Javier Vergara Editor s.a.
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Título original: ONE
Traducción: Edith Zilli
Hemos recorrido juntos un largo camino, ¿verdad, querido lector?
Cuando nos conocimos, hace veinticinco años, yo era un piloto de aviación, fascinado por el vuelo, que buscaba significados detrás de los instrumentos y la velocidad aerodinámica. Hace veinte años, nuestro viaje nos condujo hasta un esquema de vida en el ala de una gaviota. Hace diez años conocimos al salvador del mundo y descubrimos que era nosotros. Sin embargo, hasta donde tú podías saber, yo era un alma solitaria, con la mente llena de rumbos y altitudes, oculta tras una pantalla de palabras. Y tenías razón.
Por fin confié conocerte lo suficiente para sugerir que mis aventuras podrían haber sido también las tuyas, felices y no tan felices. ¿Empiezas a comprender cómo funciona el mundo? Yo también. ¿Te has sentido inquieto y solo con lo aprendido? También yo. ¿Te has pasado la vida buscando un único y precioso amor? Yo también lo he hecho, y lo hallé, y en El puente hacia el infinito te presenté a Leslie Parrish-Bach, mi esposa.
Ahora escribimos juntos, Leslie y yo. Nos hemos convertido en RiLeschardlie; ya no sabemos dónde termina el uno y donde empieza la otra.
Gracias a El puente, nuestra familia de lectores se ha vuelto aún más cálida. A los aventureros que volaban conmigo en los primeros libros se han agregado quienes ansían el amor y quienes lo han encontrado: nuestras vidas son un espejo de las de ellos, según escriben una y otra vez. ¿Será posible que todos nosotros estemos cambiados y nos reflejemos mutuamente?
Leslie y yo solemos leer nuestra correspondencia en la cocina; uno lo hace en voz alta, mientras el otro prepara la comida-sorpresa del día. Con las cartas de algunos lectores hemos reído tanto que las ensaladas han caído en la sopa; otros nos han dado lágrimas a guisa de sal.
Un día, a manera de hielo, recibimos ésta:
«¿Te acuerdas del Richard alternativo sobre el cual te preguntabas en El puente? El que huyó, el que rehusó permutar sus muchas mujeres por Leslie. Se me ocurrió que te gustaría recibir noticias mías, porque yo soy ese hombre y sé lo que ocurrió después.»
Los paralelos que nos indicaba eran asombrosos. También él es escritor; había ganado súbitamente una fortuna con un solo libro y cayó en los mismos problemas impositivos que yo. También él dejó de buscar a una única mujer y se conformó con muchas.
Después conoció a una que lo amó por lo que él era. Y ella le dio a elegir: sería la única mujer de su vida o no formaría parte de su vida en absoluto. Era la misma elección que Leslie me planteó a mí; estaba en la misma bifurcación del camino.
En esa bifurcación yo viré a la derecha, para elegir la intimidad y el cálido futuro que esperaba recibir con ella.
El giró a la derecha. Se alejó de la mujer que lo amaba, abandonó sus casas y sus aviones para que el gobierno se apoderara de ellos y voló (como yo estuve a punto de hacerlo) a Nueva Zelandia. La carta proseguía:
«…con la literatura me va bien; tengo casas y automóviles en Auckland, Madrid y Singapur; puedo viajar a cualquier lugar del mundo, salvo a Estados Unidos. Nadie intima demasiado conmigo.
«Pero aún pienso en mi Laura. Me pregunto qué habría pasado si yo le hubiera dado una oportunidad. Podría ser lo que me cuenta El puente. Ustedes dos ¿aún están juntos? ¿Tomé la decisión correcta? ¿O la correcta fue la de ustedes?»
El hombre es multimillonario; todos sus deseos se hacen realidad y el mundo es su feria de diversiones. Pero tuve que secarme una lágrima y, al apartar la vista de su carta, vi a Leslie apoyada contra la mesa, con la cara escondida entre las manos.
