Lois Bujold - Fragmentos de honor

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Fragmentos de honor: краткое содержание, описание и аннотация

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Estaba en el lugar equivocado, en el momento equivocado y por las razones equivocadas. Cordelia Naismith, de la Fuerza Expedicionaria Betana, llevaba incluso el uniforme equivocado: sin saberlo había entrado en batalla vistiendo el viejo uniforme pardo del equipo científico de Exploración Astronómica. Su encuentro con Aral Vorkosigan, el poderoso y temido Vor, apodado «el carnicero de Komarr
, sólo podía deberse a una de esas complejas intrigas, tan sórdidas y abundantes en la militarizada sociedad de Barrayar.
Tras el primer contacto con Aral, Cordelia volverá a la guerra como capitana de una nave suicida en una misión de engaño: transportar a través de las líneas Vor un arma terrible capaz de atrapar y destruir a toda la flota enemiga.
Un conjunto de intrigas dentro de intrigas, de traiciones en el seno de más traiciones, de nuevos engaños que se unen a otros conocidos, obligará a Cordelia a establecer una paz personal con su principal oponente: Aral Vorkosigan. Una paz que puede acarrear la ignominia, aunque presagia nuevas posibilidades no sólo entre Cordelia y su enamorado, sino también entre los pueblos de ambos.

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—¿Cómo es eso?

—Este rizo indica que está muerta. Murió hace tres años, por eso está aquí el rizo.

—¿También se supone que da buena suerte?

—No, no necesariamente. Es sólo un recuerdo, por lo que sé. Bastante agradable, por cierto. El amuleto más desagradable que he visto jamás, y el más único, era una bolsita de cuero que colgaba del cuello de un tipo. Estaba lleno de tierra y hojas, y otra cosa que me pareció el esqueleto de un animal parecido a un sapo, de unos diez centímetros de largo. Pero cuando lo miré con más atención, resultó ser el esqueleto de un feto humano. Muy extraño. Supongo que era algo relacionado con la magia negra. Parecía algo extraño para tratarse de un oficial ingeniero.

—No parece que ninguno de ellos funcione, ¿no?

Ella sonrió amargamente.

—Bueno, si hubiera alguno que funcionara, no los veríamos, ¿no?

Continuó con su trabajo, lavando la ropa del barrayarés y vistiéndolo de nuevo con cuidado, antes de meterlo en la bolsa y devolverlo al congelador.

—Esos barrayareses están tan picados con el Ejército —explicó—, que me gusta guardarlos con sus uniformes. Significan mucho para ellos. Estoy seguro de que están más cómodos con ellos.

Ferrell frunció el ceño, incómodo.

—Sigo pensando que deberíamos tirarlo con el resto de la basura.

—De ningún modo —dijo la tecnomed—. Piensa en todo el trabajo que significa a cargo de alguien. Nueve meses de embarazo, el parto, dos años de pañales, y eso es sólo el principio. Decenas de miles de comidas, miles de historias para dormir, años de colegio. Docenas de maestros. Y toda esa formación militar también. Un montón de gente trabajó para crearlo.

Alisó un rizo de pelo del cadáver y lo puso en su sitio.

—Esa cabeza contuvo el universo, una vez. Tenía un buen rango para su edad —añadió, comprobando de nuevo su monitor—. Treinta y dos años. Comandante Aristede Vorkalloner. Tiene una especie de sonoridad étnica. Un nombre muy barrayarés. Vor, además, uno de esos tipos perteneciente a la casta de los guerreros.

—Chalados de clase homicida. O peor —dijo Ferrell automáticamente. Pero su vehemencia, de algún modo, había perdido impulso.

Boni se encogió de hombros.

—Bueno, ahora se ha unido a la gran democracia. Y tenía unos bolsillos interesantes.

Pasaron tres días más sin otra nueva alarma que una rara dispersión de residuos mecánicos. Ferrell empezó a esperar que el barrayarés fuera la última captura que tuvieran que hacer. Se acercaban al final de su perímetro de búsqueda. Además, pensó resentido, este trabajo estaba saboteando la eficacia de su ciclo de sueño. Pero la tecnomed hizo una petición.

—Si no te importa, Falco —dijo—, agradecería si pudiéramos continuar unas cuantas órbitas más. Las órdenes originales se basan en la estimación media de la velocidad de la trayectoria, y si alguien recibió un poco de impulso extra cuando la nave se partió, bien podría estar más allá.

Ferrell no se mostró demasiado entusiasmado, pero la perspectiva de un día más de pilotaje tenía sus atractivos, y accedió a regañadientes. El razonamiento de ella dio sus frutos: antes de que hubiera terminado el día, encontraron otra horrible reliquia.

—Oh —murmuró Ferrell cuando se acercaron a mirar. Era una oficial femenina. Boni la recuperó con enorme ternura. Él no quiso ir a mirar esta vez, pero la tecnomed parecía esperar que lo acompañara.

—Yo… la verdad es que no quiero ver a una mujer reventada —trató de excusarse.

