Alastair Reynolds - El arca de la redención

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El arca de la redención: краткое содержание, описание и аннотация

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Estamos a comienzos del siglo XXVII. Hace cincuenta años, el hombre puso en marcha un antiguo sistema alienígena que detectaba el nacimiento de formas de vida inteligentes. Los inhibidores llevan mucho tiempo esperando, pero ahora se preparan para volver…
Mientras tanto, una fuerza desconocida ha sembrado el terror en el Sanctasanctórum de los combinados. A medida que la naturaleza de la nueva amenaza se vuelve más clara, Clavain, uno de sus guerreros, empieza a plantearse que es hora de volver al combate. En Resurgam se ha descubierto un cargamento de armas devastadoras que podrían ser utilizadas para el bien de la Humanidad, pero alguien ya ha logrado hacerse con su control…

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Antes de que Antoinette pudiera responder o dar forma a alguna objeción plausible, el proxy ya había abierto el panel de cristal ahumado que cubría la matriz de controles y visualizadores de estado. Se inclinó cada vez más cerca, mientras se sostenía contra los palos de la retícula de almacenamiento, y barrió arriba y abajo la pantalla con su ojo, deteniéndose en varios puntos.

Antoinette miró impotente y sudorosa. Las pantallas parecían bastante convincentes, pero cualquiera que tuviera experiencia con una arqueta de sueño frigorífico hubiese sospechado al instante. No eran exactamente como deberían si el ocupante hubiese estado sumido en una hibernación criogénica normal. Y en cuanto se despertaran esas sospechas, solo harían falta unas cuantas averiguaciones más e investigar un poco algunos de los modos ocultos del visualizador para sacar a la luz la verdad.

El proxy escrutó las lecturas y luego se apartó, en apariencia satisfecho. Antoinette cerró los ojos por un instante y después lo lamentó. El proxy volvió a acercarse a la pantalla mientras extendía un delicado manipulador.

—Si fuese usted no tocaría…

El proxy tecleó unos comandos en el panel de lecturas. Aparecieron diferentes trazas, formas de onda que se retorcían de un color azul eléctrico, seguidas de temblorosos histogramas.

—Esto no tiene buen aspecto —dijo el proxy.

—¿Cómo?

—Casi parece como si el ocupante ya estuviera muer…

De pronto, tronó una nueva voz.

—Discúlpeme, señorita…

Antoinette maldijo para sus adentros. Le había dicho a Bestia que se callara mientras ella se las arreglaba con el proxy. Pero tal vez debiera aliviarla que Bestia hubiera decidido ignorar aquella orden en particular.

—¿De qué se trata, Bestia?

—Una transmisión entrante, señorita, enfocada directamente hacia nosotros. Punto de origen: hospicio Idlewild.

El proxy se apartó de una sacudida.

—¿De quién es esa voz? Creía que había declarado que estaba sola.

—Y lo estoy —replicó ella—. Solo es Bestia, la subpersona de mi nave.

—Bueno, pues dígale que se calle. Y la transmisión del hospicio no va dirigida a usted. Es la respuesta a una petición que yo he transmitido antes…

La voz incorpórea de la nave bramó:

—¿Qué hago con la transmisión, señorita…?

Ella sonrió.

—Reproduce ese condenado mensaje.

La atención del proxy se apartó de la arqueta. Bestia retransmitió el mensaje hasta el visor del casco de Antoinette, de modo que parecía como si la mendicante estuviera en medio de la bodega de carga. Antoinette supuso que el piloto estaba accediendo a su propio canal de telemetría desde uno de los cúteres.

La mendicante era una Nueva Anciana. Como siempre, Antoinette encontró un tanto chocante ver a un genuino anciano. Vestía el griñón almidonado y las vestiduras de su orden, blasonadas con el emblema en forma de copo de nieve del hospicio. Sus manos increíblemente venosas y viejas se cruzaban por debajo de su pecho.

—Mis disculpas por el retraso al responder —dijo—. Volvemos a tener problemas con el encaminamiento de nuestra red, bien lo sabéis. En fin, vayamos con los formalismos. Mi nombre es hermana Amelia y quiero confirmar que el cuerpo…, el individuo congelado… a cargo de la señorita Bax es propiedad temporal y muy querida del hospicio Idlewild y de la Sagrada Orden de los Mendicantes del Hielo. La señorita Bax está apresurando amablemente su regreso inmediato…

—Pero el cuerpo está muerto —dijo el proxy. La mendicante prosiguió:

—… y por lo tanto agradeceríamos la mínima interferencia posible por parte de las autoridades. Hemos contratado en varias ocasiones anteriores los servicios de la señorita Bax y no hemos obtenido otra cosa que una satisfacción completa con su modo de manejar nuestros asuntos. —La mendicante sonrió—. Estoy convencida de que la Convención de Ferrisville valora la necesidad de ser discretos en un tema como este. Al fin y al cabo, tenemos una reputación que mantener.

