Clary permaneció en silencio, en primer lugar porque no se le ocurría nada que decir, y luego con alarma cuando Jace alargó las manos —casi como sin pensar en lo que hacía—y la atrajo hacia él. Ante su sorpresa, ella le dejó. A través de la tela blanca de la camisa pudo ver los contornos de sus Marcas, negras y enroscadas, acariciándole la piel como lengüetazos de fuego. Deseó recostar la cabeza contra él, deseó sentir sus brazos alrededor del cuerpo del modo en que había deseado aire cuando se estaba ahogando en el lago Lyn.
—Puede que Valentine tenga razón sobre la necesidad de arreglar las cosas —dijo Clary por fin—. Pero no sobre el modo en que se deberían arreglar. Lo ves, ¿verdad?
Él entrecerró los ojos. Había media luna de sombra gris bajo ellos, advirtió Clary, los restos de noches en blanco.
—No estoy tan seguro. Tienes motivos para estar enojada, Clary. No debería haber confiado en la Clave. Quería con tanto ahínco pensar que la Inquisidora fue una anomalía, que actuaba sin su autoridad, que todavía existía alguna parte de ser cazador de sombras en la que podía confiar.
—Jace —susurró ella.
Él abrió los ojos y los bajó hacia ella. Estaban muy cerca el uno del otro; advirtió que estaban tan pegados que incluso sus rodillas se tocaban, y podía sentir los latidos del corazón del muchacho. «Apártate de él», se dijo, pero las piernas no quisieron obedecer.
—¿Qué? —dijo él, con la voz muy queda.
—Quiero ver a Simon —respondió ella—. ¿Puedes llevarme a verle?
Con la misma brusquedad con que la había abrazado, la soltó.
—No; ni siquiera tendrías que estar en Idris. No puedes entrar así como así en el Gard.
—Pero pensará que todo el mundo le ha abandonado. Pensará…
—Fui a verle —dijo Jace—. Iba a sacarlo. Iba a arrancar los barrotes de la ventana con las manos. —Lo dijo con toda naturalidad—. Pero no me dejó.
—¿No te dejó? ¿Quería quedarse en la prisión?
—Dijo que el Inquisidor andaba tras mi familia, tras de mí. Aldertree quiere cargarnos con la culpa de lo sucedido en Nueva York. No puede coger a uno de nosotros y sacarnos la confesión con torturas, la Clave no se lo permitiría, pero está intentando conseguir que Simon le cuente una historia en la que todos estemos conchabados con Valentine. Simon dijo que si lo sacaba de allí, entonces el Inquisidor sabría que yo lo había hecho, y sería aún peor para los Lightwood.
—Eso es muy noble por su parte, pero ¿cuál es su plan a largo plazo? ¿Permanecer en prisión para siempre?
—No lo hemos resuelto exactamente —repuso Jace, encogiéndose de hombros.
Clary soltó una exasperada bocanada de aire.
—Chicos… —dijo—. De acuerdo, mira. Todo lo que necesitáis es una coartada. Nos aseguraremos de que estás en un lugar donde todo el mundo te pueda ver, y que los Lightwood estén allí también, y entonces haremos que Magnus saque a Simon de la prisión y lo lleve de vuelta a Nueva York.
—Odio decirte esto, Clary, pero no hay modo de que Magnus haga eso. No importa lo atraído que se sienta por Alec, no va a enfrentarse a la Clave como un favor hacia nosotros.
—Lo haría —dijo ella—por el Libro de lo Blanco.
Jace pestañeó.
—¿Qué?
Rápidamente, Clary le habló sobre la muerte de Ragnor Fell, sobre cómo Magnus había aparecido en lugar de él, y sobre el libro de hechizos. Jace la escuchó con anonadada atención hasta que acabó.
—¿Demonios? —inquirió—. ¿Magnus te ha dicho que a Fell lo han asesinado demonios?
Clary rememoró la entrevista.
—No… dijo que el lugar apestaba a algo demoníaco en origen. Y que a Fell lo mataron «sirvientes de Valentine». Eso fue todo lo que me dijo.
—Existen magias arcanas que dejan un aura que apesta igual que los demonios —indicó Jace—. Si Magnus no se mostró preciso, probablemente sea porque no le complace en absoluto que haya algún brujo por ahí practicando magia arcana, violando la Ley. Pero no sería la primera vez que Valentine consigue que uno de los hijos de Lilith obedezca sus repugnantes órdenes. ¿Recuerdas al chaval brujo que mató en Nueva York?
