrooke

Los Gemelos Sherbrooke: краткое содержание, описание и аннотация

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La saga Sherbrooke continúa con James y Jason Sherbrooke, los gemelos idénticos tan parecidos a su tía Melissande que irrita profundamente al padre de los muchachos, el conde. James, veintiocho minutos mayor que su hermano es el heredero. Tiene unos profundos y sólidos principios, apasionado estudiante de astronomía, le encanta montar a caballo y, al contrario que a su hermano Jason, le encanta aprender los entresijos de la administración de las propiedades que algún día heredará. Nunca se lanza a ciegas a una aventura, como hace su vecina, Corrie Tybourne Barrett, a la que conoce desde que eran pequeños, y a la que nunca ha visto limpia. Tiempo atrás harto de sus gamberradas y travesuras, y tras un intento de arrojarlo por un precipicio, le propino una buena azotaina. Una historia algo desalentadora para ambos. Pero cuando el conde, Douglas Sherbrooke recibe amenazas de muerte que llevan directamente a su pasado, y a un George Cadoudal ya muerto hace años, aunque todo apunte hacia esa historia en particular, Corrie, James y Jason unirán fuerzas para descubrir lo que está pasando.

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– Jason, vine aquí porque te deseo. Te deseo más de lo que puedes imaginar. Te deseo más que hace un minuto atrás. No me pidas que me vaya. Por favor.

Jason no sabía cómo había sucedido, pero sus brazos estaban alrededor de la espalda de ella, apretándose. La sentía suave contra sí, y supo que en instantes estaría duro contra el abdomen de ella y seguramente eso la aterraría. La besó entonces, manteniendo su lengua en su propia boca.

A ella le gustó. Cuando Jason logró liberarse, le dijo con gran urgencia:

– Judith, no deberías estar aquí, no está bien. Te amo, te he dicho eso…

Ella se apartó un poquito. Su rostro estaba en sombras, pero él podía ver esos oscuros ojos suyos lo suficientemente claro.

– Nunca me has dicho que me amabas. Siempre has dado vueltas en ese punto. Y luego te fuiste con tu amante.

– Muy bien. Escúchame ahora. Te amo. Ahí está, ¿es lo bastante claro para ti? Ahora debes irte. No puedo acompañarte de regreso a tu dormitorio porque no hay ninguna duda en mi mente de que alguien totalmente inesperado aparecería mágicamente en el corredor y nos vería. -Ella se rió. -No, escúchame. Hablo totalmente en serio. Algo los despertaría y saldrían al corredor para vernos merodeando de regreso a tu dormitorio. Así que ve ahora, mientras aún soy capaz de permitir que me dejes. Puedes confiar en que no iré a ver a ninguna amante.

Los ojos de ella eran oscuros, aun más oscuros ahora, a medianoche.

– No quiero dejarte, Jason. ¿No me deseas?

– Aunque eres virgen, puedes responder a esa pregunta, Judith. Seguramente puedes sentirme contra ti.

Ella se retorció y él pensó que moriría.

– Sí -susurró ella contra su boca. -Te siento. Sé que esa parte tuya de algún modo entra en mí, y eso suena muy extraño, pero he decidido que quiero aprenderlo todo esta noche. Tengo casi veinte años, después de todo. Quiero que me enseñes.

– No puedo hacer esto, simplemente no puedo.

Le hizo falta toda su fuerza de voluntad quitársela de encima y ponerla de espaldas. Cuando se volvió inmediatamente para mirarla, se preguntó si había sido tan buena idea. Jason estaba equilibrado sobre un codo. Su mano izquierda estaba libre para acariciarle el cabello, para tocarle la mejilla, los labios, el mentón. Ella llevaba un virginal camisón blanco y un suave salto de cama blanco encima, atado en la cintura. Su mano quedó suspendida y le tocó la garganta. Se inclinó y la besó.

La mano que estaba en su garganta un instante antes de pronto estaba tocándole los pechos. Jason dio un salto para alejarse de ella, rodó fuera de la cama y se levantó, respirando con dificultad, para mirar a la muchacha que amaba, recostada de espaldas en el medio de su cama, cada delicioso centímetro desnudo de ella a sólo dos capas de muselina muy suaves alejado de él.

Judith pasó su lengua por el labio inferior, un acto que casi lo hizo aullar.

Eres increíble, Jason.

– ¿Qué? Oh.

Él agarró su bata, pero ella se puso rápidamente de rodillas y se la quitó.

– Me gustaría observarte un rato. Nunca antes he visto un hombre desnudo y he oído que cada centímetro tuyo es hermoso. Me gustaría ver por mí misma que eso es cierto. ¿Está bien?

– No, no es una buena idea. Si me miras un segundo más, me arrojaré sobre ti y todo habrá terminado para los dos.

