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Lois Bujold: En caída libre

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Lois Bujold En caída libre

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Leo Graf era tan sólo un competente ingeniero de soldadura: se ocupaba de sus asuntos, hacia bien el trabajo y se ajustaba a las especificaciones. Pero todo cambió cuando fue asonado al Hábitat Cay y conoció a los cuadrúmanos, seres sin piernas y con cuatro brazos adaptados por la ingeniería genética para el trabajo en ausencia de la gravedad. ¿Quién podría permanecer indiferente antela explotación y la esclavitud de un millar de jóvenes tratados como objetos por Galac-Tech. la gran corporación espacial? Fue relativamente fácil adoptar, un tanto ilegalmente, a un millar de cuadrúmanos. Lo difícil fue enseñarles a ser libres. Un retorno de lujo a los temas de la ciencia ficción campbelliana basada en la aventura y la especulación científica inteligente, con personajes de una entrañable «normalidad». Un hito en la moderna literatura de ciencia ficción.

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Durante el recorrido, se cruzaron con varios de los… de las personas de cuatro manos, el nuevo modelo de obreros, los parientes de Tony o como quisiera uno llamarlos. Se preguntó si tendrían una designación oficial. Los miraba con disimulo, pero dejaba de hacerlo cuando uno de ellos lo miraba a él, algo que pasaba bastante a menudo. Lo miraban abiertamente y cuchicheaban entre sí.

Se dio cuenta de por qué Van Atta los llamaba chimpancés. Tenían caderas angostas y carecían de músculos motores desarrollados en los glúteos, como la gente con piernas. El par de brazos inferior tendía a ser más muscular que el superior, tanto en los hombres como en las mujeres y, por lo tanto, daban la falsa apariencia de ser más cortos que los superiores.

La mayoría llevaba la camiseta y los pantalones cortos, cómodos y prácticos, que usaba Tony. Evidentemente, los diferenciaba el color. Leo había visto pasar un grupo de amarillo que se desplazaba alrededor de un humano normal con uniforme de Galac-Tech, que tenía una pieza de bombeo medio abierta y les explicaba su función y su reparación. Leo pensó en una bandada de canarios, de ardillas voladoras, de monos, de arañas, de lagartos ágiles y despiertos, del tipo de los que se suben a las paredes.

Le daban ganas de gritar, casi de llorar. Y no era por los brazos o por las manos veloces. Justo cuando había llegado a Hidroponía, llegó a analizar el porqué de su intenso malestar. Se dio cuenta de que eran sus rostros lo que tanto le impresionaba. Tenían cara de niños…

Se abrió una puerta con un cartel que decía «Hidroponía D» y Leo pudo ver una antecámara y una gran cámara aireada que tendría unos quince metros de largo. Unas ventanas con filtros del lado del sol y una serie de espejos del lado oscuro llenaban de luz la habitación, donde también había muchas plantas verdes que crecían en unos tubos de cultivo. El aire olía a productos químicos y a vegetación.

Un par de las jóvenes de cuatro brazos, las dos de azul, trabajaba en la antecámara. Había un tubo de cultivo de unos tres metros de largo y las muchachas flotaban a su alrededor, trasplantando pequeños brotes de una caja de germinación a una serie de agujeros dispuestos en espiral a lo largo del tubo. Una planta por agujero. Las fijaban en su lugar con un sellador flexible alrededor de cada tallo tierno. Las raíces crecían hacia dentro y se convertían en una mata embrollada que absorbía la humedad hidropónica nutritiva que subía por el tubo. Las hojas y los tallos saldrían a la luz y, a la larga, darían el fruto que dispondría su destino genético. En este lugar, esos frutos probablemente serían manzanas con antenas, pensó Leo en medio de su histeria, o patatas que te guiñaban un ojo al pasar.

La muchacha de cabello oscuro se detuvo para acomodar un bulto debajo del brazo… La mente de Leo quedó completamente paralizada. El bulto era un bebé.

Un bebé vivo. Por supuesto que estaba vivo. ¿Qué otra cosa se podría esperar? En su interior, Leo se estremeció. Se asomó detrás del torso de su… ¿madre?… para espiar furtivamente a «Leo, el extraño» y se aferró con las cuatro manos a uno de los pechos de la muchacha, como si temiera la competencia. Dio un grito agresivo.

—¡Ay! —La muchacha de cabello oscuro se rió y con una de las manos inferiores soltó los dedos regordetes del bebé, sin dejar de poner el sellador alrededor del tallo con sus manos superiores. Terminó con un chorro de fijador de un tubo que estaba a su lado, fuera del alcance de la criatura.

