—Ya te he dicho…
El otro vampiro alzó una mano, interrumpiéndolo.
—Se acerca una gran oscuridad. Barrerá la Tierra con fuego y sombras, y cuando desaparezca, tus preciosos cazadores de sombras ya no existirán. Nosotros, los Hijos de la Noche, sobreviviremos, porque vivimos en la oscuridad. Pero si persistes en negar lo que eres, también serás destruido, y nadie alzará la mano para ayudarte.
Sin pensarlo, Simon se llevó la mano a la Marca que tenía en la frente.
Raphael rió sin ruido.
—Ah, sí. La Marca del Ángel. En el tiempo de la oscuridad, incluso los ángeles serán destruidos. Su fuerza no te ayudará. Y será mejor que reces, diurno, por no perder esa Marca antes de que comience la guerra. Porque si lo haces, tendrás una cola de enemigos esperando para matarte. Y yo estaré a la cabeza.
Clary llevaba mucho rato tumbada de espaldas sobre el sofá cama de Magnus. Había oído a su madre recorrer el pasillo, entrar en la otra habitación y cerrar la puerta. A través de su puerta podía oír a Magnus y a Alec hablando en voz baja en el salón. Supuso que podría esperar a que se fueran a dormir, pero Alec había dicho que el brujo se pasaba las noches en vela estudiando las runas; aunque el hermano Zachariah parecía haberlas interpretado, no podía confiar en que Magnus y Alec se acostaran pronto.
Se sentó en la cama junto a Presidente Miau , que hizo un ruidito de protesta, y rebuscó en su mochila. Sacó una caja de plástico claro y la abrió. Ahí llevaba sus lápices Prismacolor, restos de carboncillo y su estela.
Se puso en pie y se metió la estela en el bolsillo de la chaqueta. Cogió el móvil de la mesa y escribió: «NOS VEMOS EN TAKI’S». Vio como se enviaba el mensaje, luego se guardó el móvil en el bolsillo y respiró hondo.
Sabía que no estaba siendo justa con Magnus. Éste había prometido a su madre que la cuidaría, y eso no incluía escaparse de su apartamento. Pero ella había tenido la boca cerrada. No había prometido nada. Y además, se trataba de Jace.
«Harías lo que fuera con tal de salvarlo, te cueste lo que te cueste, sea cual sea tu deuda con el Cielo o el Infierno, ¿verdad?»
Cogió la estela, colocó la punta sobre la pintura naranja de la pared y comenzó a dibujar un Portal.
Un seco golpeteo despertó a Jordan de un sueño profundo. Al instante saltó de la cama y aterrizó agazapado en el suelo. Años de entrenamiento con los Praetor le habían aguzado los reflejos y le habían acostumbrado a dormir ligero. Un rápido rastreo de vista y olfato le dijo que la habitación estaba vacía; sólo la luz de la luna entraba, formando un charco a sus pies.
De nuevo se oyeron golpes, y esta vez los reconoció. Alguien llamaba a la puerta. Normalmente dormía sólo con los bóxeres; agarró unos vaqueros y una camiseta, abrió la puerta de su cuarto de una patada y recorrió el pasillo. Si eran un puñado de estudiantes borrachos que se divertían llamando a todas las puertas del edificio, se iban a encontrar con todo un hombre lobo enfadado.
Llegó a la puerta, y se detuvo. De nuevo vio la imagen, como había hecho durante las horas que le había costado dormirse: Maia alejándose corriendo de él en el astillero. La expresión en su rostro cuando se apartó de él. Sabía que la había presionado demasiado, le había pedido mucho, demasiado pronto. Seguramente, lo había fastidiado completamente. A no ser… Quizá ella se lo replanteara. Hubo un tiempo en que su relación se había compuesto de apasionadas discusiones y reconciliaciones igual de apasionadas.
Con el corazón latiéndole con fuerza, abrió la puerta. Y se quedó parado. En el umbral estaba Isabelle Lightwood, con su larga melena negra y brillante cayéndole hasta la cintura. Llevaba botas negras de ante hasta las rodillas, vaqueros ajustados y un top de seda roja con el acostumbrado colgante rojo en el cuello, brillando oscuramente.