—Mm —dijo Tersa—. ¿Es justo entonces rechazar a una persona sólo porque está muerta? No te habría importado nada ver su cuerpo cuando estaba viva.

Él se rió un poco, macabramente.

—¿Igualdad de derechos para los muertos?

La sonrisa de ella se torció.

—¿Por qué no? Algunos de mis mejores amigos son cadáveres.

Él hizo una mueca.

Ella se puso seria.

—Me… me gustaría tener compañía, con ésta. —Ocupó su puesto de costumbre junto a la puerta.

La tecnomed depositó la cosa que había sido una mujer sobre la mesa, la desnudó, la examinó, la lavó y la preparó. Cuando terminó, besó los labios muertos.

—Oh, Dios —exclamó Ferrell, horrorizado y asqueado—. ¡Estás loca! ¡Eres una maldita, maldita necrófila! ¡Y una necrófila lesbiana, además!

Se dio la vuelta para marcharse.

—¿Es eso lo que te parece? —La voz de ella era suave, sin expresar ofensa alguna. Eso hizo que él se detuviera y mirara por encima del hombro. Ella lo miraba tan amablemente como si fuera uno de sus preciosos cadáveres—. En qué mundo tan extraño debes de vivir, dentro de tu cabeza.

Abrió un maletín y sacó un vestido, delicada ropa interior y un par de zapatillas blancas bordadas. Un vestido de novia, advirtió Ferrell. Esta mujer es una psicópata de primera…

Vistió el cadáver y arregló con delicadeza su suave pelo oscuro antes de guardarlo en la bolsa.

—Creo que la colocaré con ese guapo barrayarés —dijo—. Me parece que se habrían gustado, si se hubieran podido conocer en otro tiempo y lugar. Después de todo, el teniente Deleo estaba casado.

Completó los datos de la etiqueta identificativa. La agotada mente de Ferrell le enviaba pequeños mensajes subliminales; se esforzó por superar la conmoción y el asombro, y prestó atención. Su conciencia se despejó con un sobresalto.

No ha hecho una comprobación de identificación con ésta.

Sal por la puerta, se dijo, es lo que tienes que hacer. En cambio, tímidamente, se acercó al cadáver y comprobó la etiqueta.

Alférez Sylva Boni, decía. Veinte años. La misma edad que él…

Estaba temblando, como si tuviera frío. Hacía frío en aquella sala. Tersa Boni terminó de preparar el paquete, y volvió con la plataforma flotante.

—¿Tu hija? —preguntó. Fue todo lo que pudo decir.

Ella frunció los labios y asintió.

—Es… una maldita coincidencia.

—En absoluto. Solicité este sector.

—Oh. —Él tragó saliva, se dio la vuelta, volvió, el rostro enrojecido—. Siento haber dicho…

Ella sonrió con tristeza.

—No importa.

Encontraron un poco más de residuos mecánicos, así que accedieron a trazar otro círculo, para asegurarse de que todas las trayectorias quedaban cubiertas. Y, sí, encontraron otro cadáver: desagradable, girando salvajemente, las tripas abiertas por un gran golpe y colgando en una cascada congelada.

La acólita de la muerte hizo su sucio trabajo sin arrugar siquiera la nariz. Cuando empezó a lavarlo, la menos técnica de las tareas, Ferrell dijo de repente:

—¿Puedo ayudarte?

—Desde luego —respondió la tecnomed, haciéndose a un lado—. Un honor no disminuye por compartirlo.

Y eso hizo, con la timidez de un aprendiz de santo que lava a su primer leproso.

—No tengas miedo —dijo ella—. Los muertos no pueden hacerte daño. No te causan dolor, excepto el de ver tu propia muerte en sus rostros. Y he descubierto que podemos enfrentarnos a eso.

Sí, pensó él, los buenos se enfrentan al dolor. Pero los grandes… los grandes lo abrazan.

APÉNDICE

Miles Vorkosigan/Naismith: su universo y su época

Lois McMaster Bujold ambienta prácticamente todas sus novelas y narraciones en un mismo universo coherente, en el que se dan cita tanto los cuadrúmanos de EN CAÍDA LIBRE como los planetas y los sistemas estelares que presencian las aventuras de Miles Vorkosigan, su héroe más característico.

A continuación se ofrece un breve esquema argumental del conjunto de los temas que tratan los libros de ciencia ficción de Bujold aparecidos hasta hoy en Estados Unidos. La CRONOLOGÍA se refiere a la edad de Miles Vorkosigan, protagonista central de la serie, y los HECHOS incluyen un brevísimo resumen de parte de lo sucedido, con la única intención de situar el conjunto de las narraciones en un esquema general. Cada uno de los libros puede ser leído independientemente. La mayor parte de la información procede de datos aparecidos en las ediciones norteamericanas de las aventuras de Miles Vorkosigan, que no he dudado en modificar y completar por mi cuenta. El apartado CRÓNICA hace referencia a las narraciones en las cuales se detallan las diversas aventuras. Se indica, en cada caso, el título original en inglés, la fecha de publicación de dicho original y una traducción del título que, muy posiblemente, coincida con la que utilizaremos en su edición española.

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