La muchacha era delgada y parecía un duende. Para los ojos desacostumbrados de Leo, maravillosamente extraña. El cabello corto y fino, le enmarcaba el rostro y caía cubriéndole la nuca. Era tan espeso que a Leo le recordaba la piel de un gato: uno podía tocarlo y sentir su suavidad.

La otra muchacha era rubia y no tenía ningún bebé. Fue la primera que levantó la vista y sonrió.

—Compañía, Claire.

El rostro de la muchacha de cabello oscuro se iluminó de felicidad. Leo se estremeció ante el calor de su mirada.

—¡Tony! —gritó con alegría. Leo descubrió entonces que solamente había recibido una dosis accidental de ese rayo de felicidad, cuando ella pasó junto a él, hacia su verdadero objetivo.

El bebé soltó tres manos y las sacudió fervientemente en el aire.

—¡Ah, ah, ah! —La muchacha se dio la vuelta para saludar a los visitantes—. ¡Ah, ah, ah! —repitió el bebé.

—Bueno, está bien —se sonrió—. Quieres ir a los brazos de papá, ¿no? —La muchacha desenganchó la correa que sujetaba al bebé a su cinturón y lo extendió en sus brazos.

—¿Quieres volar a brazos de papá, Andy? ¿Quieres ir a brazos de papá?

El bebé mostraba entusiasmo ante la propuesta: sacudía las cuatro manos y gritaba con excitación. La madre lo lanzó hacia Tony con mucha más velocidad de la que le hubiera dado Leo. Tony, feliz, lo agarró… Con habilidad, pensó Leo.

—¿A brazos de mamá? —preguntó Tony a su vez. —Ah, ah —respondió el bebé y Tony lo lanzó por el aire, extendiendo sus brazos, y lo hizo girar como si fuera una rueda. El bebé encogió los brazos. Empezó a girar cada vez más rápido y se reía por el éxito de su esfuerzo. Conservación del momento angular, pensó Leo. Naturalmente…

Claire arrojó al bebé a los brazos de su padre una vez más. Resultaba un disparate pensar que ese muchacho rubio podía ser el padre de alguien —y se detuvo frente a Tony, que automáticamente le ofreció su mano—. El hecho de que siguieran cogidos de la mano era claramente algo más que una actitud de enamorados.

—Claire, te presento al señor Graf —dijo Tony. Más que presentarlo, lo estaba exhibiendo, como un premio—. Él será mi profesor de técnicas avanzadas de soldadura. Señor Graf, le presento a Claire y éste es nuestro hijo Andy.

Andy estaba trepando a la cabeza de su padre. Con una mano le agarraba el cabello rubio y con la otra le tocaba la oreja, mientras miraba de reojo a Leo. Tony, con suavidad, rescató la oreja y puso la mano del bebé sobre su camiseta roja.

—Claire fue elegida para ser nuestra primera madre natural —continuó Tony, orgulloso.

—Yo y otras cuatro chicas —le corrigió Claire con modestia.

—También trabajaba en Soldadura y Ensamble pero ya no puede hacer trabajos externos —explicó Tony—. Ha estado en Trabajos Domésticos, en Tecnología de la Nutrición y en Hidroponía desde que nació Andy.

—La doctora Yei dijo que yo era un experimento muy importante para determinar qué tipos de productividad eran los menos comprometidos durante el tiempo que cuidaba a Andy —explicó Claire—. De alguna manera, echo de menos no poder estar fuera. Era emocionante, pero esto también me gusta. Hay más variedad.

¿Galac-Tech reinventa el Trabajo Femenino?, pensó Leo, sorprendido. ¿Estaremos a punto de poner un grupo de Investigación y Desarrollo para trabajar también con aplicaciones del fuego? Pero… claro, era un experimento… Afortunadamente, su rostro no reflejó sus pensamientos.

—Encantado de conocerla, Claire —dijo con seriedad.

Claire dio un codazo a Tony y le hizo un gesto con la cabeza señalando a su compañera rubia, que ya se había acercado para unirse al grupo.

—Oh… y ella es Silver —continuó Tony—. Trabaja en Hidroponía la mayor parte del tiempo.

Silver asintió. Tenía el cabello bastante corto y con ondas de color platino. Leo pensó que tal vez por eso la apodaban así. Tenía el tipo de huesos faciales fuertes, que son angulosos y hasta desgarbados a los trece años, pero que se vuelven tremendamente elegantes a los treinta y cinco. Ahora estaban a mitad de camino en esa transición. Sus ojos azules eran más fríos y menos tímidos que los de Claire, ahora distraída por una nueva demanda de Andy. Claire recogió al bebé y volvió a ajustar su faja de seguridad.

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