Vio su vacilación, y en aquel instante, la odió por ello. ¡Le había ofrecido todo, cada fragmento de su corazón, y lo único que hacía era vacilar!
Lanzó una maldición y se dio la vuelta para marcharse. Pero apenas había dado dos pasos cuándo oyó a Elizabeth llamarlo, "¡Espera! "
Despacio, se giró.
"Me casaré contigo," barbotó ella.
Sus ojos se entrecerraron. "¿Por qué? "
"¿Por qué? " repitió ella, siendo deliberadamente obtusa. ¿"Por qué? "
"Me has rechazado repetidamente durante dos días," indicó él. "¿Por qué este cambio de opinión? "
Los labios de Elizabeth se separaron, y ella sintió que la garganta se le cerraba por el pánico. No podía decir una palabra, ni siquiera podía formar un pensamiento. De todas las cosas, lo último que había esperado era que la interrogara sobre los motivos de su aceptación.
Él se acercó, el calor y la fuerza de su cuerpo la abrumaron, aunque no hizo ningún movimiento para tocarla. Elizabeth se encontró aplastada contra el árbol y sin aliento cuando alzó la mirada a sus ojos oscuros, que brillaban con cólera.
"Tú-tú me lo pediste," logró apenas decir. "Tú me lo pediste y digo que sí. ¿No es eso lo que querías? "
Él negó despacio con la cabeza y apoyó sus manos contra el árbol, a ambos lados de su cabeza. “Díme por qué has aceptado. "Elizabeth trató de hundirse más profundamente contra el tronco del árbol. Algo en su calmada y mortífera resolución la aterrorizó. Si le hubiese estado gritando, o reprendiéndola, o cualquier otra cosa podría haber sabido que hacer. Pero esta furia tranquila acobardaba, y la ceñida prisión constituida por sus brazos contra el árbol hizo que le ardiera la sangre en las venas.
Ella sintió que sus ojos se desorbitaban, y sabía que la expresión que él vería allí la señalaría como una cobarde. "Tú-tú me diste algunas razones muy buenas," dijo, tratando de aferrarse a su orgullo – una emoción que él la acusó de permitirse demasiado. "Yo -yo no puedo dar a mis hermanos la vida que merecen, y tú sí, puesto que iba a tener que casarme, de todos modos, bien podría ser con alguien que…"
"Olvídalo," escupió él. "La oferta queda rescindida. "
El aliento abandono su cuerpo en una corta y violenta exhalación. "¿Rescindido? "
"No te tendré de esa forma. "
Se le aflojaron las rodillas, y se agarró al amplio tronco del árbol tras de ella para apoyarse. "No lo entiendo," susurró.
"No me casaré por mi dinero," juró él solemnemente.
"¡Oh! " exclamó ella, sintiendo renacer su energía y su ultraje. “¿Quién es el hipócrita ahora? Primero me das clases particulares para que pueda casarme con algún otro pobre y confiado tonto por su dinero, después me regañas por no usar tu dinero para mantener a mis hermanos. Y ahora… ahora tienes la caradura de rescindir tu oferta de matrimonio-un acto muy descortés por tu parte, podría añadir – porque he sido lo suficientemente honesta para admitir que necesito tu riqueza y tu posición para mi familia. ¡Lo cual,"exclamó mordiendo las palabras, "es exactamente lo que has usando como argumento para tratar de conseguir que me case contigo en primer lugar! "
"¿Has terminado? " preguntó él, con voz insolente.
"No," replicó ella. Estaba enojada y dolida ,y quiso que él sufriera, también. "Ibas a acabar casándote por tu dinero finalmente. ¿No es así cómo funcionan las cosas en tu mundo? "
"Sí," dijo él, con calma glacial, " probablemente siempre he estado destinado a un matrimonio de conveniencia. Fue lo que mis padres tuvieron, y mis abuelos, y mis tatarabuelos antes de ellos. Podría tolerar un matrimonio frio, basado en el dinero. He sido criado para ello. " Se inclinó hasta que sus labios quedaron a un milímetro de los de ella. "Pero no podría tolerar algo así contigo. "
"¿Por qué no? " susurró ella, incapaz de apartar los ojos de los de él.
