Jocelyn alzó sus verdes ojos.
—¿Y por qué no?
—Porque es Jace. Porque lo amo.
—No es él. Así de simple, Clary. Ya no es quien era. ¿No puedes ver que…?
—Claro que lo veo. No soy estúpida. Pero tengo fe. Ya lo he visto poseído antes, y lo vi librarse de la posesión. Creo que Jace sigue ahí dentro de algún modo. Creo que existe una manera de salvarlo.
—¿Y si no la hay?
—Demuéstramelo.
—Eso no puedo hacerlo, Clary. Entiendo que lo ames. Siempre lo has amado, incluso demasiado. ¿Crees que yo no amaba a tu padre? ¿Crees que no le di todas las oportunidades que pude? Y mira lo que pasó. Jonathan. Si no me hubiera quedado con tu padre, él no habría nacido…
—Ni yo —exclamó Clary—. Por si lo has olvidado, yo soy la pequeña. —Miró fijamente a su madre, con dureza—. ¿Estás diciendo que valdría la pena no haberme tenido nunca si hubieras podido librarte de Jonathan?
—No, yo…
Se oyó el chirrido de una llave en una cerradura, y se abrió la puerta del apartamento. Era Alec. Iba vestido con un largo guardapolvo negro abierto sobre un jersey azul, y tenía blancos copos de nieve sobre el cabello negro. Tenías las mejillas rojas como manzanas por el frío, pero aparte de eso, su rostro estaba muy pálido.
—¿Dónde está Magnus? —preguntó. Cuando miró hacia la cocina, Clary le vio un morado en el mentón, bajo la oreja, del tamaño de una yema de dedo.
—¡Alec! —Magnus entró derrapando en el salón y le lanzó un beso a su novio desde el otro lado de la estancia. Se había sacado las zapatillas e iba descalzo. Sus ojos de gato destellaron al mirar a Alec.
Clary conocía aquella mirada. Ésa era ella mirando a Jace. Pero Alec no se la devolvió. Se estaba sacando el abrigo y colgándolo de un gancho en la pared. Estaba visiblemente alterado. Le temblaban las manos y los anchos hombros estaban tensos.
—¿Has recibido mi mensaje? —preguntó Magnus.
—Sí. Sólo estaba a unas cuantas manzanas. —Alec miró a Clary y luego a su madre; la ansiedad y la incerteza se le mezclaron en la expresión. Aunque Alec había sido invitado a la fiesta de compromiso de Jocelyn, y se habían visto varias veces después de eso, no se conocían demasiado—. ¿Es cierto lo que ha dicho Magnus? ¿Has vuelto a ver a Jace?
—Y a Sebastian —contestó Clary.
—Pero Jace… —insistió Alec—. ¿Cómo… quiero decir, qué parecía?
Clary sabía exactamente lo que le estaba preguntado; por una vez, Alec y ella se entendían mejor que nadie más en la sala.
—No está engañando a Sebastian —respondió ella en voz baja—. Ha cambiado de verdad. No es en absoluto como acostumbraba.
—¿Cómo? —quiso saber Alec, con una extraña mezcla de rabia y vulnerabilidad—. ¿En qué es diferente?
Los vaqueros de Clary tenían un agujero en la rodilla; ella lo toqueteó, rascándose la piel de debajo.
—La forma en que habla; cree en Sebastian. Cree en lo que está haciendo, sea lo que sea. Le recordé que Sebastian mató a Max, y ni siquiera pareció importarle. —Se le quebró la voz—. Dijo que Sebastian era tan hermano suyo como Max.
Alec palideció, y las manchas rojas de las mejillas resaltaron como manchas de sangre.
—¿Dijo algo de mí? ¿O de Izzy? ¿Preguntó por nosotros?
Clary negó con la cabeza, casi incapaz de soportar la expresión en el rostro de Alec. Con el rabillo del ojo, vio a Magnus mirando también al chico, con el rostro cargado de tristeza. Se preguntó si aún tendría celos de Jace, o si sólo sufría por su novio.
—¿Por qué fue a tu casa? —Alec meneó la cabeza—. No lo entiendo.
—Quería que me fuera con él. Que me uniera a ellos. Supongo que quieren que su dúo malvado se convierta en un trío malvado. —Clary se encogió de hombros—. Quizá se sienta solo. Sebastian no puede ser una gran compañía.