Por mucho tiempo habíamos pensado que él era una ficción, un alma espectral que vivía en alguna extraña dimensión del podría-haber-sido, alguien inventado por nosotros. Después de su carta nos sentimos inquietos, intranquilos, como si una campanilla nos estuviera llamando y no supiéramos cómo responder.
Entonces (coincidencia) releí un extraño librito de física llamado La interpretación de los mundos múltiples de la mecánica cuántica. Mundos múltiples, por cierto, según decía. A cada instante el mundo que conocemos se divide en un número infinito de otros mundos, futuros diferentes y diferentes pasados.
Según la física, el otro Richard no desapareció en la bifurcación donde yo cambié mi vida. Existe en este momento, en un mundo alternativo que se desliza junto a éste. En ese mundo, también Leslie Parrish eligió una vida diferente: Richard Bach no es su esposo, sino el hombre al que dejó partir cuando descubrió que no le ofrecía amor y regocijo, sino infinitos dolores.
Después de releer La interpretación de los mundos múltiples, mi subconsciente se llevó a la cama un ejemplar fantasma del libro para leerlo todas las noches y acicatearme en tanto dormía.
— ¿Y si pudieras hallar un camino hacia esos mundos paralelos? susurraba. ¿Y si pudieras conocer al Richard y a la Leslie que fueron antes de cometer sus peores errores y tomar sus decisiones más inteligentes? ¿Y si pudieras advertirles, agradecerles, hacerles cualquier pregunta que desearas? ¿Qué sabrían ellos de la vida, de la juventud, la vejez y el morir, la carrera, el amor y la patria, la guerra y la paz, las responsabilidades, las elecciones y sus consecuencias, sobre el mundo que tú tomas como real?
Vete, le dije.
¿Crees que no perteneces a este mundo, lleno de guerras y destrucción, odio y violencia? ¿Por qué vives aquí?
Déjame dormir, dije.
Buenas noches, dijo él.
Pero las mentes fantasmas nunca duermen; en mis sueños oía volver páginas y más páginas.
Ahora estoy despierto y las preguntas perduran. ¿Es cierto que nuestras elecciones cambian nuestros mundos? ¿Y si la ciencia tuviera razón?
Descendimos inclinados desde el norte, en nuestro hidroavión nieve-y-arco-iris, por sobre montañas del color de los recuerdos viejos. El vasto buñuelo de cemento de la ciudad se elevó gradualmente allá adelante, por entre el resplandor, cociéndose en el verano, postre final después de un largo vuelo.
— ¿Cuánto falta, queridita? — pregunté.
Leslie tocó el receptor de navegación de largo alcance y los números se encendieron en el tablero de instrumentos.
— Cuarenta y ocho kilómetros al norte — dijo —. Faltan quince minutos. ¿Quieres el acercamiento a Los Angeles?
— Gracias — dije, y sonreí. ¡Cuánto habíamos cambiado desde que nos conociéramos! Ella, a quien antes aterrorizaba volar, ahora también era piloto. Yo, a quien antes aterrorizaba el casamiento, ahora llevaba doce años casado y aún me sentía como un amante afortunado.
— Hola, Torre de Control Los Angeles — dije al micrófono — Aquí Martín Avemarina Uno Cuatro Bravo, con ustedes desde siete mil cinco para tres mil cinco, rumbo al sur hacia Santa Mónica.
En la intimidad llamábamos Gruñón a nuestro hidroavión, pero ante los controles de tránsito aéreo dábamos el nombre oficial.
¿Por qué somos tan afortunados? pensé; llevamos una vida que, cuando niños, tomábamos por sueños. En menos de medio siglo de desafíos, aprendizaje, intentos y errores, cada uno de nosotros ha salido trabajosamente de los malos tiempos para lograr un presente más encantador de lo que habíamos soñado.
— Martín Uno Cuatro Bravo está en contacto de radar — dijo la voz en nuestros auriculares.
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