"Porque nosotros tenemos esto. "
Él se movió rápidamente, rodeando con su mano la parte posterior de su cabeza mientras sus labios encontraban los de ella. En el último segundo coherente antes de que él la aplastara contra su cuerpo, Elizabeth pensó que este sería un beso de castigo, un abrazo furioso. Pero aunque sus brazos la sostuvieron fuertemente contra él, su boca se movió contra la suya turbadoramente, derritiéndola con suavidad.
Era la clase de beso por la que una mujer moriría, un beso al que uno no pondría fin ni aunque las llamas del infierno le estuvieran lamiendo los pies. Elizabeth sintió que sus entrañas se contraían, y sus brazos se liberaron de la firme sujeción de James para enroscarse alrededor de su cuerpo. Acarició sus brazos, sus hombros, su cuello, para finalmente enredar las manos en su grueso pelo.
James susurró palabras de amor y deseo a través de su mejilla, hasta que alcanzó su oído. Mordisqueó el lóbulo, murmurando su satisfacción cuando la cabeza Elizabeth cayó hacia atrás, revelando el largo y elegante arco de su garganta. Había algo en el cuello de una mujer, en el modo que el pelo daba paso a la suavidad de la piel, que nunca dejaba de encenderlo.
Pero esta, además, era Elizabeth, era especial, y James estaba completamente perdido. Su pelo era tan rubio que parecia casi invisible donde se encontraba con su piel. Y el olor de ella lo atormentaba, una mezcla suave de jabón y rosas, y algo más- algo que era único de ella.
Arrastró su boca hacia abajo por su cuello, deteniéndose para rendir homenaje a la delicada línea de su clavícula. Los botones superiores de su vestido fueron desabrochados; él no tenía recuerdo alguno de haberlos abierto, pero debió hacerlo, y se deleitó en la pequeña franja de piel que quedó expuesta.
Oía su respiración, la sentía susurrar a través de su pelo cuando se movió hacia delante hasta besar la parte oculta de su barbilla. Ella jadeaba ahora, gimiendo entre suspiros, y el cuerpo de James se tensó aún más ante la evidencia de su deseo. Ella lo deseaba. Lo deseaba más de lo que creía y entendía, pero él sabía la verdad. Era algo que ella no podía ocultar.
De mala gana, se separó, obligándose a poner un paso de distancia entre ellos aunque sus manos descansaran sobre sus hombros. Ambos temblaban, respirando con fuerza, y todavía necesitaban apoyarse el uno en el otro. James no estaba seguro de poder confiar en su propio equilibrio, y ella no parecía mucho mejor.
Sus ojos se arrastraron sobre ella, tomando nota de cada pulgada de su desarreglo. Su pelo había escapado de los límites de su recogido, y cada hebra parecía tentarlo, pidiendo ser dibujada por sus labios. Su cuerpo se había convertido en nudo de tensión, y le costó cada gramo del autocontrol que poseía no estrecharla contra él.
Quería arrancarle la ropa del cuerpo, tumbarla sobre la suave hierba, y reclamarla como suya del modo más primitivo posible. Y luego, cuando lo hubiera hecho, cuando a ella no le quedara duda alguna de que le pertenecía completa e irrevocablemente, quería hacerlo de nuevo, esta vez despacio, explorando cada centímetro de ella con sus manos, y después con sus labios, y entonces, cuando ella estuviera ardiendo y arqueándose de necesidad-
Retiró de golpe las manos de sus hombros. No podía tocarla cuando su mente se adentraba en territorio tan peligroso.
Elizabeth se dejó caer contra el árbol, levantando sus enormes ojos azules para encontrar los de él. Su lengua humedeció sus labios, y James sintió ese pequeño gesto directamente en su ingle.
Se alejó otro paso. Con cada movimiento que ella hacía, con cada diminuto aliento que exhalaba, apenas audible, él perdía otro fragmento de autocontrol. No confiaba en sus manos; le hormigueaban por estirarse y atraparla.
"Cuando admitas que es esto por lo qué me quieres," dijo mordiendo las palabras, con voz ardiente e intensa, "entonces me casaré contigo. "
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