—Estropeada por tu educación —continuó Valentine—. Tu madre fue siempre una mujer obstinada. Ésa era una de las cosas que amé de ella al principio. Pensé que se mantendría leal a sus ideales.
Resultaba extraño, pensó Clary con una especie de horror distante, que la vez que había visto a su padre en Renwick, éste había exhibido su considerable carisma personal ante Jace. En esos momentos, no se molestaba en hacerlo, y sin la superficial pátina de encanto, parecía... vacío. Igual que una estatua hueca, con los ojos hundidos para mostrar sólo oscuridad en el interior.
—Dime, Clarissa... ¿te habló alguna vez tu madre de mí?
—Me contó que mi padre estaba muerto.
«No digas nada más —se advirtió a sí misma, pero estaba segura de que él podía leer el resto de las palabras en sus ojos—. Y ojalá hubiese sido cierto.»
—¿Y jamás te dijo que eras diferente? ¿Especial?
Clary tragó saliva, y la punta de la hoja le cortó un poco más profundamente. Más sangre le goteó por el pecho.
—Jamás me dijo que yo era una cazadora de sombras.
—¿Sabes por qué —inquirió Valentine, mirándola por encima de la Espada— me dejó tu madre?
Las lágrimas contenidas le abrasaron la garganta y Clary emitió un sonido estrangulado.
—¿Te refieres a que sólo hubo un motivo?
—Ella me dijo —prosiguió él, como si Clary no hubiese hablado— que yo había convertido a su primer hijo en un monstruo. Me abandonó antes de que pudiera hacer lo mismo con el segundo. Tú. Pero lo hizo demasiado tarde.
El frío en la garganta de Clary, y en sus extremidades, era tan intenso que ya no podía ni tiritar. Era como si la Espada la estuviese convirtiendo en hielo.
—Ella jamás diría eso —musitó Clary—. Jace no es un monstruo. Ni tampoco yo.
—Yo no hablaba de...
La trampilla sobre sus cabezas se abrió con un fuerte golpe, y dos figuras imprecisas se dejaron caer por el agujero, aterrizando justo detrás de Valentine. El primero, advirtió Clary con una sacudida de alivio, era Jace. El chico surcó el aire como una flecha disparada desde un arco, dirigiéndose certera a su blanco. Aterrizó en el suelo con suavidad. Aferraba un largo trozo de metal manchado de sangre en una mano, con el extremo partido en una afilada punta.
La segunda figura aterrizó junto a Jace con la misma ligereza, si bien no con la misma elegancia. Clary vio el contorno de un muchacho más delgado, de cabellos oscuros, y pensó: «Alec». No comprendió quién era hasta que el chico se irguió y reconoció el rostro familiar.
Se olvidó de la Espada, del frío, del dolor en la garganta, se olvidó de todo.
—¡Simón!
Simon miró hacia ella. Los ojos de ambos se encontraron durante apenas un instante, y Clary esperó que él pudiese leer en su rostro su total y abrumadora sensación de alivio. Las lágrimas que habían estado amenazando con brotar comenzaron a salir y se le derramaron por el rostro. No hizo nada para secarlas.
Valentine volvió la cabeza para mirar tras él, y la boca se le desencajó en la primera expresión de sincera sorpresa que Clary había visto jamás en su rostro. Se volvió de cara a Jace y a Simón.
En cuanto la punta de la Espada abandonó la garganta de Clary, el helor desapareció, llevándose todas sus energías con él. La muchacha cayó de rodillas, tiritando de un modo incontrolable, y cuando alzó las manos para secarse las lágrimas del rostro, vio que las yemas de los dedos estaban blancas por el inicio de la congelación.
Jace la miró fijamente con horror, luego miró a su padre.
—¿Qué le has hecho?
—Nada —respondió Valentine, recuperando el control de sí mismo—. Aún.
Ante la sorpresa de Clary, Jace palideció, como si las palabras de su padre le hubiesen horrorizado.
—Soy yo quien debería estar preguntando qué has hecho, Jonathan —continuó Valentine, y aunque habló a Jace, tenía los ojos puestos en Simón—. ¿Por qué sigue vivo? Los vampiros pueden regenerarse, pero no si se quedan con tan poca sangre.
