—¿Ha dicho algo sobre salir de ahí con Jace? —preguntó Isabelle cuando Simon acabó, pálida bajo el resplandor amarillento de los faros.
—No —contestó Simon—. E Izzy no creo que Jace quiera salir. Quiere estar donde esté ella.
Isabelle se cruzó de brazos y miró hacia el suelo; el negro cabello le cayó sobre la cara.
—¿Qué es el Séptimo Sitio Sagrado? —preguntó Alec—. Conozco las siete maravillas del mundo, pero ¿siete sitios sagrados?
—Son más interesantes para lo brujos que para los nefilim —contestó Magnus—. Cada uno es un lugar donde las antiguas líneas de fuerza convergen y forman una matriz, una especie de red dentro de la cual los hechizos mágicos resultan amplificados. El séptimo es una tumba de piedra en Irlanda, en Poll na mBrón; el nombre significa «la cueva de las penas». Se halla en una zona muy árida y deshabitada llamada el Burren. Un buen lugar para invocar a un demonio, si es grande. —Se tiró de una de las puntas del cabello—. Eso es malo. Muy malo.
—¿Crees que puede hacerlo? ¿Crear… cazadores de sombras oscuros? —preguntó Simon.
—Todo tiene una adscripción, Simon. La adscripción de los nefilim es seráfica, pero si fuera demoníaca, aún serían tan fuertes y poderosos como ahora. Pero se dedicarían a la erradicación de la humanidad en vez de a su salvación.
—Tenemos que ir allí —apremió Isabelle—. Debemos detenerlos.
—«Lo», quieres decir —le corrigió Alec—. Debemos detenerlo. A Sebastian.
—Ahora Jace es su aliado. Tienes que aceptarlo, Alec —dijo Magnus. Una fina llovizna había comenzado a caer. Las gotas relucían como oro bajo el brillo de los faros.
—Irlanda va con cinco horas de adelanto. Van a realizar la ceremonia a medianoche. Aquí son las cinco. Tenemos una hora y media, quizá dos como mucho, para detenerlos.
—Entonces, no deberíamos esperar. Debemos irnos —dijo Isabelle, con un tono de pánico en la voz—. Si vamos a detenerlo…
—Izzy, sólo somos cuatro —indicó Alec—. Ni siquiera sabemos a qué cantidades nos enfrentamos…
Simon miró a Magnus, quien observaba la discusión de ambos hermanos con una expresión de desapego.
—Magnus —comenzó—. ¿Por qué no fuimos a la granja a través de un Portal? Tú trasladaste así a medio Idris a la llanura de Brocelind.
—Quería darte tiempo suficiente para que cambiaras de opinión —contestó el brujo, sin quitarle la vista de encima a su novio.
—Pero puedes usar un Portal desde aquí —repuso Simon—. Quiero decir…, puedes hacerlo por nosotros.
—Sí —respondió Magnus—. Pero, como dice Alec, no sabemos a qué número nos enfrentamos. Soy un mago bastante pacífico, pero Jonathan Morgenstern no es un cazador de sombras cualquiera, ni tampoco Jace, pensándolo bien. Y si consiguen invocar a Lilith… será mucho más débil de lo que era, pero sigue siendo Lilith.
—Pero está muerta —exclamó Isabelle—. Simon la mató.
—Los Demonios Mayores no mueren —replicó Magnus—. Simon… la repartió entre los mundos. Le llevaría mucho tiempo recuperar una forma y sería débil durante años. A no ser que Sebastian la llame de nuevo. —Se pasó la mano por el cabello mojado y en punta.
—Tenemos la espada —le recordó Isabelle—. Podemos derrotar a Sebastian. Te tenemos a ti, y a Simon…
—Ni siquiera sabemos si la espada funcionará —replicó Alec—. Y no nos servirá de nada si no podemos coger a Sebastian. Y Simon ya no es el señor Indestructible. Puede morir como el resto de nosotros.
Todos miraron al vampiro.
—Tenemos que intentarlo —afirmó él—. Mirad… no, no sabemos cuántos van a estar allí; pero tenemos algo de tiempo. No mucho, pero si usamos un Portal, es el suficiente para conseguir refuerzos.