—Valentine usó su sangre para el Ritual. Lo recuerdo. —Clary se estremeció—. Jace, ¿quiere Valentine el libro por el mismo motivo que lo quiero yo? ¿Para despertar a mi madre?
—Podría ser. Aunque si es cierto lo que Magnus dice, Valentine podría quererlo simplemente por el poder que conseguiría de él. En cualquier caso, sería mejor que lo encontráramos antes de que lo haga él.
—¿Crees que existe alguna posibilidad de que esté en la casa solariega de los Wayland?
—Sé que está allí —respondió él, ante su sorpresa—. Ese libro de cocina, Recetas para amas de casa o como se llame… Lo he visto. En la biblioteca de la casa. Era el único libro de cocina que había allí.
Clary tuvo una sensación de mareo. Casi no se había permitido creer que podría ser cierto.
—Jace… si me llevas allí y conseguimos el libro, regresaré a casa con Simon. Hazlo por mí y volveré a Nueva York, y no regresaré, lo juro.
—Magnus tenía razón; en la casa hay salvaguardas que te llevan en la dirección equivocada —dijo despacio—. Te llevaré, pero no está cerca. Andando puede llevarnos cinco horas.
Clary alargó la mano y le sacó la estela de la trabilla del cinturón. La sostuvo en alto entre ellos, donde resplandeció con una tenue luz blanca no muy distinta de la luz de las torres de cristal.
—¿Quién dijo nada sobre andar?
—recibes unos visitantes muy curiosos, vampiro diurno —dijo Samuel—. Primero Jonathan Morgenstern, y ahora el vampiro jefe de Nueva York. Estoy impresionado.
«¿Jonathan Morgenstern?» Simon necesitó un instante para comprender que se trataba, por supuesto, de Jace. Estaba sentado en el centro de la habitación, dando vueltas ociosamente, una y otra vez, al frasco vacío que tenía en las manos.
—Imagino que soy más importante de lo que creía.
—E Isabelle Lightwood trayéndote sangre —repuso Samuel—. Eso es un servicio de reparto a domicilio de primera.
Simon alzó la cabeza.
—¿Cómo sabes que Isabelle la trajo? Yo no dije nada…
—La vi por la ventana. Es idéntica a su madre —dijo Samuel—, al menos, a como era su madre hace años. —Hubo una pausa incómoda—. Ya sabes que la sangre es sólo un recurso provisional —añadió—. Muy pronto el Inquisidor empezará a preguntarse si ya estás muerto de hambre. Si te encuentran perfectamente sano, se imaginará que sucede algo y te matará de todos modos.
Simon miró al techo. Las runas talladas en la piedra se solapaban unas a otras como arena compuesta por guijarros en una playa.
—Tendré que confiar en Jace cuando dice que encontrarán un modo de sacarme de aquí —contestó, y como Samuel no dijo nada en respuesta, agregó—: Le pediré que te saque también a ti, lo prometo. No te dejaré aquí abajo.
Samuel emitió un sonido estrangulado, como una carcajada que no consiguió salir del todo de la garganta.
—Bueno, no creo que Jace Morgenstern vaya a querer rescatarme —dijo—. Además, morirte de hambre aquí abajo es el menor de tus problemas, vampiro diurno. Muy pronto Valentine atacará la ciudad, y entonces es probable que acabemos todos muertos.
Simon pestañeó.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
—Durante un tiempo estuve muy unido a él. Conocía sus planes. Sus objetivos. Tiene intención de destruir las salvaguardas de Alacante y atacar a la Clave desde el corazón mismo de su poder.
—Pero yo pensaba que ningún demonio podía pasar a través de las salvaguardas. Pensaba que eran impenetrables.
—Eso se dice. Hace falta sangre de demonio para desactivas las salvaguardas, ¿sabes?, y sólo se puede hacer desde dentro de Alacante. Pero como ningún demonio puede cruzar las salvaguardas… bueno, es una paradoja perfecta, o debería serlo. Pero Valentine afirmaba que había encontrado un modo de sortear eso, un modo de abrirse paso al interior. Y yo le creo. Encontrará un modo de derribar las salvaguardas, entrará en la ciudad con su ejército de demonios y nos matará a todos.
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