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Lois Bujold: En caída libre

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Lois Bujold En caída libre

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Leo Graf era tan sólo un competente ingeniero de soldadura: se ocupaba de sus asuntos, hacia bien el trabajo y se ajustaba a las especificaciones. Pero todo cambió cuando fue asonado al Hábitat Cay y conoció a los cuadrúmanos, seres sin piernas y con cuatro brazos adaptados por la ingeniería genética para el trabajo en ausencia de la gravedad. ¿Quién podría permanecer indiferente antela explotación y la esclavitud de un millar de jóvenes tratados como objetos por Galac-Tech. la gran corporación espacial? Fue relativamente fácil adoptar, un tanto ilegalmente, a un millar de cuadrúmanos. Lo difícil fue enseñarles a ser libres. Un retorno de lujo a los temas de la ciencia ficción campbelliana basada en la aventura y la especulación científica inteligente, con personajes de una entrañable «normalidad». Un hito en la moderna literatura de ciencia ficción.

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—Costoso, ¿no?

—Pero colocamos el Hábitat donde está por menos de un cuarto del coste de la misma cantidad de piezas en otro sitio con gravedad.

—Pero seguramente con el tiempo perderán lo que ahorraron en los costos de construcción en el transporte del personal y en los gastos médicos —argumentó Leo—. Los viajes adicionales, los largos permisos. Todo el que se rompa una pierna o un brazo exigirá que Galac-Tech le pague los gastos hasta el día que se muera, además de la angustia mental, si es que no tiene una desmineralización importante.

—También hemos solucionado ese problema —dijo Van Atta—. Y bueno, en definitiva, usted y yo estamos aquí para demostrar que, si bien la solución es costosa, al menos es efectiva.

La lanzadera se movió en forma delicada y se alineó con una precisión sorprendente frente a una escotilla en uno de los lados del Hábitat. El piloto apagó los sistemas, se incorporó, y revisó las cerraduras de la escotilla al pasar junto a ellos.

—Listos para el desembarque, señor Van Atta.

—Gracias, Grant.

Leo desabrochó los cinturones del asiento. Se estiró y se relajó, con esa sensación tan familiar y agradable que le producía la ingravidez. Él no sufría las desagradables náuseas que socavaban la eficiencia de tantos empleados. Abajo, el cuerpo de Leo era normal; aquí, donde el control, la práctica y el sentido común valían más que la fuerza, era, por fin, un atleta. Se sonrió y siguió a Van Atta, de un pasamanos a otro, a través de la escotilla de la lanzadera.

Apenas se entraba al corredor de la cápsula, había un técnico de tez rosada que operaba el panel de control. Llevaba una camiseta roja, con el logotipo de Galac-Tech a la izquierda. Los rizos rubios y apretados, muy pegados a la cabeza, recordaban a un cordero. Tal vez era el efecto que producía su evidente juventud.

—¡Hola, Tony! —exclamó Van Atta con familiaridad.

—Buenas tardes, señor Van Atta —contestó el joven con deferencia. Sonrió a Leo y con la cabeza pareció suplicarle a Van Atta que lo presentara—. ¿Es el nuevo profesor del que nos hablaba?

—Exacto. Leo Graf, le presento a Tony. Estará entre sus primeros alumnos. Es uno de los residentes permanentes del Hábitat —agregó, con un énfasis peculiar —. Tony es soldador y armador, en el segundo nivel. Pero está trabajando en el primero. ¿Verdad, Tony? Estréchale la mano al señor Graf.

Van Atta sonreía con afectación. Leo tenía la impresión de que si no estuvieran en caída libre, seguramente saltana sobre los talones.

Tony se inclinó en forma obediente sobre el panel de control. Llevaba unos shorts rojos…

Leo pestañeó y tuvo que contener la respiración para esconder su sorpresa. El muchacho no tenía piernas. De los pantalones cortos salía un segundo par de brazos.

Brazos funcionales. Ahora estaba utilizando su… su mano izquierda inferior —supuso que tendría que llamarla así— para sujetarse mientras se extendía para saludar a Leo. Su sonrisa era completamente natural.

No llegó a estrecharle la mano. Tuvo que hacer un movimiento brusco y volver a extender el brazo para poder estrechar la mano que Tony le ofrecía.

—¿Qué tal? —logró balbucear Leo. Le resultaba casi imposible apartar la vista. Se obligó a fijar su mirada en los ojos azules y brillantes del muchacho.

—Buenas tardes, señor. Esperaba ansiosamente el momento de conocerlo. —La mano de Tony era tímida, pero sincera. La suya era seca y fuerte.

