Alastair Reynolds - El arca de la redención

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El arca de la redención: краткое содержание, описание и аннотация

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Estamos a comienzos del siglo XXVII. Hace cincuenta años, el hombre puso en marcha un antiguo sistema alienígena que detectaba el nacimiento de formas de vida inteligentes. Los inhibidores llevan mucho tiempo esperando, pero ahora se preparan para volver…
Mientras tanto, una fuerza desconocida ha sembrado el terror en el Sanctasanctórum de los combinados. A medida que la naturaleza de la nueva amenaza se vuelve más clara, Clavain, uno de sus guerreros, empieza a plantearse que es hora de volver al combate. En Resurgam se ha descubierto un cargamento de armas devastadoras que podrían ser utilizadas para el bien de la Humanidad, pero alguien ya ha logrado hacerse con su control…

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—Estaré de acuerdo con todo lo que diga, si con eso se larga de mi nave.

—Umm. ¿Y por qué tiene tanta prisa?

—Porque tengo un congelado…, lo siento, un pasajero en criogenia. Y no quiero que se me derrita encima.

—Me gustaría mucho ver a ese pasajero, ¿sería posible?

—No tengo mucho margen para negarme a ello, ¿no es cierto? —Ya se esperaba algo así, por lo que se había puesto el traje de vacío mientras esperaba la llegada del proxy.

—Bien, no nos llevará ni un minuto y después podrá proseguir su camino. —La máquina hizo una pausa antes de añadir—: Siempre, desde luego, que no exista ninguna irregularidad.

—Es por aquí.

Antoinette hizo descender un panel lateral y quedó a la vista un pasadizo que conducía de regreso a la bodega de carga principal del Ave de Tormenta . Dejó que el proxy fuera en cabeza, decidida a hablar poco y aún menos a proporcionar información motu proprio . Su actitud podía parecer terca, pero despertaría muchas más sospechas si empezaba a mostrarse colaboradora. La milicia de la Convención de Ferrisville no era muy popular, una realidad que, desde hacía tiempo, habían adaptado a sus tratos con los civiles.

—Menuda nave tienes, Antoinette.

—Señorita Bax para usted. No recuerdo que nos tuteáramos.

—Señorita Bax, entonces. Pero mi argumento es el mismo: su nave puede parecer común y corriente, pero delata todos los signos de ser mecánicamente sólida y fiable en el espacio. Una nave con tales capacidades podría obtener beneficios en gran cantidad de rutas comerciales perfectamente legales, incluso en estos tiempos oscuros.

—Entonces no sentiré ningún interés en pasarme al contrabando, ¿verdad?

—No, pero hace que me pregunte por qué echa a perder una oportunidad así realizando un peculiar encargo para el hospicio. Tienen influencia, pero, por lo que podemos deducir, no gran cosa en lo relativo a verdaderas riquezas. —La máquina volvió a hacer una pausa—. Tiene que reconocerlo, resulta un tanto misterioso. La ruta usual es que los congelados provengan del hospicio, no que lleguen a él. E incluso mover un cuerpo congelado de un lado a otro resulta inusual, la mayoría se derrite antes de poder salir de Idlewild.

—Mi trabajo no consiste en hacer preguntas.

—Bueno, pues resulta que el mío sí. ¿Falta mucho?

La bodega de carga no estaba presurizada en esos momentos, así que tuvieron que realizar el ciclo de una cámara estanca interna para poder llegar hasta allí. Antoinette encendió las luces. El enorme volumen carecía de cargamento pero estaba ocupado por un entramado de almacenamiento, un armazón tridimensional al que normalmente se amarraban los palés de carga y los tanques. Comenzaron a trepar por él. El proxy escogía su camino como una tarántula, con sumo cuidado.

—Entonces es verdad, viaja sin carga. Aquí dentro no hay ni un solo contenedor.

—No es un delito.

—No he dicho que lo sea. Sin embargo, resulta raro en extremo. Los mendicantes deben de estar pagándola realmente bien para justificar un viaje como este.

—Ellos ponen las condiciones, no yo.

—Cada vez resulta más curioso.

Desde luego, el proxy estaba en lo cierto. Todo el mundo sabía que el hospicio cuidaba de los congelados en cuanto los desembarcaban de las naves recién llegadas: los pobres, los heridos, los amnésicos incurables. Los derretían, los revivían y los rehabilitaban en los alrededores del lugar, donde eran atendidos por los mendicantes hasta que se recuperaban lo suficiente para partir, o al menos hasta que eran capaces de desempeñar una serie mínima de funciones humanas básicas. Algunos de los que nunca llegaban a recuperar la memoria decidían quedarse en el hospicio y se preparaban para convertirse ellos también en mendicantes. Pero algo que el hospicio por lo general no hacía era encargarse de los congelados que no llegaban en una nave interestelar.

