Alastair Reynolds - El arca de la redención

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El arca de la redención: краткое содержание, описание и аннотация

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Estamos a comienzos del siglo XXVII. Hace cincuenta años, el hombre puso en marcha un antiguo sistema alienígena que detectaba el nacimiento de formas de vida inteligentes. Los inhibidores llevan mucho tiempo esperando, pero ahora se preparan para volver…
Mientras tanto, una fuerza desconocida ha sembrado el terror en el Sanctasanctórum de los combinados. A medida que la naturaleza de la nueva amenaza se vuelve más clara, Clavain, uno de sus guerreros, empieza a plantearse que es hora de volver al combate. En Resurgam se ha descubierto un cargamento de armas devastadoras que podrían ser utilizadas para el bien de la Humanidad, pero alguien ya ha logrado hacerse con su control…

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—¿Ella? —preguntó Skade con ligereza. Pero su cresta titilaba de un nervioso color verdusco pálido, que demostraba terror pese a que su voz conservaba la calma.

—Galiana —replicó aquel ser—. Antes de que la conquistáramos nos llamaba, llamaba a mi mente, «los lobos». Alcanzamos su nave y nos infiltramos en ella, después de destruir la otra. Al principio apenas comprendíamos lo que eran. Pero luego abrimos sus cráneos y absorbimos sus sistemas nerviosos centrales. Entonces aprendimos mucho más. Cómo pensaban, cómo se comunicaban, qué habían hecho con sus cerebros.

Galiana trató de moverse, a pesar de que Skade ya la había situado en un estado de parálisis. Intentó gritar, pero el lobo (pues así era exactamente como ella los había llamado) tenía un control absoluto sobre su voz.

Ahora empezaba a recordarlo todo.

—¿Por qué no la mataste?

—No es eso —reprendió la voz—. La pregunta que deberías hacer es distinta: ¿por qué no se suicidó ella antes de llegar a esto? Podría haberlo hecho, lo sabes. Estaba en su mano destruir toda la nave y a todos los que albergaba, solo con desearlo.

—Y entonces, ¿por qué no lo hizo?

—Llegamos a un acuerdo después de matar a su tripulación y dejarla sola. Ella no se suicidaría, siempre que nosotros le permitiéramos regresar a casa. Galiana sabía lo que eso significaba: invadiríamos su cráneo y hurgaríamos en sus recuerdos.

—¿Pero por qué ella?

—Fue vuestra reina, Skade. En cuanto alcanzamos las mentes de su tripulación, supimos que era la única que realmente nos era necesaria.

Skade guardó silencio. Colores aguamarinas y jades se perseguían en pequeñas oleadas de la ceja a la nuca.

—Nunca se hubiera arriesgado a conduciros hasta aquí.

—Sí que lo haría, si pensara que el riesgo quedaba compensado por el beneficio de una alerta temprana. Era un compromiso, como comprenderás. Nos dio tiempo para aprender y la esperanza de descubrir mucho más. Algo que hemos hecho, Skade.

Skade se llevó un dedo al labio superior y después lo sostuvo por delante, como si comprobara la dirección del viento.

—Si de verdad sois una inteligencia alienígena superior y sabéis dónde estamos, ya hubierais venido a por nosotros.

—Muy bien, Skade. Y en cierto sentido tienes razón. No sabemos exactamente adonde nos ha traído Galiana. Es decir, yo sí lo sé, pero no puedo comunicar esa información a mis compañeros. Pero eso carecerá de importancia. Sois una cultura que explora las estrellas. Dividida en diversas facciones, cierto, pero desde nuestra perspectiva esas distinciones son irrelevantes. Gracias a los recuerdos que hemos extraído y a las memorias en las que aún nadamos, conocemos de forma aproximada la región del espacio que habitáis. Os estáis expandiendo y la superficie de la envoltura de vuestra propagación crece geométricamente, de modo que en todo momento aumenta la probabilidad de que os encontréis con nosotros. Ya ha sucedido una vez, y puede haber ocurrido en cualquier otro lugar, en otros puntos de la frontera de la esfera.

—¿Por qué me cuentas esto? —preguntó Skade.

—Para asustarte, ¿qué otro motivo podría haber?

Pero Skade era demasiado lista para picar.

—No, tiene que haber otra razón. Quieres que piense que podrías ser útil, ¿no es verdad?

—¿Y cómo? —susurró divertida la voz del lobo.

