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Lois Bujold: Hermanos de armas

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Lois Bujold Hermanos de armas

Hermanos de armas: краткое содержание, описание и аннотация

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El inefable Miles Vorkosigan se encuentra en esta ocasión en la Tierra, sin dinero y con los dolores de cabeza que le da el interpretar a dos personajes a la vez con sus respectivos enemigos. La situación se complica cuando algunos de sus hombres organizan un escándalo en una tienda de licores cuando la máquina no les acepta la tarjeta de crédito. Por culpa de una periodista perspicaz Miles se ve obligado a dar una nueva vuelta de tuerca en su farsa: decide que su otra identidad es en realidad un clon suyo, y engaña a la periodista. Sin embargo, lo que no se podía esperar es que realmente un clon suyo estuviera dispuesto a reemplazarle.

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—Así que es usted realmente un clon —jadeó Tabor, contemplando al legendario comandante mercenario—. Pensábamos… —guardó silencio.

—Nosotros lo consideramos suyo, durante años —dijo Mark, en su papel de lord Vorkosigan.

—¡Nuestro! —profirió Tabor en el colmo de su asombro.

—Pero la actual operación ha confirmado su origen komarrés —acabó de decir Mark.

—Hemos llegado a un acuerdo —Miles habló como si le molestara el tono de Mark. Miró a Galeni—. Me cubren hasta que me marche de la Tierra.

—Tenemos un acuerdo —dijo Mark—, mientras nunca vuelvas a acercarte a Barrayar.

—Puedes quedarte con el maldito Barrayar. Yo me quedaré con el resto de la galaxia, gracias.

El capitán de centuria estaba a punto de volver a perder el sentido, pero luchaba por impedirlo cerrando los ojos y respirando de forma controlada. Conmoción cerebral, juzgó Miles. En su regazo, Elli abrió los ojos. Él le acarició los rizos y a Elli se le escapó un femenino eructo. Salvada por la sinergina del habitual vómito posaturdimiento. Se sentó, miró alrededor, vio a Mark, a los cetagandanos, a Ivan, y cerró de golpe la mandíbula para disimular su desorientación. Miles le apretó la mano. «Te lo explicaré más tarde —prometió su sonrisa. Ella lo miró exasperada—. Será mejor.» Alzó la barbilla, dispuesta ante el enemigo incluso en las fauces de su propio asombro.

Ivan volvió la cabeza y preguntó a Galeni:

—¿Qué hacemos con estos cetagandanos, señor? ¿Los tiramos a alguna parte? ¿Desde qué altura?

—Creo que no hay ninguna necesidad de provocar un incidente interplanetario —Galeni hablaba con placer lobuno, como Miles—. ¿La hay, teniente Tabor? ¿O desea que comuniquemos a las autoridades lo que el ghem-camarada intentaba realmente hacerle a la Barrera? ¿No? Eso pensaba. Muy bien. Los dos necesitan tratamiento médico, Ivan. El teniente Tabor se rompió desgraciadamente el brazo, y creo que su, ah, amigo tiene conmoción… entre otras cosas. Usted decide, Tabor. ¿Los dejamos en un hospital o preferiría ser atendido en su propia embajada?

—La embajada —croó Tabor, claramente consciente de las posibles complicaciones legales—. A menos que quiera ser acusado de intento de asesinato —amenazó a su vez.

—Sólo de asalto, sin duda —los ojos de Galeni chispearon.

Tabor sonrió incómodo. Parecía dispuesto a echar a correr de haber espacio.

—Lo que sea. Ninguno de nuestros embajadores se sentirá muy satisfecho.

—Cierto.

Amanecía. El tráfico iba en aumento. Ivan sobrevoló un par de calles antes de divisar una parada desierta de autotaxis en la que no había cola de gente esperando. Aquel barrio estaba lejos del distrito de las embajadas. Galeni, muy solícito, ayudó a bajar a sus pasajeros… pero no lanzó la llave de las esposas del capitán de centuria y Tabor hasta que Ivan empezó a acelerar de nuevo.

—Uno de mis hombres les devolverá el vehículo esta tarde —dijo Galeni mientras se marchaban. Se acomodó en su asiento con una mueca mientras Ivan sellaba la burbuja y añadió, entre dientes—: Después de que lo examinemos.

—¿Creéis que esta charada funcionará? —preguntó Ivan.

—A corto plazo… Convencer a los cetagandanos de que Barrayar no tuvo nada que ver con Dagoola, tal vez sí, tal vez no —suspiró Miles—. Pero en cuanto al principal tema de seguridad… ahí tenéis a dos oficiales leales que jurarán bajo quimiohipnosis que el almirante Naismith y lord Vorkosigan son, sin ninguna duda, dos hombres distintos. Eso valdrá mucho para nosotros.