—Eh… —tartamudeó Leo—, eh…, Tony… ¿qué?

—Oh, Tony es sólo mi sobrenombre, señor. Mi designación completa es TY-776-424-XG.

—Yo… bueno, supongo que te llamaré Tony —murmuró Leo, cada vez más sorprendido. Van Atta, casi sin poder evitarlo, parecía disfrutar enormemente con la incomodidad de Leo.

—Todo el mundo me llama así —corroboró el joven.

—Ve a buscar el equipaje del señor Graf, por favor, Tony —dijo Van Atta—. Venga, Leo. Le mostraré su habitación y luego le enseñaré las instalaciones.

Siguió a su guía flotante por un corredor señalizado. No dejaba de mirar hacia atrás, sobre su hombro, con renovado asombro, mientras Tony se lanzaba con movimientos precisos por la cámara y desaparecía por la escotilla de ésta.

—Es… —Leo tartamudeó—, es el defecto congénito más extraordinario que he visto en toda mi vida. Fue realmente una maravilla que a alguien se le ocurriera encontrarle un trabajo en caída libre. Allá abajo sería un lisiado.

—Defecto congénito. —La sonrisa de Van Atta se confundía en una mueca—. Sí, es una manera de llamarlo. Ojalá hubiera podido ver la expresión de su cara cuando apareció delante suyo. Le felicito por su autocontrol. Yo casi vomito cuando vi uno por primera ve2. Y eso que estaba preparado. Pero uno se acostumbra a los pequeños chimpancés bastante rápido.

—¿Hay más de uno?

Van Atta abrió y cerró sus manos, como si estuviera contando.

—Y hasta mil. La primera generación de los nuevos superobreros de Galac-Tech. El nombre del juego, Leo, es bioingeniería. Y tengo la intención de ganar.

Tony, que sujetaba la maleta de Leo con su mano inferior derecha, pasó entre éste y Van Atta por el corredor cilíndrico y se detuvo frente a ellos. Dio tres golpecitos sordos en los pasamanos.

—Señor Van Atta, ¿puedo presentarle a alguien al señor Graf camino al Ala de los Visitantes? No nos desviaremos mucho… Hidroponía.

Van Atta frunció los labios, pero luego sonrió amablemente.

—¿Por qué no? De todas formas, Hidroponía está en el itinerario de esta tarde.

—Gracias, señor —exclamó Tony con entusiasmo, y se apresuró a abrir la cerradura de seguridad frente a ellos, al extremo del corredor. Y la cerró, una vez que estuvieron del otro lado.

Leo se concentró en lo que había a su alrededor, como una alternativa menos grosera para poder estudiar furtivamente al muchacho. El Hábitat, por cierto, tenía una construcción poco costosa. En general, las unidades eran prefabricadas y combinadas de diversas maneras. No había un diseño estéticamente elegante. Un cierto aspecto accidental indicaba un patrón de crecimiento orgánico desde el comienzo del Hábitat. Las unidades estaban emplazadas aquí y allá para cubrir nuevas necesidades. Pero esta misma característica agregaba ventajas de seguridad que Leo aprobaba, como por ejemplo, el hecho de que los sistemas de cierre aéreos fueran intercambiables.

Pasaron por las alas de los dormitorios, las áreas de preparación de los alimentos y los comedores, un taller para reparaciones menores… Leo se detuvo para contemplar el tamaño y luego tuvo que acelerar la marcha para alcanzar a su guía. A diferencia de la mayoría de los espacios habitados en caída libre en los que Leo había trabajado, aquí no se hacía ningún esfuerzo para mantener una verticalidad arbitraria que tranquilizara la psicología visual de los residentes. La mayoría de las cámaras tenían un diseño cilíndrico. Los espacios de trabajo y de almacenamiento estaban contra las paredes y quedaba el centro libre de obstrucción para el paso de… Bueno, resultaba difícil llamarlos peatones.

Durante el recorrido, se cruzaron con varios de los… de las personas de cuatro manos, el nuevo modelo de obreros, los parientes de Tony o como quisiera uno llamarlos. Se preguntó si tendrían una designación oficial. Los miraba con disimulo, pero dejaba de hacerlo cuando uno de ellos lo miraba a él, algo que pasaba bastante a menudo. Lo miraban abiertamente y cuchicheaban entre sí.

Se dio cuenta de por qué Van Atta los llamaba chimpancés. Tenían caderas angostas y carecían de músculos motores desarrollados en los glúteos, como la gente con piernas. El par de brazos inferior tendía a ser más muscular que el superior, tanto en los hombres como en las mujeres y, por lo tanto, daban la falsa apariencia de ser más cortos que los superiores.

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