—Podría matarte en este mismo momento. Al fin y al cabo, la advertencia ya ha sido entregada.

Si Galiana fuese capaz de moverse o de parpadear siquiera, hubiese respondido con una afirmación enfática. Quería morir. ¿Para qué vivir ya? Clavain se había ido, Felka también. Estaba convencida de ello, tan segura como de que, por muy ingenuos que fueran los combinados, nunca la liberarían de lo que había dentro de su cabeza.

Skade estaba en lo cierto. Galiana había cumplido su propósito, desempeñando su último deber para con el Nido Madre. Ya sabían que los lobos estaban ahí fuera y que, con toda seguridad, se aproximaban poco a poco, olfateando la sangre humana.

No había motivo para que la mantuvieran viva ni un minuto más. El lobo no dejaría de buscar una oportunidad de escapar de su cabeza, sin importar lo vigilante que fuera Skade. El Nido Madre podría aprender algo de él, alguna pista accesoria, su motivación o quizá un punto débil, pero, ante eso, había que contraponer las terribles consecuencias que tendría su huida.

Galiana lo sabía. De igual modo que el lobo había accedido a sus recuerdos, también ella percibía parte de su historia, mediante algún tenue proceso, quizá deliberado, de retrocontaminación. No había nada concreto, muy poca cosa que realmente se pudiera plasmar en palabras. Pero lo que sintió era una letanía de genocidio quirúrgico con evos de antigüedad, un abominable proceso de limpieza declarado contra las especies inteligentes emergentes. Los registros se habían preservado con macabra meticulosidad burocrática a lo largo de cientos de millones de años de tiempo galáctico, en los que cada nueva extinción no era más que una anotación en el libro de contabilidad. Detectó la ocasional desinfección desesperada, matanzas selectivas iniciadas después de lo que sería deseable. Incluso notó las raras ocasiones en las que había tenido lugar una intervención brutal, cuando los exterminios previos no se habían realizado de forma satisfactoria.

Pero lo que no hallo en ningún momento fue un fracaso definitivo.

De repente, por sorpresa, el lobo se echó a un lado. Le estaba dejando hablar.

—Skade —dijo Galiana.

—Dime.

—Mátame, por favor. Mátame ya.

1

Antoinette Bax observó al proxy de la policía desplegarse desde la escotilla. La máquina consistía básicamente en una armadura negra compuesta por planos y unos afilados miembros articulados, como una escultura hecha con muchos pares de tijeras. Estaba mortalmente frío, porque viajaba agarrado a la parte exterior de uno de los tres cúteres policiales que ahora inmovilizaban su nave. La escarcha del propelente, de color orín, hervía en pequeños remolinos y hermosas hélices.

—Por favor, manténgase a distancia —dijo el proxy—. No se recomienda el contacto físico.

La nube de propelente tenía un olor tóxico. Antoinette cerró de golpe su visera en cuanto el proxy asomó por la escotilla.

—No sé qué espera encontrar aquí —dijo, siguiéndolo a cierta distancia.

—No lo sabremos hasta que lo encontremos —respondió el proxy, que ya había identificado la frecuencia de la radio de su traje.

—Mire, no soy una contrabandista. No me apetece demasiado acabar muerta.

—Eso es lo que dicen todos.

—¿Por qué iba a querer meter nadie un alijo en el hospicio Idlewild? Son un hatajo de pirados religiosos y ascéticos, no unos tipos metidos en el contrabando.

—Vaya, parece que sabe un par de cosas sobre contrabando, ¿verdad?

—Nunca he dicho…

—No importa. El caso es, señorita Bax, que estamos en guerra. Yo diría que no se puede descartar nada.

El proxy se detuvo y se flexionó. Largos copos de hielo amarillo se desprendieron con un crujido de los ejes de sus articulaciones. El cuerpo de la máquina era un huevo negro rebordeado del que surgían numerosos miembros, manipuladores y armas. Dentro no había espacio para el piloto, solo para la maquinaria necesaria para mantener al proxy en contacto con el verdadero piloto, que seguía dentro de uno de los tres cúteres, desprovisto de los órganos no esenciales e incrustado en una lata de soporte vital.

—Puede comprobarlo con el hospicio, si quiere —le dijo Antoinette.

—Ya he pedido información al hospicio. Pero en temas como este, es preferible asegurarse por completo de que todo es legítimo, ¿no está de acuerdo?

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