—¿Opinará igual Destang? —preguntó Ivan.

—Creo que no me importa un maldito comino lo que piense Destang —dijo Galeni, distante, mirando a través de la burbuja.

Miles compartía ese sentimiento. Aunque, claro, todos estaban muy cansados. Pero todos estaban allí. Miró a su alrededor saboreando los rostros: Elli e Ivan, Galeni y Mark; todos vivos, todos habían sobrevivido a la noche.

Casi todos.

—¿Dónde quieres que te deje, Mark? —preguntó Miles. Miró a Galeni con los ojos entornados, esperando una objeción, pero el capitán no puso ninguna. Con la liberación de los cetagandanos, Galeni había perdido el impulso de la subida de adrenalina; parecía seco. Parecía viejo. Miles no le pidió su opinión. «Ten cuidado con lo que pides, tal vez lo consigas.»

—En una estación de tubo —respondió Mark—. Cualquiera.

—Muy bien.

Miles solicitó un mapa a la consola del coche.

—Sube tres calles y avanza dos, Ivan.

Se bajó con Mark cuando el coche se posó sobre la acera, en una zona de descarga.

—Vuelvo dentro de un momento.

Caminaron juntos hasta la entrada del tubo de descenso.

Aquel distrito estaba todavía tranquilo, sólo había unas cuantas personas caminando por la calle, pero no tardaría en ser la hora punta de la mañana.

Miles se desabrochó la chaqueta y sacó la tarjeta codificada. Por la tensa expresión de su rostro, Mark esperaba un disruptor neural, al estilo de Ser Galen, hasta el final. Mark cogió la tarjeta y le dio la vuelta, maravillado y receloso.

—Ahí tienes —dijo Miles—. Si no logras desaparecer de la Tierra con tu pasado y esta fortuna, no podrá hacerlo nadie. Buena suerte.

—Pero… ¿qué quieres de mí?

—Nada. Nada en absoluto. Eres un hombre libre mientras puedas. Desde luego, no informaremos de la, ah, muerte semiaccidental de Galen.

Mark se guardó la nota en el bolsillo de los pantalones.

—Querías más.

—Cuando no puedes conseguir lo que quieres, te quedas con lo que puedes conseguir. Como has descubierto —señaló el bolsillo de Mark. La mano de éste se cerró protectoramente sobre él.

—¿Qué quieres que haga? ¿Qué me tienes preparado? ¿De verdad te tomaste en serio lo de Jackson's Whole? ¿Qué esperas que haga?

—Puedes cogerlo y retirarte a las cúpulas de placer de Marte mientras dure. O pagarte una educación, o dos o tres. O tirarlo en la primera recicladora de desperdicios que encuentres. No soy tu dueño. No soy tu mentor. No soy tus padres. No tengo ninguna expectativa. No tengo ningún deseo.

«Rebélate contra eso… si eres capaz, hermanito…» Miles se encogió de hombros y dio un paso atrás.

Mark entró en el tubo, sin darle la espalda.

—¿POR QUÉ NO? —aulló de pronto, aturdido y furioso.

Miles echó la cabeza atrás y soltó una carcajada.

—¡Descúbrelo! —gritó.

El campo del tubo lo envolvió y desapareció, tragado por la tierra.

Miles regresó junto a sus amigos.

—¿Ha sido un acto inteligente? —Elli, informada rápidamente por Ivan, parecía preocupada—. ¿Dejarlo ir sin más?

—No sé —suspiró Miles—. «Si no puedes ayudar, no molestes.» No está en mi mano ayudarlo. Galen lo volvió demasiado loco. Soy su obsesión. Sospecho que siempre lo seré. Lo sé todo sobre las obsesiones. Lo mejor que puedo hacer es apartarme de su camino. Con el tiempo, quizá se calme si no tiene que reaccionar contra mí. Con el tiempo tal vez… se salve.

Su propio cansancio le pasó factura. Sintió a Elli cálida a su lado y se alegró mucho, mucho de su presencia. Entonces se acordó, pulsó el comunicador de muñeca y despidió a Nim y su patrulla, enviándolos de vuelta al espaciopuerto.

—Bueno —parpadeó Ivan después de un minuto entero de agotado silencio por parte de todos los presentes—, ¿y ahora adónde? ¿Queréis volver vosotros dos al espaciopuerto también?

—Sí —suspiró Miles—, y huir del planeta… Me temo que la deserción no es práctica. Destang me pillaría tarde o temprano. Será mejor que regresemos a la embajada y presentemos un informe. Verdadero. No hay nada por lo que mentir, ¿no?

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