Cuando el niño tuvo un año, hora tras hora registrada con una muesca al ponerse el sol y al amanecer, charlaba con los pájaros y llamaba a Ne-Kâ el ganso salvaje, que llamaba a su vez al niño desde el cielo:
– ¡Hacia el norte! ¡Hacia el norte, amado!
Cuando llegó el invierno -no hay escarcha en la isla del Dolor-, Ne-kâ, el ganso salvaje, muy alto entre las nubes, clamaba:
– ¡Hacia el sur! ¡Hacia el sur, amado!
Y el niño contestaba con un suave susurro en una lengua desconocida, hasta que su madre se estremecía y lo cubría con sus cabellos de seda.
– ¡Oh, amado! -decía la joven. Chaské habla con todas las criaturas vivientes… con Kaug, el puercoespín, con Wabóse, con Kay-óshk, la gaviota gris… él les habla y ellos lo comprenden.
Kent se inclinó y la miró en los ojos.
– Calla, amada; no es eso lo que temo.
– ¿Entonces, qué, amado?
– Su sombra. Es blanca como la espuma de las olas. Y por la noche… he visto…
– ¡Oh! ¿Qué?
– El aire a su alrededor brillar como una rosa pálida.
– Ma cânté maséca. Sólo la tierra dura. Hablo como quien se está muriendo ¡oh, amado!
Su voz se apagó como el viento del verano.
¡Amada! -gritó él.
Pero allí, ante sus ojos ella estaba cambiando; el aire se volvió neblinoso, y su cabello ondulaba como jirones de niebla, y su esbelta forma se mecía, se desvanecía, y viraba como la bruma sobre un estanque.
En sus brazos el niño era una figura de bruma, rosada, vaga como el aliento en un espejo.
– Sólo la tierra dura. ¡Inâh! Es el fin ¡oh, amado!
Las palabras llegaron desde la niebla, una niebla tan informe como el éter, una niebla que avanzaba y lo cubría, que venía del mar, de las nubes, de la tierra a sus pies. Débil de terror, avanzó con dificultad gritando:
– ¡Amada! Y tú, Chaské ¡oh, amado! ¡Aké u! ¡Aké u!
A la distancia sobre el mar, una estrella rosada brilló un instante y se apagó.
Un ave marina chilló elevándose sobre el desierto de aguas ahogadas en la niebla. Otra vez vio la estrella rosada; se acercaba; su reflejo refulgía en el agua.
– ¡Chaské! -gritó él.
Oyó una voz, opacada en la densa niebla.
– ¡Oh, amada, estoy aquí! -volvió a gritar.
Hubo un sonido en el bajío, un resplandor en la niebla, el brillo de una antorcha, una cara blanca, lívida, terrible… la cara del muerto.
Cayó de rodillas; cerró los ojos y los abrió. Tully estaba de pie junto a él con una cuerda enrollada.
– ¡Ihó! ¡Contempla el fin! Sólo la tierra dura. La arena, la ola opalina sobre la playa dorada, el mar de zafiro, la luz de las estrellas, el viento y el amor morirán. También la Muerte morirá y yacerá sobre las costas de los cielos como la calavera blanqueada allí en la Llave del Dolor, pulida, vacía, con sus dientes hundidos en la arena.
"El Signo Amarillo" ( The Yellow Sign ), "El reparador de reputaciones" ( The Repairer of Reputations ), "En la Corte del Dragón" ( In the Court of Dragon ), "La máscara" ( The Mask ), "La Demoiselle d'Ys" ( The Demoiselle d'Ys ) y el poema "El canto de Cassilda" ( Cassilda's Song ) pertenecen a
The King in Yellow , F. Tennyson, Neely, Nueva York, 1895.
"El Hacedor de Lunas" ( The Maker of Moons ) y "Una agradable velada" ( A pleasant Evening ) a
The Maker of Moons , G. P. Putnam's Sons. New York, 1896.
"El mensajero" ( The Messanger ), "La Llave del Dolor" ( The Key to Grief ) y el poema sin título que comienza "Pequeño mensajero gris…" a
The Mystery of Choice , D. Appleton & Company, Nueva York, 1897.
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