—Eso no lo sabemos. Podría ser absolutamente fantástico jugando al Scrabble —soltó Magnus.
—Es un asesino psicópata —replico Alec tajante—. Y Jace lo sabe.
—Pero Jace ahora no es Jace… —comenzó el brujo, y se interrumpió al oír sonar el teléfono—. Yo lo cojo. ¿Quién sabe quién más podría estar huyendo de la Clave y necesitar un lugar donde quedarse? Y no es que falten hoteles en esta ciudad. —Fue hacia la cocina.
Alec se tiró sobre el sofá.
—Trabaja demasiado —dijo, y miró preocupado a su novio—. Se pasa las noches en vela tratando de descifrar esas runas.
—¿Lo está haciendo para la Clave? —quiso saber Jocelyn.
—No —contestó Alec lentamente—. Lo hace por mí. Por lo que Jace significa para mí. —Se alzó la manga y le mostró a Jocelyn la runa de parabatai en la parte interior del antebrazo.
—Sabías que Jace no estaba muerto —repuso Clary, empezando a atar cabos—. Porque eres su parabatai , porque eso os ata. Pero dijiste que notabas algo malo.
—Porque está poseído —concluyó Jocelyn—. Lo ha cambiado. Valentine dijo que cuando Luke se convirtió en un subterráneo, él lo notó. Esa sensación de que ocurre algo malo.
Alec negó con la cabeza.
—Pero cuando Jace estuvo poseído por Lilith, yo no lo noté —explicó—. Ahora noto algo… malo. Algo que no cuadra. —Bajó la mirada—. Puedes notar cuándo muere tu parabatai , como si hubiera una cuerda que te atara a algo y se rompiera de pronto, y de repente estás cayendo. —Miró a Clary—. Lo sentí una vez, en Idris, durante la batalla. Pero fue tan breve…, y cuando regresé a Alacante, Jace estaba vivo. Me convencí de que lo había imaginado.
Clary meneó la cabeza, pensando en Jace y en la arena empapada de sangre junto al lago Lyn.
«No te lo imaginaste.»
—Lo que noto ahora es diferente —continuó Alec—. Es como si él estuviera ausente del mundo, pero no muerto. No prisionero… Sólo como que no está ahí.
—Eso es —repuso Clary—. Las dos veces que vi a Sebastian y a él, se desvanecieron en el aire. Ningún Portal, sólo estaban ahí un minuto, y al siguiente ya no.
—Cuando habláis de «allí» o «aquí» —dijo Magnus, que volvía bostezando a la sala—, y de este mundo y de ese mundo, estáis hablando de dimensiones. Sólo hay unos cuantos magos que puedan hacer magia dimensional. Mi viejo amigo Ragnor podía. Las dimensiones no están unas junto a otras, están plegadas unas sobre otras, como el papel. Donde se intersectan, se pueden crear huecos dimensionales que evitan que la magia te pueda localizar. Después de todo, no estás «aquí», estás «allí».
—¿Puede ser ése el motivo por el que no logramos localizarlo? ¿Por lo que Alec puede sentirlo? —preguntó Clary.
—Podría ser. —Magnus parecía casi impresionado—. Significaría que no hay manera de encontrarlos si no quieren ser encontrados. Y si alguien lograra encontrarlos, no tendría forma de comunicárselo a nadie. Es magia complicada y cara. Sebastian debe de tener buenos contactos… —Sonó el timbre de la puerta, y todos pegaron un bote. El brujo puso los ojos en blanco—. Calmaos todos —dijo, y desapareció en la entrada. Volvió al cabo de un momento con un hombre envuelto en un hábito de color pergamino, con la espalda y los costados cubiertos de dibujos de runas de un oscuro color rojo marrón. Aunque llevaba subida la capucha, ocultándole el rostro, parecía estar totalmente seco, como si no le hubiera caído encima ni un solo copo de nieve. Cuando se bajó la capucha, Clary no se sorprendió al ver el rostro del hermano Zachariah.
De pronto, Jocelyn dejó el tazón sobre la mesita de centro. Estaba mirando al Hermano Silencioso. Con la capucha bajada, se le veía el cabello oscuro, pero su rostro estaba tan entre sombras que Clary no podía verle los ojos, sólo los altos pómulos grabados con runas.
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