– Creo que me gustaría que te arrojaras sobre mí.

– No, hay consecuencias en arrojarse, consecuencias que no te gustarían.

– ¿Qué importa? -Él sólo podía mirarla fijo. -Me amas.

– Sí, pero…

– Entonces, ¿por qué no puedes estar conmigo esta noche? ¿Por qué importa si esperamos?

Jason dijo, con voz adusta, como la de su padre cuando estaba decidido a enseñar una lección a uno de sus hijos:

– Porque una muchacha debe ser virgen en su noche de bodas.

– ¿Eso significa que quieres una noche de bodas conmigo? ¿No podríamos simplemente simular que esta es nuestra noche de bodas?

Jason estaba estremeciéndose, no podía evitarlo. Estaba tan loco de lujuria que no sabía cómo podía formar palabras. Realmente podía sentir que su sentido común era corroído en los bordes. Dijo, desesperado ahora:

– ¿Quieres una noche de bodas ahora? Pero, ¿qué si quedas embarazada? Esas cosas pasan, Judith, seguramente lo sabes. Puedo hacer cosas para disminuir el riesgo, pero…

– ¿Qué?

Él cerró los ojos un momento.

– Puedo retirarme de ti antes de derramar mi semilla.

– Oh. Bien, entonces.

Ella le ofreció una sonrisa de sirena. Jason no la veía claramente, pero sí lo suficiente como para casi hacerlo tambalearse al suelo. Dijo lentamente:

– E-eso significaría matrimonio.

– Sí, supongo que sí.

Jason sabía que estaba preparado para el matrimonio, sabía que quería casarse con ella, y allí estaba Judith, deseándolo, ansiosa por él, y no quería esperar.

¿A quién le importaba?

Respiraba con dificultad cuando la atrajo hacia él. Ella era suave y dispuesta, y el cabello le caía casi hasta la cintura, un cabello espeso, maravillosamente suave, cabello oscuro como sus ojos, que contrastaban dramáticamente con su piel que era blanca como una luna sin nubes. Y le dijo, contra el cabello:

– Si te dejo embarazada nos casaremos muy pronto, ¿está bien?

– Sí -dijo ella entre besos, -muy bien.

Jason tenía veinticinco años, era lo suficientemente grande como para no ser torpe, egoísta o demasiado rápido, pero era complicado. Cuando la tuvo desnuda, quiso tomarla en ese instante, y vio la invitación en sus ojos, la vio claramente, supo que ella lo deseaba, pero tenía que hacer esto muy agradable para ella. ¿Cómo podía hacerlo cuando estaba listo para explotar?

Las manos de ella estaban en todas partes y estaba alentándolo, separando las piernas para atraerlo más cerca suyo. Cuando él tembló, de tan mal que estaba, ella levantó las caderas para llevarlo dentro suyo. Oh, Dios, era más de lo que un hombre podía soportar, pero respiró hondo y se dijo que tenía que contenerse o sería relegado a ese grupo de patéticos estúpidos que perdían la cabeza cuando había una mujer desnuda acostada a su lado, con las piernas abiertas. No, no, tenía que dejar de pensar así.

Jason la miró, sabía que esta era su primera vez y no pensaba echarlo a perder. Cuando puso la boca sobre ella, Judith empezó a temblar. Luego sollozó, en el fondo de su garganta, golpeando sus puños contra los hombros de él. Cuando llegó a su orgasmo, Jason la miró a la cara mientras sus dedos la acariciaban. Asombro, eso fue lo primero que vio en sus ojos oscuros muy abiertos, luego un desgarrador placer, y sus ojos se volvieron salvajes y ciegos. Bajó el ritmo de sus dedos lentamente, muy lentamente; se ubicó encima de Judith y entró en ella, lento y profundo. Para su sorpresa, ella comenzó a moverse contra él, atrayéndolo más profundo, y él casi cayó del precipicio cuando ella gritó de dolor.

– Aférrate a mí, Judith. Sólo aférrate.

Jason apretó los dientes y fue más, más profundo, y cuando tocó su útero no pudo contenerse más. No quiso gritar al techo, alguien podría oírlo. Se las arregló para mantenerlo en su cabeza, pero fue difícil. Se tragó sus gritos, con el cuerpo subiendo y bajando encima de ella, y entonces, de repente, cada pensamiento en su cabeza, cada sensación que había corrido dentro suyo… todo planeaba a su alrededor, indistinto y borroso, como el más ligero de los velos, y era fácil y bueno, y descendió encima de Judith.

– No saliste de mí.

Se quedó helado.

– No -dijo lentamente. -Lo olvidé.

– No importa -le susurró ella al oído, -no importa.

Logró besarla antes de quedarse dormido a su lado.

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