—De acuerdo —dijo ella—. Me contaron lo siguiente: hubo un error. La documentación del tipo se traspapeló durante el proceso de desembarco y lo confundieron con otro cachorrillo al que el hospicio solo debía supervisar, sin encargarse de revivirlo. Se suponía que al otro hombre solo tenían que mantenerlo frío hasta que llegara a Ciudad Abismo y después recalentarlo.

—Inusual —dijo el proxy.

—Parece que al tipo no le gustaba el viaje espacial. Bueno, la jodieron pero bien. Para cuando descubrieron el error, el congelado erróneo ya estaba a mitad de camino de C. A. Una grave metedura de pata que el hospicio pretende arreglar antes de que la cosa vaya a peor. Así que me llamaron. Recogí el cuerpo en el Cinturón Oxidado y ahora lo devuelvo a toda prisa a Idlewild.

—¿Pero por qué tanta prisa? Si el cuerpo está congelado, seguramente…

—La arqueta es una pieza de museo y en los últimos días se ha visto muy maltratada. Además, hay dos familias que están empezando a hacer preguntas incómodas. Cuanto antes vuelvan a intercambiar a las crías, mejor.

—Comprendo que los mendicantes deseen manejar esto de modo discreto. La excelente reputación del hospicio se vería mancillada si algo así saliera a la luz.

—Desde luego. —Antoinette se permitió un minúsculo gesto de alivio pero, durante un peligroso instante, se sintió tentada de retroceder a su fingida obstinación. En lugar de eso, añadió—: Ahora que ya ve todo el panorama, ¿qué tal si me deja seguir mi camino? No querrá fastidiar al hospicio, ¿verdad?

—Desde luego que no. Pero ya que hemos llegado hasta aquí, sería una pena no echarle una ojeada al pasajero, ¿no cree?

—Claro —entonó ella—. Una auténtica pena.

Llegaron hasta la arqueta. Se trataba de una unidad de sueño frigorífico de aspecto anodino, alojada cerca de la parte posterior de la bodega de carga. Era de color plateado mate y tenía una ventanilla rectangular de cristal ahumado situada en la superficie superior. Por debajo, cubierto por su propio escudo de cristal ahumado, había un panel empotrado que contenía los controles y los visualizadores de estado. Unas trazas de colores poco definidos temblaban y se desplazaban bajo el vidrio.

—Un lugar extraño para situarlo, aquí tan atrás —dijo el proxy.

—No desde mi punto de vista. Está cerca del portón de panza, así la carga fue rápida y la descarga lo será aún más.

—Está bien. No le importa si le echo una mirada más de cerca, ¿verdad?

—Considérese como en su casa.

El proxy correteó hasta quedar a menos de un metro de la arqueta. Extendió sus extremidades, con sensores en los extremos, pero no llegó a tocar ninguna zona. Estaba siendo extremadamente cauto, no quería correr el riesgo de dañar una propiedad del hospicio o de hacer algo que pudiera poner en peligro al ocupante de la unidad.

—¿Ha dicho que este hombre pasó hace poco por Idlewild?

—Solo sé lo que me han contado desde el hospicio.

El proxy tamborileó sobre su propio cuerpo con uno de sus miembros, pensativo.

—Es raro, porque últimamente no ha venido ninguna nave de gran tamaño. Ahora que la información sobre la guerra ha tenido tiempo de llegar hasta los sistemas más lejanos, Yellowstone no es, ni de lejos, un destino tan popular como solía.

Ella se encogió de hombros.

—Entonces mantenga una charla con el hospicio, si tanto le molesta. Todo lo que yo sé es que tengo un cachorro y lo quieren de vuelta.

El proxy extendió algo que ella tomó por una cámara y sondeó por la ventanilla situada en la cara superior de la arqueta.

—Bueno, decididamente es un hombre —dijo, como si eso debiera suponer alguna novedad para ella—. Y está inmerso en un profundo sueño frigorífico. ¿Le importa si extraigo esa ventana de estado y echo una mirada a las lecturas, ya que estoy aquí? Si existe algún problema, es probable que pueda prepararle una escolta que la conduzca al hospicio en un abrir y cerrar de ojos.

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