—¿El plan en el que sigues a Jace y a Sebastian a un hueco dimensional desconocido y empleamos los anillos para comunicarnos para que los que estamos aquí, en la dimensión normal de la Tierra, podamos localizarte? ¿Ese plan?
—Sí.
—No —replicó él—. No lo es.
Clary se apoyó en el respaldo del asiento.
—No puedes decir que no.
—¡Ese plan tiene que ver conmigo! ¡Puedo decir que no! ¡No!
—Simon…
El vampiro dio unas palmaditas en el asiento junto a él, como si hubiera alguien sentado.
—Déjame que te presente a mi buen amigo No.
—Quizá podríamos llegar a un compromiso —sugirió ella, mientras le daba un bocado a la tarta.
—No.
—SIMON.
—«No» es una palabra mágica —dijo él—. Funciona así. Tú dices: «Simon, tengo un plan suicida y desquiciado. ¿Te gustaría ayudarme a ponerlo en práctica? y yo digo: «Oh, no».
—Lo haré de todas formas.
Él la miró fijamente desde el otro lado de la mesa.
—¿Qué?
—Lo haré tanto si me ayudas como si no lo haces —afirmó ella—. Aunque no pueda usar los anillos, seguiré a Jace a donde esté y trataré de enviaros algo escapándome, buscando un teléfono o lo que sea. Si es posible, lo haré, Simon. Pero tendré más oportunidades de sobrevivir si me ayudas. Y tú no corres ningún riesgo.
—No me importa correr riesgos —siseó él—. ¡Me importa lo que te pase a ti! Maldita sea, soy prácticamente indestructible. Déjame ir a mí. Tú te quedas aquí.
—Sí —replicó Clary—, y a Jace eso no le parecerá nada raro. Puedes decirle que siempre le has amado en secreto y que no puedes soportar estar lejos de él.
—Le podría decir que lo he pensado y que estoy totalmente de acuerdo con la filosofía de Sebastian y suya, y que he decidido unirme a ellos.
—Ni siquiera sabes cuál es su filosofía.
—Eso es cierto. Tendría más suerte diciéndole que estoy enamorado de él. De todas formas, Jace cree que todo el mundo está enamorado de él.
—Pero yo —insistió Clary— lo estoy de verdad.
Simon la miró durante mucho rato, en silencio.
—Hablas en serio —admitió finalmente—. Lo vas a hacer. Sin mí…, sin ninguna red de seguridad.
—No hay nada que no hiciera por Jace.
Simon echó la cabeza hacia atrás sobre el asiento de plástico. La Marca de Caín le brillaba de un plateado pálido contra la piel.
—No digas eso.
—¿No harías cualquier cosa por la gente que amas?
—Haría casi cualquier cosa por ti —contestó Simon en voz baja—. Moriría por ti. Lo sabes. Pero ¿sería capaz de matar a alguien, a alguien inocente? ¿Y qué pasa con un montón de vidas inocentes? ¿Y todo el mundo? ¿Es realmente amor decirle a alguien que si hay que elegir entre él y todas las otras vidas sobre el planeta, le escogerías? ¿Es ése… no sé… un amor con algún tipo de moral?
—El amor no es moral o inmoral —contestó Clary—. Sólo es.
—Lo sé —repuso Simon—. Pero los actos que cometemos en nombre del amor sí que son morales o inmorales. Y por lo general no suele importar. Por lo general, por mucho que yo piense que Jace es un pesado, él nunca te pediría que hicieras nada que fuera en contra de tu forma de ser. Ni por él, ni por nadie. Pero él ya no es exactamente Jace, ¿no? Y no sé, Clary. No sé lo que te podría pedir que hicieras.
La chica se acodó en la mesa; de repente se sentía muy cansada.
—Quizá no sea Jace, pero es lo más parecido a Jace que tengo. No se puede recuperar a Jace sin él. —Miró directamente a Simon—. ¿O me estás diciendo que no hay esperanzas?
Se hizo un largo silencio. Clary podía ver la sinceridad innata de Simon luchando contra su deseo de proteger a su mejor amiga.
