—Clary, lo siento. Pensaba que querrías verlo.
Era Sebastian, avanzando entre crujidos hacia ella a través de los escombros, levantando volutas de cenizas con las botas. Parecía preocupado.
Ella se volvió hacia él.
—Así es. Gracias.
El viento había empezado a soplar con fuerza y azotaba el rostro del muchacho con mechones de sus propios cabellos negros. Él le dedicó una sonrisa pesarosa.
—Debe de ser duro pensar en todo lo que sucedió en este lugar, en Valentine, en tu madre… Tuvo un valor increíble.
—Lo sé —dijo Clary—. Lo tuvo. Lo tiene.
Él le tocó levemente el rostro.
—También tú.
—Sebastian, no sabes nada sobre mí.
—Eso no es cierto.
La otra mano se alzó, y ahora le sujetaba la cara con ambas. Su contacto era delicado, casi vacilante.
—Lo he oído todo sobre ti, Clary. Sobre el modo en que peleaste con tu padre por la Copa Mortal, el modo en que entraste en ese hotel infestado de vampiros en busca de tu amigo. Isabelle me contó cosas, y he oído rumores, también. Y ya desde el primero de ellos…, desde la primera vez que oí tu nombre…, he querido conocerte. Sabía que serías extraordinaria.
Ella rió trémulamente.
—Espero que no te sientas demasiado decepcionado.
—No —musitó él, deslizándole las yemas de los dedos bajo la barbilla—. En absoluto.
Le alzó el rostro hacia el suyo y ella se sintió demasiado sorprendida para moverse, incluso cuando se inclinó hacia ella y se dio cuenta, con cierto retraso, de lo que él hacía: de un modo reflejo cerró los ojos mientras los labios del muchacho rozaban con suavidad los suyos, provocándole escalofríos. Un repentino anhelo feroz de ser abrazada y besada de un modo que le hiciera olvidar todo lo demás se apoderó de ella. Alzó los brazos, entrelazándolos alrededor del cuello de Sebastian, en parte para mantenerse en pie y en parte para atraerlo más hacia ella.
Los cabellos del joven le cosquillearon en las yemas de los dedos; no eran sedosos como los de Jace sino finos y suaves, y «No debería estar pensando en Jace». Apartó sus pensamientos sobre él mientras los dedos de Sebastian le recorrían las mejillas y la línea de la mandíbula. El contacto era suave, a pesar de las callosidades de las yemas. Desde luego, Jace tenía las mismas callosidades, producto de los combates; probablemente, todos los cazadores de sombras las tenían…
Trató de no pensar en Jace, pero no sirvió de nada. Podía verle con los ojos cerrados; los pronunciados ángulos y planos de un rostro que jamás podría dibujar como era debido, sin importar hasta qué punto tenía su imagen grabada en la mente; veía los delicados huesos de sus manos, la piel llena de cicatrices de los hombros…
El feroz anhelo que la había invadido se retiró con un violento retroceso como una goma elástica que saltase hacia atrás. Se quedó como aterida, justo cuando los labios de Sebastian presionaban contra los suyos y las manos del muchacho se movían para sostenerle la nuca; tuvo la gélida impresión de que aquello estaba mal. Algo estaba mal, algo era peor que su imposible anhelo por alguien a quien jamás podría tener. Se trataba de otra cosa: una repentina sacudida de horror, como si hubiese estado dando un tranquilo paso al frente y se hubiese precipitado de improviso a un oscuro vacío.
Dio un grito ahogado y se separó violentamente de Sebastian con tal fuerza que casi dio un traspié. De no haberla estado sujetando él, habría caído al suelo.
—Clary. —Sebastian tenía la mirada perdida, las mejillas encendidas con un intenso arrebol—. Clary, ¿qué sucede?
—Nada. —La voz sonó un poco débil en sus propios oídos—. Nada… era sólo, no debería haber… No estoy realmente preparada…
—¿Hemos ido demasiado rápido? Podemos tomarlo con más calma…
Alargó la mano para cogerla, y antes de poderse contener, ella retrocedió asustada. Sebastian pareció afligido.
—No voy a hacerte daño, Clary.
—Lo sé.