—¿Isabelle? —Jordan no pudo disimular la sorpresa en su voz, o, sospechaba, la decepción.
—Sí, bueno, yo tampoco te buscaba a ti —dijo ella, y se metió en el apartamento. Olía a cazadora de sombras, un olor como de vidrio calentado por el sol, y, bajo eso, un perfume de rosas—. Busco a Simon.
Jordan la miró con ojos entrecerrados.
—Son las dos de la madrugada.
Isabelle se encogió de hombros.
—Es un vampiro.
—Pero yo no.
—¡Ohhh! —Se le curvaron las comisuras de los rojos labios—. ¿Te he despertado? —Le movió el primer botón de la bragueta del pantalón, y le rozó el estómago con la punta de la uña. Jordan notó que se le tensaban los músculos. Izzy era espectacular, no se podía negar. También daba un poco de miedo. Se preguntó cómo el sencillo Simon conseguía arreglárselas con ella—. Quizá quieras abrocharte bien. Bonito bóxer, por cierto. —Pasó ante él, hacia el cuarto de Simon. Jordan la siguió, abotonándose los pantalones y mascullando que no había nada raro en llevar un dibujo de pingüinos bailarines en la ropa interior.
Isabelle metió la cabeza en la habitación de Simon.
—No está. —Cerró la puerta y se apoyó en la pared, mirando a Jordan—. ¿Has dicho que eran las dos?
—Sí. Seguramente estará en casa de Clary. Últimamente duerme allí muchas noches.
Isabelle se mordisqueó el labio.
—De acuerdo. Claro.
Jordan estaba comenzando a notar esa sensación ocasional de estar diciendo algo desafortunado, sin saber exactamente lo que era.
—¿Has venido aquí por algo? Quiero decir, ¿ha ocurrido algo? ¿Algo va mal?
—¿Mal? —Isabelle alzó las manos—. Quieres decir aparte de que mi hermano haya desaparecido y probablemente le haya lavado el cerebro un demonio malvado que asesinó a mi otro hermano, y que mis padres se van a divorciar, y que Simon está con Clary…
Se calló de golpe y pasó ante Jordan al salón. Él corrió tras ella. Cuando la alcanzó, ella ya estaba en la cocina, rebuscando en los estantes del armario.
—¿Tienes algo de beber? ¿Un buen Barolo? ¿Sagrantino?
Jordan la cogió por los hombros y la sacó suavemente de la cocina.
—Siéntate —le dijo—. Te traeré un tequila.
—¿Tequila?
—Es lo que hay. Eso y jarabe para la tos.
Isabelle agitó una mano, displicente, mientras se sentaba en uno de los taburetes ante la barra de la cocina. Él habría esperado que tuviera las uñas largas y pintadas de rojo o rosa, perfectas, que cuadraran con el resto de su persona, pero no… era una cazadora de sombras. Tenía las manos con cicatrices, las uñas cortas y cuadradas. En la mano derecha le brillaba oscura la runa de visión.
—Muy bien.
Jordan cogió la botella de Cuervo, la destapó y le sirvió un chupito. Le acercó el vaso por la barra. Ella lo vació al instante, hizo una mueca y dejó el vaso golpeando la barra.
—No es suficiente —dijo Isabelle; alargó la mano y le quitó la botella. Echó la cabeza atrás y tomó uno, dos, tres tragos. Cuando dejó la botella, tenía las mejillas rojas.
—¿Dónde has aprendido a beber así? —Jordan no estaba seguro de si debía estar impresionado o asustado.
—En Idris se puede empezar a beber a los quince años. Aunque nadie presta atención. Llevo bebiendo vino mezclado con agua, igual que mis padres, desde que era niña. —Isabelle se encogió de hombros. Al gesto le faltó un poco de su fluida coordinación habitual.
—De acuerdo. Bien, ¿quieres que le pase algún mensaje a Simon o hay algo que pueda decirle o…?
—No. —Echó otro trago de la botella—. Me he hinchado de licor y he venido a hablar con él, y claro, está en casa de Clary. Qué sorpresa.
—Creía que habías sido tú quien le dijo que debería ir allí.
—Sí. —Isabelle jugueteaba con la etiqueta de la botella de tequila—. Lo hice.
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