—¿Te refieres a mí? —inquirió Simón.
Clary le miró con sorpresa. Simon sonaba diferente. No como un chiquillo que se insolenta con un adulto; más bien como alguien capaz de enfrentarse a Valentine Morgenstern en igualdad de condiciones.
—Bueno, eso es cierto, me dejaste por muerto. Bien, más muerto aún.
—Cállate. —Jace lanzó una mirada iracunda a Simón; tenía los ojos muy sombríos—. Déjame contestar a mí. —Se volvió hacia su padre—. He dejado que Simon bebiera mi sangre —explicó—. Para salvarlo.
El rostro ya severo de Valentine adquirió una expresión aún más dura, como si los huesos se abrieran paso al exterior a través de la piel.
—¿Has dejado voluntariamente que un vampiro bebiera tu sangre?
Jace pareció vacilar por un momento; dirigió una rápida ojeada a Simón, que estaba mirando a Valentine con una expresión de intenso odio. Luego dijo, con cuidado:
—Sí.
—No tienes ni idea de lo que has hecho, Jonathan —exclamó Valentine en un tono de voz terrible—. Ni idea.
—He salvado una vida —respondió él—. Una que tú intentaste eliminar. Eso sí lo sé.
—No era una vida humana —replicó Valentine—. Resucitaste a un monstruo que no hará más que matar para volver a alimentarse. Su especie está siempre hambrienta...
—Estoy hambriento justo ahora —observó Simón, y sonrió para mostrar que los colmillos habían abandonado sus fundas; los dientes le centellearon blancos y afilados sobre el labio inferior—. No me importaría un poco más de sangre. Desde luego tu sangre probablemente se me atragantaría, ponzoñoso pedazo de...
Valentine lanzó una carcajada.
—Me gustaría verte intentarlo, vampiro —le desafió—. Cuando la Espada—Alma te atraviese, arderás mientras mueres.
Clary vio que los ojos de Jace se posaban en la Espada, y luego en ella. Había una pregunta no formulada en ellos. Rápidamente, dijo:
—La Espada no ha sido convertida —explicó rápidamente—. No del todo. No consiguió la sangre de Maia, así que no pudo finalizar la ceremonia...
Valentine se volvió hacia ella empuñando la Espada, y Clary le vio sonreír. La Espada pareció dar una sacudida en su mano, y a continuación algo la golpeó; fue como ser derribada por una ola, ser abatida y luego alzada en contra de su voluntad y arrojada por los aires. La chica rodó por el suelo, incapaz de detenerse, hasta que golpeó contra el mamparo con dolorosa violencia. Cayó a los pies de Valentine jadeando por la falta de aire y el dolor.
Simon empezó a ir hacia ella a la carrera. Valentine blandió la Espada—Alma y se alzó una cortina de puro fuego que envió a Simon hacia atrás dando traspiés.
Clary se incorporó penosamente sobre los codos. Tenía la boca llena de sangre. Todo le daba vueltas y se preguntó con cuánta violencia se habría golpeado la cabeza y si iba a perder el conocimiento. Usó toda su fuerza de voluntad para mantenerse consciente.
El fuego había desaparecido, pero Simon seguía agazapado en el suelo, aturdido. Valentine le dirigió una breve ojeada, y luego miró a Jace.
—Si matas al vampiro ahora —dijo—, todavía puedes deshacer lo que has hecho.
—No —musitó Jace.
—Coge el arma que empuñas y húndesela en el corazón. —La voz de Valentine era queda—. Un simple gesto. Nada que no hayas hecho antes.
Jace respondió con una mirada impávida a la mirada iracunda de su padre.
—Vi a Agramon —dijo—. Tenía tu cara.
—¿Viste a Agramon? —La Espada—Alma centelleó cuando Valentine avanzó hacia su hijo—. ¿Y sigues vivo?
—Lo he matado.
—¿Has matado al Demonio del Miedo pero no quieres matar a un vampiro, ni siquiera si yo te lo ordeno?
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