Catherine Coulter
Lyon's Gate
9° de la Serie Sherbrooke / Novias
Lyon's Gate (2005)
Baltimore, Maryland – Abril, 1835.
Jason Sherbrooke supo que era hora de ir a casa cuando se apartó rodando de Lucinda Frothingale, se quedó mirando la fea y gorda cara de su perro faldero, Horace, que le gruñía, y de pronto, sin ninguna advertencia, vio a su gemelo, con los ojos brillantes de lágrimas mientras le decía adiós a desde el muelle en el puerto de Eastbourne. Saludó hasta que el barco estuvo demasiado lejos como para que Jason lo viera. Jason sintió las lágrimas obstruyendo su garganta y un dolor tan profundo que supo que su corazón estaba partiéndose claramente en dos.
Jason echó un vistazo al perro acurrucado contra el costado de su ama y luego se recostó sobre su abdomen, escuchando las respiraciones de Lucinda y Horace. Era verdad, sólo momentos antes se había sentido saciado de la cabeza a los pies, y entonces repentinamente se había visto inundado con ese recuerdo en particular, y el dolor del mismo. Ahora, sólo momentos más tarde, estaba impaciente, tan agitado que apenas podía quedarse quieto. Quería, bastante sencillamente, saltar fuera de la cálida cama de Lucinda y empezar a nadar a través del Atlántico.
Después de casi cinco años, Jason Sherbrooke quería ir a casa.
A las ocho en punto esa mañana, Jason estaba sentado en la enorme mesa de desayuno en el comedor Wyndham. Miró a las dos personas que lo habían acogido en su hogar tantos años atrás, y a sus dos niños y dos niñas que se habían vuelto muy queridos para él. Se aclaró la garganta para llamar la atención de todos. Rogó que pensamientos encantadores, fluidos, salieran de su boca impecablemente, lo cual, naturalmente, no sucedió.
Simplemente dijo, con un nudo en su garganta del tamaño del hipódromo de Crack County:
– Es hora.
Jason no se dio cuenta de que se veía como un hombre ciego que de pronto había recobrado la vista. Estaba preguntándose por qué no había más palabras, sólo esas dos que habían saltado fuera de su boca, flotando allí en el comedor Wyndham.
James Wyndham, viendo la expresión en el rostro de Jason, pero sin comprenderla, levantó una ceja rubia oscura.
– ¿Hora para qué? ¿Quieres correr contra Jessie otra vez? ¿No has tenido suficiente castigo en sus manos, Jase? Ni siquiera montar a Dodger te da mucha ventaja.
Jason saltó ante la conocida provocación.
– Como siempre has dicho, James, ella es flacucha, no pesa más que Constance aquí presente, y por eso es que generalmente nos derrota. No tiene nada que ver con las habilidades.
– Já já -dijo Jessie Wyndham. -Ustedes dos son patéticos, siempre saliendo con las mismas viejas y agotadas excusas. Ahora, los dos me han visto montar a Dodger, el propio caballo de Jason, como si fuésemos viento, tan rápido que les sopla el cabello en la cara. Lo único que Jason puede hacer cuando monta a Dodger es levantar una ligera brisa.
Esa era una excelente bofetada en la cabeza, pensó Jason, y sonrió a Jessie.
– Papá tiene razón -dijo Constance, de siete años. -Aunque -añadió, mirando a su madre pensativamente, -quizás mamá sí pesa un poquito más que yo. Pero tío Jason, eres igual que papá, eres demasiado grande como para correr, casi agobias al caballo por completo. Los jinetes tienen que ser pequeños. Aunque la abuela dice que es una vergüenza, que mamá esté allí afuera imitando a los hombres y no se quede aquí en el salón zurciendo, igualmente comenta lo delgada que es mamá, aunque ha tenido cuatro hijos, y que eso no es muy justo.
Jonathan Wyndham, el mayor de los niños Wyndham con casi once años, asintió.