—¿Refuerzos de dónde? —quiso saber Isabelle.
—Yo iré a hablar con Maia y Jordan en el apartamento —respondió Simon, pensando rápidamente las posibilidades—. A ver si Jordan consigue ayuda del Praetor Lupus . Magnus, ve a la comisaría de policía e intenta enrolar a cualquier miembro de la manada que esté por ahí. Isabelle y Alec…
—¿Nos estás separando? —preguntó Isabelle, alzando la voz—. ¿Y si usamos mensajes de fuego o…?
—Nadie va a confiar en un mensaje de fuego sobre algo como esto —respondió Magnus—. Además, los mensajes de fuego son para los cazadores de sombras. ¿De verdad quieres comunicar esta información a la Clave con un mensaje de fuego en vez de ir en persona al Instituto?
—Muy bien. —Isabelle se fue al otro lado de la camioneta. Abrió la puerta de golpe, pero no entró: en vez de eso, metió la mano y sacó a Gloriosa . Ésta brillaba bajo la tenue luz como un rayo oscuro, y las palabras grabadas en la hoja destellaron bajo los faros. «Quis ut Deus?»
A Isabelle, la lluvia estaba comenzando a pegarle el cabello a la nuca. Tenía un aspecto inponente cuando fue a reunirse con el grupo.
—Entonces, dejamos el coche aquí. Nos separamos, pero nos volveremos a encontrar en el Instituto en una hora. Luego nos marcharemos, tengamos a quien tengamos con nosotros. —Miró a sus compañeros a los ojos, uno a uno, retándolos a que se atrevieran a desafiarla—. Simon, coge esto.
Le tendió a Gloriosa , con la empuñadura por delante.
—¿Yo? —Simon se quedó sorprendido—. Pero yo no… nunca he usado espadas antes.
—Tú la invocaste —replico Isabelle—. El Ángel te la dio a ti, Simon, y tú serás el que la portará.
Clary se lanzó por el pasillo y bajó los escalones haciendo mucho ruido, corrió hacia abajo y hacia el punto de la pared que Jace le había dicho que era la única entrada y salida del apartamento.
No se hacía ilusiones sobre poder escapar. Sólo necesitaba unos instantes para hacer lo que debía hacer. Oyó las botas de Sebastian resonando en la escalera de vidrio, y se dio más prisa, casi estrellándose contra la pared. Clavó la estela y comenzó a dibujar muy rápido: «un dibujo tan simple como una cruz y tan nuevo en el mundo…».
Sebastian la agarró por la espalda de la chaqueta y tiró de ella hacia atrás; la estela salió volando. Clary ahogó un grito cuando él la alzó del suelo y la tiró contra la pared, dejándola sin respiración. Sebastian miró la Marca que ella había hecho en la pared, y sus labios se curvaron en una sonrisa despectiva.
—¿La runa de apertura? —preguntó. Se inclinó hacia delante y le siseó en la oreja—: Y no la has acabado. Aunque no importa. ¿De verdad crees que existe algún lugar en este mundo donde yo no pueda encontrarte?
Clary le respondió con un epíteto que habría conseguido que la echaran de clase en una universidad privada. Cuando él comenzó a reír, ella le cruzó la cara con una bofetada tan fuerte que le dolió la mano. Sorprendido, él relajó la fuerza con la que la agarraba y ella se soltó de él, saltó por encima de la mesa y corrió hacia el dormitorio de abajo, que al menos tenía un pestillo en la puerta…
Y él estaba ante ella; la agarró por las solapas de la chaqueta y la volteó. Ella perdió pie, y se habría caído si él no la hubiera aplastado contra la pared con su cuerpo, un brazo a cada lado, creando una jaula alrededor de ella.
La sonrisa de Sebastian era diabólica. El elegante chico que había paseado por el Sena con ella, había bebido chocolate caliente y le había hablado sobre sus orígenes había desaparecido. Sus ojos eran totalmente negros, sin pupilas, como túneles.
—¿Qué te pasa, hermanita? Pareces preocupada.
Ella casi no podía respirar.
—Me… he… estropeado… la laca de uñas… al cruzarte… tu asquerosa cara. ¿Lo ves? —Ella le mostró el dedo, sólo uno.
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