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Lois Bujold: En caída libre

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Lois Bujold En caída libre

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Leo Graf era tan sólo un competente ingeniero de soldadura: se ocupaba de sus asuntos, hacia bien el trabajo y se ajustaba a las especificaciones. Pero todo cambió cuando fue asonado al Hábitat Cay y conoció a los cuadrúmanos, seres sin piernas y con cuatro brazos adaptados por la ingeniería genética para el trabajo en ausencia de la gravedad. ¿Quién podría permanecer indiferente antela explotación y la esclavitud de un millar de jóvenes tratados como objetos por Galac-Tech. la gran corporación espacial? Fue relativamente fácil adoptar, un tanto ilegalmente, a un millar de cuadrúmanos. Lo difícil fue enseñarles a ser libres. Un retorno de lujo a los temas de la ciencia ficción campbelliana basada en la aventura y la especulación científica inteligente, con personajes de una entrañable «normalidad». Un hito en la moderna literatura de ciencia ficción.

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—Oh, los cuadrúmanos no son un problema. —Leo se abstuvo de explicar su turbación. De todas maneras, no creía que pudiera expresarlo con palabras—. Sólo me sorprendieron, al principio.

—Es comprensible. ¿Cree que tendrá problemas para enseñarles?

Leo sonrió.

—No pueden ser peores que el grupo de estibadores que preparé en el programa Júpiter Orbital —No me refería a que ellos le plantearan problemas. —Yei sonrió nuevamente—. Usted verá que son estudiantes muy inteligentes y aplicados. Rápidos. Literalmente, son buenos chicos. Y es de eso de lo que quiero hablar.

Se detuvo como si estuviera organizando sus ideas, al igual que los distantes propulsores de carga.

—Los profesores y los preparadores de Galac-Tech desempeñan un poco el papel de padres aquí, en esta familia del Hábitat. Si bien los cuadrúmanos no tienen padres, ellos mismos tendrán que serlo algún día. Y, en realidad, algunos ya lo son. Desde un comienzo, nos esforzamos muchísimo en asegurar que se les brindaran los modelos de responsabilidad adulta estable. Pero todavía son niños. Lo estarán observando muy de cerca. Quiero que sea consciente y que los cuide. Ellos aprenderán algo más que soldadura con usted. También observarán y adoptarán sus otras pautas de comportamiento. En resumen, si usted tiene malos hábitos (y todos nosotros los tenemos), debe dejarlos en su planeta durante el período de su estancia. En otras palabras —Yei continuó—, cuídese. Fíjese en su lenguaje. Por ejemplo, uno de los miembros del personal una vez utilizó el cliché «escupir en el ojo» en un determinado contexto… No sólo les causó hilaridad, sino que se convirtió en una epidemia entre los cuadrúmanos más jóvenes, que costó muchas semanas erradicar. Ahora bien. Usted estará trabajando con niños mayores, pero el principio sigue siendo el mismo. Por ejemplo, ¿ha traído algún material de lectura consigo? Películas dramáticas, discos de información, lo que sea.

—No soy un buen lector —dijo Leo—. Sólo tengo el material de mi curso.

—La información técnica no me concierne. Con lo que hemos tenido problemas últimamente es con la ficción.

Leo levantó una ceja y sonrió.

—¿Pornografía? No sé si habría que preocuparse por eso. Cuando yo era niño, siempre nos pasábamos…

No, no, pornografía no. De todas maneras, no creo que los cuadrúmanos entiendan de qué se trata. Aquí la sexualidad es un tema abierto, parte de su capacitación social. Biología. Me preocupa mucho mas la ficción que esconde valores falsos o peligrosos detrás de colores atractivos o de historias partidistas.

Leo frunció el ceño, cada vez más sorprendido.

—¿Nunca les han enseñado historia a estos chicos? ¿Nunca les han permitido que leyeran cuentos…?

—Por supuesto que sí. Los cuadrúmanos están bien provistos de ambos. Sólo se trata de una cuestión de énfasis correcto. Por ejemplo, una típica historia para los planetarios, digamos sobre el asentamiento del Orient IV, en general, le dedica unas quince páginas al año de la Guerra de Hermanos, una curiosa aberración social. Y aproximadamente dos a los cien años de asentamiento y construcción del planeta. Nuestros textos dedican un párrafo a la guerra. Pero la construcción del túnel monocarril Witgow, con sus consiguientes beneficios económicos para ambos lados, cuenta con cinco páginas. En resumen, damos más énfasis a lo común que a lo raro, a la construcción que a la destrucción, a lo normal a expensas de lo anormal. De manera que los cuadrúmanos nunca puedan pensar que de ellos se espera lo anormal. Si desea leer los textos, pienso que comprenderá la idea rápidamente.