El mensaje terminó. La mendicante parpadeó y se esfumó, y Antoinette se encogió de hombros.

—¿Ve? En todo momento le he contado la verdad.

El proxy la estudió con uno de sus sensores revestidos.

—Aquí pasa algo. El cuerpo dentro de esa arqueta está clínicamente muerto.

—Mire, ya le he dicho que la unidad es antigua. Las lecturas fallan, eso es todo. Sería muy estúpido cargar por ahí con un cadáver metido en una arqueta de sueño frigorífico, ¿no cree?

—Aún no he terminado con usted.

—Puede que no, pero por ahora sí, ¿verdad? Ya ha oído lo que ha dicho la amable dama mendicante. «Apresurando su regreso inmediato», me parece que esa es la frase que ha usado. Suena bastante oficial e importante, ¿no cree? —Extendió el brazo y deslizó de nuevo la tapa sobre el panel de estado.

—No sé en qué anda metida —le dijo el proxy—, pero puede estar segura de que llegaré hasta el final de todo esto.

Ella sonrió.

—Estupendo, gracias. Que tenga un buen día. Y ahora desaparezca de mi nave.

Después de que se marchara la policía, Antoinette conservó el mismo rumbo durante una hora para mantener la farsa de que su destino era el hospicio Idlewild. Entonces viró bruscamente, quemando combustible a un ritmo que la hizo estremecer. Una hora después ya había dejado atrás la jurisdicción oficial de la Convención de Ferrisville y abandonaba Yellowstone y su guirnalda de comunidades satélite. La policía no volvió a tratar de alcanzarla, pero eso no la sorprendió. Les hubiese costado demasiado combustible, quedaba ya fuera de su esfera de influencia teórica y, como acababa de entrar en la zona de guerra, había muchas posibilidades de que de todos modos terminase muerta. Simplemente, no les merecía la pena.

Con ese espíritu tan reconfortante, Antoinette transmitió al hospicio un mensaje codificado de agradecimiento. Les quedaba reconocida por el favor que le habían hecho y, como hacía siempre su padre en circunstancias similares, prometió corresponder si el hospicio necesitaba algún día su ayuda.

Le llegó un mensaje de respuesta de la hermana Amelia: «Suerte y rapidez con tu misión, Antoinette. Jim estaría muy orgulloso».

Eso espero , pensó Antoinette.

Los diez días siguientes transcurrieron sin apenas sucesos dignos de mención. La nave se comportó a la perfección, sin ofrecer siquiera la clase de fallos técnicos de menor grado que hubiese sido agradable reparar. En una ocasión, en el alcance límite del radar, creyó que un par de banshees la seguían, tenues señales furtivas que se cernían en el extremo de su capacidad de detección. Solo por si acaso conectó los elementos disuasorios, pero después de ejecutar una maniobra evasiva que demostró a los banshees lo difícil que sería abordar por las malas el Ave de Tormenta , las dos naves volvieron a desvanecerse en las sombras, en busca de otra víctima que saquear. No volvió a verlas.

Tras aquella breve excitación, no quedó gran cosa por hacer en la nave salvo comer y dormir, y trató de evitar esto último tanto como podía permitirse de forma razonable. Sus sueños eran repetitivos e inquietantes: noche tras noche era tomada prisionera por las arañas, raptada de una nave de línea que cubría un trayecto entre los carruseles del Cinturón Oxidado. Las arañas la conducían a una de sus bases cometarias en la frontera del sistema. Allí le abrían el cráneo por la mitad e introducían refulgentes artilugios de interrogación en la blanda masa gris de su cerebro. Entonces, justo cuando casi se había convertido ella también en una araña, cuando sus propios recuerdos estaban a punto de ser borrados y ya le introducían todos los implantes que la atarían a su mente comunal, llegaban los zombis. Asaltaban el cometa en hordas de naves de combate con forma de cuña, disparando contra el hielo cápsulas de penetración en forma de sacacorchos que lo derretían hasta alcanzar las madrigueras del núcleo. Allí soltaban valientes soldados de roja armadura que arrasaban el laberinto de túneles del cometa, matando arañas con la precisión humana de unos soldados entrenados para no desperdiciar nunca un solo dardo, bala o carga de munición.

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