—No he dicho eso —contestó él finalmente—. Sigo siendo judío, ya sabes, incluso siendo vampiro. En mi corazón, recuerdo y creo, incluso en las palabras que no puedo pronunciar. D… —Se atragantó y tragó saliva—. Él hizo un pacto con nosotros, igual que los cazadores de sombras creen que Raziel hizo un pacto con ellos. Y creemos en sus promesas. Por lo tanto, nunca perdemos la esperanza, hatikva , porque si mantienes viva la esperanza, ella te mantiene vivo a ti. —Parecía ligeramente avergonzado—. Mi rabino solía decir eso.
Clary le puso la mano sobre la suya. Muy rara vez hablaba de religión con ella o con nadie, aunque ella sabía que era creyente.
—¿Quiere decir eso que aceptas?
Él gruñó.
—Creo que quiere decir que me has aplastado el espíritu y me has ganado.
—Fantástico.
—Claro que te darás cuenta de que me deja en la posición de ser yo quien se lo diga a los demás: a tu madre, Luke, Alec, Izzy, Magnus…
—Supongo que no debería haber dicho que no correrás ningún riesgo —repuso Clary irónica.
—Es cierto —afirmó Simon—. Cuando tu madre me esté royendo el tobillo como una mamá osa furiosa separada de su cachorro, recuerda que lo hago por ti.
Jordan acababa de dormirse cuando empezaron de nuevo a llamar a la puerta. Se dio la vuelta gruñendo. El reloj marcaba las cuatro de la madrugada, en parpadeantes números amarillos.
Más golpes. El chico se levantó a regañadientes, se puso los vaqueros y salió tambaleante al pasillo. Medio dormido, abrió la puerta.
—Mira…
Las palabras murieron en sus labios. En el pasillo estaba Maia. Iba vestida con vaqueros y una chaqueta de cuero de color caramelo, y se recogía el cabello en la nuca con unos palillos chinos de bronce. Un solitario rizo le caía por la sien. Jordan sintió que los dedos le cosquilleaban con el deseo de metérselo tras la oreja. En vez de eso, prefirió meter las manos en los bolsillos de los vaqueros.
—Bonita camisa —soltó ella, lanzándole una seca mirada al pecho desnudo. Llevaba una mochila al hombro. Por un momento, a él le dio un vuelco el corazón. ¿Se marchaba de la ciudad? ¿Se marchaba para alejarse de él?—. Mira, Jordan…
—¿Quién es? —La voz detrás del chico era ronca, tan revuelta como la cama de la que seguramente acababa de levantarse. Jordan vio a Maia quedarse con la boca abierta, y miró hacia atrás. Vio a Isabelle, sólo con una de las camisetas de Simon, detrás de él, frotándose los ojos.
Maia cerró la boca de golpe.
—Soy yo —respondió en un tono no especialmente amistoso—. ¿Estás… con Simon?
—¿Qué? No. Simon no está —respondió. Jordan quiso matarla: «Cierra el pico, Isabelle»—. Está… —Hizo un gesto vago—. Por ahí.
Maia enrojeció.
—Huele a bar ahí dentro.
—El tequila barato de Jordan —explicó Isabelle gesticulando con la mano—. Ya sabes…
—¿Y ésa es también su camisa? —preguntó Maia.
Isabelle se miró a sí misma, y luego de nuevo a la licántropa. Tarde, pareció darse cuenta de lo que estaba pensando la otra chica.
—Oh, no, Maia…
—Así que primero Simon me engaña contigo, y ahora Jordan y tú…
—Simon —le cortó Isabelle— también me engañó a mí contigo. Además, no pasa nada entre Jordan y yo. He venido a ver a Simon, pero no estaba aquí, así que he decidido quedarme en su cuarto. Y voy a volver ahí ahora.
—No —repuso Maia secamente—. No lo hagas. Olvídate de Simon y de Jordan. Lo que tengo que decir también tienes que oírlo tú.
Isabelle se quedó parada, con una mano en la puerta de la habitación de Simon, mientras su rostro arrebolado de sueño iba palideciendo.
—Jace —dijo—. ¿Por eso estás aquí?
Maia asintió.
Isabelle se desplomó contra la puerta.
—¿Está…? —Se le quebró la voz. Comenzó de nuevo—. ¿Lo han encontrado…?
—Ha vuelto —contestó Maia—. A buscar a Clary. —Calló un momento—. Iba con Sebastian. Hubo una pelea, y Luke resultó herido. Se está muriendo.
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