—Yo… Sí, pienso que sería mejor —murmuró Leo. El grado de censura que se le imponía a los cuadrúmanos, según la breve descripción de Yei, le irritaba. Pero, al mismo tiempo, la idea de un texto que dedicaba secciones completas a grandes trabajos de ingeniería le daban ganas de ponerse de pie y brindar. Reprimió su confusión detrás de una sonrisa— . En realidad, no he traído nada a bordo —dijo para calmarla.

La doctora le hizo recorrer los dormitorios y las habitaciones supervisadas de los cuadrúmanos más jóvenes.

Los más pequeños eran los que más asombraban a Leo. Parecía haber tantos… Tal vez le daba esa impresión porque se movían muy rápido. Había unos treinta chicos de unos cinco años que saltaban en el gimnasio de caída libre como si fueran pelotas de ping pong. Mientras tanto, la encargada de cuidarlos, una mujer a la que llamaban Mamá Nula, y dos cuadrúmanos adolescentes que le ayudaban los hacían salir de su clase de lectura. Pero entonces, ella dio unas palmadas y puso música y los niños representaron un juego, o una danza —Leo no estaba muy seguro—, mientras lo miraban de reojo y se sonreían. El juego consistía en crear una especie de icosaedro en el aire, como si fuera una pirámide humana, sólo que más compleja. Todos de la mano, cambiaban formaciones al ritmo de la música. Se oyeron unos gritos de desesperación cuando uno de los pequeños resbaló y echó a perder la formación del grupo. Cuando se alcanzaba la perfección, todo el mundo ganaba. Leo no podía evitar que el juego le gustara. Cuando observó que Leo se reía al ver cómo los cuadrúmanos se arremolinaban a su alrededor, la doctora Yei pareció irradiar felicidad.

Pero al finalizar el recorrido, lo estudió, con una sonrisa.

—Señor Graf, sigue estando preocupado. ¿Está seguro de no esconder ningún complejo de Frankenstein con todo esto? Está bien que lo admita ante mí. Por cierto, me gustaría que me hablara de eso.

—No se trata de eso —dijo Leo pausadamente—. Es sólo que… Bueno, en realidad, no puedo objetar nada a la manera en que intenta que aprendan a agruparse, dado que vivirán toda la vida en estaciones espaciales muy pobladas. Están muy bien disciplinados, para la edad que tienen. Eso también es bueno…

—Más bien vital para su supervivencia en un medio espacial.

—Sí… pero, ¿qué me dice de su autodefensa?

—Tendrá que explicarme a qué se refiere, señor Graf. ¿Defenderse de qué?

—Bueno, me da la impresión de que tuvo éxito en la educación de alrededor de mil fenómenos técnicos. Son niños agradables, pero, ¿no son un poco… afeminados? —Se estaba hundiendo cada vez más. La doctora había dejado de sonreír y ahora fruncía el ceño—. Quiero decir… parecen estar maduros para ser explotados por… por alguien. ¿Todo este experimento social fue idea suya? Parece ser el sueño femenino de una sociedad perfecta. Todos se comportan tan bien.

Leo se sintió incómodo al darse cuenta de que no había sabido expresarse bien, pero seguramente la doctora comprendería la validez…

Ella suspiró profundamente y bajó la voz. Tenía una sonrisa fija en la boca.

—Permítame que se lo explique claramente, señor Graf. Yo no inventé a los cuadrúmanos. Me asignaron aquí hace seis años. Son los especialistas de Galac-Tech los que piden una socialización máxima. Pero yo los heredé. Y me preocupo por ellos. No es su trabajo, ni su problema, entender su situación legal, pero a mí me preocupa en gran medida. Su seguridad reside en su socialización. Usted parece estar al margen de los prejuicios comunes contra los productos de la ingeniería genética!

Pero hay muchos que no lo están. Hay jurisdicciones planetarias donde este grado de manipulación genética de los seres humanos sería incluso ilegal. Dejemos que esa gente, tan sólo una vez, descubra que los cuadrúmanos son una amenaza y… —Cerró los labios para no seguir haciendo confidencias y volvió a su tono autoritario—. Déjeme que se lo explique así, señor Graf. El poder para aceptar o rechazar al personal instructor en el Proyecto Cay está en mis manos. El señor Van Atta puede haberlo llamado, pero yo puedo hacer que lo transfieran. Y lo haré sin dudar si usted no cumple con el discurso o el comportamiento que indican las normativas del departamento psíquico. Espero que quede claro.

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