– Fue un poquito grosero de tu parte decirlo tan crudamente, Connie, y la abuela no debería hablar tan mal de madre, pero el hecho sigue siendo que madre es una mujer y se supone que las mujeres no compiten contra hombres. -Jessie arrojó su rodaja de tostada a su hijo mayor. Jonathan se rió y la esquivó. -Mamá, sabes que los caballeros no soportan cuando les ganas. Una vez vi a papá casi llorando cuando lo superé en el último momento.
– Por otro lado -dijo Jason, -todos los que conozco parecen pensar que naciste sobre el lomo de un caballo de tan buena que eres, ¿y a quién le importa si el mejor jinete en Baltimore tiene sen…? Eh, no importa.
– Eso es exactamente lo que estaba pensando, mamá.
– Dios querido, espero que no -dijo Jason.
– Yo también espero que no -dijo Jessie. -No, no preguntes, ya es suficiente.
Jonathan comenzó a quitar migajas de tostada de la manga de su chaqueta, y sólo su hermanita Alice vio el brillo travieso en sus ojos bajos.
– Como estaba diciendo, madre, eres una jinete magulladora, mala como una serpiente cuando debes serlo pero, igualmente, ¿no es una sábana bien remendada mucho más satisfactoria para ti, tan…?
– No tengo nada más para arrojarte, Jon. Ah, mira, este lindo y pesado tenedor acaba de caer en mi mano. -Jessie apuntó el tenedor a su hijo. -Sugiero que te retires de la refriega o enfrentes muy malas consecuencias.
– He terminado -dijo Jonathan, separando sus palmas en abierta rendición, con una enorme sonrisa en su rostro. -Retirado, ese soy yo.
– ¿Ez hora para qué, tío Jazon? -preguntó Alice de cuatro años, ceceando encantadoramente.
Estaba inclinada hacia él, y Jason sabía que si no estuvieran en la mesa del desayuno, ya hubiese trepado a su regazo y se hubiera acurrucado contra él del modo en que lo había hecho desde que tenía seis semanas. Cuando él no habló inmediatamente, su cerebro vacío de palabras, gigantescas lágrimas brillando en los bellos ojos de ella.
– Paza algo malo, ¿zierto? Ya no te agradamoz. ¿Quierez dizpararle a mamá porque te derrotó?
Jason miró esa preciosa carita y buscó las palabras correctas, pero lo que salió de su boca fue:
– Los quiero muchísimo a todos. No tiene nada que ver con eso. Es… -Y entonces la verdad salió de repente. -Quiero ir a casa. Es hora. Me marcho el viernes, en el Audaz Aventura, uno de los barcos de Genny y Alec Carrick.
Un instantáneo y absoluto silencio cayó sobre la mesa de desayuno. Todos se quedaron mirándolo, incluyendo al cocinero Wyndham, Joshua, que estaba pasando a Jessie una nueva tostada. En cuanto a Lucy, su criada, estaba tan distraída por las palabras del increíblemente hermoso y joven amo Jason que estaba en peligro de derramar café en el regazo del señor Wyndham. James le agarró la mano justo a tiempo.
– ¿A caza? -dijo Alice. -Pero eztáz en caza, tío Jazon.
Él sonrió al hadita, la viva imagen de su madre, que había nacido después de que él llegara a Baltimore.
– No, cariño, esta no es mi casa, aunque he estado aquí más tiempo que tú. Inglaterra es mi hogar, en una hermosa casa llamada Northcliffe Hall. Allí es donde vive mi familia, donde pasé veinticinco años de mi vida.
– Pero eres nuestro, tío Jason -dijo Benjamin Wyndham, de nueve años, mientras pasaba una crujiente tajada de tocino a Old Corker, el sabueso de la familia, que había nacido una semana después que Benjamin. -Ya no perteneces a ellos en ese país extranjero. ¿A quién le importa Northcliffe Hall de todos modos? Podríamos nombrar nuestra casa, hacerla sonar totalmente grandiosa, si deseas que lo hagamos.
– Ya tenemos nombre, cerebro de tocino -le dijo Jon a su hermano. -Somos la Hacienda Wyndham.
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