—¿Ha pasado algo? —Su mano se alzó, le acarició el cabello echándoselo hacia atrás; ella reprimió el impulso de apartarse violentamente—. Acaso Jace…
—¿Jace?
¿Sabría él que había estado pensando en Jace? ¿Había podido darse cuenta? Y al mismo tiempo…
—Jace es mi hermano. ¿Por qué tienes que sacarlo a colación? ¿Qué quieres decir?
—Simplemente pensé… —Sacudió la cabeza; el dolor y la confusión se perseguían mutuamente por sus facciones—que a lo mejor alguien más te había herido.
Todavía tenía la mano sobre su mejilla; ella alzó su mano y con suavidad pero con firmeza le apartó la suya, devolviéndola a su costado.
—No. Nada de eso. Es sólo que… —Vaciló—. Me parecía mal.
—¿Mal? —La expresión dolida de su rostro desapareció, reemplazada por incredulidad—. Clary, entre nosotros hay una conexión. Lo sabes. Desde el primer momento en que te vi…
—Sebastian, no…
—Sentí como si fueses alguien a quien siempre había estado esperando. Vi que tú también lo sentías. No me digas que no fue así.
Pero eso no había sido lo que ella había sentido. Había sentido como si hubiese doblado una esquina en una ciudad desconocida y de improviso hubiese visto su propia casa de ladrillo rojo alzándose frente a ella. Un reconocimiento sorprendente y no del todo agradable, casi un «¿Cómo es posible que esto esté aquí?».
—Yo no lo sentí —respondió.
La ira que afloró a los ojos del joven —repentina, oscura, incontrolada—la cogió por sorpresa. La sujetó por las muñecas con una dolorosa tenaza.
—Eso no es cierto.
Ella intentó desasirse.
—Sebastian…
—No es cierto.
La negrura de sus ojos parecía haber engullido las pupilas. El rostro era como una máscara blanca, tensa y rígida.
—Sebastian —dijo ella con toda la calma que pudo—, me estás haciendo daño.
La soltó. Tenía la respiración acelerada.
—Lo siento —dijo—. Lo siento. Pensaba…
«Bueno, pues te equivocabas», quiso decirle Clary, pero reprimió las palabras. No quería volver a verle aquella expresión en el rostro.
—Deberíamos regresar —dijo en su lugar—. Pronto oscurecerá.
Él asintió como atontado, al parecer tan escandalizado por su arrebato como lo estaba ella. Se volvió y se dirigió hacia Caminante , que pastaba bajo la larga sombra de un árbol. Clary vaciló un momento, luego le siguió; no parecía tener alternativa. La muchacha echó una subrepticia ojeada a sus muñecas mientras se acercaba a él: conservaba unas marcas rojas allí donde los dedos de él la habían agarrado, y lo que era más extraño, tenía las yemas de los dedos emborronados de negro, como si se las hubiese manchado con tinta.
Sebastian permaneció en silencio mientras la ayudaba a subir al lomo de Caminante.
—Siento si te di a entender algo sobre Jace —dijo por fin mientras ella se instalaba sobre la silla—. Él jamás haría nada para herirte. Sé que es por ti que ha estado visitando a ese vampiro prisionero en el Gard…
Fue como si todo el mundo se detuviera con un gran chirrido de frenos. Clary pudo oír su propia respiración silbando dentro y fuera de sus oídos, y vio sus manos, congeladas como las manos de una estatua, descansando muy quietas sobre el pomo de la silla.
—¿Vampiro prisionero? —susurró.
Sebastian alzó su rostro sorprendido hacia ella.
—Sí —dijo—; Simon, ese vampiro que trajeron con ellos desde Nueva York. Pensaba…, quiero decir, estaba seguro de que lo sabías. ¿No te lo contó Jace?
Simon despertó y se encontró con que la luz del sol destellaba en un objeto que habían empujado a través de los barrotes de la ventana. Se puso en pie, con el cuerpo dolorido por el hambre, y vio que era un frasco de metal, aproximadamente del tamaño del termo de una fiambrera. Le habían atado un pedazo enrollado de papel al cuello. Lo arrancó, desenrolló el papel y leyó:
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